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5.4% The Charm of the Beast / Chapter 6: Seis. Cuentos de miedo.

Bab 6: Seis. Cuentos de miedo.

El viernes, Jessica me formulo un montón de preguntas acerca de mi almuerzo con Edward y en Trigonometría me pregunto:

—¿Qué quería ayer Edward Cullen? —

—No lo sé. —respondí con sinceridad. —En realidad, no fue al grano. —

—Parecías como enfadada. —comento para ver si me sonsacaba algo.

—¿Sí? —mantuve el rostro inexpresivo.

—Ya sabes, nunca antes lo había visto sentarse con nadie que no fuera su familia. Era extraño. —

—Si, muy extraño. —coincidí.

Parecía asombrada. Se aliso sus risos oscuros con impaciencia. Supuse que esperaba escuchar cualquier cosa que le pareciera una buena historia para contar.

En la cafetería, en mi mesa de siempre no hacían más que habla de los planes para el día siguiente. Mike volvía a estar animado, depositaba mucha fe en el reporte del clima, que predecía sol para el sábado. Tenía que verlo para creerlo, pero hoy hacia más calor, casi doce grados. Puede que la excursión no fuera del todo espantosa.

Intercepté unas cuantas mirada poco amistosas por parte de Isabella durante el almuerzo, hecho que no comprendí hasta que salimos todos juntos del comedor. Estaba justo detrás de ella, a unos cuantos pasos de su cabello castaño, y no se dio cuenta, desde luego, cuando oí que le murmuraba a Mike:

—No sé por qué Elina... —sonrió con desprecio al pronunciar mi nombre. —...No se sienta con los Cullen de ahora en adelante. —

Hasta ese momento no me había percatado de la voz irritante que tenía, y me sorprendió la malicia que destilaba.

—<Moquita muerta.> —dije en un susurro.

En realidad no me sorprendía del todo ya que me había dado cuenta de cómo me miraba desde la primera vez que nos conocimos, con envidia.

Carraspee, y ella salto de la impresión, y volteo a verme.

—¿Por qué, en vez de preguntarle a Mike, no me preguntas a mí, Isabella? —dije con la voz calmada pero molesta.

Se puso totalmente roja, no sé si de la vergüenza de que la haya escuchado, o por rabia por no saber cómo contestar. Me di cuenta de que Isabella era de las personas que cuando se enoja empieza a llorar cuando me pareció ver un poco casi nada de agua en sus ojos.

Mike para quitar la atención del asunto contesto a la pregunta que le había hecho ella.

—Es mi amiga, se sienta con nosotros. —le dijo con mucha lealtad pero también de forma un poquito posesiva.

Le sonreí.

—Déjala, Mike, deja que diga todo lo que quiera, después de todo perro que ladra no muerde, bueno en este caso sería perra. —dije con la sonrisa más falsa que pude poner.

Vi como Mike trataba de ocultar su sonrisa con una cara de asombro y Isabella intentaba retener las lágrimas que se le seguían acumulando por el enojo.

Durante la cena de esa noche, Eric y yo, nos sentíamos entusiasmados por el viaje a La Push del día siguiente, ya que últimamente nos quedábamos en casa los fines de semana y no salíamos y eso ya se estaba volviendo un rutina un tanto tediosa. Mis padres parecían aprobar la excursión. Mi padre conocía los apellidos de cada chico que iba a ir al viaje. Me pregunte si aprobarían mi viaje a Seattle con Edward Cullen.

—Appa. —pregunte como por casualidad. —¿Conoces un lugar llamado Goat Rocks, o algo parecido? Creo esta al sur del monte Rainier. —

—Si… ¿Por qué? —

Me encogí de hombros.

—Escuche que algunos chicos comentaban la posibilidad de acampara ahí. —

—No es buen lugar para acampar. —parecía sorprendido. —Hay demasiados osos. La mayoría de la gente acude allí durante la temporada de caza. —

—Oh. —murmure. —Tal vez haya entendido mal el nombre. —

—¿Qué chicos dijeron eso? —pregunto Eric.

—Unos que tu no conoces Eric. —dije intentando que dejara de preguntar.

