A pasos apresurados se deslizó entre los iluminados pasillos que compartían trayecto con el bien cuidado jardín. Esquivó a varios esclavos sin intención ufana, ignorando la advertencia que sin falta de respeto expresaba la negra mujer.
--Es un insulto --Bramó, ceñuda y malhumorada--, una afrenta a su persona...
--Dama Nina --Interrumpió con brusquedad y poca cortesía, al tiempo que sujetaba su hombro con fuerza suficiente para hacerla incapaz de moverse--, hay una etiqueta que seguir.
Orion se dignó por fin de levantar el rostro, fingiendo no haber escuchado tan fuerte escándalo.
--Mi señor... --Intervino Fira, no sabiendo interpretar la situación.
--Vuelve a tu puesto, Mujina. --Ordenó, acompañando sus palabras con un lento gesto de mano.
--Trela D'icaya. --Respondió con respeto.
Apartó la mano, no sin antes enviarle un ultimátum con su mirada a la dama Nina, volviéndose al lado de la puerta, por el interior por la desconfianza a la nueva subordinada.
--Expresa tus pensamientos, pero no olvides que te estás dirigiendo a tu señor. --No hubo un mandamiento como tal, solo una amistosa aclaración, pues, aunque era cierto que Nina era una más de sus subordinadas, sentía gran aprecio por la muchacha por su acto rebelde de salvarle la vida y brindarle cobijo por algunos meses, por lo que difícilmente podría actuar en su contra.
--Mis disculpas --Dijo con una sonrisa petrificada, era verdad lo que decía el joven, pero a sus ojos no podía ver al soberano, sino a aquel amigo que la escuchaba sin decir palabra alguna--, mi señor --Suspiró, recuperando la habitual calma, que se esfumó tan pronto como recordó lo sucedido--. Debe castigarlos, mi señor, mostrarles que actuar en su contra en un camino directo a la muerte. Que nunca osen hacer una afrenta similar, que el castigo sea ejemplar para que sirva de mensaje.
--Tu odio te ciega --Dijo al levantarse--, y aunque tus palabras expresan verdad, también hablas con ignorancia --Se acercó, manteniendo una solemne mirada que aterrizó en la muchacha--. Es cierto que mi ejército es poderoso, pero con dificultades podríamos salir vencedores de una invasión similar a la anterior --Explicó con desaliento--. Mis nuevos reclutas aún no están preparados para combatir con su propia especie, y es difícil aceptarlo, pero mi victoria anterior fue más un error de ellos, que un mérito a nuestra estrategia --Inspiró profundo, manteniendo la mirada--. Aunque lo anteriormente mencionado no quiere decir que pase por alto el insulto, solo que mis instintos me dictan que es momento de esperar... Ya llegará el tiempo en que devuelva la bofetada, solo que yo --Sonrió con astucia malévola--, les asestaré un devastador puñetazo.
∆∆∆
El crepuscular cielo amenazaba con el mal augurio de la batalla, de lo inminente, lo que no podía esquivarse, o retrasarse más. Era una un claro mensaje de los Dioses, y los más devotos rezaban porque su soberano estuviera a su lado en tan fatídico día.
--No puedo caminar más --Expresó con un tímido susurro, sujetando su vientre con dolor--, basta, duele.
La volvió a tomar del brazo, jalándola hacía su cuerpo.
--Me importa una mierda lo que sientas. --Repuso, enojado y dispuesto a darle realidad a sus más oscuros pensamientos, mientras regresaba a la caminata.
--Ella me prometió que no me harías daño.
--¿Lo hizo? --Se detuvo con brusquedad, mirándola como una bestia a su presa.
--Sí --Asintió con una dolorosa expresión--, bueno, no con tales palabras...
--Sin mentiras, maga. --Alzó la voz, retomando la atracción forzosa.
--¡Espera! --Gritó, liberando una sutil, pero devastadora energía.
Orion se quedó ahí, de pie, estupefacto por lo que sentía, no podía describir lo que sus más profundos pensamientos le dictaban, pero, si podía asegurar algo, diría con poca certeza que aquella energía le pertenecía a él, motivo que causó un inexplicable enojo, como sentimientos confusos.
--¿Me robaste mi energía? --Se oscureció su mirada, pero el conflicto le impidió hacer realidad la ejecución pensada.
