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78.86% Alma Negra / Chapter 153: 153

Bab 153: 153

Al llegar al lugar, la vi subiéndose a la motora. La otra chica se subió en otra y la siguió. Tuve que seguirlas sin que se dieran cuenta.

Estuve varios minutos detrás de ellas, hasta que las vi detenerse en una vieja cabaña, algo que me llamó la atención. Me mantuve lejos observando sus movimientos, cuando las vi entrar.

No lo pensé para bajarme, al ver que no había movimiento de nadie más por la zona.

Me acerqué sigilosamente por una de las ventanas, y las vi paradas frente a un hombre que estaba amordazado y amarrado a una silla.

Daisy fue quien se acercó a una caja de madera, y de ella sacó una serpiente larga. No sé en realidad qué tipo de serpiente era, pero su peculiar color, me llamó la atención. Nunca había visto una serpiente color negro.

—Ella no te hará nada si no la provocas. ¿Cierto, Ellie? — acercó la serpiente al pecho del hombre, y rio.

Esa voz es de Daisy, ¿Así que realmente es ella? ¿Qué significa todo esto?

La serpiente lo mordió en el pecho, y Daisy la sujetó entre risas. Vi como la acercó a su casco y la serpiente se quedó quieta, es como si pudiera controlarla.

Los minutos pasaron y ellas se quedaron viendo como el hombre moría lentamente, como si de algún tipo de espectáculo se tratara. No podía creer lo que estaba viendo. La mujer inocente, dulce, incapaz de matar a una mosca, acababa de matar a un sujeto, y no solo eso, se podía notar en su tono de voz y risa en que lo estaba disfrutando.

¿Qué hicieron con mi cosita?

Esperé a que salieran de la cabaña, y al ver que la mujer se fue detrás de Daisy, tuve que tomar acción. La chica estaba de espalda, y le di un golpe en el cuello para que no interrumpiera por un tiempo. Daisy se giró al escuchar el cuerpo de su amiga caer al suelo, y fue cuando me vio.

—¡Kian!— le gritó a la chica, y retrocedió.

—¿Ahora me darás la cara o vas a huir como una cobarde?

Se quedó en silencio y vi sus intenciones de correr, a lo que la subí a mi hombro antes de que lo hiciera. Tiró varias patadas y daba golpes en mi espalda.

La llevé dentro de la cabaña, y la solté.

—No vas a seguir huyendo. Si tienes los ovarios bien puestos, dame la maldita cara— se quedó en silencio, y apretó sus puños—. Parece que no los tienes. ¿No vas a apuntarme de nuevo con el arma al sentirte presionada? — al preguntarle eso, llevó su mano al casco y se lo quitó, moviendo su pelo de lado a lado.

Era ella, y eso me acabó de destruir por dentro. Se veía muy distinta físicamente, de esa mirada inocente y de esa chica dulce, no se veía nada. Su pelo estaba mucho más largo, estaba bastante maquillada y arreglada, tenía un pequeño tatuaje de un escorpión, justo debajo de su oreja. Si lucía hermosa, pero mi Daisy, esa Daisy que esperaba encontrar, no estaba por ninguna parte. No tenía el derecho o la cara de reclamarle, pues fue mi culpa, y todo por haberla arrastrado conmigo.

—¿Estás feliz?

—¿Qué significa todo esto?

—¿No estás viéndolo con tus propios ojos? En primer lugar, no sé qué haces aquí.

—Eres mi mujer, claro que debo estar aquí. Acabo de ver como la mujer con la que me casé, acaba de matar a alguien a sangre fría, y no veo ni un gesto de disgusto o culpa en ti.

—¿Y qué esperabas? ¿Que estuviera llorando en una esquina? Vete de aquí, Alma negra.

