La vida, de hecho, era buena. De hecho, Sunny incluso llegaría a decir que, en este momento, era maravillosa.
Uno esperaría que estar atrapado en una ciudad maldita ubicada en medio de un infierno real, rodeado de nada más que ruinas y monstruos horripilantes, no fuera realmente la mejor manera de vivir la vida. Pero para él, esto era algo así como un paraíso.
Para su sorpresa, Sunny descubrió que este tipo de existencia le sentaba bastante bien. No tenía obligaciones, no necesitaba preocuparse por el futuro y, lo más importante, no estaba obligado a interactuar con otros humanos.
Los humanos siempre complicaban las cosas. Estaba harto de ellos.
Estaba mucho mejor solo. No tenía que fingir ser otra persona, obligarse a comportarse de manera diferente a como quería, y forzar su mente tratando de entender los enrevesados sentimientos de las personas.
Por primera vez en su vida, Sunny podía simplemente ser él mismo.