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41.52% Saga de Ender y Saga de la Sombra – Orson Scott Card / Chapter 98: LA SOMBRA DE ENDER .- Primera parte PILLUELO.-3 DESQUITE

Bab 98: LA SOMBRA DE ENDER .- Primera parte PILLUELO.-3 DESQUITE

3 DESQUITE

-Creo que tengo a alguien para ustedes.

-Eso ha creído antes.

-Es un líder nato. Pero no encaja en sus parámetros físicos.

-Entonces me disculpará si no perdemos el tiempo con él.

-Si aprueba sus requerimientos intelectuales y de personalidad, es bastante probable que por una insignificante fracción del presupuesto destinado al papel higiénico o a los distintivos metálicos de la F.I., puedan corregirse sus limitaciones físicas.

-No creía que las monjas pudieran ser sarcásticas.

-No puedo golpearle con una regla. El sarcasmo es mi último recurso.

-Déjeme ver las pruebas.

-Les dejaré ver al niño. Y ya que estamos en ello, les dejaré ver a otro.

-¿También con limitaciones físicas?

-Es pequeño. Joven. Pero también lo era el niño Wiggin, según he oído. Y

éste... de algún modo, aprendió a leer solo en las calles.

-Ah, sor Carlotta, usted me ayuda a llenar las horas vacías de mi vida.

-Mantenerlo apartado del mal es mi modo de servir a Dios.

Al oír eso, Bean acudió directamente a Aquiles. Era demasiado peligroso que Ulises saliera del hospital y se corriera la voz de que quería desquitarse de su humillación.

-Creía que todo eso ya formaba parte del pasado -dijo Poke con tristeza-. Las peleas, quiero decir.

-Ulises ha estado en cama todo este tiempo -contestó Aquiles-.

Aunque esté enterado de los cambios, no ha tenido tiempo de ver cómo funciona todavía.

-Nos mantendremos unidos -dijo Sargento-. Te salvaremos.

-Lo más seguro para todos es que yo desaparezca durante unos cuantos días -aseveró

Aquiles-. Para manteneros a salvo a vosotros,

-Entonces, ¿cómo entraremos en el comedor? -preguntó uno de los más pequeños-. Nunca nos dejarán entrar sin ti.

-Seguid a Poke. En la puerta, Helga os dejará entrar igual.

-¿Y si Ulises sale? -preguntó uno de los pequeños. Se secó las lágrimas de los ojos, para no pasar vergüenza.

-Entonces yo moriré -contestó Aquiles-. No creo que se contente con enviarme al hospital.

El niño rompió a llorar, lo que provocó que otro empezara a gemir, y pronto hubo un coro cíe sollozos, mientras Aquiles sacudía la cabeza y se echaba a reír.

-No voy a morir. Estaréis seguros si yo me quito de en medio, y vendré cuando Ulises ya haya tenido tiempo de enfriarse y acostumbrarse al sistema.

Bean observaba y escuchaba en silencio. No creía que Aquiles estuviera manejando bien la situación, le había avisado y su propia responsabilidad había llegado a su fin. El hecho de que Aquiles se escondiera sería interpretado como un signo de debilidad, y tendrían problemas.

Aquiles se marchó esa noche sin decirle a nadie adonde, para que a ninguno se le escapara por accidente. Bean jugueteó con la idea de seguirlo para ver qué hacía de verdad, pero advirtió que sería más útil con el grupo principal. Después de todo, Poke sería su líder ahora, y Poke era sólo una jefa del montón. En otras palabras, estúpida. Necesitaba a Bean, aunque no lo supiera.

Esa noche Bean trató de hacer guardia, aunque no sabía exactamente para qué. Por fin se quedó dormido, y soñó con la escuela, sólo que no era la escuela de la acera o el callejón con sor Carlotta, sino una escuela de verdad, con mesas y sillas. Pero en el sueño Bean no conseguía mantenerse sentado en un pupitre, sino que flotaba en el aire, y cuando quería volaba a cualquier lugar de la sala. Hasta el techo. Hasta una grieta en la pared, a un oscuro lugar secreto... Iba ganando altura a medida que aumentaba la sensación de calor.

