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34.05% EL Mundo del Río / Chapter 95: EL OSCURO DESIGNIO (33)

Bab 95: EL OSCURO DESIGNIO (33)

Jill iba a preguntarle si no había enviado exploradores en busca de los materiales para construir otro láser, pero en aquel momento la secretaria de Firebrass llamó a la puerta.

¿Podía el señor Firebrass recibir a Piscator?

Firebrass dijo que podía. El japonés entró y, tras preguntar por la salud de ambos, dijo que tenía buenas noticias. Los ingenieros que trabajaban en el aceite diesel sintético podían entregar su primera provisión una semana antes del tiempo previsto.

¡Esto es estupendo! exclamó Firebrass. Sonrió a Jill. ¡Eso significa que podremos hacer despegar al Minerva mañana mismo! ¡Iniciar el entrenamiento siete días antes de lo calculado! ¡Fabuloso!

Jill se sintió más feliz aun.

Firebrass propuso un brindis para celebrarlo. Aún no habían tenido tiempo de servir la flor de cráneo, sin embargo, cuando la secretaria entró de nuevo.

Sonriendo ampliamente, dijo:

No interrumpiría si no fuera tan importante. Creo que tenemos un nuevo tripulante, alguien con mucha experiencia. Acaba de llegar hace unos minutos.

La alegría casi rayana con el éxtasis de Jill se esfumó rápidamente, como aire escapándose de un globo pinchado. Su pecho pareció hundírsele. Hacía un momento, era como si tuviera ya asegurado el puesto de segundo de a bordo. Pero ahí estaba una persona que podía tener tanta experiencia, o incluso más, que ella. Un hombre, por supuesto. Incluso podía tratarse de un oficial del Graf Zeppelin. o del Hindenburg. Un veterano de los grandes dirigibles rígidos tendría mucho más peso, en la estimación de Firebrass, que una mujer que tenía experiencia tan sólo en dirigibles pequeños.

Con el corazón latiéndole fuertemente, miró al hombre que penetró en la oficina tras la secretaria. No lo reconoció, pero aquello no significaba nada. Había montones de personal aeronaval de su tiempo y anteriores al Hindenburg cuyas fotografías no había visto nunca. Además, aquellas fotos habían sido de hombres de mediana edad que llevaban trajes civiles o uniformes militares. Y muchos de ellos llevaban pelo en la cara.

Jefe Firebrass presentó Agatha Rennick. Barry Thorn.

El recién llegado llevaba sandalias de piel de pez, un llamativo faldellín a bandas rojas, blancas y azules, y una larga capa negra sujeta al cuello. El asa de su cilindro estaba en una de sus manos, y un gran saco de piel de pez en la otro.

Mediría metro setenta, y la anchura de sus hombros era casi la mitad de su altura. Su físico era masivo, evocando irresistiblemente en Jill la imagen de un toro. Sin embargo sus piernas, aunque muy musculosas, eran largas en proporción a su tronco. Su pecho y brazos eran parecidos a los de un gorila, pero casi no tenía vello pectoral.

Un corto y rizado pelo amarillo enmarcaba su ancho rostro. Las cejas eran de color paja; los ojos, azul profundo. Su cara era larga y recta. Los labios gruesos. Sonriendo, reveló unos dientes blancos. La mandíbula era masiva, terminando en una recia prominencia, profundamente hendida en su centro. Las orejas eran pequeñas y muy pegadas a la cabeza.

Ante la invitación de Firebrass, depositó en el suelo el cilindro y el saco. Flexionó los dedos como si hubiera estado llevando una carga durante mucho tiempo. Probablemente, pensó Jill, había estado remando en una canoa durante largo trecho. Pese a lo ancho de sus manos, los dedos eran largos y finos.

Parecía muy tranquilo pese a hallarse ante extraños y enfrentándose a un interrogatorio sobre sus cualificaciones. De hecho, irradiaba un bienestar y un magnetismo que inevitablemente hizo pensar a Jill en aquel tan sobado y a menudo inapropiadamente empleado término de «carisma».

Más tarde, descubriría que poseía el curioso don de ser capaz de cortar esa irradiación como si fuera la luz de una linterna. Entonces, pese a sus obvias cualidades físicas, parecía casi confundirse con lo que le rodeaba. Un camaleón psíquico.

