Cada una de las estanterías estaba llena de ingredientes que iban desde raros hasta únicos. Algunos de ellos Lith solo los había visto en los libros ilustrados para niños que leía a Aran y Leria.
Siempre los había considerado como el McGuffin que los trovadores usaban para justificar giros inverosímiles, pero ahora los estaba mirando y ellos le devolvían la mirada.
—¿Qué demonios es todo esto? —preguntó Kamila a Salaark, quien fue la única tan poco impresionada como ella.
Lith y Solus, en cambio, se comportaban como niños en una juguetería.
—Cosas de trabajo. Cosas aburridas. —La Señora Suprema rodó sus ojos, molestándose—. Si esto es lo que querías compartir conmigo, podrías haberme enviado una foto.
—Yo sé que mi laboratorio no es nada especial según tus estándares pero-—
—¿Cómo hiciste eso? —Lith acababa de descubrir que la PC de Leegaain no necesitaba un ratón.