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66.1% Saga de Ender y Saga de la Sombra – Orson Scott Card / Chapter 156: 3 Madres y padres

Bab 156: 3 Madres y padres

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Para: Graf%peregrinacion@colmin.gov De: Locke%erasmus@polnet.gov

Sobre: Petición no oficial

Agradezco su advertencia, pero le aseguro que no subestimo el peligro de tener a X en RP. De hecho, es un asunto en el que me vendría bien su ayuda, si quiere dármela.

Con JD y PA ocultos, y S comprometido al haber rescatado a X, las personas cercanas a él corren peligro, bien directamente o porque puedan ser usadas como rehenes por X. Necesitamos ponerlos fuera del alcance de X, y su situación para ello es única. Los padres de JD están acostumbrados a permanecer ocultos, y han tenido algunos incidentes de los que se han librado por poco; los padres de PA, al haber sufrido ya un secuestro, se sentirán también inclinados a cooperar.

La dificultad vendrá por parte de mis padres.

No hay ninguna posibilidad de que acepten ser escondidos como medida de protección si yo lo propongo. Si lo propone usted, podrían aceptarlo. No necesito que mis padres estén aquí, expuestos al peligro, donde podrían ser utilizados como medio de coacción o para distraerme de lo que hay que conseguir.

¿Puede ir a RP y reunirse con ellos antes de que yo regrese con X? Tendría unas treinta horas para conseguirlo. Pido disculpas por las molestias, pero una vez más tendría mi gratitud y seguiría contando con mi apoyo, cosas que espero sean algún día más valiosas de lo que son ahora, dadas las actuales circunstancias.

PW

Theresa Wiggin sabía que Graff iba a venir desde que Elena Delphiki la llamó a toda prisa después de que saliera de su casa. Pero no cambió sus planes en lo más mínimo. No porque esperara engañarlo, sino porque había muchas papayas en los árboles del huerto que tenía que cosechar antes de que se cayeran de puro maduras al suelo.

No tenía ninguna intención de dejar que Graff interfiriera con algo realmente

importante.

Así que cuando oyó a Graff dando palmadas amablemente en la puerta principal, estaba en lo alto de una escalera arrancando papayas y metiéndolas en la bolsita que llevaba al costado. Aparecida, la criada, tenía sus instrucciones, y por eso Theresa oyó pronto los pasos de Graff en las baldosas de la terraza.

—Señora Wiggin —dijo.

—Ya se ha llevado a dos de mis hijos —dijo ella sin mirarlo—. Supongo que ahora quiere a mi primogénito.

—No —respondió Graff—. Ahora vengo por usted y su marido.

—¿Para convencernos de que nos reunamos con Ender y Valentine?

Aunque estaba siendo deliberadamente obtusa, la idea tuvo no obstante un momentáneo atractivo. Ender y Valentine habían dejado atrás todo este lío.

—Me temo que no podré permitirme una nave para visitar su colonia hasta dentro de varios años —dijo Graff.

—Entonces me temo que no tiene nada que ofrecernos que nos interese.

—Estoy seguro de que es así—dijo Graff—. Es lo que Peter necesita. Una mano libre.

—No interferimos en su trabajo.

—Va a traer a una persona peligrosa —dijo Graff—. Pero creo que ya lo sabe.

—Los chismorreos abundan por aquí, ya que los padres de los genios no pueden hacer otra cosa que cotillear sobre los hechos de sus brillantes hijos e hijas. Los Arkanian y los Delphiki casi tienen casados a sus hijos. Y nosotros recibimos visitas fascinantes del espacio exterior. Como usted.

—Vaya, sí que estamos quisquillosos hoy —dijo Graff.

—Estoy segura de que los padres de Bean y Petra han accedido a abandonar Ribeirao Preto para que sus hijos no tengan que preocuparse de que Aquiles los tome como rehenes. Y algún día Nikolai Delphiki y Stefan Arkanian se recuperarán de haber sido meros actores secundarios en las vidas de sus hermanos. Pero la situación de John Paul y la mía no es igual. Nuestro hijo es el idiota que ha decidido traer a Aquiles aquí.

—Sí, debe de dolerle tener al único hijo que simplemente no está al mismo nivel intelectual que los demás.

Theresa lo miró, vio el brillo de sus ojos, y se rió a su pesar.

—Muy bien, no es estúpido, es tan arrogante que no puede concebir que ningún plan suyo fracase. Pero el resultado es el mismo. Y no tengo ninguna intención de enterarme de su muerte a través de un horrible mensaje por e-mail. O, peor aún, por un noticiario que diga cómo «el hermano del gran Ender Wiggin ha fracasado en su intento de revivir el cargo de Hegemón», y ver luego cómo en el obituario de Peter aparecen más imágenes de Ender tras su victoria sobre los fórmicos.

