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Para: Legumbre%pitia@ahoralovesahoranoloves.com De: Graff%peregrinacion@colmin.gov
Sobre: ¿No somos listos?
Supongo que se te puede permitir que des rienda suelta a tu humor adolescente al usar seudónimos tan obvios como legumbre%pitia, y sé que se trata de una identidad de un solo uso, pero la verdad es que evidencia un descuido que me preocupa. No podemos permitirnos perderte a ti ni a tu acompañante porque tengas que hacer un chiste.
Se acabó el imaginar que podría influir en tus decisiones. Las primeras semanas transcurridas desde la llegada del belga a RP han sido anodinas. Tus padres y los de tu acompañante están en entrenamiento y cuarentena, preparándose para subir a una de las naves coloniales. No los dejaré marchar sin tu aprobación a menos que se produzca una emergencia. Sin embargo, en el momento en que sobrepasen la fecha de embarque de su grupo de entrenamiento, llamarán la atención y los rumores empezarán a correr. Es peligroso mantenerlos demasiado tiempo en la Tierra. Y una vez que estén fuera, será aún más difícil hacerlos, regresar. No quiero presionarte, pero el futuro de vuestras familias está en juego, y hasta ahora ni siquiera lo habéis consultado directamente con ellos.
En cuanto al belga, PW le ha dado un trabajo: ayudante del Hegemón. Tiene su propio membrete e identidad e-mail, una especie de ministerio sin portafolio, sin ninguna burocracia a sus órdenes ni ningún dinero que manejar. Sin embargo, está ocupado todo el día. Me pregunto qué hace.
Tendría que haber dicho que el belga no tiene ningún personal oficial. De manera no oficial, Suri parece estar a su servicio. He oído por varios observadores que el cambio en él es sorprendente. Nunca te mostró ese exagerado respeto a ti ni a PW como hace con el belga. Cenan juntos a menudo, y aunque el belga nunca ha llegado a visitar los barracones y los grupos de entrenamiento o acompañado a tu pequeño ejército a las misiones o maniobras, es inevitable deducir que el belga está cultivando algún grado de influencia e
incluso control sobre la pequeña fuerza de choque de la Hegemonía. ¿Estás en contacto con Suri? Cuando intenté tratar el tema con él, ni siquiera me contestó.
En cuanto a ti, mi brillante amiguito, espero que te des cuenta de que todas las falsas identidades de sor Carlotta fueron proporcionadas por el Vaticano, y que al utilizarlas por tu cuenta las paredes del Vaticano resuenan como si sonara una trompeta.
Me han pedido que te asegure que Aquiles no tiene ningún apoyo dentro de sus filas, y que no lo ha tenido nunca, ni siquiera antes de que asesinara a Carlotta, pero si ellos pueden seguirte con esa facilidad, quizás otra persona pueda hacerlo también. Como dicen, para el sabio una palabra es suficiente. Y yo he escrito ya cinco párrafos.
Graff
Petra y Bean viajaron juntos durante un mes antes de que las cosas llegaran a un estancamiento. Al principio Petra se contentaba con dejar que Bean tomara todas las decisiones. Después de todo, ella nunca había tenido que viajar así antes, bajo identidades falsas. Él parecía tener todo tipo de documentos, algunos de los cuales lo acompañaron en las Filipinas, mientras que otros estaban repartidos por varios escondites de todo el mundo.
El problema era que todas las identidades de ella estaban diseñadas para una mujer de sesenta años que hablaba unos idiomas que Petra no había aprendido jamás.
—Esto es absurdo —le dijo a Bean cuando él le tendió la cuarta de esas identidades—. Nadie se lo creerá ni por un momento.
—Sin embargo, lo hacen.
—Y me gustaría saber por qué —replicó ella—. Creo que hay algo más que papeleo. Creo que recibimos ayuda cada vez que pasamos por una comprobación de identidades.
—A veces sí, a veces no —dijo Bean.
—Pero cada vez que utilizas una conexión de las tuyas para que un guardia de seguridad ignore el hecho de que no parezco lo bastante vieja para ser esta persona...
—A veces, cuando no has dormido lo suficiente...
—Eres demasiado alto para dártelas de santito. Así que déjalo estar.
—Petra, estoy de acuerdo contigo —dijo Bean por fin—. Todas estas identidades eran para sor Carlotta, y no te pareces a ella, y es verdad que estamos dejando un rastro de favores pedidos y favores hechos. Así que necesitamos separarnos.
—Dos razones por las que eso no sucederá —dijo Petra.
—¿Quieres decir además del hecho de que viajar juntos fue idea tuya desde el principio? ¿Que me chantajeaste porque ambos sabemos que te matarían sin mí?... Cosa que, ya veo, no te ha impedido criticar la forma en que te sigo manteniendo viva.
