Shawn llegó a la casa de Henry temprano en la mañana del sábado, con el sol apenas asomándose en el horizonte mientras estacionaba su coche en el largo camino de entrada.
Se bajó del coche con su maletín en mano, ajustándose el abrigo contra el aire fresco de la mañana. Mientras caminaba hacia la entrada, el crujido familiar de la grava bajo sus zapatos hizo poco para calmar su creciente impaciencia.
Hoy era el día en que lo disolvería todo. El personal, el hogar, todo eso ya no era necesario.
Shawn tocó el timbre de la puerta, y momentos después, Margaret la abrió, su rostro inexpresivo pero sus ojos traicionaban su emoción. —Buenos días, señor Rosewood —dijo Margaret, haciéndose a un lado para dejarlo entrar.
Desde que el asunto de Henry salió en las noticias, Margaret había querido irse, y ya se habría ido si Shawn no hubiera llamado para instruirles que nadie debía irse hasta que él hablara con ellos.