Despertó en la oscuridad. Se había levantado un aire frío. Necesitaba orinar. También deseaba volar. Ver que el sueño terminaba casi había estado a punto de arrancarle las lágrimas, de puro dolor. Según creía recordar, era la primera vez que soñaba con que podía volar. ¿Por qué tenía que ser pequeño? ¿Por qué necesitaba estas piernas tan cortas para poder ir de un lugar a otro? Cuando estaba volando podía mirar desde arriba a todo el mundo y ver las coronillas ridículas de la gente, podía mearse o cagarse en ellos como si fuera un pájaro. No tenía miedo porque si se molestaban podía escapar volando, y ellos nunca lo alcanzarían.

Por supuesto, si él pudiera volar, toda la gente podría volar también y él seguiría siendo el más pequeño y el más lento, y todos se mearían y se cagarían encima de él igualmente.

No podría volverse a dormir. Bean lo sentía en su interior. Estaba demasiado asustado, y no sabía por qué. Se levantó y se dirigió al callejón para orinar.

Poke estaba allí. Alzó la cabeza y lo vio.

-Déjame sola un momento -exigió.

-No -respondió él.

-No me des la lata, mequetrefe.

-Sé que te agachas para mear -dijo él-, y no voy a mirar a otro lado.

Apretando los dientes, ella esperó a que el niño le diera la espalda para orinar contra la pared.

-Supongo que si fueras a decírselo a alguien, ya lo habrías hecho -dijo.

-Todos saben que eres una chica, Poke. Cuanto no estás delante, papá Aquiles siempre habla de «ella» cuando se refiere a ti.

-No es mi padre.

-Eso suponía -dijo Bean. Esperó, de cara a la pared.

-Ya puedes darte la vuelta.

La chica estaba de pie, abrochándose de nuevo los pantalones.

-Tengo miedo de algo, Poke -confesó Bean.

-¿De qué?

-No lo sé.

-¿No sabes de qué tienes miedo?

-Por eso me da tanto miedo.

Ella dejó escapar una risotada suave y brusca a la vez.

-Bean, lo único que significa eso es que tienes cuatro años. Los niños chicos ven formas en la noche. O no ven formas. De todas maneras, sienten miedo.

-Yo no -aclaró Bean-. Cuando tengo miedo, es porque algo va mal.

-Ulises quiere hacerle daño a Aquiles, es eso.

-A ti te da igual, ¿verdad? Ella se le quedó mirando.

-Ahora comemos mejor que nunca. Todo el mundo es feliz. Fue tu plan. Y a mí no me gustaba ser el jefe.

-Pero lo odias. Ella vaciló.

-Es que parece que siempre se está riendo de mí.

-¿Cómo sabes de qué tienen miedo los niños chicos?

-Porque yo fui una de ellos -respondió Poke-. Y me acuerdo.

-Ulises no va a hacerle daño a Aquiles.

-Lo sé.

-Porque tú estás planeando buscar a Aquiles y protegerlo.

-Planeo quedarme aquí y vigilar a los niños.

-O tal vez estás planeando buscar primero a Ulises y matarlo.

-¿Cómo? Es más grande que yo. Con diferencia.

-No has venido aquí a mear -dijo Bean-. Si no, es que tienes la vejiga del tamaño de una bolita de goma.

-¿Me has oído?

Bean se encogió de hombros.

-No me dejaste mirar.

-Piensas demasiado, pero no sabes lo suficiente para entender lo que ocurre.

-Creo que Aquiles nos mintió respecto a lo que iba a hacer -manifestó Bean-, y creo que tú me estás mintiendo ahora.

-Acostúmbrate. El mundo está lleno de mentirosos.

-A Ulises no le importa a quién vaya a matar -dijo Bean-. Se quedará tan contento si te mata a ti o a Aquiles.

Poke sacudió la cabeza, impaciente.

-Ulises no es nada. No va a hacerle daño a nadie. Es sólo un bocazas.

-¿Por qué estás despierta? Poke se encogió de hombros.

-Vas a tratar de matar a Aquiles, ¿verdad? -dijo Bean-. Y hacer que parezca que lo hizo Ulises.

Ella puso los ojos en blanco.

-Oye, ¿acaso te entrenas para ser tan estúpido, o qué?

-¡Soy lo bastante listo para saber que estás mintiendo!

