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Cuando Cristóbal volvió a casa, encontró a Abigail con la cabeza metida en el archivo. Su atención estaba completamente centrada en los documentos delante de ella. Ni siquiera se había percatado de su presencia justo detrás de ella.
Cristóbal se quedó en la entrada, observando a su esposa con una mirada tierna, admirando su dedicación y compromiso con su trabajo. Sus labios se curvaron astutamente mientras surgía un pensamiento pícaro en su mente.
Suavemente dejó el maletín en el suelo y se acercó a ella lentamente, sus pasos silenciosos sobre la alfombra mullida. Sin hacer ruido, la rodeó con sus brazos, con sus dedos trazando las curvas de sus hombros y enviando un escalofrío por su espina dorsal.
La cabeza de Abigail se levantó bruscamente, sus ojos abiertos de sorpresa, pero pronto se fundieron en una cálida sonrisa cuando sintió el familiar abrazo de Cristóbal.
—Has vuelto —dijo Abigail, su voz apenas audible por encima de un suspiro.