—La segunda razón —dijo Petra, ignorando sus esfuerzos por iniciar una pelea—, es que mientras estemos huyendo no puedes hacer nada. Y no hacer nada te vuelve loco.
—Estoy haciendo un montón de cosas —dijo Bean.
—¿Además de conseguir que pasemos ante estúpidos guardias de segundad con malos documentos de identidad?
—Ya he iniciado dos guerras, curado tres enfermedades, y escrito un poema épico. Si no fueras tan centrada en ti misma te habrías dado cuenta.
—Eres tonto de la haba, Julian.
—Permanecer vivo no es hacer nada.
—Pero no es lo que quieres hacer con tu vida —dijo Petra.
—Permanecer vivo es todo lo que siempre he querido de mi vida, niña querida.
—Pero al final, fracasarás en eso —dijo Petra.
—Nos pasa a la mayoría. A todos, en realidad, a menos que sor Carlotta y los cristianos tengan razón.
—Quieres conseguir algo antes de morir. Bean suspiró.
—Porque tú quieres eso, crees que lo quiere todo el mundo.
—La necesidad humana de dejar algo detrás es universal.
—Pero yo no soy humano.
—No, eres sobrehumano —dijo ella, disgustada—. No se puede hablar contigo, Bean.
—Y sin embargo insistes.
Pero Petra sabía perfectamente bien que Bean pensaba igual que ella: que no era suficiente permanecer escondidos, yendo de un sitio a otro, tomando un autobús aquí, un tren allá, un avión hacia alguna ciudad lejana, sólo para empezar de nuevo unos cuantos días después.
El único motivo que exigía que permanecieran vivos era poder conservar su independencia el tiempo suficiente para trabajar contra Aquiles. Pero Bean seguía negando que tuviera ese motivo, y por eso no hacían nada.
Bean se había portado de manera enloquecedora desde que Petra lo conoció por primera vez en la Escuela de Batalla. Entonces era poco menos que un mocoso diminuto, tan precoz que parecía pedante incluso cuando daba los buenos días, e incluso después de haber trabajado con él durante años y haber llegado a advertir su verdadera medida en la Escuela de Mando, Petra seguía siendo la única miembro del grupo de Ender que apreciaba a Bean.
Le gustaba, y no de la manera condescendiente en que los chicos mayores toman bajo su protección a los más pequeños. Nunca había habido ilusión alguna de que Bean necesitara ningún tipo de proteccción. Llegó a la Escuela de Batalla como un superviviente consumado y, en cuestión de días (quizás en cuestión de horas), sabía más sobre el funcionamiento interno de la escuela que nadie más. Lo mismo se cumplió en la Escuela de Táctica y la Escuela de Mando, y durante aquellas cruciales semanas antes de que Ender se reuniera con ellos en Eros, cuando Bean dirigió al grupo en las maniobras de prácticas.
Los otros se picaron con Bean entonces, por el hecho de que hubieran elegido al más joven de todos para dirigirlos en lugar de Ender y porque temían que fuera su comandante para siempre. Se sintieron aliviados cuando Ender llegó, y no trataron de ocultarlo. Eso tuvo que herir a Bean, pero Petra parecía ser la única que pensaba en sus sentimientos. Para lo que le servía. La persona que menos parecía pensar en los sentimientos de Bean era el propio Bean.
Sin embargo, valoraba su amistad, aunque rara vez lo demostraba. Y cuando ella fue dominada por el cansancio durante una batalla, él fue el único que la cubrió, y fue el único que demostró que seguía creyendo en ella con tanta firmeza como siempre. Ni siquiera Ender confió en ella del todo con el mismo nivel que antes. Pero
Bean continuó siendo su amigo, aunque obedeció las órdenes de Ender y la vigiló en todas las batallas restantes, dispuesto a cubrirla si volvía a venirse abajo.
Bean fue el único con quien ella contó cuando los rusos la secuestraron, el único que sabía que recibiría el mensaje que ocultó en un gráfico de e-mail. Y cuando estuvo en poder de Aquiles, fue Bean quien consideró su única esperanza de rescate. Y él recibió su mensaje, y la salvó de la bestia.
Bean podía fingir, incluso ante sí mismo, que lo único que le importaba era su propia supervivencia, pero de hecho era el más leal de los amigos. Lejos de actuar de manera egoísta, se comportaba intrépidamente con respecto a su propia vida cuando tenía una causa en la que creía. Pero él mismo no lo comprendía. Como se conside- raba completamente indigno de amor, tardó mucho tiempo en saber que alguien lo amaba. Por fin comprendió a sor Carlotta, mucho antes de que muriera. Pero daba pocas muestras de reconocer los sentimientos que Petra albergaba hacia él. De hecho, ahora que era más alto que ella, actuaba como si la considerara una hermana pequeña molesta.
Y eso la fastidiaba.