No contestó, ¿y como podría hacerlo? El dolor que ahora experimentaba era el suficiente para mantener a cualquiera en el suelo, gimiendo y suplicando piedad, pero no Helda, ella se mantuvo de pie, con el rostro rojo y sudoroso, mientras apretaba y sostenía su vientre.
--Señor Barlok --Dijo Anda tan pronto como apareció a espaldas de su soberano--, una centena de jinetes ha aparecido al Sureste de la vahir, tal vez más. Uno de ellos lleva en alto el palo blanco, mi señor.
Recobró la compostura, haciendo suyo el profundo respiro tranquilizador.
--Reza a tus Dioses, maga, súplica misericordia de ellos que tanta fortuna te han designado, porque al caer la noche, tu futuro será decidido --Le lanzó una última mirada, antes de volverse a su subordinado, que esperaba la orden con una expresión calma--. Amárrala de las manos y tráela... Y si usa siquiera un ápice de energía mágica, mátala. --Desvió la mirada, bajando el primer escalón.
∆∆∆
El rumor se extendió como fuego en paja seca, los lugareños, que en su mayoría pertenecían a la clasificación de: no humanos, se retiraron con rapidez a la fortaleza tan pronto como la sombra del enorme ejército en la lejanía se acercaba, y el inconveniente hubiera tenido fatales consecuencias sin la apropiada e idónea presencia del escuadrón: Las Garras de Oso, que, con armas en mano formaron una larga línea, solo esperando la orden de su superior para transformarse.
Los soldados se equiparon las armaduras tan pronto como escucharon el cuerno, agrupándose en el centro de la vahir en formaciones defensivas. Los arqueros se ubicaron en posiciones altas y sigilosas, provechosos para tiros sorpresa, mientras la caballería se empleaba de arcos, formándose en los flancos. No era una formación inexpugnable, pero para atravesarla al menos mil buenos hombres tendrían que sacrificar sus vidas.
--¿Cuántos? --Preguntó, interesado.
--No más de doscientos jinetes, mi señor. --Respondió el hombre, recobrando el aliento.
--¿Cuántos a pie?
--No puedo estar seguro, mi señor --Pensó, dudoso, pero tan pronto como observó la gélida mirada de su soberano, su voz volvió--. Dos miles... no pude distinguir más, lo siento, mi señor.
--Regresa --Se volvió a la dama a su lado, ignorando la despedida respetuosa del explorador--. Seré la vanguardia, tú, sé el escudo que proteja estas tierras.
--Sí, Trela D'icaya. --Respondió Mujina, desanimada por quedar atada de manos en una orden que no le complacía mi en lo más mínimo.
Cruzó el umbral de la fortaleza, haciendo suyo el aire inquieto que se respiraba en derredor.
--Solo uno muy estúpido lo traicionaría, mi señor --Dijo Astra, con el arco en mano izquierda--, y un estúpido así no pelea. Pero si mis palabras desacertan, estaré a su lado, mi señor. Y será un orgullo... --Se tragó sus últimas palabras, evitando que la mirada de la muerte se clavase en sus cuerpos.
--Y yo. --Convino Fira, manteniendo su mano en la empuñadura de su espada.
--Hay tiempo para la muerte y tiempo para la vida --Dijo, con un tono que se asemejaba al de un anciano sabio--, yo he disfrutado demasiado de la muerte, y por eso entiendo que no es su momento. Se quedarán atrás, y es una orden.
--No puede --Repuso Fira, sus ojos se humedecieron al pensar en el trágico final, no aceptando la decisión errada de su soberano--. Es nuestro señor, nuestro Dios --Añadió convencida--, no puede dejarnos solos.
--Y no lo haré --Su sonrisa se hizo más profunda--, porque no pienso morir.
Helda bajó el rostro, no dispuesta a mantenerle la mirada a la alta mujer a su lado, que sin duda la culpaba de todo, sin siquiera conocer el porqué.
∆∆∆
El cielo se fue oscureciendo, brindando a las verdes tierras de la vahir los últimos rayos solares. Los civiles, ahora protegidos por la gran fortaleza continuaban inquietos, congregándose en lo arrinconado de los muros, temiendo que la batalla estallara, y ellos, al estar cerca de las puertas principales fueran los primeros en caer muertos.
Orion se encaminó al frente de todo, con el corazón galopante como un enloquecido corcel, algo que le sorprendía, pues en su vida había temido la batalla, así como la muerte, pero ahora, parecía que tenía miedo, miedo a perderlo todo y nunca volver a recuperarlo.
