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45.51% EL Mundo del Río / Chapter 127: EL OSCURO DESIGNIO (65)

Bab 127: EL OSCURO DESIGNIO (65)

Frigate no volvió a la cabaña basta una hora antes de la cena. Cuando Nur le preguntó dónde había estado, dijo que había aguardado todo el día para ver a Novak. Finalmente, la secretaria de Novak le había dicho a Frigate que tendría que volver al día siguiente. Novak le reservaría un minuto o dos por la mañana.

Frigate parecía disgustado. Aguardar en la cola le hacía ponerse muy impaciente. Que hubiera aguardado durante tanto tiempo significaba que estaba profundamente decidido. Pero se negó a decir qué tenía en mente hasta que hubiera hablado con Novak.

Si él dice que sí, entonces os lo diré.

Farrington, Rider y Pogaas le prestaron poca atención. Estaban demasiado ocupados discutiendo medios de recuperar el Abigarrado. Cuando le preguntaron si les ayudaría, Frigate dijo que aún no lo sabía. Nur se limitó a sonreír y dijo que él aguardaría hasta que

los demás hubieran pensado realmente en los aspectos éticos de lo que pretendían hacer.

Nur, como siempre, sabía más acerca de lo que estaba pasando que los demás. Fue él quien les dijo, justo antes de que salieran de la cabaña para ir a buscar el desayuno, que la discusión era meramente académica. El Abigarrado había sido cargado con artefactos para comerciar por sus nuevos propietarios, y partiría Río abajo inmediatamente después del desayuno.

Martín estalló.

¿Por qué no lo dijiste antes?

Tenía miedo de que hicierais algo desesperado, como intentar apoderaros del barco a plena luz del día, ante centenares de testigos. Nunca lo hubierais conseguido.

¡No somos tan estúpidos!

No, pero sí sois tan impulsivos. Lo cual es una forma de estupidez.

Muchas gracias dijo Tom. Bien, quizá sea mejor así. Siempre he mostrado mis preferencias hacia una de esas patrulleras a vapor. Pero primero debemos reunir la antigua tripulación y encontrar a alguien que reemplace a las mujeres. Esto va a tomar tiempo y mucha planificación.

Hubo algunos retrasos, sin embargo. Un hombre de las oficinas del gobierno acudió y les dijo que tenían que trabajar para el estado como todos los ciudadanos o irse. Frigate estaba ausente cuando ocurrió esto. Volvió sonriendo ampliamente, y no pareció afectado en absoluto por las noticias.

¡He conseguido convencer a Novak!

¿Convencerle de qué? dijo Farrington.

Frigate se sentó en una silla de bambú y encendió un cigarrillo.

Bien, primero le pregunté si estaba dispuesto a construir otro dirigible para nosotros. No esperaba que dijera que sí, por supuesto, y no lo hizo. Dijo que tenía intención de construir otros dos dirigibles... pero no para nosotros. Serían usados como patrulleros y en caso de guerra, si es que se producía alguna guerra.

¡Quieres que robemos su dirigible! dijo Farrington. Aunque se había puesto furioso cuando Podebrad les había abandonado, más tarde se había sentido aliviado por ello. Lo había negado, pero resultaba obvio que se alegraba de no tener que volar en la aeronave.

No. Ni Nur ni yo creemos que seáis capaces de robar la propiedad de otro, aunque os guste tanto hablar de ello. Vosotros fantaseáis demasiado. Además, Nur y yo no queremos tener nada que ver con robos.

»Después de que mi primera proposición fuera rechazada, hice la segunda. Novak murmuró hums y hams, y finalmente dijo que aceptaría mi sugerencia. No le requeriría ni los materiales ni el tiempo que habían requerido el dirigible. Se sentía en cierto modo culpable porque habíamos sido engañados, y pensaba que ayudándonos un poco nos compensaría en cierta forma.

»Además, Novak está interesado en los globos. Su hijo era un aficionado a ellos.

¡Globos! dijo Martin. ¿Todavía sigues con esa loca idea? Tom pareció interesado.

Pero no sabemos nada de los vientos que hay por encima de las montañas dijo. Podemos ser arrastrados hacia el sur.