Sin embargo, estaba decidida a no abandonarlo. Y no porque dependiera de él para su supervivencia. Temía que en el momento en que Bean estuviera solo, se embarcara en algún plan arriesgado para sacrificar su vida y poner fin a la de Aquiles, y eso sería un resultado insoportable, al menos para Petra.
Porque ella ya había decidido que Bean se equivocaba en su creencia de que no debería tener hijos nunca, que las alteraciones genéticas que lo habían convertido en un genio semejante morirían con él cuando su crecimiento incontrolado acabara por matarlo.
Al contrario, Petra tenía todas las intenciones de engendrar a sus hijos.
Y en esa situación, al verlo comportarse de manera alocada con sus constantes ocupaciones que no conseguían nada importante pero que hacían que cada vez estuviera más irritado y fuera más irritable, Petra no tenía tanta capacidad de control para replicarle. Se gustaban genuinamente el uno al otro, y hasta ahora habían mantenido sus discusiones a un nivel que ambos podían pretender como simple broma, pero algo tenía que cambiar, y pronto, o realmente tendrían una pelea que haría imposible que estuvieran juntos... ¿y qué sucedería entonces con sus planes para tener hijos de Bean?
Lo que finalmente hizo que Bean cambiara fue el hecho de que Petra sacara el tema de Ender Wiggin.
—¿Para qué salvó a la raza humana? —dijo un día, exasperada, en el aeropuerto de Danvin.
—Para poder dejar de jugar a ese estúpido juego.
—No fue para que Aquiles pudiera gobernar.
—Algún día Aquiles morirá. Calígula lo hizo.
—Con ayuda de sus amigos —señaló Petra.
—Y cuando se muera, alguien mejor le sucederá. Después de Stalin estuvo Kruschev. Y después de Calígula, Marco Aurelio.
—No justo después. Y treinta millones de personas murieron cuando gobernaba Stalin.
—Eso representa treinta millones de personas sobre las que ya no gobernó — dijo Bean.
A veces podía decir las cosas más terribles. Pero ella lo conocía lo suficientemente bien para saber que hablaba con tanta dureza cuando se sentía deprimido. En ocasiones como ésa decía que no era miembro de la especie humana y
que la diferencia lo estaba matando. No era lo que realmente sentía.
—No eres tan frío —dijo ella.
Él solía discutir cuando ella trataba de reafirmarlo en su humanidad. A Petra le gustaba pensar que tal vez estaba consiguiendo algo, pero temía que él hubiera dejado de responder porque ya no le preocupaba lo que ella pensara.
—Si me quedo en un sitio, mis posibilidades de sobrevivir son nulas —dijo. A ella le molestó que hablara de sus posibilidades y no de las de ambos.
—Odias a Aquiles y no quieres que gobierne el mundo y, si quieres tener una oportunidad de detenerlo, tienes que establecerte en un sitio y ponerte a trabajar.
—Muy bien, ya que eres tan lista, dime un sitio donde pueda estar a salvo.
—El Vaticano —dijo Petra.
—¿Cuántos acres en ese reino concreto? ¿Tan ansiosos están todos esos cardenales de tener a un monaguillo?
—Muy bien, pues entonces dentro de las fronteras de la Liga Musulmana.
—Somos infieles.
—Y ellos son gente que está decidida a no caer bajo el dominio de los chinos ni del Hegemón ni de nadie más.
—Mi argumento es que no nos querrán.
—El mío es que nos quieran o no, somos el enemigo de su enemigo.
—Somos dos niños, sin ningún ejército y sin ninguna información que vender. No valemos nada para ellos.
Eso era tan ridículo que Petra no se molestó en responder. Además, había ganado por fin: él estaba hablando finalmente de dónde, no de si se asentaría y se pondría a trabajar.
Llegaron a Polonia, y después de coger el tren desde Katowice a Varsovia, pasearon juntos por el Lazienki, uno de los grandes parques de Europa, con senderos de siglos de antigüedad que serpenteaban entre los árboles gigantes los retoños ya plantados para que los sustituyeran algún día.
—¿Viniste aquí con sor Carlotta? —le preguntó Petra.
—Una vez —respondió Bean—. Ender es en parte polaco, ¿lo sabías?
—Debe de ser por parte de madre —dijo Petra—. Wiggin no es un apellido polaco.
—Lo es cuando lo cambias a partir de Wieczorek —dijo Bean—. ¿No te parece que el señor Wiggin parece polaco? ¿No encajaría aquí? Pero no es que la nacionalidad signifique ya gran cosa.
Petra se echó a reír.
—¿Nacionalidad? ¿Eso por lo que la gente muere y mata desde hace siglos?
—No, me refiero a los antepasados, supongo. Tanta gente es en parte esto y en parte lo otro. Supuestamente soy griego, pero la madre de mi madre era una diplomática ibo, así que... cuando estoy en África parezco griego, y cuando voy a Grecia parezco bastante africano. En el fondo de mi corazón no me puede importar menos.