Jill, mirando a Piscator, vio que se sentía intensamente curioso hacia el extranjero. Sus negros ojos estaban entrecerrados y su cabeza ligeramente inclinada hacia un lado, como si estuviera escuchando algún sonido suave y lejano.

Firebrass estrechó la mano de Thorn.

¡Huau! ¡Vaya apretón! Encantado de tenerte a bordo, amigo, si eres lo que Agatha proclama que eres. Siéntate, deja descansar un poco tus pies. ¿Has viajado mucho trecho? ¿Cuánto? ¿Cuarenta piedras? ¿Quieres algo de comer? ¿Café? ¿Té? ¿Alcohol o cerveza?

Thorn declinó todo excepto la silla. Habló con una agradable voz de barítono, sin las habituales pausas, vacilaciones y frases incompletas que distinguen el habla de la mayoría de la gente.

Al descubrir que Thorn era canadiense, Firebrass cambió del Esperanto al inglés. Tras unas cuantas preguntas y unos pocos minutos, tenía ya una biografía resumida del recién llegado.

Barry Thorn había nacido en 1920 en la granja de sus padres en las afueras de Regina, Saskatchewan. Tras obtener su licenciatura en ingeniería electrónica en 1938, se alistó en la marina británica mientras estaba en Inglaterra. Durante la guerra fue comandante de un dirigible naval. Se casó con una chica americana y, después de la guerra, se fue a vivir a los Estados Unidos porque su esposa, natural de Ohio, insistió en que deseaba estar cerca de sus padres. Además, las oportunidades eran mejores allí para los pilotos de dirigibles.

Obtuvo una licencia de piloto comercial, con la intención de trabajar para las aerolíneas americanas. Pero tras su divorcio abandonó la Goodyear y se convirtió durante varios

años en piloto de alquiler en el Yukon. Luego regresó a la Goodyear y se casó de nuevo. Tras la muerte de su segunda esposa, encontró trabajo en una recién formada compañía de aviación de Inglaterra y Alemania del Este. Durante algunos años capitaneó un gran dirigible que remolcaba contenedores flotantes de gas natural desde el Medio Oriente hasta Europa.

Jill le hizo algunas preguntas con la esperanza de que su respuestas avivaran su memoria. Había conocido a algunos aeronautas de la compañía de Thorn, y tal vez alguno de ellos lo hubiera mencionado. Él respondió que recordaba a uno de ellos... creía. No estaba seguro porque hacía tanto tiempo de ello.

Había muerto en 1983 mientras estaba de vacaciones en Friedrichshafen. No conocía la causa de su muerte. Paro cardíaco, probablemente. Se había ido a dormir una noche, y cuando se había despertado se hallaba tendido desnudo en una orilla del Río... junto con los demás.

Desde entonces había estado vagando arriba y abajo por el Valle. Un día, oyendo el rumor de que Río abajo estaba siendo construido un dirigible gigante, había decidido ir a comprobar por sí mismo si la historia era cierta.

Firebrass, radiante, dijo:

iEso sí que es suerte! Sé bienvenido al grupo, Barry. Agatha, haz lo que sea necesario para acomodar al señor Thom.

Thom estrechó las manos a todo el mundo y se fue. Firebrass casi bailaba de alegría.

Las cosas están marchando estupendamente.

¿Cambia esto mi situación? dijo Jill. Firebrass pareció sorprendido.

No. Dije que serías el jefe de instructores y la capitana del Minerva. Firebrass siempre cumple sus promesas. Bueno, casi siempre.

»Sé lo que estás pensando. No hice promesas acerca de quién sería el segundo de a bordo del Parseval. Eres una buena candidata para el puesto, Jill. Pero es demasiado pronto para decidir sobre eso. Todo lo que puedo decir es: «Que gane el mejor hombre. O la mejor mujer».

Piscator palmeó la mano de Jill. En otras circunstancias, ella hubiera rechazado el gesto. Ahora lo agradeció.

Más tarde, una vez hubieron abandonado la oficina, Piscator dijo:

No estoy seguro de que Thorn esté diciendo la verdad. No toda, al menos. Su historia puede ser cierta en líneas generales. Pero hay algo que suena a falso en su voz. Puede que esté ocultando alguna cosa.

Hay veces que me asustas dijo Jill.

También puedo equivocarme.

Pero Jill tenía la impresión de que él no creía equivocarse.


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