—Pero no es como que la escuela sea muy grande y no conozca a todos, ¿Quiénes son? —siguió insistiendo.

—<No los conoces, y no preguntes.> —dije remarcando el "no", y dándole un pellizco para que se callara.

—<¡Auch!, ya me callo pues.> —dijo mientras se sobaba el brazo.

Pretendía dormir hasta tarde, pero un insólito brillo me despertó. Abrí los ojos y vi entrar una limpia luz amarilla a chorros por la ventana. No lo podía creer. Me apresure a ir a la ventana para comprobarlo, y efectivamente, allí está el sol. Ocupaba un lugar equivocado en el cielo, demasiado bajo como de costumbre, pero era el sol, sin duda. Las nubes se congregaban en el horizonte, pero en medio del cielo se veía una gran área azul.

Eran las ocho y media cuando me metí a bañar, cuando salí me puse un pants tipo jogger gris, una sudadera con gorro gris, una chamarra de mezclilla y unos tenis viejos.

La tienda de artículos deportivos olímpicos de Newton se situaba en el extremo norte del pueblo. En el estacionamiento reconocí la Suburban de Mike, el Sentra de Tyler.

Vi al grupo alrededor de la parte delantera de la Suburban mientras nos estacionábamos. Eric se fue a reunir con dos chicos con los que compartía clases, eran Ben y Conner. Jess también estaba flanqueada por Angela y Lauren, también estaban otras tres chicas a las que reconocí de inmediato, eran Miranda, Andrea y Grease. Fui y las saludé a todas y les pregunté que si quien faltaba en llegar, Jessica me dijo que faltaban dos chicos más e Isabella. Y como si la hubieran invocado, apareció en su feo y ruidoso pickup y se estaciono a lado del carro de Mike. Cuando bajo del carro pude ver como las chicas la miraban, Andrea la miraba de una manera asesina, creo que todavía no le perdona haberle caído encima durante la clase de gimnasia del viernes. Andrea le susurro algo a Lauren y ella rápido volteo a ver a Isabella con desdén.

Entre la Push y Forks había menos de veinticinco kilómetros de denso y vistoso bosques verdes que bordeaban la carretera. Debajo de los mismos serpenteaban el caudaloso rio Quillayute.

La Push era una playa en forma de media luna de más de un kilómetro y medio llamada First Beach. El agua de color gris oscuro, incluso cuando la bañaba la luz del sol, se veía coronada de espuma blanca mientras se mecía pesadamente hacia la rocosa orilla gris. Las paredes de lo escarpados acantilados de las islas se alzaban sobre las aguas del malecón. Estos alcanzaban altura desiguales y estaban coronados por los pinos que se elevaban hasta el cielo. La playa solo tenía una estrecha franja de auténtica arena al borde del agua, detrás de la cual se acumulaban miles y miles de rocas grandes y lisas que, a lo lejos, parecían de un gris uniforme, pero de cerca tenía todos los matices posibles de una piedra: terracota, verdemar, lavanda, azul grisáceo, dorado mate. La marca que dejaba la marea en la playa estaba sembrada de troncos de color ahuesado, a causa de la sal del mar, arrojados a la costa por las olas.

Una fuerte briza soplaba desde el mar frio y salado. Los pelicanos flotaban sobre las ondulaciones de la marea mientras las gaviotas y un águila solitaria las sobrevolaban en círculos. Las nubes seguían trazando circulo en el firmamento, amenazando con invadirlo de un momento a otro, pero, por otro lado, el sol seguía brillando esplendido con su halo luminoso en el azul del cielo.

Elegimos un camino para bajar a la playa. Mike nos condujo hacia un círculo de troncos arrojados a la playa por la marea. Era obvio que los habían utilizado antes para campamentos como el nuestro. En el lugar ya se veía el redondel de una fogata cubierto de cenizas negras. Eric y Ben, recogieron ramas rotas de los montones más secos que se apilaban al borde del bosque, y pronto tuvimos una fogata en forma de tipi encima de los viejos.

Estaba sentada hablando amenamente con la chicas cuando Mike me llamo, me levanté y me senté a un lado de él.