—Parece tener una visión muy clara de todas las posibilidades futuras —dijo Graff.

—No, sólo de las soportables. Voy a quedarme, señor ministro de la Colonización. Tendrá que encontrar sus inadecuados reclutas de mediana edad en otra parte.

—La verdad es que no son inadecuados. Usted todavía puede tener hijos.

—Tener hijos me ha proporcionado tanta alegría que la idea de tener más resulta maravillosa —dijo Theresa.

—Sé perfectamente bien cuánto ha sacrificado por sus hijos, y cuánto los ama. Y sabía al venir aquí que no querría marcharse.

—¿Entonces va a hacer que sus soldados me lleven con usted a la fuerza?

¿Tiene ya a mi esposo bajo custodia?

—No, no —dijo Graff—. Creo que hace usted bien al no marcharse.

—Oh.

—Pero Peter me pidió que la protegiera, así que tuve que ofrecérselo. No, creo que es bueno que se quede.

—¿Y por qué?

—Peter tiene muchos aliados. Pero ningún amigo.

—¿Ni siquiera usted?

—Me temo que lo estudié demasiado de cerca durante su infancia para apreciar su carisma.

—Lo tiene, ¿verdad? Carisma. O al menos encanto.

—Al menos tanto como Ender, cuando se decide a usarlo.

Oír a Graff hablar de Ender, de la clase de joven en el que Ender se había convertido antes de salir del sistema solar en una nave colonial tras salvar a la raza humana, llenó a Theresa de pesares familiares, pero no por ello menos amargos. Graff conoció a Ender Wiggin a los siete años y a los diez y a los doce, años en los que los únicos lazos de Theresa con su hijo más joven y vulnerable fueron unas cuantas fotografías y unos pocos recuerdos y el dolor en los brazos al recordar cuando lo acunaba, y la sensación acuciante de sus bracitos alrededor de su cuello.

—Ni siquiera cuando lo trajeron de vuelta a la Tierra nos dejaron verlo —le dijo a Graff—. Le llevaron a Val, pero no a su padre, ni a mí.

—Lo siento —respondió Graff—. No sabía que nunca regresaría a casa tras el final de la guerra. Verla a usted le habría recordado que había alguien en el mundo que tendría que protegerlo y cuidar de él.

—¿Yeso habría sido malo?

—La dureza que necesitábamos de Ender no era la persona que él quería ser. Teníamos que proteger esa dureza. Dejarle ver a Valentine ya fue bastante peligroso.

—¿Está seguro de que hicieron bien?

—Para nada. Pero Ender ganó la guerra, y nunca podremos volver atrás e intentarlo de otra manera para ver si habría funcionado igual de bien.

—Y yo nunca podré volver atrás y tratar de encontrar una manera que no acabe llenándome de resentimiento y pesar cada vez que lo veo o pienso en usted.

Graff no dijo nada durante un largo rato.

—Si está esperando que me disculpe... —empezó a decir Theresa.

—No, no —dijo Graff—. Estaba intentando pensar en una disculpa por mi parte que no resultara inadecuadamente ridícula. No disparé un solo tiro en la guerra, pero sí causé bajas, y aunque sé que no es ningún consuelo, cada vez que pienso en usted y en su marido también me lleno de pesar.

—No el suficiente.

—No, estoy seguro que no. Pero me temo que mis mayores pesares van dirigidos a los padres de Bonzo Madrid, que pusieron a su hijo en mis manos y lo recuperaron en un ataúd.

Theresa quiso lanzarle una papaya y estrujársela por toda la cara.

—¿Me está recordando que soy la madre de un asesino?

—El asesino era Bonzo, señora —dijo Graff—. Ender se defendió. Me ha malinterpretado. Yo soy quien permitió que Bonzo estuviera a solas con Ender. Soy yo, no Ender, quien es el responsable de su muerte. Por eso siento más pesar hacia la familia Madrid que hacia ustedes. He cometido un montón de errores. Y nunca podré estar seguro de cuáles fueron necesarios o inofensivos, ni si estaríamos mejor si no los hubiera cometido.

—¿Cómo sabe que no va a cometer un error ahora, dejando que John Paul y yo nos quedemos?

—Como le decía, Peter necesita amigos.

—¿Pero necesita el mundo a Peter? —preguntó Theresa.