-Vuélvete a dormir -dijo ella-. Vuelve con los otros niños. Él la observó durante un instante, y entonces obedeció.

O más bien, fingió obedecer. Volvió al lugar donde dormía, pero de inmediato salió arrastrándose por detrás y se subió a cajas, comedores, muretes, y finalmente se encaramó a un techo bajo. Llegó al borde justo a tiempo de ver a Poke salir a la calle desde el callejón.

Se dirigía a alguna parte. Iba a reunirse con alguien.

Bean se deslizó por una tubería hasta un tonel, y corrió tras ella por Korte Hoog Straat. Trató de no hacer ruido, pero ella no, y muchos otros ruidos inundaban la ciudad, así que Poke nunca llegó a oír sus pasos. Se mantuvo aferrado a las sombras de las paredes, pero no se retrasó demasiado. La seguía sin más preámbulos; ella sólo se volvió una vez. Se encaminaba hacia el río. Para reunirse con alguien.

Bean apostaba por dos candidatos. Ulises o Aquiles. ¿A quién más conocía ella que no estuviera ya dormido en el nido? Pero ¿para qué iba a reunirse con ellos? ¿Para suplicarle a Ulises por la vida de Aquiles? ¿Para presentarse como una heroína en su lugar?

¿O para tratar de persuadir a Aquiles de que regresara y se enfrentara a Ulises en vez de ocultarse? No, Bean podría haber pensado en todos eso, pero Poke no era tan previsora.

Poke se detuvo en mitad de una zona despejada, situada en el muelle de Scheepmakershaven, y miró alrededor. Entonces advirtió lo que andaba buscando. Bean aguzó la vista. Alguien esperaba en las sombras. Bean se encaramó a una caja enorme, buscando una mayor visibilidad. Oyó las dos voces (ambos eran niños), pero no logró entender lo que decían. Fuera quien fuese, era más alto que Poke. Pero podría tratarse entonces de Aquiles o de Ulises.

El niño rodeó a Poke con sus brazos y la besó.

Eso sí que era extraño. Bean había visto a adultos hacer eso un montón de veces, pero

¿para qué se besaban los niños? Poke tenía nueve anos. Claro que había putas de esa edad, pero todo el mundo sabía que los tíos que las compraban eran unos pervertidos.

Bean tenía que acercarse más, para escuchar lo que decían. Se deslizó por la parte posterior de la caja y se internó lentamente en las sombras de un quiosco. Ellos, como para darle una satisfacción, se volvieron hacia donde estaba. No podía verlos bien, como tampoco ellos podían verlo a él, pero ahora podía oír retazos de la conversación.

-Lo prometiste -decía Poke. El chico murmuró algo.

Un barco que pasaba por el río escrutó la orilla con un reflector y mostró el rostro del chico que se encontraba con Poke. Era Aquiles.

Bean no quiso ver más. Pensar que había llegado a creer que Aquiles mataría algún día a Poke... Estos líos entre chicos y chicas era algo que nunca había conseguido entender. En medio del odio, ocurre esto. Justo cuando Bean empezaba a saber moverse por el mundo.

Se escabulló y corrió por Posthoornstraat arriba.

Pero no regresó a su nido en el escondite, todavía no. Pues aunque para entonces ya se había llevado varias sorpresas, su corazón no había dejado de latir; algo va mal, le decía, algo va mal.

Justo en ese momento recordó que Poke no era la única que le ocultaba algo. Aquiles había mentido también. Se callaba algo. Algún plan. ¿Era sólo esta cita con Poke? Entonces, ¿qué significaba todo ese cuento de esconderse de Ulises? Para tomar a Poke como chica, no tenía que esconderse. Podía hacerlo al descubierto. Algunos matones hacían eso, los más mayores. Pero normalmente no tomaban a niñas de nueve años. ¿Qué era lo que escondía Aquiles?

-Lo prometiste -le había dicho Poke a Aquiles allá en el muelle.

¿Qué había prometido? Por eso había acudido Poke a verlo..., para recordarle su promesa. Pero ¿qué podría haberle prometido Aquiles que no le diera ya como miembro de su familia? Aquiles no tenía nada.

En ese caso, debía de haber prometido no hacer algo. ¿No matarla? No, eso resultaría

demasiado estúpido incluso para Poke, encontrarse a solas con Aquiles.