--Nunca me interesé por nada --Dijo, admirando las pacíficas nubes--, la vida dentro de ese maldito lugar me impedía pensar en lo que podría suceder al otro día. Vivía solo por vivir, pero aquí todo es diferente, me gusta este lugar, y si para protegerlo debo enfrentarme a lo que más le temo. Lo haré --Exhaló con determinación--... Sonríe, maga --Apoyó el filo de su daga sobre el cuello terso de la aterrada Helda--, que tu madre aprecie tu sonrisa antes de verte morir.
--¿Mi madre? --Musitó, no creyendo lo que había escuchado.
--O tal vez te deje presenciar su muerte antes de la tuya. No me he decidido.
Los jinetes avanzaban a trote, cercando ambos flancos de las llamadas huestes enemigas, que al recibir la orden fue detenida de inmediato. Al cabo de unos minutos, tres jinetes se separaron de la formación, acercándose con el palo blanco en alto.
Orion hizo aparecer cinco espadas ilusorias con la ayuda de su habilidad [Espadas danzantes], manteniéndolas flotando por encima de su cabeza de forma amenazadora.
--Por favor --Dijo Sadia al ver la daga sobre el cuello de su preciada hija, temiendo que toda su odisea hubiera servido para nada--, mantén tu promesa. He cumplido, los he traído... --Instó a su subordinada a callarse con un sutil ademán de mano, sabiendo que la idea de la guerrera era de lo más irrazonable.
Orion guardó silencio, apreciando la delgada silueta montada a la que se dirigían con el título de: Durca, notando las ojeras de sus ojos y sus labios partidos, si bien conservaba su deslumbrante belleza y la enigmática aura que la rodeaba, la dignidad y majestuosidad tan característica de su persona había desaparecido.
--Has traído un ejército a mis puertas. --Dijo, presionando la daga con una furia controlada. Una delgada línea se dibujó en el cuello de Helda.
Los caballos relincharon, conscientes del peligro que representaba aquel alto hombre.
--Lo he hecho --Asintió--, pero sin intenciones de ofenderlo. Usted sabe mejor que nadie que estas tierras ocultan males tan peligrosos como misteriosos. Males que no solo atacarían a los míos, sino también a sus esclavos --Explicó con solemnidad, pero con el nerviosismo que representaba la advertencia en la yugular de su hija--, y no iba a permitir que eso sucediera. --Inspiró profundo, y por su mirada contemplativa del pasado, Orion dedujo de un posible enfrentamiento que la había dejado agotada mentalmente.
--¿Cuántos de los tuyos has traído? --Preguntó, sin relajar la presión que ejercía el filo de la daga.
--Doscientos veinte jinetes y ciento cincuenta soldados ligeros. --Confesó, sin segundas intenciones.
Exhaló en un soplido, maldiciendo para sus adentros al entender tardíamente que había malinterpretado la información recibida.
Fue en ese momento de silencio cuando la Durca se percató de algo que había pasado por alto por mantener su atención en la mortal amenaza de la daga. El vientre de su hija estaba inflamado, había adelgazado de sus brazos y rostro, y sus ojos brillaban, rebosantes de vida, entendiendo, pero no creyendo lo que veían sus ojos, y Helda fue consciente de lo que pensaba su madre, así que, con una mirada temerosa la instó a callar.
--Bastardo. --Musitó Bojana, la guardia personal de la Durca, quién también se había hecho con la idea de lo sucedido.
Youns se limitó a esperar la orden, preparado para repartir muerte, aunque la energía de su enemigo le influyese a lo contrario.
--Orion... --Intervino Helda, apremiada a cortar el silencio para evitar alguna habladuría de más.
--Gozas de buena fortuna, maga --Le interrumpió, bajando la daga y haciéndola desaparecer a oscuras de los presentes--. Déjame verlos.
Sadia ordenó a los suyos a dejar en libertad a los Kat'os y esclavos que había traído consigo.
--Cuatrocientos de la raza Kat'o --Informó al verlos acercarse, prefiriendo callar sobre los detalles de sus vidas o travesía por temor a una mala respuesta--, y seiscientos esclavos con buenas habilidades manuales... Y por supuesto, la hermana de Itkar. --Señaló con sus ojos al jinete que se acercaba, con la dama retenida en su regazo.
Los jinetes pasaron de largo, conduciendo a los esclavos y Kat'os al centro de la vahir, y con la permisiva de Orion en forma de una seña de mano a su ejército, se logró el libre tránsito, evitando interacciones fuera de lugar cuando los jinetes hicieron por marcharse.