—¿Alma negra? ¿Ahora ese es el nombre que sale de tu boca hacia tu esposo? ¿Hace casi un año no nos vemos, y esto es todo lo que tienes que decirme? ¿Cómo te atreves a llamarme alma? Antes me llamabas por mi nombre, o con cariño y ahora ni eso. Dime, ¿Qué ha pasado contigo? ¿Qué te han hecho? ¿Por qué estás convertida en esto? ¿Dónde está mi hijo? ¡Habla!

—No tengo nada que hablar, y no me vuelvas a buscar, por favor.

—Tu indiferencia lástima, ¿Sabías? ¿Tienes alguna puta idea de lo mucho que te he echado de menos? ¿Lo mucho que te ha extrañado nuestra hija? ¿Tienes una miserable idea, de lo desesperado que estaba por encontrarte, para encontrarme ahora con esto?

—No, no la tengo.

Aunque sus palabras fueron cortantes, más que un maldito puñal en el pecho, ni siquiera pudo mirarme a la cara. No es difícil darme cuenta que está mintiendo, pero que no tenga la valentía o la confianza de contarme, me duele más.

—¿No vas a decirme lo que está pasando, Daisy? ¿Acaso ya te olvidaste de mí? ¿De nuestro matrimonio o de nuestra hija?

—No es algo de lo que quiera hablar ahora. No me busques más o no respondo— quiso caminar para irse, pero lo evité, sujetando fuertemente su brazo.

—No vas a ninguna parte hasta que me digas que está sucediendo, Daisy. ¿Quién es ese tipo con quién estás? ¿Acaso te enamoraste de él, y por eso no puedes darme la cara?— me miró furiosa, y trató de golpearme, pero sujeté su otra mano—. No se te olvide quien fue el que te entrenó, Daisy. No hay forma de que permita que te vayas o que me golpees— le di una patada desprevenidamente a su pierna, para hacerla caer y antes de que pudiera levantarse, le puse la pierna en el pecho—. Has bajado la guardia, eso puede significar dos cosas; has perdido el toque, o es que no te ves amenazada por mi— diciendo esto, sacó el arma y con la misma pierna que tenía en el pecho, le di una patada, tirándola a otro lado—. Ni siquiera la estabas sujetando firmemente, ¿Qué harás ahora qué estás indefensa?

—¡Basta ya, Alma!

—¡No soporto que me llames así!— me subí sobre ella, y a pesar de tratar de golpearme con las manos, las sujeté por arriba de su cabeza—. Me gustaba más cuando gemías mi nombre. Que buenos tiempos aquellos.

—¡Suéltame o no respondo!

—No respondas, y sé mía.

—¡Púdrete!

—Me estás tratando con mucho desprecio. Si tanto me ves como un enemigo, entonces debo actuar como tal.

—¡Eres un infeliz!

—Estás mucho más delgada, me gustaban más esas curvas que tenías, aunque tus muslos siguen igual de anchos, me gustan— sujeté sus brazos con una mano y la otra la bajé a acariciar sus muslos.

—¿Qué demonios estás haciendo?

—¿Qué crees que le hago a las mujeres que son imprudentes, y que para completar, son mis enemigas? ¿Quién podría resistirse a una dulce oveja como tú, que está debajo de mi y tan indefensa? Teniéndote así, te me antojas.

—¡No me toques!

—¿No me digas que prefieres que otro lo haga?

—¿Y si es así qué?

—Entonces deberé tomar cartas en el asunto y hacerte entender que solo soy yo, el único hombre que puede tenerte, el único que puede tocarte y adueñarse de cada parte de ti, desde el exterior, hasta tu interior— llevé mi mano a su cuello, sin ejercer ningún tipo de fuerza—. Acabaré con ese tipo y con cualquiera que se atreva a tocarte o mirarte, porque tú me perteneces, y a mi nadie me quita lo que es mío. Te lo dije una vez y te lo repito; tú eres mi mujer y solo mía, tu existencia, tu vida, todo de ti, me pertenece, y ahora vengo a reclamar lo que es mío.


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