No matarme a mí, pensó Bean. Ésa es la promesa. No matarme a mí.

Sólo que no soy yo quien corre peligro, o quien corre más peligro. Puede que dijera que lo matase, pero fue Poke quien lo derribó, quien se alzó sobre él. Aquiles todavía debía de conservar esa imagen en su mente, la debía de recordar todo el tiempo, debía de soñar con ella, él, tendido en el suelo, con una niña de nueve años alzándose sobre él con un pedrusco en la mano, amenazando con matarlo. Un lisiado como él, que de algún modo se había abierto paso entre las filas de los matones... Era duro, pero siempre era objeto de las burlas de los niños con dos piernas buenas: era el matón de categoría inferior. Y ése debió de ser el peor momento de su vida, cuando una niña de nueve años lo derribó y un puñado de niños pequeños se abalanzaron sobre él.

Poke, te echa la culpa a ti. Tiene que aplastarte para borrar la agonía de ese recuerdo. Ahora estaba claro. Todo lo que Aquiles había dicho hoy era mentira. No se estaba

ocultando de Ulises. Desafiaría a Ulises... Lo más probable es que lo hiciera al día siguiente. Pero cuando se batiera con Ulises, Aquiles se sentiría más agraviado. ¡Mataste a Poke!, gritaría acusándolo, Ulises parecería tan estúpido y débil al negarlo todo después de tanto alardear cómo iba a desquitarse... Tal vez incluso admitiera haberla matado, sólo por fanfarronear. Y entonces Aquiles golpearía a Ulises y nadie podría echarle la culpa de haber matado al niño. No sería solamente en defensa propia, sino para defender a su familia.

Aquiles era demasiado listo. Y paciente. Esperó a matar a Poke hasta que hubiera alguien más a quien echar la culpa.

Bean corrió a advertirla. Tan rápidamente como sus piernecitas podían moverse, con las zancadas más grandes que podía dar. Corrió y corrió.

El muelle donde Poke se había encontrado con Aquiles estaba desierto.

Bean miró alrededor, sin saber qué hacer. Pensó en llamar a voces, pero eso sería una estupidez. El hecho de que Aquiles odiara más a Poke no significaba que lo hubiera perdonado a él, aunque permitiera que le diera su pan.

O Bean tal vez se había vuelto loco por nada. La había abrazado, ¿no? Ella acudió por voluntad propia, ¿verdad? Había ciertos aspectos de la relación entre chicos y chicas que no comprendía. Aquiles era un proveedor, un protector, no un asesino. Es mi mente la que funciona así, se decía Bean a sí mismo, mi mente la que piensa en matar a alguien que está indefenso, sólo porque podría suponer un peligro más adelante. Aquiles es el bueno. Yo soy el malo, el criminal.

Así pues, Aquiles era el que sabía amar. Bean era el que no sabía.

Bean se acercó al borde del muelle y contempló el canal. El agua estaba cubierta por una bruma baja. En la otra orilla, las luces de Boompjes Straat parpadeaban como en el Día de Sinterklaas. Las olas acariciaban los pilares con dulzura.

Miró el río a sus pies. Algo se movía en el agua, y chocaba contra el muelle. Bean siguió mirando un buen rato sin comprender. Pero entonces se dio cuenta de que desde el principio había sabido qué era, pero se había negado a creerlo. Era Poke. Estaba muerta. Era tal y como Bean había temido. Todo el mundo en la calle creería que Ulises era culpable de asesinato, aunque no pudiera demostrarse nada. Bean había tenido razón en todo. Fuera lo que fuese lo que ocurría entre chicos y chicas no superaba el odio, la venganza nacida de la humillación.

Mientras Bean permanecía allí de pie, contemplando el agua, cayó en cuenta de que debía decir lo que había sucedido, a todo el mundo, o decidir no decírselo nunca a nadie,

porque si Aquiles se enteraba de lo que había visto esa noche, le mataría sin pensárselo dos veces.

Aquiles diría, simplemente: Ulises ha vuelto a golpear. Entonces podría fingir que vengaba dos muertes, no una, al matar a Ulises.

No, todo lo que Bean podía hacer era guardar silencio. Fingir que no había visto el cadáver de Poke flotando en el agua, la cara vuelta hacia arriba, claramente reconocible a la luz de la luna.