—¿Han visto alguna vez una fogata de madera arrojada por el mar a la playa? —nos preguntó Mike a Isabella, que estaba sentada al otro lado de él, y a mí.

—No. —le dije, e Isabela solo negó con la cabeza.

Mike se arrodillo junto a la hoguera y encendió la rama pequeña con un encendedor.

—Entonces, les va a gustar… Observen los colores. —

Prendió otra ramita y la deposito junto a la primera. Las llamas comenzaron a lamer con rapidez la leña seca.

—¡Es azul! —exclamamos al unisonó.

—Es a causa de la sal. ¿Precioso, verdad? —

Encendió otra más y la coloco allí donde el fuego no había prendido y luego vino a sentarse a nuestro lado. Por fortuna Jessica estaba a mi lado, y muy disimuladamente le cambié de lugar, ella me sonrió y yo le di un guiño cómplice. Se volvió hacia Mike y reclamo su atención. Contemple las fascinantes llamas verdes y azules que chisporroteaban hacia el cielo.

Después de media hora de platica, algunos chicos quisieron hacer una caminata hasta las marismas cercanas. Me encantaban las pozas que se formaban durante la baja mar.

La caminata no fue demasiado larga, íbamos por el bosque bromeando y riendo, era un poco oscuro, y un poquito aterrador pero no importaba. Debía estar muy atenta a no caerme con las raises del suelo y las ramas que había sobre mi cabeza. Al final nos adentramos en los confines esmeraldas de la foresta y encontramos de nuevo la rocosa orilla.

Había bajado la marea y un rio fluía a nuestro lado de camino hacia el mar. A lo largo de sus orillas sembradas de guijarros hacia pozos poco profundos que jamás se secaban del todo. Era un hervidero de vida.

Algunos tuvieron cuidado de no inclinarse demasiado sobre aquellas lagunas naturales. Yo por mi parte fui más intrépida, brincaba sobre las rocas y me subí en los bordes de forma descuidada.

—{Creo que no estoy cumpliendo mi promesa. Ups.} —pensé con una sonrisa mientras brincaba las roca.

Luego de un rato localicé una piedra de apariencia estable en la cercanía de una de las lagunas más grandes y me senté, fascinada por el acuario natural que había a mis pies.

Finalmente, los muchachos sintieron apetito y me levante con rapidez para ir juntos a la playa, iba tan distraída en la plática que me tropecé con una rama y me hice algunos rasguños poco profundos en las palmas de las manos, pero no me importo, me levante me sacudí las manos y seguí caminando, con los demás.

Cuando regresamos a First Beach, el grupo que habíamos dejado se había multiplicado. Al acercarnos puede ver el lacio pelo negro y la piel cobriza de los recién llegados, unos adolescentes de la reserva que habían acudido para hacer un poco de vida social.

La comida había comenzado a repartirse, y los chicos apresuraron a pedir sus raciones mientras Eric nos presentaba al entrar en el círculo de la fogata. Yo fui una de las primeras en llegar y me di cuenta de que el más joven de los recién llegados, sentado sobre las piedras cerca del fuego, se quedó un rato mirándome, fue un poquito incomodo ya que no sabía quién era, ni cuál era su nombre, solo dejo de verme cuando llego Isabella y la presentaron, la miro como si la conociera de antes.

Me senté junto a Angela, y Mike nos trajo unos emparedados y unos refrescos. Mientras comíamos el chico que tenía aspecto de ser el mayor de los visitantes pronunciaba los nombres de los otro siete jóvenes que lo acompañaba. A lo que pude escuchar una de las chicas también se llamaba Jessica y que el muchacho cuya atención había despertado respondía al nombre de Jacob.

Las nubes comenzaron a avanzar durante el almuerzo. Se deslizaban sobre el cielo azul y ocultaban momentáneamente el sol, proyectando sombras alargadas sobre la playa. Los chicos comenzaron a alejarse en parejas y tríos cuando terminaron de comer. Algunos descendieron para lanzar rocas al mar. Otro se reunieron para hacer una segunda expedición a los pozos.