Es cierto. Pero estamos un poco al norte del ecuador. Si los vientos de las capas superiores de la atmósfera son aquí parecidos a los de la Tierra, lo más probable es que seamos arrastrados hacia el norte y hacia el este. Una vez pasadas las zonas de calmas tropicales, el asunto cambia. Pero tengo en mente un tipo de globo que podrá llevarnos hasta la zona ártica.

¡Esto es una locura! ¡Una locura! dijo Martin, agitando la cabeza.

¿Te niegas a colaborar?

Yo no he dicho eso. Yo también he estado siempre un poco loco. Además, no creo que los vientos vayan a sernos favorables. Deberíamos volver a lo práctico y construirnos otro barco.

Farrington estaba equivocado, y probablemente sabía que estaba expresando simplemente un deseo. El aire, a la altitud en que flotarían, soplaba hacia el nordeste.

Sin embargo, cuando los demás supieron el tipo de globo que Frigate proponía construir, todos protestaron vehementemente.

Sí, ya sé que nunca ha sido intentado, excepto sobre el papel dijo Frigate. Pero es nuestra posibilidad de intentar algo único.

Sí dijo Martin. Pero sabes que Julio Verne propuso esa idea en 1862. Si era una buena idea, ¿por qué nadie la intentó nunca?

No lo sé. Yo la hubiera intentado en la Tierra si hubiera tenido el dinero necesario. Mirad. Es la única forma de poder recorrer con seguridad distancias considerables. Si utilizamos un globo convencional, podremos sentirnos afortunados si recorremos cuatrocientos o quinientos kilómetros. Eso sigue representando un millón de kilómetros de viaje por la superficie. Pero con el Julio Verne, y un poco de suerte, podemos recorrer todo el camino hasta las montañas polares.

Tras mucha discusión, los otros terminaron por aceptar que podían intentar aquel plan. Pero cuando se inició el proyecto, Frigate empezó a mostrarse intranquilo. A medida que se acercaba el momento de la partida, se volvía cada vez más nervioso. Algunas pesadillas sobre globos le mostraron lo profundas que eran sus aprensiones. Pese a todo, a los demás no les expresó otra cosa que una gran confianza.

Julio Verne había propuesto en su novela Cinco semanas en globo una idea que parecía realizable... aunque peligrosa. En su libro funcionaba, pero Engate sabía que la realidad fracasaba a menudo en su intento de darle diplomáticamente la razón a la literatura.

El globo fue construido, y la tripulación realizó una docena de vuelos de prácticas. Estos, ante la sorpresa de todo el mundo, especialmente Frigate, no evidenciaron más que algunos problemas menores. Sin embargo, todos los vuelos de entrenamiento se realizaron a bajas altitudes, que mantenían al aerostato por debajo de las cimas de las montañas que emparedaban el Valle. Subir por encima de ellas representaba alejarse a distancias considerables de Nueva Babilonia, lo cual hacía imposible su regreso antes de que estuvieran preparados para el vuelo final.

La tripulación tendría que efectuar el auténtico entrenamiento cuando se aventurara en la estratosfera.

El doctor Fergusson, el héroe de Verne, había construido un globo basado en el hecho de que el hidrógeno, cuando es calentado, se expande. Este principio había sido utilizado en 1785 y en 1810 con desastrosos resultados. El imaginario calentador de Verne, sin embargo, era mucho más científico y poderoso, y funcionaba... sobre el papel. Frigate poseía una tecnología mucho más avanzada que la de la época de Verne, y había efectuado algunas modificaciones en el sistema. Cuando el globo estuvo terminado, pudo afirmar que era en realidad el primero de su tipo. Estaban haciendo historia.

Frisco dijo con mucha vehemencia que nadie había plasmado la idea de Verne porque nadie hasta entonces había sido lo bastante loco. Aunque en el fondo estaba de acuerdo con él Frigate no dijo nada. Aquél era el único tipo de aerostato que podía recorrer las inmensas distancias que debían ser atravesadas. Ahora no iba a echarse atrás. Demasiadas veces, en ambos mundos, había iniciado algo y luego no se había visto con fuerzas de seguir adelante. Incluso si resultaba muerto, iba a continuar hasta el final.

