Las luces en el cielo nocturno eran su cartel más llamativo y la música que se escuchaba a kilómetros, su carta de presentación. La disco más concurrida estaba tras los enormes edificios del centro.
La gente que podías ver por las calles, eran todos iguales, la mayoría, digo; siempre hay unos pocos que destacan, no solo por su vestuario estrafalario y costoso, casi siempre, sino por esa presencia extraña que irradian cuando se acercan. La mayoría era otra cosa, siempre lo han sido.
El mundo no era un mal lugar para vivir, prácticamente se habían solucionado todos esos problemas de tiempos pasados. Todo mundo tenia empleo, los que así gustaban y ni estaban obligados a tomarlos. La pensión del gobierno mundial alcanzaba para la comida y un poco más; las viviendas eran unos cubículos de 4 metros cuadros con un retrete y una ducha con agua caliente, ahí cabía tu cama y un armario; la misma ventana, la única que tenías, era también una tele inmensa, donde te enterabas de todo, las 24 horas del día.
El mundo entero tenia internet, satelital, no había lugar donde ocultarse de la red, la gran red.
Aun así, encontrabas los típicos barrios marginados, donde vivían los que no soportaban el cambio y preferían dormir entre basura y drogarse el día entero. Podías comprenderlo, la vida carecía de sentido, aun con tantas cosas resueltas el mundo seguía igual; los de arriba y los de abajo, eso no cambiaría nunca.
Los jóvenes pululaban con sus miradas perdidas, atrapados en sus músicas modernas estrafalarias y las imágenes directas a la retina que los apartaban de lo que estaba ahí afuera. Todo mundo vivía la virtualidad. Los parques impecables y abandonados. Las personas preferían el encierro.
Claudio, llevaba varios piercings en la cara y el pelo rapado a los lados; solía llevar un mechón blanco que le daba "onda". Trataba de andar alegre por la vida, pero su mirada no engañaba a nadie, llevaba un letrero colgando que decía: tristeza, desolación, depresión. Y no era el único, todos acarreaban la misma cruz que torturaba sus vidas miserables. Algunos trabajaban en aseo, mantención tecnológica, programación y algunos poco afortunados como "testigos", así le llamaban a quienes debían consumir por obligación todo material que se publicaba en la red, desde asesinatos, a violaciones, o tiernos gatitos y recetas de cocina, había de todo; siempre se pasaba colado los filtros que las IAs usaban. Había que tener la mente muy dura para no caer rendido ante semejante tortura visual; no faltaban los que les encantaba el trabajo, ahí tenían cabida los raritos psicópatas que se deleitaban con material nuevo.
Claudio era un programador, no precisamente como los de la vieja escuela, más bien configuraban y daban soporte a plataformas ya existentes; hace tiempo no creaban algo realmente nuevo; aunque en esta época todas las redes de internet se habían fusionado y no quedaba nada oculto o encriptado. Las tecnologías cuánticas habían barrido toda posible seguridad y el mundo tuvo que adaptarse simplemente, ahora todo se basaba en la confianza y en el híper-monitoreo de cada individuo; si querían podían saber exactamente dónde estabas y con quien, hasta lo que comías, leías o escuchabas. Una IA muy potente iba procesando todo, ese era nuestro gran hermano. Año 2046, como esa vieja película china, aunque ese futuro no se parecía en nada a este presente perfecto en su cascara y cuyo interior olía a podrido. Nadie podía quejarse, no había motivo y eso era frustrante.
La juventud en Claudio se notaba por donde le miraras; como vestía, como actuaba o como se comunicaba. Era un joven más, como el resto.
Para soportar la decadencia de los días repetitivos y áridos, casi todos hacían lo mismo que sus padres y los padres de estos; trabajar 4 días en la semana y dejar 3 para los tragos, el baile y el sexo, tan escaso como una buena pastilla. Las pocas que quedaban en legalidad no eran tan fuertes como las de antes, ni en el mercado negro las encontrabas. Si podías conseguir tu droga prefería en la farmacia más cercana, poca cabida tenía otra que pudiese matarte. "Maldita perfección", se quejaban más de uno. Las costumbres van cambiando con el tiempo, pero el "carrete" de fin de semana, no. Atiborrarse de alcohol, drogas sintéticas personalizadas y los afortunados, algún encuentro sexual con otros humanos; ese era el premio que la mayoría se daba cada semana.