Era estúpida. Tan estúpida que no había adivinado los planes de Aquiles, tan estúpida que había confiado en él de todas formas, y no en Bean. Tan estúpida como Bean, que se marchó en vez de advertirla, salvar tal vez su vida al proporcionarle un testigo que Aquiles no podría pillar y por tanto no podría silenciar.

Ella era el motivo por el que Bean estaba vivo. Ella fue quien le había puesto ese nombre. Ella fue la que escuchó su plan. Y ahora había muerto por eso, y él podría haberla salvado. Cierto, le dijo al principio que matara a Aquiles, pero al final ella había hecho bien al elegirlo… Era el único de los matones que podría haberlo calculado todo para llevarlo adelante con tanto estilo. Pero Bean también había tenido algo de razón. Aquiles era un mentiroso de campeonato, y cuando decidió que Poke muriera, empezó a construir la mentira que encubriría el asesinato... La mentira que llevó a Poke a acudir sola al lugar donde podría matarla sin testigos, la mentira para buscarse una coartada a los ojos de los niños más pequeños.

Confié en él, pensó Bean. Supe lo que era desde el principio, y sin embargo confié en

él.

en ti!

Vaya, Poke, has sido demasiado amable, demasiado buena. Me salvaste y yo te fallé. Pero no es sólo culpa mía. Fue ella quien se vio a solas con él.

Sola con él, ¿tratando de salvar mi vida? ¡Qué error, Poke, pensar en alguien más que

¿Voy a morir también por sus errores? No. Moriré por los míos.

Pero no esa noche. Aquiles no había puesto en marcha ningún plan para matar a

Bean. Pero a partir de ese momento, cuando fuese incapaz de conciliar el sueño durante la noche, pensaría en que Aquiles estaba esperando. Contando los minutos. Hasta el día en que Bean, también, se encontrara en el fondo del río.

Justo cuando sor Carlotta trataba de sensibilizarse ante el dolor que sufrían estos niños, uno de ellos apareció estrangulado en el río. Pero la muerte de Poke fue un motivo más para continuar con las pruebas. Todavía no habían encontrado a Aquiles: ya que aquel tal Ulises, había golpeado una vez, era improbable que Aquiles saliera de su escondite durante algún tiempo. Así que sor Carlotta no tuvo más remedio que continuar con Bean.

Al principio el niño estuvo distraído, y obtuvo pobres resultados, sor Carlotta no pudo comprender cómo podía hacer mal incluso los ejercicios más básicos del test, cuando era tan inteligente que había aprendido a leer él solo en la calle. Tenía que ser la muerte de Poke. Así que interrumpió la prueba y habló con él sobre la muerte, sobre cómo el espíritu de Poke se había ido con Dios y los santos, quienes cuidarían de ella y la harían más feliz de lo que había sido en vida. Él no parecía interesado. Si acaso, obtuvo peores resultados cuando iniciaron la siguiente fase del test.

Puesto que la compasión no funcionaba, optaría por mostrarse más dura.

voz.

-¿No comprendes para qué es esta prueba, Bean? -preguntó.

-No -respondió él, y aunque no añadió un «ni me importa», se adivinó en su tono de

-Todo lo que conoces es la vida en la calle. Pero las calles de Rotterdam sólo son

parte de una gran ciudad, y Rotterdam es sólo una ciudad en un mundo con miles de ciudades similares. De toda la especie humana, Bean, de eso trata esta prueba. Porque los fórmicos...

-Los insectores -dijo Bean. Como la mayoría de los pilluelos de la calle, repudiaba los eufemismos.

-Volverán y arrasarán la Tierra, y matarán a toda alma viviente, esta prueba es para ver si tú eres uno de los niños que serán llevados a la Escuela de Batalla para ser entrenado en el mando de las fuerzas que intentarán detenerlos. Esta prueba es para salvar al mundo, Bean.

Por primera vez desde que empezó la prueba, Bean le dedicó toda su atención.

¿Dónde está la Escuela de Batalla?

-En una plataforma orbital en el espacio. ¡Si obtienes buenos resultados en este test, conseguirás ser un espacial!

Su rostro no traslucía ni un asomo de ansiedad. Tan sólo una fría capacidad de cálculo.