—Tú eres un caso especial, Bean—dijo Petra—. Nunca tuviste una patria.
—Ni una infancia, supongo.
—En la Escuela de Batalla, ninguno de nosotros tuvo mucha experiencia con eso —dijo Petra.
—Y por eso, tal vez, tantos niños de la Escuela de Batalla están tan desesperados por mostrar su lealtad a su nación natal.
Eso tenía sentido.
—Como tenemos pocas raíces, nos aferramos a las que encontramos —dijo ella.
Pensó en Vlad, que era tan fanáticamente ruso, y en Hot Soup (Han Tzu), tan fanáticamente chino.
Ambos habían ayudado voluntariamente a Aquiles cuando parecía estar trabajando por la causa de su nación.
—Y nadie se fía por completo de nosotros —dijo Bean—, porque saben que nuestra verdadera nacionalidad está en el espacio. Nuestras lealtades más fuertes se dirigen hacia nuestros camaradas.
—O hacia nosotros mismos —dijo Petra, pensando en Aquiles.
—Pero nunca he pretendido lo contrario —dijo Bean. Al parecer, pensaba que Petra se refería a él.
—Te sientes tan orgulloso de estar completamente centrado en ti mismo —dijo Petra—. Y ni siquiera es cierto.
Él tan sólo se rió de ella y siguió caminando.
Familias y hombres de negocios y ancianos y parejas de jóvenes enamorados paseaban por el parque en esta soleada tarde de otoño, y en el atril de conciertos un pianista tocaba una obra de Chopin, como se había hecho cada día desde hacía siglos. Mientras caminaban, Petra extendió atrevida la mano y cogió la mano de Bean como si también ellos fueran enamorados, o al menos amigos que se apreciaban lo suficiente para tocarse. Para su sorpresa, él no retiró la mano. De hecho, la apretó, pero si ella albergaba alguna idea de que Bean fuera capaz de dejarse llevar por el romance, él la dispersó al instante.
—Te echo una carrera hasta el estanque —dijo, y así lo hicieron.
¿Pero qué clase de carrera era, cuando los corredores no se soltaban de la mano, y el ganador arrastraba riendo al perderdor a la línea de meta?
No, Bean se comportaba de una manera infantil porque no tenía ni idea de cómo comportarse como un hombre, y por eso la labor de Petra era ayudarle a descubrirlo. Extendió la mano y le cogió la otra y la hizo abrazarla, y luego se puso de puntillas y le besó. Principalmente en la barbilla, porque él retrocedió un poco, pero fue un beso de todas formas y, después de un instante de consternación, los brazos de Bean la atrajeron un poco más y sus labios consiguieron encontrar los suyos mientras sufrían tan sólo unas pocas colisiones nasales de carácter menor.
Ninguno de ellos tenía gran experiencia en esto, y Petra no podía decir que se hubieran besado particularmente bien. El otro único beso que había conocido fue de Aquiles, y ese beso había tenido lugar con una pistola apretada contra su abdomen. Todo lo que podía decir con certeza era que un beso de Bean era mejor que un beso de Aquiles.
—Así que me amas —dijo Petra en voz baja cuando el beso terminó.
—Soy una masa de hormonas en plena danza que no puedo comprender porque soy demasiado joven —dijo Bean—. Tú eres una hembra de una especie cercana. Según los mejores especialistas en primates, no tengo otra elección.
—Qué agradable —dijo ella, acariciándole la espalda.
—No es nada agradable —dijo Bean—. No tengo derecho a besar a nadie.
—Yo lo pedí.
—No voy a tener hijos.
—Ése es el mejor plan —dijo ella—. Yo los tendré por ti.
—Sabes a qué me refiero.
—No se hacen besándose, así que por el momento estás a salvo.
Él gruñó impaciente y se separó de ella, caminó irritado en círculo, y luego volvió y la besó de nuevo.
—He querido hacer esto prácticamente todo el tiempo que llevamos viajando
juntos.
—Ya lo sabía —dijo ella—. Por la forma en que nunca dabas a entender que supieras que existía, excepto como molestia.
—Siempre he tenido problemas de efusividad.
La abrazó otra vez. Una pareja mayor pasó junto a ellos. El hombre los miró con desagrado, como si pensara que estos jóvenes alocados deberían buscar un sitio más privado para sus besos y abrazos. Pero la anciana, el pelo blanco sujeto severamente por un pañuelo, le hizo un guiño a Bean, como diciendo: «Bien por ti, jovencito, a las jóvenes hay que besarlas con profusión y con frecuencia.»
De hecho, estaba tan seguro de que eso era lo que la anciana quería decir que le citó las palabras a Petra.
—Así que estás realizando un servicio público —dijo Petra.
—Para gran diversión del público —repuso Bean. Una voz sonó tras ellos.