Había ciborgs que no solo te cocinaban o hacían el aseo de tu departamento, también te daban una buena mamada o penetración según sea el caso, ni hombres ni mujeres perdían el tiempo; pero acostarse con alguien de carne y hueso, eso ya era otra cosa, algo raro. incluso a muchos, aquello de acostarse con personas ya no les prendía. Si querías un hijo bastaba pedirlo al gobierno y llenar un formulario con las características que más te gustaban; unas cuantas firmas y ya podías esperar un par de semanas para que lo tuvieran completamente formado de unos meses, en esos tubos de ensayo gigantes que pillabas en cualquier centro comercial; así podían controlar la población y mantener a raya la pobreza, ¡ufff que logro!
Aquella noche, Afrodita, la disco-bar más importante de la ciudad, para los del pueblo, con sus casi 200 salas de música alternativa, lograba recibir a cientos de miles cada noche. La fiesta iniciaba el martes y no acababa, sino hasta el sábado. Los otros días era para mantenimiento y descanso de quienes trabajaban en el antro; con eso era suficiente para comenzar de nuevo, semana tras semana, un circo que jamás acababa. Era un éxito. La música estridente hacía temblar sus alrededores, miles de watts sonando al unísono, luces de todos los colores y las mejores performances era un espectáculo obligado para quien visitara la vieja ciudad del este. La vista al rio era un lujo. Pero los más ricos ni se asomaban; solo unos pocos se atrevían a infiltrarse en esas noches.
El mismo grupito de siempre, los chicos del trabajo y un par de compañeros del instituto; Claudio y sus amigos de fin de semana, a las 4 am estaban listos para retirarse. Las chicas siempre atentas a quien las invitara un trago o alguna pastilla mágica, eso no cambiaba; la mayoría bailaba solo; encendían el visor y se sincronizaban con la música del dj y comenzaba el viaje. Una vertiginosa montaña rusa de sensaciones extáticas; escuchabas algunos gritos orgásmicos entre los asistentes; la experiencia era única, pero efímera como todo en este mundo.
Luego de beber al seco su coctel preferido, la cabeza le dio vueltas. Claudio tomo la mano de la chica a su lado hablándole al oído, conversaron un poco y rieron a carcajadas, ambos se pararon y salieron al taxi que les esperaba. El grupo de amigos siguió de fiesta. A veces terminaban a medio día, como si nada. Ya no quedaban más drogas y el efecto estaba desapareciendo. conseguirlas ahí dentro era carísimo y difícil, prefería retirarse. Se había prometido a dejar a la chica en su casa. El alcohol estaba cobrando su cabeza y estómago. La muchacha, que era un poco mayor, no se veía mucho mejor que él, pero para coquetear aún estaba de ánimo. Su cara de caliente y mirada excitada lo tenían ansioso por llegar al depa. Ella había aceptado. El taxi doblo por el parque y la música estridente ya se iba perdiendo a lo lejos, empezaron a aparecer los barrios tranquilos más alejados del centro.
Por el retrovisor se podía ver como ella acariciaba el pene erecto de Claudio, masajeándolo con delicadeza, la lengua le colgaba y un poco de saliva caía por su boca; se besaron. Ella no paraba de susurrarle al oído perversas insinuaciones sexuales que le hacían hervir la sangre. El camino a casa de casi una hora le parecieron minutos. El conductor miraba disimulado a la pareja. Hemos llegado, soltó tratando de no interrumpir y el vehículo se detuvo.
El edificio era antiguo, finales de los 90s, se notaba en la pintura mal cuidada y los muros agrietados tras un par de terremotos vividos. La plazoleta interior, alguna vez repleta de plantas y algunos árboles, como mostraban las fotos de la época, colgadas en la recepción ahora abandonada, hoy se veía igual de triste y miserable que todo alrededor. El ascensor, desde el piso 9 en adelante, no funcionaba y debieron subir 4 pisos por la escalera. Con los cuerpos medios adormecidos y agotados llegaron como pudieron. Ella no paraba de quejarse, pero la calentura era mayor; casi 6 años que no follaba con un hombre, moría por el encuentro. Llegaría a contarle a todo el departamento de contabilidad sobre su experiencia. Antes de abrir la puerta ya tenía los pechos al aire, sus pezones rosados como cerezos en flor parecían destellar entre las luces titilantes del pasillo apenas iluminado y él, con el pantalón arremangado, bajado a media nalga apenas pudo cruzar el umbral. Fue una noche larga de pasión y embriaguez. En el cajón junto a la cama aún quedaban pastillas, unas nuevas que no había podido probar aún. Unto la crema de infertilidad que además prolongaba la erección en su miembro y ella ya lo esperaba con el culo desnudo llamándole a entrar.
