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50% Experimento (Rojo peligro) #1 / Chapter 28: El miedo de 09 Rojo

Bab 28: El miedo de 09 Rojo

—...Y en este momento, Pym—Mi nombre había sido pronunciado con tanto odio que me volcó el corazón y lo hizo aletear adolorido—, no quiero tener sexo contigo.

Dolor. No quería dejarme llevar por las astillas de dolor que encajaban en mi cuerpo las palabras de Rojo, pero estaba hecho. Era tarde, me había lastimado. Y no era por que según él, me había utilizado para el sexo, sino por lo mucho que se estaba esforzando en herirme con ello.

Una pregunta se construyó en mis labios. Titubeé mucho para que mi boca se abriera, deseaba mucho preguntárselo y saber, a pesar de estar atemorizada, su respuesta.

— ¿Solo eso quieres de mí? —pronuncié lentamente, sintiendo el dolor palpando el nudo muscular en mi garganta—. ¿No hay nada más?

Inhalé por la nariz, sintiendo como sus tentáculos se removían sobre mis piernas, ya no presionando mi estómago, pero si recorriendo mis muslos, y bajando por todos ellos lentamente. Lo sentí, de inmediato, inclinando su cabeza hacía mí, sentí su nariz exhalar contra la piel de mi mejilla y luego el puente de mi nariz, deslizándose de mi quijada a mi cuello para olfatearlo...

Para olfatear mi piel.

—Me gusta más... —hizo otra pausa en la que atisbé el ronroneo de su bestial voz—, tu cuerpo, Pym, eso es todo.

Me gusta tu cuerpo, eso es todo. Sus palabras, cayeron sobre a la boca de mi estómago en forma de iceberg, uno tras otro, amontonándose todos.

Asentí, sintiendo esa desilusión, esa sensación estremecedora que había sentido con su cercanía, todo desapareció. Dejando solo esa sensación de no poder respirar, de no conseguir que mis pulmones obtuvieran el aire que necesitaban, porque una parte de mí se creyó sus palabras, pero la otra mitad seguía dudando.

Había algo que estaba muy mal aquí, una parte de mí, por pequeña que fuera, no le creía. Algo que no estaba tomando en cuenta, algo que no encajaba en su rompecabezas. Una pieza mal estrecha, con muchos secretos por detrás. Ocultaba una razón, ¿verdad? Su razón era lastimarme, perder el control y lastimarme, ¿cierto? Pero claro que lo era...

Me salvó incluso después de decir que prefería más la carne que yo. Incluso antes él dijo que solo me salvaría a mí, que no me pondría en peligro. Sus acciones y sus palabras eran contradictorios.

Se contradecía.

—Vuelve con los otros— no me lo pidió, me lo ordenó. La forma en que lo hizo, logró que mi boca se apretara y temblara mi mentón—. Yo iré a revisar el resto del perímetro.

— No lo haré—forcé a que mi voz saliera clara y dura, levanté el rosto a una altura en la que estaba segura que se encontraba su rostro—. Después de lo mucho que me protegiste, de decir lo mucho que te gustaba, de que no querías ponerme en peligro y que solo me salvarías a mí, ¿dices que solo era por sexo?

—Sí—Ni siquiera dudó pero había algo en su tono que me hizo negar con la cabeza, y que una sonrisa cínica brincara sobre mis labios.

Pensé en la primera vez que lo hicimos en la oficina, cuando él me pidió que lo besara aún después de devorarse el cuerpo de aquel experimento, y todavía el añadió que no quería que yo le temiera, y no fue la única vez que dijo aquellas palabras, ¿y al final estaba diciendo que no le gustaba?

—Tú lo que tienes es miedo a lastimarme por lo que te estas convirtiendo, y no necesito preguntarte para saberlo—Tomé una bocanada de aire y solté: —. Dijiste que estabas ahuyentándome antes de que perdieras el control, además, tú mismo no querías que te temiera que no lo tolerarías. Si querías alejarme, antes debiste pensar en tus palabras, ¿no lo crees?

Traté de tocar su pecho, pero se apartó, o eso intuí porque cuando estiré mi brazo por completo no encontré nada frente a mí, nada más que una fría pared junto a la puerta por la que entré. ¿En qué momento mientras hablaba, él se había movido de lugar? ¿Y ahora dónde estaba? Apreté mis puños y giré, sería muy tonto ponerme a buscarlo cuando toda la habitación estaba a oscuras. Lo único que me ayudaría a encontrarlo era con la linterna que él me quitó de las manos.

