Ayira con paso tímido atraviesa el corredor que la lleva a la habitación nupcial. Al llegar al umbral ve a Jalila y unas tres mujeres que tranquilamente la esperan. Están allí para prepararla en su primer noche como la esposa de Nael Yamid.
—Te has convertido en la esposa de mi hermano y estoy muy feliz, —mientras habla, ayuda a Ayira a quitarse el vestido nupcial— pero mucho más soy feliz, porque hoy te has convertido en mi hermana Ayira. Y deseo para ti y mi hermano toda la felicidad que se merecen para su vida juntos.
Habla y su voz suena entusiasmada, pero Ayira ya no la escucha, su atención está en como salvarse de su próximo encuentro con su reciente esposo. Mientras unas de las mujeres prolijean donde su cuerpo descansará junto al de Nael Yamid, no puede evitar ponerse nerviosa al pensar que seguro, el emir pretenderá con ella, tener una noche de lujuria. "Pues a buen puerto irá por agua", —se dijo— y se sintió como aquella vez en que en cautiverio de "La bestia", aquellas mujeres por orden suya la hicieron sentir como una muñeca de trapo al vestirla y peinarla. Se incomodó aún más cuando una de las presentes le dijo con voz cómplice a Jalila:
—No sé mi princesa, para qué tanto atavío a mi señora, —dijo sonriendo, y guiñando un ojo continuó hablándole a Jalila— seguro muy poco dura todo este arreglo en presencia del emir...
Jalila apenas logró articular su boca para emitir palabra, porque Nael Yamid alcanzó a escuchar el atrevido comentario de la mujer y adelantándose a su hermana dijo:
—Bueno dejen de avergonzar a Ayira, que ya se le han puesto rojas sus mejillas debido a su comentario.
Dicho esto, gentilmente, despidió a las mujeres que atendían a Ayira y con ternura se dirigió a su hermana cuando le dijo:
—Ahora bésame hermanita y saluda a Ayira, —mientras habla le sonríe con esa sonrisa tan alegre que tanto ama Jalila, y que Ayira la encuentra insoportable— mañana ya tendrán bastante de que hablar ustedes.
Jalila saluda y cuando parte dejando solos a los recién casados, el joven voltea y se dirije a la cama; ya recostado cómodamente en ella palmea el lecho en el lugar que debe reposar Ayira y muy fresco, como es su costumbre le dijo:
—Ven aquí querida, seguramente has de estar cansada y tu cuerpo necesita su descanso reparador.
Ayira, que no lo ha mirado hasta entonces, más que de reojo, le lanza una mirada que puede acobardar al hombre más valiente.
—Está bien Ayira, puedes estar tranquila. —Su voz suena calma, al tiempo que tranquilizadora— Yo no fuerzo a las mujeres a nada que no quieran. Podrás pensar de mí que soy un hombre miserable, pero aunque no lo creas no lo soy. —Y su rostro se volvió amigable cuando la mira sincero y agrega—: Si sientes que tu honra estará mejor a salvo mira —: Toma unos cuantos mullidos almohadones que se encuentran en el lecho, los deposita en el suelo no muy lejos de este y recostándose sobre ellos le dice—: Hasta velaré desde aquí tu sueño.
Ella lo mira con desconfianza, pero el joven con un movimiento de su cabeza le indica el aposento y con voz que a Ayira le supo suave, pero en realidad era la voz de un hombre derrotado, dolido y triste, le dice:
—Anda, ve y descansa—. Tras un hondo suspiro que la joven no supo interpretar, entre cansado y hastiado se tendió en el lecho improvisado y cumplió su promesa. En ese momento Ayira pudo apreciar que Nael Yamid no es tan ruin como lo cree.
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