Fue un sexo brutal, y sórdido, a veces volvían en si para encontrarse enrollados entre sabanas y luego sus mentes viajaban por mundo extraños, fantasearon con otros seres y se dedicaron a disfrutar ese orgásmico baile antiguo. una extraña melodía sonaba en la habitación, estaba coordinada con el acto que llevaban; cada vez que ella succionaba la verga, un riff de guitarra distorsionado sonaba en el altavoz, cuando el falo endurecido a punto de explotar se perdía en las carnes babosas de la mujer, algo como jazz parecía tomar protagonismo, era una sinfonía que ellos mismos iban creando. El vapor de los cuerpos llenaba la sala. En algún momento acabaron y cayeron rendidos, sin saber cuándo.
Después de pocas horas de sueño o desmayo, con el calor fundiendo la habitación, Claudio decide levantarse y enfrentar ese nuevo día; si es que a las 2 de la tarde podría llamarse un nuevo día.
El existencialismo crónico, más conocido como depresión, por tanta fiesta, sexo vacío y otros distractores, continuaban estando ahí presente en su mente, incluso más que nunca, y le golpeteaba con fuerza. El dolor de cabeza, la sequedad de su boca y garganta, le permitían apenas hablar o respirar con normalidad. Ni un litro de agua al seco le quitarían el malestar.
De pie frente a la ventana de aquel piso; con la ligera brisa de aire tibio que se colaba entre las cortinas mal cerradas, haciéndolas danzar; la vista ya no parecía tan mala. El polvo que caía de las telas, viejas y roídas, en su olor seco, le recordaban que llevaban ahí mucho antes de haberse mudado, quien sabe cuántos años tenían. Un poco de moho y de hilachas colgando, algunas manchas húmedas como oxidadas llamaban su atención. Decidió acercarse y camino descalzo. Su cuerpo aun desnudo y cubierto de sudor y saliva, sintió como se estremeció, cuando los rayos del sol tocaron su piel sensible y frágil. Se vio a sí mismo como un vampiro contemplando por primera vez la luz del día, sus pupilas se contrajeron y pudieron salir de ese blanco cuadro que a poco iba mostrando colores.
Afuera, como de ensueño, aquel silencio que solo existía en su cabeza, se esfumo, y las bocinas, los gritos y las conversaciones del exterior le sacaron del trance. Desde esa altura, sin vecino en frente que le observara, no había pudor que sintiese; existía algo de libertad en ello. Hasta ahora siempre había sido cuidadoso, por si alguien le pudiere ver a lo lejos. Era absurdo, el próximo edificio estaba tan distante que hubiera sido imposible.
La chica con quien paso la noche, apenas respiraba o movía, parecía muerta, el vientre que se contraía de vez en vez lo tenían tranquilo. Sus pechos pequeños y sudados, el pelo enmarañado, la boca con labial corrido y sus piernas desnudas empapadas, entre sabanas pegadas, ya no parecía tan sexy. Siempre la había visto en la oficina del frente o caminando en los pasillos, creía que era pareja de su jefe. En el almuerzo se atrevió a abordarla, y ahí estaba, saciada de placer e irreconocible.
Claudio bajo la vista cerrando los ojos, como avergonzado, y volvió a mirar hacia afuera.
Estaba despierto, pero todo ello no se sentía real. Era como si aún soñase y esto le causo un extraño mareo en el vientre. Todo le empezó a dar vueltas, a girar de un lado a otro y su vista se nublo.
Sin saber dónde estaba parado, sujetando sus entrañas, como si fueran a caérseles, quiso pensar que era tan solo la mala caña del día anterior. Avanzo como pudo con pasos torpes hacia lo pocos metros cuadrados de su balcón, como buscando aire o espacio que no lo sofocara. Se aferró como pudo de la baranda, casi sin poder sostenerse.
Un aire cada vez más poderoso le hizo tambalear. La fuerte corriente de viento boto las pocas plantas que tenía e hizo volar una de las cortinas de la habitación. Sus vellos se erizaron, un poco por el frio y sin duda, mucho más por el miedo. Aun no podía ver con claridad y el dolor le punzaba aún más por dentro.