El hecho de que su testarudez matara también a los demás era lo que le preocupaba. De todos modos, todos conocían los peligros. Nadie había sido obligado a ir con él.

El despegue final se produjo según lo previsto justo antes del alba. Las luces de arco y las antorchas resplandecían en medio de la enorme multitud que ocupaba la llanura. La

envoltura del globo, pintada con aluminio, flotaba como una arrugada piel de salchicha colgando de un invisible gancho.

El Julio Verne, en aquel estado del vuelo, no se correspondía con la idea que podía tener un profano de un globo, una esfera completamente expandida. Pero a medida que ascendiera iría hinchándose gracias al calor aplicado y a la decreciente presión del aire a su alrededor.

Se pronunciaron los discursos y se hicieron los brindis. Tom Rider observó que Frisco utilizaba un recipiente dos veces más grande que los demás. Dijo algo acerca del «valor por la botella», pero no lo suficientemente fuerte como para que Frisco pudiera oírlo. Cuando Frisco entró en el vehículo, estaba sonriendo y agitando alegremente la mano hacia los espectadores.

Peter Frigate completó la pesada final. Hasta entonces, todo se había limitado a asegurarse de que el peso envoltura, gas, red, suspensión, lastre, cesta, equipo, víveres, aeronautas fuera ligeramente inferior a su fuerza de ascensión. El Julio Verne era el primer aerostato en el cual el peso de despegue era ligeramente superior al empuje de ascensión del gas.

La cabina que colgaba bajo la bolsa de gas tenía forma de calabaza, y su casco era una aleación de magnesio formando doble pared. En su centro había una estructura en forma de L, el vernier. Dos delgadas tuberías de plástico salían por dos orificios de la cabina sobre sus cabezas. Estos orificios estaban cuidadosamente sellados para impedir que se escapara el aire de la cabina.

Desde allí, las tuberías de plástico seguían hacia arriba más allá del herméticamente sellado cuello de la envoltura.

Sus extremos estaban unidos a dos tubos de aleación ligera que subían hasta distintas alturas en su interior. Uno era más largo que el otro; los extremos de ambos estaban abiertos.

La tripulación había estado muy charlatana antes de embarcar. Ahora miraron a

Frigate.

Cierren la compuerta principal dijo éste, y el ritual del despegue se inició.

Frigate comprobó una válvula y dos llaves de paso fijadas al vernier. Abrió una pequeña trampilla en un lado cerca de la parte superior de la estructura en forma de L. Ajustó otra llave de paso hasta que oyó un ligero silbido. Este procedía de una estrecha boquilla al extremo de un tubo de acero en el compartimiento superior.

Prendió un encendedor eléctrico con punta de aluminio y lo acercó al horno. Una pequeña llama hizo pop en el extremo de la boquilla. Giró la llave de paso para incrementar la llama, ajustó otras dos para regular la mezcla de oxígeno e hidrógeno que alimentaba la antorcha. La llama empezó a calentar la base del ancho cono de platino situado justo encima de ella.

El extremo inferior del tubo más largo que penetraba en el globo estaba unido al vértice del cono. A medida que el calor se expandía en el cono, el hidrógeno ascendía, penetrando en el globo y haciendo que éste se expandiera también. El hidrógeno más frío de la mitad inferior del globo, ayudado por un efecto de succión, fluía a la extremidad abierta del tubo más corto dentro de la envoltura. Descendía por este tubo hasta la parte lateral del vernier, junto al cono. Allí era calentado y ascendía de nuevo, completando así el circuito.

Uno de los compartimientos en la base del vernier era una batería eléctrica. Era mucho más ligera e infinitamente más potente que la batería utilizada por Fergusson en la novela de Verne. Descomponía el agua en sus elementos, hidrógeno y oxígeno. Esos fluían a compartimientos separados, y luego se dirigían a una cámara de mezcla, donde el oxidrógeno era enviado a la antorcha.