--Cumplí.
--Lo hiciste --Respondió luego de un momento--. Ve con tu madre, eres libre. --Le empujó el hombro, no muy a gusto con dejarla en libertad, pero sabiendo que era la única manera de evitar un derramamiento de sangre innecesario.
Helda alzó la mirada, pero prefirió callarse al ver esos ojos azules con matices rojizos. Se perdió por un momento, no creyendo que después de toda interacción y amenazas, era libre, la dejaba ir con su hijo en el vientre, no podía creerlo, pero no hizo por presentar sus dudas, quería estar a salvo, y el mejor lugar era al lado de su madre, o al menos eso le decía a su corazón.
*Adiós, Orion. --Regresó su mirada al frente, despidiéndose con una lágrima que resbaló por sus mejillas.
Al mismo tiempo la Durca le quitó la bolsa de tela que cubría el rostro de la cautiva, obligándola a caminar al frente. La dama avanzó a pasos torpes, la oscuridad y confusión no le permitieron vislumbrar con claridad al hombre a unos pasos de ella, el mismo que hace algunos meses la había obligado junto con su hermano a escapar de su hogar, y con la incógnita de lo que estaba sucediendo, se detuvo a su lado, temerosa al ser asesinada por su desobediencia.
--Cosut --Ordenó, para de inmediato cambiar su expresión a una más dichosa por tener a su lado a su hija. El anciano llegó, presentándole en sus manos dos cachorros negros, regordetes y de orejas puntiagudas--. Yenos lo bendice --Dijo al acercarse, y con una postura ligeramente sumisa, le hizo entrega de ambos cachorros--. Alguna vez pertenecieron a una raza poderosa, y aunque perdidos de ese poder, conservan la majestuosidad de su sangre, como su ferocidad.
Orion no aceptó de inmediato, pues, aquel con el nombre de Yenos lo recordaba por una de sus lecturas, sabía que pertenecía al panteón principal de los Dioses que los humanos adoraban. Patrono de los acuerdos y promesas, conciliador y benevolente con los que en su nombre cumplían sus palabras, pero malévolo con quiénes la rompían, y aunque no era conocedor de las costumbres humanas, tampoco era un idiota que deseara tener la maldición de algunos de esos extraños Dioses. Abrió su interfaz y con materiales poco comunes confeccionó un hermoso collar de oro, con una piedrecilla roja de colgante, que hizo aparecer un segundo siguiente, e hizo entrega a la dama sorprendida. La valía de tal pieza de joyería no se basaba principalmente en la calidad de sus materiales, sino en el poderío que guardaba, poseyendo un increíble poder defensivo, y la Durca fue consciente de ello, así como el mago Cosut, pero con un muy panorama superficial.
*Le interesa. --Pensó Sadia, malinterpretando la acción del gobernador de Tanyer.
--Ahora salgan de mis tierras. Y si osan regresar, no habrá acuerdo que me limite a hacerme con todas sus cabezas. --Observó por última vez a la maga, quién en conflicto le regresaba la mirada.
La Durca asintió, despidiéndose como lo haría de un igual, y sin hacerse de la montura regresó a dónde sus jinetes esperaban.
--Camina, niña. Ya tendrás tiempo para llorar. --Se dio media vuelta, regresando con los suyos con ambos cachorros en sus brazos, a los que le habían dejado una buena impresión después de inspeccionar sus atributos generales.
∆∆∆
El ambiente era irrespirable, pesado y tétrico, pero ni ello impidió que avanzará entre las tinieblas que rodeaban las celdas.
--Hay tiempo para la muerte y tiempo para la vida --Dijo, con una sonrisa de oreja a oreja--. Si hoy vives, es porque así lo decidí ¿Comprendes?
El hombre de graves heridas y encadenado de cuello, piernas y manos asintió con dificultad, no logrando articular palabra.
--Llegará el momento para que pagues por mi misericordia, pero no será hoy, así que recupérate.
--Sangre --Dijo con un tono difícil de entender por el desgarro de sus cuerdas vocales--... necesito... sangre.
--Tal vez, Dur, tal vez...
∆∆∆
El trote de los caballos era lo único audible fuera del carruaje. La luz artificial por parte del artefacto mágico brillaba, iluminando los rostros de dos damas parecidas, pero al mismo tiempo muy diferentes.
--¿Te obligó? --Dijo por fin, rompiendo el silencio.