Hasta ahora lo he estado haciendo bastante mal, ¿verdad?

-Hasta ahora, los resultados de la prueba demuestran que eres demasiado estúpido para ser capaz de caminar y respirar al mismo tiempo.

-¿Puedo empezar de nuevo?

-Sí, tengo otro modelo del test -respondió sor Carlotta.

-Démelo.

Mientras ella iba a buscar el otro examen, le sonrió, y trató de relajarlo.

-Entonces quieres ser un hombre del espacio, ¿no es eso? ¿O quizás te gusta más la idea de formar parte de la Flota Internacional?

Él la ignoró.

Esta vez respondió a todas las preguntas del test, aunque éste resultaba algo largo para realizarlo en el tiempo reglamentario. No obtuvo la puntuación máxima, pero sí unos muy buenos resultados. Tanto que todo el mundo se quedó asombrado.

Así que ella le entregó otro tipo de pruebas, éstas diseñadas para niños mayores; el modelo estándar, en realidad, que los niños de seis años realizaban para ingresar en la Escuela de Batalla en la edad normal. No los hizo tan bien: había demasiadas experiencias que todavía no había vivido, y por tanto no podía comprender el contenido de algunas de las preguntas. Pero en este caso también obtuvo una puntuación notable. Mejor que ningún otro estudiante que ella hubiera examinado.

Y pensar que había creído que era Aquiles quien en verdad estaba capacitado. Este pequeño, este niño... era sorprendente. Nadie creería que lo había encontrado en las calles, en un estado rayano a la inanición.

Justo en ese momento, una idea afloró en la mente de la monja, y cuando el pequeño hubo terminado la segunda prueba y ella hubo anotado la puntuación, se acomodó en su silla y sonrió al pequeño Bean, que la miraba con esos ojos hinchados. Entonces le preguntó:

-¿De quién fue la idea, a quién se le ocurrió lo de la familia de los niños de la calle?

-Fue idea de Aquiles -dijo Bean.

Sor Carlotta esperó.

-Fue idea suya llamarlo familia, al menos -aclaró Bean.

Ella siguió esperando. Si le daba tiempo, el orgullo traería más cosas a la superficie.

-Pero hacer que un matón protegiera a los pequeños, ése fue mi plan -dijo Bean-. Se lo conté a Poke, y ella se lo pensó y decidió intentarlo, y sólo cometió un error.

-¿Qué error?

-Eligió al matón equivocado para que nos protegiera.

-¿Lo dices porque no pudo protegería de Ulises?

Bean se rió con amargura mientras las lágrimas le corrían por las mejillas.

-Ulises va por ahí alardeando sobre lo que va a hacer. Sor Carlotta lo sabía, pero no quería saberlo.

-Sabes entonces quién la mató?

-Le dije a ella que lo matara. Le dije que era el matón equivocado. Lo vi en su cara, allí tirado en el suelo, vi que nunca la perdonaría. Pero es frío. Esperó mucho tiempo. Pero nunca aceptaba su pan. Eso debería de habérselo indicado a Poke. No tendría que haberse quedado a solas con él.

Empezó a llorar con fuerza.

-Creo que me protegía a mí. Porque le dije que lo matara aquel primer día. Creo que trataba de convencerlo de que no me matara. Sor Carlotta intentó apañar la emoción de su voz. -¿Crees que podrías correr peligro?

-Ahora que se lo he dicho, sí-respondió él. Y entonces, tras pensárselo un momento, añadió-: Ya corría peligro antes. El no perdona. Siempre se desquita.

-Te darás cuenta de que no es así como yo, o Hazie, Helga, quiero decir, vemos a

Aquiles. Para nosotras, parece... civilizado. Bean la miró como si estuviera loca.

-¿No es eso ser civilizado? ¿Poder esperar hasta conseguir lo que quieres?

-Quieres salir de Rotterdam e ir a la Escuela de Batalla para poder escapar de

Aquiles. Bean asintió.

-¿Qué hay de los otros niños? ¿Crees que corren peligro con él?

-No -dijo Bean-. Es su papá.

-Pero no es el tuyo. Aunque tomaba tu pan.