—No siempre conseguimos el líder que queremos —dijo Graff—. Pero a veces podemos elegir entre los líderes que tenemos.

—¿Y cómo se hará la elección? ¿En el campo de batalla o en las urnas de votaciones?

—Tal vez con un higo envenenado o con un coche saboteado —dijo Graff.

Theresa comprendió de inmediato lo que quería decir. —Puede estar seguro de que vigilaremos la comida y el transporte de Peter.

—¿Sí? ¿Y le llevarán la comida en persona, comprada en distintas tiendas cada día, y su marido vivirá en su coche, sin dormir nunca?

—Nos jubilamos jóvenes. Hay que llenar las horas vacías. Graff se echó a reír.

—Buena suerte, entonces. Estoy seguro de que harán todo lo que sea necesario. Gracias por hablar conmigo.

—Volvamos a hacerlo dentro de otros veinte o treinta años —dijo Theresa.

—Lo anotaré en mi agenda.

Y con un saludo (que fue bastante más solemne de lo que ella habría esperado), él volvió a entrar en la casa y, presumiblemente, salió a la calle por el jardín delantero.

Theresa estuvo un rato dándole vueltas a lo que Graff y la Flota Internacional y los fórmicos y el destino y Dios le habían hecho a ella y a su familia. Y entonces pensó en Ender y Valentine y derramó unas cuantas lágrimas sobre las papayas. Y entonces pensó en ella misma y en John Paul, esperando y vigilando, tratando de proteger a Peter. Graff tenía razón. No podrían vigilarlo perfectamente.

Se dormirían. Pasarían algo por alto. Aquiles tendría una oportunidad, muchas oportunidades, y justo cuando estuvieran más confiados golpearía y Peter estaría muerto y el mundo quedaría a merced de Aquiles, porque ¿quién más era lo bastante listo e implacable para luchar contra él? ¿Bean? ¿Petra? ¿Suriyawong? ¿Nikolai?

¿Alguno de los otros niños de la Escuela de Batalla que había dispersos por la superficie de la Tierra? Si hubiera alguien que fuese lo bastante ambicioso como para detener a Aquiles, ya habría salido a la superficie.

Estaba llevando la pesada bolsa de papayas a la casa (entrando de lado por la puerta, intentando no dar ningún golpe a la fruta para no estropearla), cuando comprendió para qué había venido realmente Graff.

Peter necesita un amigo, había dicho. El asunto entre Peter y Aquiles podría resolverse con veneno o sabotaje, había dicho. Pero ella y John Paul no podrían vigilar a Peter lo suficientemente bien como para protegerlo de ser asesinado, había dicho. Por tanto, ¿de qué manera podrían ellos ser los amigos que Peter necesitaba?

La competición entre Aquiles y Peter podía resolverse tan fácilmente con la muerte de Aquiles como con la de Peter.

De inmediato en su memoria destellaron los recuerdos de las historias de algunas de las grandes envenenadoras de la historia, de rumores aunque no de hecho. Lucrecia Borgia. Cleopatra. Esa que envenenó a todo el mundo del entorno del emperador Claudio y probablemente acabó también con él al final.

En la época antigua no había pruebas químicas para determinar de modo concluyente si se había empleado veneno o no. Los envenenadores recogían sus propias hierbas, sin dejar rastros de compras, ni colaboradores que pudieran confesar o acusar. Si algo le sucedía a Aquiles antes de que Peter decidiera que el chico

monstruo tenía que morir, Peter iniciaría sin duda una investigación... y cuando la pista llevara inevitablemente hasta sus padres, ¿cómo respondería Peter? ¿Daría ejemplo con ellos, llevándolos a juicio? ¿O los protegería, intentando encubrir el resultado de la investigación, dejando que su reinado como Hegemón quedara manchado por los rumores de la inoportuna muerte de Aquiles? Sin duda todos los oponentes de Peter resucitarían a Aquiles como mártir, un muchacho malogrado que suponía la mejor esperanza para la humanidad, muerto en su juventud por el vil y repulsivo Peter Wiggin, o su madre la bruja o su padre el reptil.

No bastaba con matar a Aquiles. Había que hacerlo adecuadamente, de un modo que no dañara a Peter a la larga.

Aunque sería mejor para Peter soportar los rumores y leyendas sobre la muerte de Aquiles que morir él mismo. Ella no se atrevía a esperar demasiado tiempo.

La misión que me ha encomendado Graff, pensó Theresa, es convertirme en asesina para proteger a mi hijo.

Y lo verdaderamente horrible es que no me estoy cuestionando si hacerlo o no, sino cómo. Y cuándo.


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