—Y os aseguro que el público se divierte. Petra y Bean se volvieron para ver quién era.
Un joven, pero decididamente no era polaco. Por su aspecto, debía de ser birmano o tal vez tailandés; desde luego, de algún lugar cercano al Mar del Sur de China. Tenía que ser más joven que Petra, incluso teniendo en cuenta la manera en que la gente del sudeste asiático siempre parecía tener muchos menos años de los que en realidad tenían. Sin embargo, iba vestido con traje de chaqueta y corbata, como un anticuado hombre de negocios.
Había algo en él... Algo en la arrogancia de su pose, la manera divertida en que daba por hecho que tenía derecho a estar en el círculo de su compañía y burlarse de ellos por algo tan privado como un beso en público, le dijo a Petra que tenía que ser de la Escuela de Batalla.
Pero Bean sabía más cosas.
—Ambul—dijo.
Ambul lo saludó con el estilo medio laxo medio exagerado de los mocosos de la Escuela de Batalla.
—Señor—respondió.
—Una vez te encomendé una misión —dijo Bean—. Que te encargaras de un recluta y lo ayudaras a manejar su traje.
—Cosa que llevé a cabo a la perfección —respondió Ambul—. Estaba tan gracioso la primera vez que lo congelé en la sala de batalla, que me tuve que reír.
—No puedo creer que no te haya matado todavía.
—Mi inutilidad para el gobierno tailandés me salvó.
—Culpa mía, me temo —dijo Bean.
—Hola, soy Petra —dijo Petra, irritada. Ambul se echó a reír y le estrechó la mano.
—Lo siento. Me llamo Ambul. Sé quién eres, y supuse que Bean te habría dicho quién soy.
—No creí que fueras a venir —dijo Bean.
—No respondo a los e-mails —contestó Ambul—. Excepto apareciendo y viendo si el e-mail era de verdad de la persona que se supone que es.
—Oh —dijo Petra, sumando dos y dos—. Debes de ser el soldado del ejército de Bean a quien le asignaron la labor de enseñar las instalaciones a Aquiles.
—Sólo que no tuvo la previsión de empujar a Aquiles sin traje por una compuerta
—dijo Bean—. Cosa que considero demuestra una vergonzosa falta de iniciativa por su parte.
—Bean me informó en cuanto descubrió que Aquiles andaba por ahí suelto.
Comprendió que era imposible que no estuviera en su lista. Eso me salvó la vida.
—Entonces ¿Aquiles lo intentó? —preguntó Bean.
Ahora estaban lejos del camino, al aire libre, de pie en un amplio prado lejos del estanque donde tocaba el pianista. Sólo un leve eco amplificado de Chopin llegaba hasta aquí.
—Digamos que tuve que mantenerme en movimiento —dijo Ambul.
—¿Por eso no estabas en Tailandia cuando los chinos la invadieron? —preguntó Petra.
—No —dijo Ambul—. Dejé Tailandia casi en cuanto regresé a casa. Verás, yo no era como la mayoría de los graduados de la Escuela de Batalla. Estaba en el peor escuadrón de la historia de la sala de batalla.
—Mi escuadrón —dijo Bean.
—Oh, vamos —dijo Petra—. Sólo tuvisteis, ¿cuánto, cinco encuentros?
—No ganamos ni uno —dijo Bean—. Trabajaba para entrenar a mis hombres y experimentaba con técnicas de combate y... oh, sí, intentaba seguir vivo mientras Aquiles estaba con nosotros en la Escuela de Batalla.
—Así que cancelaron la Escuela de Batalla, Bean fue ascendido al grupo de Ender, y sus soldados fueron enviados de vuelta a la Tierra con el único récord perfecto de falta de victorias en la historia de la escuela. Todos los otros tailandeses de la escuela consiguieron puestos importantes en el estamento militar. Pero, extrañamente, para mí no pudieron encontrar otra cosa sino enviarme a la escuela pública.
—Pero eso es una estupidez —dijo Petra—. ¿En qué estaban pensando?
—Era algo que me mantenía apartado —respondió Ambul—. Y dio a mi familia libertad para salir del país y llevarme consigo... hay ventajas en no ser percibido como un valioso bien nacional.
—Así que no estabas en Tailandia cuando cayó.
—Estudiaba en Londres —dijo Ambul—. Lo cual me facilitó enormemente tener que saltar el Mar del Norte para venir a Varsovia a esta reunión clandestina.
—Lo siento—dijo Bean—.Me ofrecí a pagarte el viaje.
—La carta podía no haber sido tuya. Y quienquiera que la envió, si le dejaba comprarme los billetes, sabría en qué avión vendría.
—Parece tan paranoico como nosotros —dijo Petra.
—El mismo enemigo —repuso Ambul—. Así que, Bean, señor, me mandaste llamar, y aquí estoy. ¿Necesitas un testigo para tu boda? ¿O un adulto que te firme los permisos?