-La abrazó y la besó -dijo Bean-. Los vi en el muelle, y ella dejó que la besara y luego dijo algo sobre la promesa que él había hecho. Entonces me marché, pero en ese momento me di cuenta y corrí de vuelta, no pudo pasar mucho rato, sólo llegué a unas seis manzanas de distancia, ella estaba allí muerta, con el ojo fuera, flotando en el agua, chocando contra el muelle. Él puede besarte y matarte, si te odia lo suficiente. Sor Carlotta hizo tamborilear los dedos sobre la mesa.

-Qué dilema.

-¿Qué es un dilema?

-Iba a hacerle las pruebas también a Aquiles. Creo que podría entrar en la Escuela de

Batalla.

Todo el cuerpo de Bean se tensó.

-Entonces no me envíe a mí. Él o yo.

-¿De verdad crees...? -La voz de la monja se apagó-. ¿De verdad crees que intentaría matarte allí?

-¿Intentar? -replicó Bean, mostrando su desdén-. Aquiles no intenta.

Sor Carlotta sabía que la personalidad de la que hablaba Bean, aquella implacable determinación, era uno de los requisitos indispensables para ingresar en la Escuela de

Batalla. Podría hacer que Aquiles les resultara más atractivo que Bean. Y allí arriba podrían canalizar aquella violencia asesina, darle un buen uso.

Pero civilizar a los matones de la calle no había sido idea de Aquiles. Había sido Bean quien lo había pensado. Increíble, para un niño tan joven. Este niño era el premio, no el que vivía para la venganza en frío. Pero una cosa estaba clara. Sería un error por su parte llevarlos a ambos. Aunque sin duda también podría llevar al otro a una escuela aquí en la Tierra, y apartarlo de las calles. Aquiles se volvería verdaderamente civilizado, al ver que la desesperación de la calle ya no incitaba a los niños a la violencia.

Entonces se dio cuenta de la tontería que había estado pensando. No era la desesperación de la calle lo que impulsó a Aquiles a asesinar a Poke. Fue el orgullo. Fue Caín, quien pensó que la vergüenza era motivo suficiente para quitarle la vida a su hermano. Fue Judas, quien no vaciló en besar antes de matar. ¿En qué estaba pensando, en considerar el mal como si fuera un mero producto mecánico de la privación? Todos los niños de la calle sufrían miedo y hambre, indefensión y desesperación. Pero no todos se convertían en asesinos calculadores y fríos.

Es decir, si Bean tenía razón.

Pero ella no albergaba ninguna duda de que Bean le decía la verdad. Si Bean mentía, renunciaría a juzgar el carácter infantil. Ahora que lo pensaba, Aquiles era astuto. Un adulador. Todo lo que decía estaba calculado para impresionar. Pero Bean hablaba poco, y cuando lo hacía hablaba con claridad. Y era joven, y su miedo y su pesar en esta habitación eran reales.

Naturalmente, también había instado a matar a otro niño.

Pero sólo porque suponía un peligro para los demás. No era orgullo.

¿Cómo puedo juzgar? ¿No se supone que Cristo es el juez de los vivos y los muertos?

¿Por qué esto está en mi mano, cuando no soy digna de hacerlo?

-¿Quieres quedarte aquí, Bean, mientras comunico los resultados de tu prueba a la gente que autoriza el acceso a la Escuela de Batalla? Aquí estarás a salvo.

Él se miró las manos y asintió. Entonces apoyó la cabeza en sus brazos y sollozó.

Aquiles volvió al nido esa mañana.

-No podía mantenerme alejado -dijo-. Era una situación demasiado arriesgada. Los llevó a desayunar, como siempre. Pero Poke y Bean no estaban allí.

Entonces Sargento hizo su ronda habitual, escuchando aquí y allá, hablando con otros niños, hablando con un adulto u otro, para descubrir qué sucedía, averiguar cualquier dato que pudiera ser de utilidad. Fue en el muelle de Winjhaven donde oyó a algunos de los marineros comentar que había aparecido un cadáver en el río esa mañana. Una niña. Sargento se informó de dónde habían llevado el cuerpo hasta que llegaran las autoridades. No se amedrentó, se acercó directamente al cadáver, que estaba cubierto por una lona, y sin pedir permiso a nadie la retiró y miró a la niña.

-¡Chico! ¿Qué estás haciendo?