--No --Negó la cabeza, adolorida, pero en calma--. Fue mi voluntad.
--¿Una sola vez?
--Sí. --Asintió, disgustada con tal pregunta, pero sin la fuerza para discutir.
--Fue una suerte. --Dijo, sonriente.
--¿Suerte? --Preguntó confundida.
--Sí, mi niña. El hijo de un Seet es un regalo, la bendición de diez vidas, y con gracia los Dioses han velado por ti.
--¿Un Seet? ¿El? Es demasiado joven.
--Lo es --Afirmó con la cabeza--, demasiado para sus capacidades verdaderas. Considero que oculta su edad bajo hechizos rejuvenecedores, o de ilusión... --Helda negó con la cabeza.
--Una ilusión no es, lo vi inconsciente, y si de una ilusión se tratase, hubiera desaparecido al momento que el amo del hechizo perdiera la facultad de controlarlo --Sadia asintió--, y aunque no puedo decirlo con confianza, pues mi conocimiento es insuficiente, tampoco ocupa hechizos de rejuvenecimiento, pues si así fuera, quedaría una ínfima huella energética.
--Pudo bloquearla a tus ojos, mi niña, los Seet son así, enigmáticos, ni yo misma pude ver la energía natural que lo rodea.
Helda se mostró sorprendida, tenía en muy alta estima la capacidad de su madre en la magia, era una de las magas más poderosas del reino, con un conocimiento que dejaría a cualquier maestro de academia embobado y pidiendo por más.
--Dudo de su juventud, porque yo misma me convertí en una Aels al cumplir mi primer ciclo, y mi padre, tenía no menos de tres ciclos cuando alcanzó el límite del entendimiento... Pero también dudo que sea alguien de edad avanzada, sus ojos son temerarios, siniestros y rebosantes de vida, como si pudiera comerse el mundo entero. No sé --Suspiró al no encontrar respuesta a sus propias preguntas--, es inexplicable el sentimiento, pero admito que le temo, la oscuridad y sangre que carga a sus espaldas es increíblemente densa, y jamás dude de que pudiera cumplir con sus amenazas. Es por ello que me alegro de tu fortuna, mi niña...
--No iba a matarme. --Dijo, vacilante.
--Cargas a su hijo y posó una daga en tu cuello, mi niña, sus ojos nunca dudaron.
--No iba a matarme --Repitió, aunque con más certeza--. No puede, lo intentó, pero desistió al sentirlo, tiene un vínculo con él --Señaló su vientre con la mirada--, y aunque no lo sabe, no podía matarme.
--¿No lo sabe? ¿Piensa que es de alguien más? --Casi se levantó-- ¿Es de alguien más?
--Por supuesto que no --Se opuso con vehemencia, tanto que el dolor volvió a ella, teniendo que tomar otro trago del té especial que su madre preparó--. Solo él me ha tenido.
--Explicate, entonces.
--No lo sé, cuando lo conocí ignoraba muchas cosas que ahora domina como un maestro. Es alguien enigmático, desconozco su origen, y de lo que en realidad es, porque no es un no humano, de eso estoy casi segura. --Afirmó, aunque con un poco de duda.
--Estoy de acuerdo, se asemeja más a nosotros, pero hay algo en él que lo hace tan distinto --Suspiró--, pero, eso no es lo importante. Si no traer a este mundo a ese poderoso retoño, que hará que la casa Lettman se mantenga por otros ciclos más.
--Sí, madre.
--Por cierto ¿Sabes su nombre?
Helda asintió, sintiendo una fuerte patada en su estómago.
--Orion.
--Como el Dios. --Dejó salir sus pensamientos.
--Sí, fue lo mismo que pensé en ese entonces.
∆∆∆
El mundo todavía era desconocido para el joven señor de Tanyer, y aunque en su vahir se experimentaba la tranquilidad y el goce por los amigos y familiares devueltos, fuera de las tierras malditas, el nombre de Orion comenzó a circular por las principales casas de Jitbar, llegando con rapidez a los oídos de los grandes clanes de las Tierras Salvajes. Orion <El Destructor de Ejércitos> <El asesino de Lucian> <El de la Mirada Siniestra>, fuera como fuese conocido, siempre lo acompañaba un rumor más: el hombre se encontraba en las puertas de la muerte por la herida recibida en la última batalla, y como decía el refrán: aquel que goza de renombre que se esconda, porque los lobos acechan.