—Lo que necesito es una base de operaciones segura, independiente de cualquier nación, bloque o alianza.
—Sugiero que busques un bonito asteroide en alguna parte —dijo Ambul—. El mundo está bastante dividido hoy en día.
—Necesito gente en quien pueda confiar absolutamente. Porque podemos encontrarnos luchando contra la Hegemonía en cualquier momento.
Ambul lo miró, sorprendido.
—Creí que eras comandante del pequeño ejército de Meter Wiggin.
—Lo era. Ahora no tengo nada.
—Tiene un oficial ejecutivo de primera clase —dijo Petra—. Yo.
—Ah —dijo Ambul—. Ahora comprendo por qué me llamaste. Como sois dos oficiales, necesitáis a alguien que os salude.
Bean suspiró.
—Te nombraría rey de Caledonia si pudiera, pero el único puesto que puedo ofrecerle a nadie es el de amigo. Y hoy día soy un amigo peligroso.
—Así que los rumores son ciertos —dijo Ambul. Petra dedujo que era momento de reagrupar la información que estaba deduciendo de esta conversación—. Aquiles está con la Hegemonía.
—Peter lo sacó de China, cuando lo llevaban a un campamento de prisioneros
—dijo Bean.
—Hay que reconocer que los chinos no son tontos. Sabían cuándo deshacerse de él.
—No del todo —dijo Petra—. Sólo lo enviaban al exilio interno, y en una caravana de baja seguridad. Prácticamente, invitaban al rescate.
—¿Y no quisiste hacerlo? ¿Por eso te despidieron?
—No —respondió Bean—. Wiggin me apartó de la misión en el último minuto. Le dio órdenes selladas a Suriyawong y no me dijo qué eran hasta que hubieron partido. Entonces dimití y pasé a ocultarme.
—Llevándote a tu novia —dijo Ambul.
—La verdad, Peter me envió con él para que lo vigilara de cerca.
—Pareces la persona adecuada para el trabajo.
—No es tan buena —dijo Bean—. La he visto un par de veces.
—Bien —dijo Ambul—. Así que Suri fue y sacó a Aquiles de China.
—De todas las misiones que ejecutar a la perfección —dijo Bean—, Suri tuvo que escoger ésa.
—Yo, por otro lado —dijo Ambul—, nunca fui de los que obedecían una orden si la consideraba estúpida.
—Por eso quiero que te unas a mi operación completamente sin esperanzas — dijo Bean—. Si te matan, sabré que es por culpa tuya, y no porque estuvieras obedeciendo mis órdenes.
—Necesitaré pasta —dijo Ambul—. Mi familia no es rica. Y técnicamente todavía soy un chaval. Y hablando de eso, ¿cómo demonios has conseguido ser mucho más alto que yo?
—Esteroides.
—Y yo lo estiro sobre una plancha todas las noches —dijo Petra.
—Por su propio bien, estoy seguro.
—Mi madre me dijo que Bean es el tipo de chico que va creciendo en tu apreciación —dijo Petra.
Bean le cubrió la boca con la mano.
—No le prestes atención, está ciega de amor.
—Deberíais casaros —dijo Ambul.
—Cuando cumpla los treinta —contestó Bean. Petra sabía que eso significaba nunca.
Ya llevaban más tiempo al descubierto del que Bean había permitido jamás desde que comenzaron a ocultarse. Mientras empezaba a decirle a Ambul lo que quería que hiciera, echaron a andar hacia la salida más próxima.
Era una misión bastante simple: ir a Damasco, a la sede de la Liga Musulmana, y reunirse con Alai, uno de los miembros del grupo de Ender y amigo íntimo suyo.
—Oh —dijo Ambul—. Creí que querías que hiciera algo posible.
—No puedo enviarle ningún e-mail —dijo Bean.
—Porque, por lo que yo sé, ha estado completamente incomunicado desde que los rusos lo liberaron, aquella vez que Aquiles secuestró a todo el mundo.
Bean pareció sorprendido.
—Y lo sabes porque...
—Desde que mis padres me escondieron, he estado sondeando todas las conexiones posibles, tratando de obtener información de lo que estaba pasando. Tengo una buena red. Crea y mantiene amigos. Habría sido un buen comandante, si no hubieran cancelado la Escuela de Batalla ante mis narices.
—¿Entonces ya conoces a Alai? —dijo Petra—. Impresionante.
—Pero, como ya he dicho —repitió Ambul—, está completamente incomunicado.
—Ambul, necesito esta ayuda—dijo Bean—. Necesito el refugio de la Liga Musulmana. Es uno de los pocos lugares de la Tierra que no es susceptible a las presiones de China ni a los tejemanejes de la Hegemonía.
—Ya, y lo consiguen no permitiendo que nadie que no sea musulmán entre en el círculo.