—Y también sé que temes que me aleje de ti por tu aspecto—añadí, mientras buscaba la linterna la cual inmediatamente encontré a mi izquierda, alumbrando contra la pared.

Me encaminé a ella con la intención de tomarla y buscarlo. Pero tan solo me acerqué al lugar donde estaba y me incliné para tomarla, la linterna se deslizó lejos, muy lejos de mí, subiendo por la pared y recorriendo el techo hasta quedar del otro lado de la habitación. Aunque había sido una escena demasiado perturbadora, sabía que los tentáculos de Rojo la habían movido para que no fuera alcanzada por mis manos.

—Deja de actuar así—solté con frustración, chocando contra el sofá que estorbaba mi camino.

— ¿Actuar cómo? Tú eres la que está pensando otra cosa, Pym.

Por poco quedaba inmóvil cuando escuché su grave y ronca voz con terminación crepitante, justo detrás de mí. Mis entrañas se estremecieron, así como cada centímetro de mi cuerpo se hizo añicos a causa de sus palabras.

—No te equivoques, no importa que dije antes—Mi respiración quiso detenerse para no hacer ruido y así ser capaz de escuchar cada una de sus palabras—, lo que importa es lo que dije hoy. No me gustas Pym, y no pienso repetirlo otra vez. Si no te vas, te forzaré a irte.

Junté la salvia en mi boca y tragué, sintiendo el dolor en los músculos endurecidos de mi garganta. Animé a mi cuerpo a voltearse, sin mover los brazos, sin subir el rostro y sin pestañar al sentir la acumulación de agua en mis ojos.

—Déjame verte y entonces me iré—mentí, llevando uno de mis dedos a limpiar esas lagrimas que se habían derramado, que me había traicionado.

Solo viéndolo, sabría la verdad.

—Pierdes tu tiempo—espetó—. Regresa con ellos, yo estaré haciendo guardia hasta que descansen, luego los devolveré con los otros y yo me...

—Solo quiero verte—le interrumpí, aunque tuve mucha inquietud por saber lo que diría al final, sin embargo, mi boca ya había hablado con ese tonó desesperado—. Déjame verte y me voy. Me voy sin decir nada, me alejaré de ti como tanto quieres.

En ese segundo, la puerta se abrió con uno de sus tentáculos, dejando que la luz del pasillo vislumbrara parte de su cuerpo. Una mitad que fue lo suficiente para abrirme los ojos y dejarme reparar en el lado izquierdo de desnudo torso.

Todo el detalle y color de piel era normal, la clavícula marcada y su hombro en perfecto estado con la única diferencia de que el brazo que debía estar en su hombro, no estaba. En su lugar estaban todos esos delgados tentáculos que se alargaban desde el hombro hasta su pie.

No eran largos como los recordaba, al parecer había disminuido su tamaño, ¿entonces eso quería decir que volvería a tener su brazo? Hasta ese momento no me paré en preguntar sobre muchas cosas, una de ellas era saber cuál era el aspecto original de Rojo, si antes de contaminarse tenía esas escleróticas negras o sus largos colmillos, pero eso ya no me importó. Lo que más importaba, era que él no se volviera un monstruo, y que su miedo no lo consumiera.

Miedo era lo que él tenía.

Reparé más en su aspecto, subiendo la mirada hacía su rostro que a diferencia del resto de su cuero podía ver gracias a la luz del pasillo. Sus ojos endemoniadamente enigmáticos me atraparon enseguida. Tenía una mirada depredadora cuyos orbes carmesís tenían lagunas negras, esas mismas que horas atrás eran solo líneas apenas visibles en su pupila. Pero ya se notaban más. Verlas me hizo recordar al aterrador experimento del comedor, sus ojos eran todos negros al igual que el experimento 05 y otros que llegaron al área roja. ¿El que se oscurecieran era a causa de la plaga en su cuerpo? Cuando él mencionó sus ojos, ¿se refería a esas lagunas negras?

La forma en que me miraba, la forma en que observaba que yo le contemplaba, era vacía, como si... como si no sintiera nada. Estaba desolada, no encontraba sentimientos en sus orbes carmín.