Una de las modificaciones de Frigate al sistema de Verne era una tubería que conducía de la cámara de almacenamiento del hidrógeno a la tubería más corta. Abriendo dos

llaves de paso, el piloto podía permitir que el hidrógeno de la cámara de almacenamiento fluyera al interior del globo. Era una medida de emergencia a utilizar tan sólo para reemplazar el hidrógeno que pudiera fugarse del interior del globo. Cuando se hacía esto, la antorcha debía ser apagada, puesto que el hidrógeno es altamente inflamable.

Pasaron quince minutos. Luego, sin ningún movimiento apreciable, la cabina se elevó del suelo. Frigate cerró la antorcha unos pocos segundos más tarde.

Los gritos de los espectadores se hicieron menos audibles, luego esaparecieron. El enorme hangar se encogió y se convirtió en una casa de muñecas. Por aquel entonces el sol había iluminado la montaña, y las piedras a lo largo del Río tronaron como una descarga de artillería.

Es nuestra salva de honor de mil cañonazos dijo Frigate.

Nadie se movió ni dijo nada durante un rato. El silencio era tan intenso como en el fondo de una profunda cueva. Sin embargo, las paredes de aleación de la cabina no poseían cualidades aislantes del sonido. Cuando el estómago de Frisco dejó oír un quejido, resonó como un distante trueno.

Un ligero viento estaba soplando ahora, empujando al globo hacia el sur, apartándolo de su meta. Pogaas asomó la cabeza por una portilla abierta. No había ninguna sensación de movimiento, puesto que el globo viajaba a la misma velocidad que el viento. El aire en torno al casco era tan inmóvil como sí se hallara en una habitación cerrada. La llama de una vela colocada encima del vernier hubiera ardido verticalmente recta.

Aunque había montado en aerostatos muchas veces antes, Frigate siempre se sentía presa de éxtasis durante los primeros minutos de vuelo. Ninguna otra forma de volar ni siquiera el vuelo libre le producía la misma sensación. Se sentía como un espíritu incorpóreo, libre de las trabas de la gravedad, de las preocupaciones e inquietudes de la carne y de la mente.

Era una ilusión, por supuesto, ya que la gravedad sujetaba al globo con sus garras, jugaba con él, y podía aplastarlo contra el suelo en cualquier momento. Y las preocupaciones e inquietudes no tardaban mucho en volver a él. Y entonces hacían trabajar tanto a su cuerpo como a su cerebro.

Frigate agitó la cabeza como un perro saliendo del agua, y volvió al trabajo que debía ocupar al piloto de un globo atareado durante la mayor parte del vuelo. Comprobó el altímetro. Mil ochocientos metros. El variómetro o estatoscopio indicaba que el índice de ascensión estaba incrementándose a medida que el sol calentaba el gas dentro de la bolsa. Tras comprobar el almacenamiento de O y H y verificar que las cámaras estaban llenas, desconectó la batería del agua. Por el momento, no tenía nada que hacer excepto vigilar el altímetro y el variómetro.

El valle se estrechaba bajo ellos. Las negroazuladas montañas, salpicadas de enormes manchas de líquenes gris verdosos y gris azulados, se alejaban. Las brumas que enmarcaban el Río y las llanuras iban desapareciendo tan rápidamente como ratones que han oído la noticia de que hay un gato por las inmediaciones.

Estaban siendo arrastrados hacia el sur a una velocidad creciente.

Estamos perdiendo terreno murmuró Frisco. Sin embargo, habló tan sólo para aliviar la tensión nerviosa. Los globos sonda habían demostrado que el viento estratosférico soplaba en dirección norte.

Ultima oportunidad de fumar un cigarrillo dijo Frigate. Todo el mundo excepto Nur encendió uno. Aunque fumar era algo prohibido en todos los globos anteriores al Julio Verne, estaba permitido a bajas altitudes. No tenía sentido preocuparse por quemar un poco de tabaco cuando había presente una llama.

Ahora el globo se había elevado por encima del valle, y se asombraron ante la vista de más de uno al mismo tiempo. Allí estaban, hilera tras hilera. A su izquierda estaban los valles en realidad anchos y profundos cañones por los que habían pasado en el

Abigarrado. Y a medida que seguían ascendiendo, el horizonte parecía huir como sí les tuviera miedo. Frigate y Rider hablan visto este fenómeno en la Tierra, pero los demás estaban maravillados. Pogaas dijo algo en swazi. Nur murmuró:

Es como si Dios estuviera desplegando el mundo como si fuera un mantel.