—No quiero entrar en el círculo. No quiero conocer sus secretos.
—Sí que quieres —dijo Ambul—. Porque si no lo haces, si no obtienes su total confianza, no tendrás ningún poder para hacer nada dentro de sus fronteras. Los no musulmanes son oficialmente libres, pero en la práctica no pueden hacer más que ir de compras y practicar el turismo.
—Entonces me convertiré —dijo Bean.
—No bromees con esas cosas. Se toman la religión muy en serio, y hablar de convertirte como broma...
—Ambul, lo sabemos —dijo Petra—. Yo también soy amiga de Alai, pero ya te habrás dado cuenta de que Bean no me envía a mí.
Ambul se echó a reír.
—¡No querrás decir que los musulmanes perderían el respeto hacia Alai si dejara que una mujer lo influyera! La plena igualdad de sexos es uno de los seis puntos que pusieron fin a la Tercera Gran Jihad.
—¿Te refieres a la Quinta Guerra Mundial? —preguntó Bean.
—La Guerra por la Libertad Universal —dijo Petra—. Así la llamaban en las escuelas armenias.
—Eso es porque en Armenia son unos fanáticos en contra de los musulmanes
—dijo Ambul.
—La única nación de fanáticos que queda en la Tierra —dijo Petra con tristeza.
—Escucha, Ambul, si te es imposible contactar con Alai, tendré que encontrar a
otro.
—No he dicho que fuera imposible —dijo Ambul.
—Lo cierto es que es justo lo que has dicho.
—Pero pertenezco a la Escuela de Batalla —dijo Ambul—. Teníamos clases
para hacer lo imposible. Sacaba sobresaliente.
Bean sonrió.
—Sí, pero no te graduaste en la escuela, ¿no? Así que, ¿qué posibilidades tienes?
—¿Quién podía saber que ser asignado a tu escuadrón en la escuela me arruinaría la vida entera?
—Oh, deja de quejarte —dijo Petra—. Si hubieras sido uno de los graduados destacados, ahora estarías en un campamento de reeducación chino.
—¿Ves? —dijo Ambul—. Me estoy perdiendo todas las experiencias que construyen el carácter. Bean le tendió un trozo de papel.
—Ve a este sitio y encontrarás el material identificativo que necesites.
—¿Completo con tarjeta holográfica? —preguntó Ambul, dubitativo.
—Se ajustará a ti la primera vez que la utilices. Lleva las instrucciones dentro.
Las he usado antes.
—¿Quién fabrica estas cosas? —preguntó Ambul—. ¿La Hegemonía?
—El Vaticano —dijo Bean—. Son restos de mis días con uno de sus agentes.
—Muy bien —dijo Ambul.
—Te permitirá llegar a Damasco, pero no contactar con Alai. Para eso necesitarás tu verdadera identidad.
—No, necesitaré un ángel que camine por delante y una carta de presentación del propio Mahoma.
—El Vaticano tiene de eso —dijo Petra—. Pero sólo se lo dan a sus enchufados. Ambul se echó a reír, y Bean también, pero el aire estaba cargado de tensión.
—Te estoy pidiendo mucho —dijo Bean.
—Y yo no te debo tanto —respondió Ambul.
—No me debes nada, y si lo hicieras, no intentarías cobrarlo. Sabes por qué te lo pido, y yo sé por qué lo haces.
Petra lo sabía también. Bean se lo pedía porque sabía que si alguien podía hacerlo, ése era Ambul. Y Ambul lo hacía porque sabía que si existía alguna posibilidad de impedir que Aquiles uniera al mundo bajo su férula, probablemente dependía de Bean.
—Me alegro mucho de haber venido a este parque —le dijo Petra a Bean—. Es tan romántico.
—Bean sabe cómo hacer que una chica se lo pase bien —dijo Ambul. Extendió los brazos—. Echad un buen vistazo. Me voy. Y entonces se marchó. Petra cogió de nuevo a Bean de la mano.
—¿Satisfecha?
—Más o menos —dijo Petra—. Al menos has hecho algo.
—He estado haciendo algo todo el tiempo.
—Lo sé.
—De hecho —dijo Bean—, tú eres la que sólo entra on line para comprar. Ella se echó a reír.
—Estamos en este precioso parque donde mantienen viva la memoria de un gran hombre. Un hombre que dio al mundo una música inolvidable. ¿Cuál será tu memorial?
—Tal vez dos estatuas. Antes y después. El Pequeño Bean que luchó en el grupo de Ender. El Gran Julian que derrotó a Aquiles.
—Eso me gusta —dijo ella—. Pero tengo una idea mejor.
—¿Ponerle mi nombre a un planeta colonial?
—¿Qué tal... un planeta entero poblado por tus descendientes? La expresión de Bean se agrió, y sacudió la cabeza.