Para cuando se hubieron dispersado todos, me había quedado sentada junto a Angela e Isabella sobre un tronco, con Lauren y Tyler muy ocupados con reproductor de CD que alguien había traído, y tres adolescentes de la reserva situados alrededor del fuego, incluyendo al más jovencito llamado Jacob y el más adulto, el que actuó como portavoz.

A los pocos minutos, Angela la cual estaba sentada en medio de Isabella y yo, se fue con los paseantes y Jacob se acercó despacio para sentarse en el sitio libre que ella había dejado a mi lado. No le tome mucha atención cuando se sentó estaba entretenida mirando el fuego de color verde cuando escuche que empezó a hablar con Isabella.

—Tu eres Isabella Swan, ¿Verdad? —le dijo.

—Bella. —dijo ella con un suspiro.

—Me llamo Jacob Black. —

¿Black? Yo conozco ese apellido, será el hijo del amigo de mi padre. Como toda persona "educada" interrumpí cuando Isabella iba a contestar.

Le toque el hombro con el dedo índice un par de veces, el volteo y se sorprendió un poco de que le estuviera llamado, y bueno Isabella no se miraba muy contenta de que la interrumpiera.

—¿Tu eres el hijo de Billy Black? —le pregunte.

—Si. —me contesto con una sonrisa.

—Mi padre es amigo del tuyo, ¿No sé si lo conozcas? se llama Graham Yorkie. —le pregunte.

—Oh, si mi padre me hablo de él, se volvieron a juntar y ahora van casi cada fin de semana de pesca junto a Charlie Swan. —me dijo con entusiasmo.

—Si ya se, siempre viene super feliz de sus viajes de pesca con sus mejores amigos. —le dije con una sonrisa. —Soy Elina por cierto. —

—Ya me acorde, tu padre quería comprar el pickup, pero Charlie ya lo había comprado. —me dijo.

—{Qué bueno que no lo compro, es horrible.} —pensé

—Oh, pues que mal. —le dije con sarcasmo que el no detecto. Volteé a ver a Isabella y le dije: —Hay Isabella me ganaste. —le dije con una sonrisita juguetona

Ella solo me miro con una sonrisa falsa.

—Si pobre de ti, que no lo conseguiste. —me dijo ella.

—¿Y has intentado pasar de setenta? —le pregunto Jacob a Isabella.

—No. —le dijo

—Bien. No lo hagas. Dudo que un tanque pudiera con ese viejo dinosaurio. —admitió entre risas.

—Así que fabricas coches…—comente impresionada.

—Cuando dispongo de tiempo libre y piezas. — dijo viéndome. —¿No sabrán de casualidad donde puedo adquirir un cilindro maestro para un Volkswagen Rabbit del ochenta y seis? —añadió graciosamente. Tenía una voz amable y ronca.

—Lo siento. —me eche a reír. —No he visto ninguno últimamente, pero estaré atenta para avisarte. —

La verdad no sabía que era eso, pero era muy fácil conversar con él. Exhibió una sonrisa radiante y me contemplo en señal de aprobación, de una forma que había aprendido a reconocer.

No fui la única.

—Elina. —me llamo Isabella desde el otro lado de Jacob con un tono que pude percibir como insolente. —Es una pena que ninguno de los Cullen hayan venido hoy. ¿Nadie se acordó de invitarlos? —

Su expresión preocupada no era muy convincente.

—¿Te refieres a la familia del doctor Carlisle Cullen? —pregunto el mayor de los chicos de la reserva antes de que yo pudiera responder, para gran irritación de Isabella. En realidad, tenía más de hombre que de niño y su voz era grave.

—Si, ¿Los conoces? —pregunto con gesto condescendiente, mirando hacia él.

—Los Cullen no vienen aquí. —respondió en un tono que daba el tema por concluido e ignorando la pregunta de Isabella.

Contemple al joven de voz profunda, pero el miraba a lo lejos, hacia el bosque. Había dicho que los Cullen no venían aquí, pero el tono que uso daba a entender algo más: que no se les permitía, que estaba prohibido.

Jacob y yo seguimos hablando para conocernos mejor, ya lo consideraba un amigo. Era amigable y podías tener una buena platica con él.