Frigate cerró todas las portillas, y abrió el suministro de oxígeno y conectó un pequeño ventilador que absorbía el anhídrido carbónico y lo retenía en una capa de material absorbente. A dieciséis kilómetros de altitud, el Julio Verne entró en la tropopausa, el límite entre la troposfera y la estratosfera. La temperatura fuera de la cabina era de setenta y tres grados bajo cero.

Entonces el viento contrario se apoderó del aerostato y le hizo girar ligeramente sobre si mismo. A partir de aquel momento, a menos que encontraran un viento opuesto, tendrían la impresión de estar en un tiovivo que se moviera muy lentamente.

Nur reemplazó a Frigate en el puesto de piloto. Pogaas fue el siguiente, y Rider hizo la tercera guardia. Cuando Farrington se hizo cargo del pilotaje, había perdido ya su nerviosismo. Estaba al control, y esto marcaba toda la diferencia. Frigate recordó cómo Farrington había descrito en uno de sus libros su gran exultación cuando, a la edad de dieciséis años, se le había permitido hacerse cargo del timón de una goleta con mal tiempo. Tras observarlo algunos minutos ante la rueda, el capitán se había ido abajo. Farrington era el único hombre en cubierta, la seguridad del barco y de la tripulación estaba en sus manos. Había sido una experiencia extasiante que nunca había sido superada en una vida llena de peligrosas aventuras.

Sin embargo, tan pronto como Frigate lo relevó, perdió su sonrisa, y pareció tan tranquilo como antes.

El sol seguía ascendiendo, y con él el Julio Verne. El globo estaba cerca ahora de su equilibrio de presión, lo cual quería decir que la excursión había terminado. Puesto que su boca estaba cerrada herméticamente, en vez de estar abierta como en los globos comunes, seguiría subiendo hasta que la dilatación fuera excesiva. En este punto la cubierta podía rasgarse, y entonces la caída hasta el suelo seria tan rápida que apenas les permitiría rezar un responso por sus propias almas. Pero se habían tomado medidas contra esto.

Frigate comprobó el altímetro y luego hizo girar un tambor metálico instalado sobre su cabeza. Estaba atado por una cuerda a una válvula de madera en el cuello del globo. Se abrió, soltando algo de gas. El globo descendió. Pronto volvería a ascender de nuevo, sin embargo, lo cual quería decir que habría que soltar más gas. Si el globo descendía demasiado, habría que encender de nuevo la antorcha a intervalos, y también cerrar la antorcha y alimentar el globo con más hidrógeno.

Era preciso un juicio sereno y preciso para saber exactamente cuánto gas había que soltar y cuánto reemplazar. Extraer demasiado hidrógeno significaba caer demasiado aprisa. Una excesiva cantidad de hidrógeno significaba que el aparato podía llegar a ascender más allá de su equilibrio de presión. Una válvula de seguridad en la parte alta del globo soltaría automáticamente gas en caso necesario para prevenir el estallido del globo si la válvula no se había helado, pero entonces, seguramente, el globo se volvería demasiado pesado.

Además, el piloto debía estar atento a las inesperadas corrientes cálidas de aire. Esas podían elevar el Julio Verne demasiado rápido y llevarlo por encima de su altura máxima con relación a la presión. Un repentino enfriamiento podía precipitar el aparato hacia abajo.

El piloto podía, en esa última circunstancia, ordenar que fuera arrojado lastre, pero esto podía dar como resultado un movimiento de yoyo. Y si perdía todo su lastre, se encontrarían en problemas. La única forma de perder rápidamente altitud era soltar más gas. Lo cual significaba que el quemador podía no ser capaz de expander el hidrógeno con la suficiente rapidez.

Nadie sabe los problemas que yo he visto, podría ser su canción.