Apreté mi quijada al sentir esa astilla de hielo profundizarse en mi pecho, la forma en que antes me había visto no estaba más, tal vez él estaba luchando por no mirarme del modo en como lo hacía o tal vez... Sacudí los pensamientos y me obligué a reparar en el resto de su enigmático rostro, observar ese par de labios secos entreabiertos, dejándome apreciar un poco de sus colmillos. Su rostro que, podía reflejar su esférica y escalofriante mirada carmín, no tenía nada de diferente.

Al menos no para mí.

Para mí él seguía siendo Rojo.

—Temes que te tema—murmuré, levanté mi mano y lentamente la fui cercando a su pecho, y cuando estuve a unas pulgadas de sentir su caliente piel en mis yemas, paré.

—Poco me importa eso ahora.

—Mentira—Dirigí una mirada a sus vacíos orbes y confesé—Temes que dejé de quererte.

Esa era una palabra que antes no había dicho mucho menos pensado, pero ya estaba palpando en la punta de mi lengua. Todo de mí anhelaba decírselo, solo deseaba que mi voz no se escuchara rasgada. Cuando quise soltarlo, cuando quise que me escuchara, él volvió a interrumpir:

—No quiero escucharte—soltó rápidamente, su voz forzada y ahogada me hicieron estirar mis labios en una mueca. Él no quería escucharlo, solo porque le lastimaría—. Solo vete Pym.

—Claro que quieres —insistí, en tono bajo y lento, y al no escucharlo más, comencé: —. Rojo...

Jamás pensé que con decir su nombre, lo enloqueciera. Dando una zancada para dejar su pecho a un centímetro de tocar mi nariz.

— ¡No me tientes a lastimarte, Pym! ¡Ahora vete! —su exclamación en una voz engrosada, estremeció mis músculos, me hizo comprimirme, hacerme pequeña, pero no solo por el volumen sino porque su voz se escuchó a centímetros sobre mi cabeza, en forma de advertencia, una amenaza cruel y despiadada, pero aun así no permití que me atemorizada para confesarme a él:

— Te quiero, Rojo.

Su nombre, así como la frase, se quedaron suspendidas en el techo, buscando acogerse en un cuerpo que se colocó tensó de inmediato, en un rostro cuya frente se hundió con dolor y un par de orbes se cristalizaron. Era un gesto, que aunque pequeño y apenas sincero, fue suficiente para aclarar las pocas dudas que me quedaban muy en el fondo y que no quise prestar importancia.

—No recuerdo nada de ti, nada de nada—solté, y eso me frustraba—. Pero te quiero.

Era cierto. Por extraño que sonara, desde que lo vi en esa incubadora lo quise. Siempre lo quise. No recordaba a Rojo y aun así mi corazón latía desconcertantemente por él, mi piel se estremecía con el más pequeño de su tacto y era inevitable no querer estar a su lado y sentirme abrazada por su calor. Todo eso era porque mi cuerpo lo reconocía.

Mi piel, mis brazos, mis labios y hasta mi propio corazón le recocían, lo querían, lo anhelaban y seguían queriéndolo pese a la falta de recuerdos, y pese a lo mucho que eso me confundía.

Sin esperarlo, Rojo dio dos pasos más a la luz del pasillo, iluminando el resto de su cuerpo varonil, bien tonificado. Iluminando esas partes que antes no había visto y que antes habían permanecido ocultas, lejos de mi alcance.

Mis pulmones dejaron de servirme cuando recorrí su pecho, todo ese pecho y torso.

Entendí la profundidad por la que actuó tan frio conmigo cuando encontré esos agujeros en su abdomen. No eran grandes pero tampoco pequeños, y no eran solo agujeros, cada uno de ellos estaban siendo ocupado por algo que les atravesaba el estómago. Ese algo tenía la forma desconcertantemente picuda color negro.

Eran tentáculo.

— ¿Por qué haces esto tan difícil? — soltó entre dientes, forzado, como si quisiera ocultar algo más. Ocultar su dolor—. No tengo futuro, y tú no tienes futuro junto a mí. Solo mírame, Pym.

—Ya lo hice—murmuré temblorosa, muy bajo, sin dejar de ver el tentáculo de al menos cinco centímetros de largo. Era escalofriante, pero más que atemorizarme, me hería.