—¿Quieres bajar a dar un paseo por la playa? —interrumpió Isabella. Preguntando hacia Jacob.

Lo dijo como coqueteando de forma muy mala, Jacob se levando.

—¿Quieres venir Elina? —me pregunto Jacob ignorando la cara de molestia de Isabella.

Y solo para molestar pregunte de forma inocente y un poco maliciosa.

—¿No le va a molestar a Isabella? —

—No. —dijo el. —¿Verdad, Bella? —le pregunto con una sonrisa.

—No, para nada. —respondió entre dientes con una sonrisa falsa.

Las nubes terminaron por cerrar filas en el cielo, oscureciendo las aguas del océano y haciendo descender las temperatura, mientras nos dirigíamos hacia el norte entre rocas de múltiples tonalidades, en dirección al rompeolas.

—Así que tienes… ¿Diecisiete años? —le pregunto Isabella, o estaba coqueteando, o ese le metió una basura en el ojo, porque estaba parpadeando como tonta.

—Acabo de cumplir quince. —confeso Jacob halagado.

—¿De verdad? —le dije con sorpresa. —Hubiera jugado que eras mayor. —

—Soy alto para mi edad. —nos explicó.

Isabella y yo nos sentamos en unos troncos, mientras Jacob estaba parado delante de nosotras. No escuchaba mucha de la conversación que tenían ella y Jacob. Cada vez que quería preguntarle algo o hablar con él, ella me interrumpía. Mejor me quede mirando el mar hasta que una pregunta que hiso Isabella me llamo la atención.

—¿Qué decía aquel chico sobre la familia Cullen? —

—¿Los Cullen? Se supone que no se acercan a la reserva. —desvió la mirada hacia una isla mientras confirmaba lo que creía haber oído.

—¿Por qué no? —pregunte esta vez yo.

Me devolvió la mirada y se mordió el labio.

—Vaya. Se supone que no debo decir nada. —

—Vamos no se lo vamos a contar a nadie. Solo es curiosidad. —esboce una sonrisa encantadora, el me la devolvió y pareció tentado a contarnos. Luego alzo una ceja y su voz se hizo más ronca cuando nos preguntó con tono de misterio:

—¿Les gusta las historias de miedo? —

—Me encantan. —conteste.

—Claro. —contesto Isabella.

—¿Conocen alguna de nuestras leyendas ancestrales? —comenzó. —Me refiero a nuestro origen, al de los quileutes. —

—No. —admití.

—Bueno, existen muchas leyendas. Se afirma que algunas se remontan al Diluvio. Supuestamente, los antiguos quileutes amarraron sus canoas en lo alto de los árboles más grandes de las montañas para sobrevivir, igual que Noé y el arca. —nos sonrió para demostrarnos el poco crédito que daba a esas historias. —Otra leyenda afirma que descendemos de los lobos, y que estos siguen siendo nuestros hermanos. La ley de la tribu prohíbe matarlos. Y luego están las historias sobre los Fríos. —

—¿Los fríos? —pregunto Isabella sin esconder su curiosidad.

—Si. Las historias de los fríos son tan antiguas como las de los lobos. De acuerdo con la leyenda, uno de mis ancestros conoció a algunos de ellos. Fue el quien sello el trato que los mantiene lejos de nuestras tierras. —

—¿Uno de tus ancestros? —lo animo ella.

—Era jefe de la tribu, como mi padre. Los fríos son los enemigos naturales de los lobos que se convierten en hombres. Tú los llamarías licántropos. —

—¿Los hombres lobo tienen enemigos? —pregunte.

—Solo uno. —contesto. —Los fríos han sido tradicionalmente enemigos nuestros. Pero un grupo llego a nuestro territorio. No casaban como lo hacían los demás y no debían de ser un peligro para la tribu, así que mi antepasado llego a un acuerdo con ellos: no los delataríamos a los rostros pálidos si prometían mantenerse lejos de nuestras tierras. —

—Si no eran peligrosos, ¿Por qué…? —pregunto Isabella intentando comprender.