Sin embargo, el día pasó sin ninguna emergencia de esas que crispan los nervios. El sol se puso, y el Julio Verne, con su hidrógeno enfriándose, empezó a descender. El piloto tuvo que encender el quemador lo suficientemente como para volver a elevarlo de nuevo, y luego mantener el aparato por encima de la tropopausa. Los que no estaban de servicio se acurrucaron bajo gruesas ropas y durmieron como pudieron.

Ser la única persona despierta de noche resultaba algo espectral. La iluminación era débil. La luz de las estrellas penetraba por las portillas, pero ésta, junto con algunas pequeñas luces encima de los medidores y diales, no era suficiente como para que uno se sintiera cómodo. El casco de aleación amplificaba cualquier ruido: el golpe de una mano contra el suelo cuando alguien se daba la vuelta y dejaba caer un brazo; Pogaas murmurando en swazi; Frisco rechinando los dientes; Rider roncando suavemente como un caballo; el ventilador zumbando.

Cuando Frigate encendió la antorcha, la repentina explosión y el subsiguiente rugir despertaron a todo el mundo de su sueño. Luego fue su turno de arrebujarse bajo las ropas, de dormir, de ser despertado momentáneamente por la antorcha o por una pesadilla o por la sensación de caída.

Llegó el amanecer. Los tripulantes se levantaron a distintas horas, utilizaron el sanitario químico, bebieron café o té instantáneos, y comieron de las provisiones reservadas de los cilindros, suplementadas con pan de bellotas y pescado seco. Los desechos del sanitario no fueron evacuados. Abrir una escotilla a aquella altitud significaba una caída posiblemente fatal de la presión del aire, y cualquier pérdida de peso incrementaba la flotabilidad.

El Frisco Kid, cuyos ojos estaban mejor entrenados en el cálculo de la velocidad del suelo, opinó que estaban avanzando a unos cincuenta nudos.

Antes del mediodía, el globo se vio atrapado por un viento que lo impulsó hacia el sur durante varias horas antes de hacer girar el aparato de nuevo hacia el nordeste. Al cabo de tres horas se encaminaban hacia el sur de nuevo.

Si esto sigue así vamos a estar moviéndonos en redondo siempre dijo Frigate sombríamente. No entiendo esto.

Más tarde, aquella tarde, regresaron al rumbo deseado. Frigate dijo que debían descender hasta los vientos superficiales y probar suerte allí. Estaban lo uficientemente lejos del norte como para que los vientos se dirigieran en líneas generales hacia el nordeste.

Tras apagar el quemador, el gas fue enfriándose lentamente. El Julio Verne descendió primero lentamente, luego a mayor velocidad. Nur conectó el quemador unos pocos minutos para comprobar su descenso. A trece kilómetros de altura, el viento aflojó, empujándoles en dirección contraria, la no deseada. También hizo girar al aparato en dirección contraria a la de antes. Nur lo hizo seguir descendiendo hasta unos dos mil metros por encima de las montañas. Ahora avanzaba en un ángulo con relación a los valles, que estaban alineados paralelamente al norte y al sur en aquella zona.

¡Estamos yendo de nuevo hacia el nordeste! dijo alegremente Frigate.

Al mediodía del tercer día fueron arrastrados por un viento estimado de unos veinticinco kilómetros por hora. Sólo el Julio Verne podía haber conseguido esta hazaña. Cualquier otro tipo de globo no hubiera podido ascender hasta la estratosfera o descender hasta los vientos superficiales sin perder demasiado gas en la maniobra.

Abrieron las portillas para dejar penetrar el tenue fresco aire. Las corrientes ascendentes y descendentes les causaban una cierta incomodidad, principalmente por los cambios de presión del aire. Tenían que estar deglutiendo constantemente para aliviar sus tímpanos. Al anochecer, las corrientes se hicieron menos violentas.

Al día siguiente, a media tarde, se vieron sorprendidos por una tormenta. Farrington estaba de piloto cuando las negras nubes debajo de ellos parecieron subir bruscamente a

su encuentro. Por un momento, la tormenta pareció mantenerse lo suficiente por debajo. Pero empezaron a surgir zarcillos que treparon por el aire como los tentáculos de un pulpo. Al momento siguiente, el propio cuerpo del pulpo pareció saltar hacia ellos. Y se hallaron envueltos en una oscuridad cebrada por relámpagos. Al mismo tiempo, empezaron a girar como pulgas en una peonza.

