Cristóbal estaba exhausto y adormilado hasta el punto de que no podía mantener sus ojos abiertos, mucho menos trabajar. Dejó caer su cabeza sobre la mesa de trabajo y se quedó dormido.
En ese momento, Abigail llegó y entró en su cabaña con la caja de almuerzo en la mano. Al verlo así, no pudo evitar sentir lástima por él. También estaba frustrada, pensando que había venido a trabajar en lugar de regresar a casa y descansar.
No había dormido en absoluto la noche anterior. ¿Por qué tenía que venir y trabajar? ¿No se daba cuenta de lo cansado que estaba?
Abigail deseaba poder regañarle. Sin embargo, apartó su irritación y se acercó a él.
—Cristóbal —le dio unas palmaditas ligeras en el hombro.
Él levantó la cabeza y abrió los ojos perezosamente. —Abi, estás aquí —curvó levemente sus labios.
—Deberías tomar un descanso. Mírate. Tus ojos están rojos. Tu cara está oscura. La fatiga se nota en todo tu rostro —le dolía el corazón al ver su aspecto demacrado.