—Siempre existe un riesgo para los humanos que están cerca de los fríos, incluso si son civilizados. —puso un tono de amenaza en su voz de forma deliberada. —Nunca se sabe cuándo van a tener demasiada sed como para soportarla. —

—¿A qué te refieres a que son civilizados? —pregunte con curiosidad.

—Aseguran que no casan hombres. Supuestamente son capases de recurrir a animales como presas en lugar de hombres. —

—¿Y que son? ¿Qué son los fríos? —pregunto Isabella.

—Bebedores de sangre. —replico con voz estremecedora. —Su gente los llama vampiros. —

Isabella permaneció con cara de incredulidad por la historia, mientras yo permanecí contemplando el mar, no muy segura de lo que reflejaba mi rostro al entender lo que la historia dejaba a entender si ponías atención.

—Se te ha puesto la piel de gallina. —rio encantado al verme tan concentrada.

—Eres un estupendo narrador de historias. —lo felicite sin apartar la vista del oleaje.

—El tema es un poco fantasioso, ¿no? Me pregunto porque papá no quiere que hablemos con nadie del asunto. —

—No te preocupes. No te vamos a delatar. —dijo Isabella, mientras yo asentía.

—Supongo que acabo de violar el tratado. —se rio.

—Nos llevaremos el secreto a la tumba. — le prometí por la dos.

—¿Qué? ¿Creen que somos un puñado de nativos supersticiosos? —pregunto con voz juguetona, pero con un dejo de preocupación.

—No. —dijo Isabella.

—No. Creo que eres muy bueno contando historias de miedo. Aún tengo los pelos de punta. —le dije.

—Genial. —sonrió.

Entonces el ruido de los guijarros nos alertó de que alguien se acercaba. Giramos las cabezas al mismo tiempo para ver a Mike y a Jessica caminando en nuestra dirección, a unos cuarenta y cinco metros.

—Ah, ahí están, Elina, Bella. —grito Mike aliviado mientras sacudía su brazo por encima de su cabeza.

—¿Ese es tu novio? —Me pregunto Jacob, alertado por los celos de la voz de Mike. No me sorprendió que resultara tan obvio.

—No, definitivamente no. —susurre.

—Cuando tenga el permiso…—comenzó.

—Tienes que venir a Forks. Podríamos salir alguna vez. —le dije de forma sincera. Jacob me había agradado, era alguien de quien podría ser amiga con facilidad.

Mike llego hasta nosotros, con Jessica pocos pasos detrás. Vi como evaluaba a Jacob con la mirada y pareció satisfecha ante su evidente juventud.

—¿Dónde han estado? —nos preguntó.

Bueno creo que la respuesta era bastante obvia, ¿no?

—Jacob nos estaba contando algunas historias locales, ha sido muy entretenido. —le dije mientras le daba una sonrisa a Jacob la cual devolvió.

—Bueno. —Mike hizo una pausa. —Estamos recogiendo. Parece que pronto va a llover. — todos alzamos la mirada al cielo. Sin duda, estaba a punto de llover.

—De acuerdo. —dijo Isabella, mientras nos levantábamos. —Vamos. —

—Ha sido un placer volver a verte Bella. —dijo Jacob mirándola. —Y ha sido un placer conocerte Elina. —dijo ahora burlándose un poco de Mike.

—La verdad que sí. La próxima que Charlie baje a ver a Billy, yo también vendré. —le prometió Isabella.

—Yo también vendré cuando mi padre venga a ver al tuyo. —le dije.

Su sonrisa se ensancho, con mi respuesta.

—Eso sería estupendo. —dijo el viéndome.

—Y gracias. —añadí sinceramente.

Comenzamos a caminar con paso firme entre las rocas hacia el estacionamiento. Había comenzado a caer unas cuantas gotas, formando marcas oscuras sobre las rocas en las que impactaban. Cuando lleguemos al estacionamiento, los otros ya venían cargando todo entre ellos mi hermano, le ayude a meter nuestras cosas a nuestro coche. Al terminar me deslice en el asiento del copiloto y nos fuimos a casa. Recline la cabeza en el respaldo, cerrando los ojos e intentar no pensar con todas mis fuerzas.


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