-Se llama Poke -dijo.

-¿La conoces? ¿Sabes quién puede haberla matado?

-Un chaval llamado Ulises, ése es el que la mató -afirmó Sargento. Entonces soltó la lona y terminó su ronda. Aquiles tenía que saber que sus temores no eran infundados, que Ulises iba a eliminar a todos los miembros de la familia que pudiera.

-No tenemos más remedio que matarlo -dijo Sargento. Ya se ha derramado suficiente

sangre -contestó Aquiles-. Pero me temo que tienes razón.

Algunos de los niños más pequeños lloraban. Uno de ellos explicó: Poke me dio de comer cuando me estaba muriendo. -Cierra el pico -ordenó Sargento-. Ahora comemos mejor que cuando Poke era la jefa.

Puso una mano sobre el hombro de Sargento y trató de tranquilizarlo.

-Poke hizo lo mejor que un jefe de banda podía hacer. Y ella es la que me aceptó en la familia. Así que en cierto modo, todo lo que yo hago para vosotros lo consiguió ella.

Todos asintieron solemnemente.

-¿Crees que Ulises se cargó a Bean también? -preguntó un niño.

-Si lo hizo, es una gran pérdida -dijo Sargento.

-Toda pérdida para mi familia es una gran pérdida -aclaró Aquiles-. Pero ya no habrá más. Ulises tendrá que marcharse de la ciudad, ahora mismo, o morirá. Haz correr la voz, Sargento. Que se sepa en las calles que el desafío sigue en pie. Ulises no comerá en ningún comedor de la ciudad, hasta que se enfrente a mí. Eso es lo que decidió él mismo, cuando eligió clavarle a Poke un cuchillo en el ojo.

Sargento le dirigió un saludo militar y echó a correr. Ésa habría sido la imagen de la obediencia total si no hubiera llorado mientras corría. Porque no le había dicho a nadie cómo había muerto Poke, cómo su ojo se había convertido en una cuenca ensangrentada. Tal vez Aquiles lo sabía de alguna otra forma, tal vez ya se había enterado, pero no lo mencionó hasta que Sargento regresó con las noticias. Tal vez, tal vez. Sargento sabía la verdad. Ulises no levantó la mano contra nadie. Lo hizo Aquiles. Como había advertido Bean desde el principio. La mató ahora porque las culpas recaerían en Ulises. Y allí estaba, hablando de lo buena que era ella y de cómo todos deberían de estarle agradecidos y diciendo que todo lo que Aquiles podía darles, era gracias a Poke.

Así que Bean tenía razón. En todo. Aquiles podría ser un buen padre para la familia, pero también era un asesino, y nunca perdonaba.

Pero Poke lo sabía. Bean la había advertido, y ella lo sabía, pero escogió a Aquiles como padre de todas formas. Lo escogió y luego murió por él. Era como ese Jesús del que Helga predicaba en su comedor mientras comían. Murió por su gente. Y Aquiles era como Dios. Hacía que la gente pagara por sus pecados, no importaba lo que hicieran.

Lo importante es estar del lado de Dios. Eso es lo que enseña Helga, ¿no? Estar con

Dios.

Estaré con Aquiles. Honraré a mi padre, eso seguro, para poder permanecer vivo

hasta que sea lo bastante mayor para seguir solo.

Y en cuanto a Bean, bueno, era listo, pero no lo suficiente para permanecer con vida, y si no eres lo bastante listo para permanecer con vida, entonces estás mejor muerto.

Cuando Sargento llegó a su primera esquina para divulgar la noticia de que Aquiles prohibía a Ulises probar bocado en ningún comedor de la ciudad, ya había dejado de llorar. Se acabó la pena. Ahora se trataba de sobrevivir. Aunque Sargento sabía que Ulises no había matado a nadie, pretendía hacerlo, y seguía siendo importante que muriera para proteger a la familia. La muerte de Poke era una buena excusa para exigir al resto de los padres que se retiraran y dejaran que Aquiles tratara con él. Cuando todo terminara, Aquiles sería el líder de todos los padres de Rotterdam. Y Sargento permanecería a su lado, sa- biendo el secreto de su venganza, sin decírselo a nadie, porque de este modo Sargento, la familia y todos los pillastres de Rotterdam lograrían sobrevivir.


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