Estamos cayendo como un ladrillo dijo Frisco calmadamente. Ordenó que fuera arrojado algo de lastre, pero el globo siguió cayendo. Los relámpagos estallaban cerca, inundando el aparato con una luz que hacía aparecer todos sus rostros de color verde. Los truenos resonaban en la cámara de los ecos que era la cabina, y sus oídos les dolían terriblemente. La lluvia entró en tromba por las abiertas portillas y cubrió el suelo, añadiéndose a la humedad.

¡Cerrad las portillas! ¡Tom y Nur, arrojad el saco de Lastre número Tres!

Corrieron a obedecerle. Sentían sus cuerpos ligeros, como si la cabina estuviera cayendo tan rápidamente que les hiciera flotar.

Otro rayo cercano les arrojó luz y miedo. Todos vieron una negra roca debajo, la plana cima de una montaña ascendiendo hacia ellos.

¡Dos Sacos Número Dos!

Nur, mirando por una de las portillas, dijo muy alto pero muy calmadamente:

¡Los sacos no caen mucho más aprisa que nosotros!

¡Dos Número Uno más!

Otro tremendo relámpago sacudió el aire en sus inmediaciones.

No vamos a conseguirlo! gritó Frisco. ¡Otros dos Número Uno! ¡Preparados para arrojar todo el lastre!

El borde de la cabina golpeó contra el borde de la cima de la montaña. La cabina se agitó, lanzando a toda la tripulación al suelo. Las momentáneamente flojas cuerdas de sustentación se tensaron de nuevo, y la tripulación, que estaba intentando ponerse en pie, volvió a caer de nuevo en confuso montón. Afortunadamente, el salvaje tirón no rompió las cuerdas.

Ignorando sus heridas, volvieron a ponerse en pie y miraron por las portillas. Oscuridad, excepto las débiles luces interiores. Otro rayo. Estaban demasiado cerca del lado de la montaña, y la corriente descendente estaba empujando todavía el globo. Las puntiagudas copas de gigantescos árboles de hierro ascendían hacia ellos como erizadas jabalinas.

Era demasiado tarde para conectar el quemador. Su efecto sería despreciable en el poco tiempo que les quedaba antes del impacto. Además, la colisión con la cima de la montaña debía haber aflojado las uniones de los tubos. Si era así, una chispa podría convertir el interior de la cabina en un horno.

¡Todo el lastre! aulló Frisco.

Repentinamente estuvieron fuera de las nubes, pero la oscuridad era ahora un intenso grisor. Aunque podían ver lo suficiente como para discernir las copas de los árboles girando inmediatamente debajo de ellos.

Frisco abandonó su puesto para ayudar a los otros a arrojar los sacos y los contenedores del agua. Pero antes de que nadie pudiera arrojar nada, antes de que Nur pudiera pulsar un botón para soltar el lastre, la cabina chocó contra las ramas superiores de un árbol de hierro. De nuevo fueron arrojados por el suelo. Impotentes, oyeron espantosos crujidos. Pero las ramas resistieron, primero inclinándose, luego enderezándose, y lanzaron la cabina hacia arriba contra la envoltura del globo.

Volvió a caer, fue atrapada de nuevo por las casi irrompibles ramas. Sus ocupantes fueron arrojados en confuso montón, como si fueran dados agitados dentro de un cubilete.

Frigate estaba golpeado, arañado por todas partes, conmocionado. Sin embargo, estaba lo suficientemente lúcido como para pensar en el daño que debían estar sufriendo los tubos de plástico atrapados y golpeados violentamente entre cabina y globo.

Si... ¡oh, Dios, haz que no suceda!... si los tubos se soltaban del globo... si las puntas de las ramas agujereaban su envoltura... la cabina caería al suelo... a menos que quedara sujeta por las ramas o sus cuerdas se enredaran entre ellas.

No. La cabina estaba ascendiendo ahora.

¿Había resistido el globo? ¿Para ascender en dirección al Río? ¿O para golpear contra el lado de la montaña y su envoltura rasgarse contra los salientes de la roca?


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