Entre las borrosas imágenes que lograba ver, las nubes que antes eran pequeños algodones flotantes a la distancia y recortados contra el azul fondo del cielo, ahora cubrían la ciudad dejándola en tinieblas y tan solo unas cuantas líneas solares cruzaban la oscuridad de la bóveda. El viento era más y más fuerte, las calles se vaciaron y los autos no se veían por ningún lado – un temporal, en pleno verano, esto no podía ser más extraño – se asustó. Lo desconocido o inesperado asustaba a mucha gente y aquello no era común.
La chica seguía sin despertar, ni el ruido ni la fuerza de ese viento la lograron traer en sí.
El dolor de estómago ceso; pero el mareo seguía ahí, penetrante, y la vista nublada aun, no le mostraba mucho más. Siguió aferrado al balcón, como si de ello dependiera su vida. El miedo es así, absurdo, sin lógica alguna, pero los sentidos antiguos sabían más que la razón. Nada ocurría, salvo ese viento desafiante, pero el miedo se había calado profundo en Claudio.
Luego de unos minutos, tratando de recobrarse, siguió mirando como las nubes, se movían y ensombrecían las calles laberínticas de la enorme ciudad. Intento de encontrar con su vista algún alma entre todo ese serpenteante cemento. No vio a nadie. La ciudad parecía abandonada, solo para él.
De pronto sus cabellos se volvieron a erizar, y no era el frio.
Un poder invisible, de pronto tomo su cabeza y le obligo a mirar hacia abajo. No pudo evitarlo y sí que se resistió como pudo, pero fue en vano. logró ver los varios metros que le separaban del pavimento allá abajo y supo lo que era el vértigo. Intento soltarse de aquel invisible ser que lo llevaba al abismo, pero sus manos que se agitaban desesperadas a sus espaldas no tocaban nada ni a nadie. Seguía sin poder alzar la vista. Lo único frente a el: la calle vacía y cemento humeante 13 pisos más abajo.
Quiso cerrar los ojos, para escapar de la visión, y ni eso pudo, la fuerza desconocida se lo impedía. Quiso gritar, mas su voz estaba como sellada. La desesperación le iba carcomiendo por dentro. Siguió mirando fijamente hacia el suelo, lo único que se le permitía. Ahí comprendió.
El cemento se le acerco, cada vez más rápido. En algún punto, entendió que estaba cayendo, pero no supo cuándo. El viendo erizaba su piel y lo abrazaba frio. Supo que moriría estrellado en el piso. Todos creerían que habría sido un suicidio.
Más de una vez se vio transitando por bajas emociones, por esas oscuras tinieblas que nuestras mentes dibujan y atrapan; la muerte aprecio en varias oportunidades ante él. Su vida poco sentido tenia, había perdido la vitalidad en su andar y divagaba confundido entre quehaceres y tiempos libres, llenadas con vacías actividades; el mundo que transitaba era triste, aburrido y patético a sus propios ojos; no era el único. Sin embargo, jamás tuvo los suficientes huevos para atreverse a llega a eso; y esta vez no era diferente… ¿o sí? No lograba entender o recordar en que momento se había arrojado a ese vacío; solo sabía que estaba ahí, volando directo al piso. Un camino cuya conclusión era inevitable.
La mujer seguía, cual durmiente de cuento, absorta en sus sueños, como si nada ocurriese, al menos para ella la vida continuaba.
A los pocos segundos de caer, sintió como lentamente su cara se deformaba en contacto con el ardiente cemento del suelo. Sin testigos, hundiéndose en cámara lenta en esa muerte arrolladora. Solo él estaba, ante la muerte o ante la vida que dejaba tras de sí; aunque sería historia terminada en unos instantes.
Explotó, Claudio exploto, no solo su cuerpo, sino su mente también; todo aquello que creía conocer de sí mismo, todo exploto.
Un grito ensordecedor, de su propia garganta les despertó a ambos.
Él angustiado hasta los huesos, con los ojos perdidos; ella mirándolo como quien mira espantada a un desconocido que aparece de repente. Y eso era, un desconocido; no por follar como locos la noche anterior los acercaba realmente. Así mismo, asustada aun, se levantó como pudo de un salto, se vistió rápidamente y se marchó; arreglo sus cabellos mientras cerraba la puerta tras de sí. No volteo a despedirse; ni él se percató siquiera. Seguía pensando absorto en lo ocurrido, no podía sacar esa imagen de su interior, el vacío, el cemento, su cuerpo, la nada. Había muerto.