—¿Por qué? ¿Para hacer la guerra contra ellos? Una raza de personas brillantes que se reproducen lo más rápido que pueden porque van a morirse antes de cumplir los veinte años. Y todos maldiciendo el nombre de su antepasado porque no acabó esa farsa con su propia muerte.
No es una farsa —dijo Petra—. ¿Y qué te hace pensar que tu... diferencia se transmitirá a tu progenie?
—Tienes razón. Si me caso con una chica estúpida de vida larga como tú, mi progenie será un puñado de mentes medianas que vivirán hasta los setenta años y crecerá hasta el metro ochenta.
—¿Quieres saber qué he estado haciendo?
—Comprando no.
—He estado hablando con sor Carlotta.
Él se envaró, y apartó la mirada.
—He estado recorriendo los caminos de su vida—dijo Petra—. Hablando con gente que conoció. Viendo lo que ella vio. Aprendiendo lo que ella aprendió.
—No quiero saberlo.
—¿Por qué no? Ella te amaba. Desde que te encontró, vivió para ti.
—Lo sé. Y murió por mí. Porque fui estúpido y descuidado. Ni siquiera necesitaba que viniera, sólo pensé que sí durante un tiempo y cuando descubrí que no, ella ya estaba en el aire, dirigiéndose hacia el misil que la mató.
—Hay un sitio al que quiero que vayamos —dijo Petra—. Mientras esperamos a que Ambul realice su milagro.
—Escucha —dijo Bean—, sor Carlotta ya me dijo cómo ponerme en contacto con los científicos que me estaban estudiando. De vez en cuando les escribo y ellos me dicen cuándo calculan que será mi muerte y lo excitante que es, todo el progreso que están haciendo para comprender el desarrollo humano y toda clase de chorradas por causa de mi cuerpo y de los pequeños cultivos que tienen, manteniendo mis tejidos con vida. Petra, cuando piensas en ellos, soy inmortal. Esos tejidos vivirán en laboratorios de todo el mundo mil años después de que yo haya muerto. Es uno de los beneficios de ser una rareza absoluta.
—No me refiero a ellos —dijo Petra.
—¿A qué, entonces? ¿Adonde quieres ir?
—Anton —dijo ella—. El que encontró la clave, la Clave de Anton. El cambio genético que te produjo.
—¿Sigue vivo?
—No sólo está vivo, sino libre. La guerra ha terminado. No es que pueda hacer investigación seria ahora. Los bloqueos psicológicos no pueden eliminarse. Ha tenido problemas para hablar..., bueno, al menos para escribir sobre lo que te pasó.
—¿Entonces por qué molestarlo?
—¿Tienes algo mejor que hacer?
—Siempre tengo algo mejor que hacer que ir a Rumania.
—Pero no vive allí. Está en Cataluña.
—Estás bromeando.
—La tierra natal de sor Carlotta. La ciudad de Mataró.
—¿Por qué se fue allí?
—Un clima excelente —dijo Petra—. Noches en la rambla. Tapas con los amigos. El mar lamiendo suavemente la orilla. El cálido viento africano. Los rompientes del mar. El recuerdo de Colón al visitar al rey de Aragón.
.—Eso fue en Barcelona.
—Bueno, dijo que había visto el lugar. Y un jardín diseñado por Gaudí. Cosas que le gusta mirar. Creo que va de sitio en sitio. Me parece que siente mucha curiosidad hacia ti.
—Igual que Aquiles —dijo Bean.
—Creo que aunque ya no esté en primera línea de las investigaciones científicas, hay cosas que sabe que nunca pudo decir.
—Y sigue sin poder.
—Le duele decirlo. Pero eso no significa que no pudiera decirlo, una vez, a la persona que más necesita saberlo.
—¿Yes...?
—Yo —dijo Petra.
Bean se echó a reír.
—¿Yo no?
—Tú no necesitas saberlo. Has decidido morir. Pero yo necesito saberlo, porque quiero que nuestros hijos vivan.
—Petra, no voy a tener hijos. Nunca.
—Por fortuna, el hombre nunca los tiene.
Ella dudaba de poder persuadir jamás a Bean para que cambiara de opinión. Sin embargo, con suerte, los incontrolables deseos del varón adolescente podrían conseguir lo que una discusión razonable no podría nunca. A pesar de lo que pensaba, Bean era humano; y no importaba a qué especie perteneciera, era decididamente mamífero. Su mente podría decir que no, pero su cuerpo gritaría que sí mucho más fuerte.
Naturalmente, si había un varón adolescente que podía resistir su necesidad de aparearse, ése era Bean. Era uno de los motivos por los que ella lo amaba, porque era el hombre más fuerte que había conocido jamás. Con la posible excepción de Ender Wiggin, y Ender se había marchado para siempre.
Volvió a besar a Bean, y esta vez los dos lo hicieron un poco mejor.