— ¿Qué?

—Ya te vi—exclamé, mirando ahora a su rostro—, eso no significa que no tengamos futuro.

Sus ojos se abrieron más, pero no de sorpresa, sino de frustración, vi como sus labios temblaron, se torcieron con molestia, con confusión. Quedé inquietante al ver las aletas de su nariz abrirse con fuerza cuando respiró.

—Mi cuerpo no está eliminando el parasito, ni siquiera lo que me dieron me ayudó en el comedor. Me estoy convirtiendo en uno monstruo—resopló frustrado, sus tentáculos se sacudieron a los lados llamando mi atención—. En cualquier momento puedo perder el control y morderte, Pym. Cuando vuelva a mis sentidos ya estarás muerta, ¿entiendes?

—Pero...—pausé para respirar—. Apenas empezaron a inyectarte el sedante. Rossi dijo que a los otros experimentos les sirvió pero no los primeros días, ¿por qué perder la fe?

Exacto. Había una cura, eso fue lo que Rossi dijo, y eso era lo que le estaban inyectando a él. El sedante que contenía sustancias que disminuían el hambre en los experimentos, era la primera medicación para seguir con el siguiente proceso. Aunque desconocía ese proceso, sabía que aún no se lo hacían a Rojo, él apenas llevaba dos días tomando el sedante.

Quería creer que en verdad había una solución para él.

—Porque no hay esperanzas para mí—Sus palabras susurradas abrieron mi boca—. Cuando me revisaron antes de salir de la base, me abrieron el estómago, ¿sabes lo que encontraron Pym? ¿Sabes lo que hallaron en mi interior? ¿Puedes imaginarlo? —Sentí un golpe en mi cuerpo cuando lo vi tan enfadado, no conmigo, sino consigo mismo, con todo esto.

— ¿Qué hallaron?

Se tomó un momento para mirarme, para contemplarme, para tranquilizar ese enojo suyo y hacer temblar su mentón.

—El parasito está creciendo en mi interior, tal vez lo que me inyectaron disminuye mi hambre por unas horas, pero no para este crecimiento. Lo que vez colgando de mis brazos y atravesando mi estómago, es el parasito.

Quise negar con la cabeza pero no pude. No pude moverme o reaccionar.

—Dijeron que aún había tiempo para seguir el proceso, en ese momento aún podía tener mis brazos y mi estómago ileso, pero era consciente de que dentro de mí algo se movía—dijo, en un tono rasgado que cerró mi garganta —. Pensé que podía curarme, que lo lograría. Yo pensé que podía controlarlo, que esta era la evolución de lo que tanto nos habían hablado esas personas, no sabía que con evolución se referían a nuestro crecimiento físicamente pasando de ser un niño a ser un hombre.

Se acercó, se fue acercando y con cada pisada cortando distancia entre nosotros, mi cuerpo se fue endureciendo. Sin dejar de mirarme de esa manera tan profunda y adolorida, torturada por lo que carcomía su interior, quedó tan cerca de mí que mis manos no duraron ni un segundo en tardar para aferrarse a los lados de su torso y pegarme a él, tanto así que mi rostro se hundió en su pecho, que mi nariz inhaló su aroma y que mi cuerpo dio el intento de reconfortarse en el suyo, pero al final no lo logró.

Mis rodillas se volvieron agua cuando inclinó su rostro y sus labios rozaron mi oreja para besarla. Poco faltaba para romperme. A punto estaba de sentir mi interior partirse trozo por trozo y volverse nada sin él.

No quería pensar en nada, y no podía hacerlo después de todo lo que escuché, mi mente era un caos, un infierno lleno de preguntas sin respuestas. No quería construir teorías y destruir razones, solo escucharlo, solo escuchar a Rojo.

Y siguió hablando.

—Pensé que había tiempo para salvarme después de esta misión, pero no está siendo así Pym. Mis brazos se regeneraban en minutos, han pasado cinco horas y nada en mi cuerpo se ha regenerado—lo último lo soltó en un gruñido—. ¿Con qué voy a tocarte? ¿Cómo te acariciaré? ¿Cómo voy a tener un futuro si ni siquiera puedo abrazarte? No dejo de preguntármelo.

Sus palabras fueron espinas atrancándose en mi oprimido pecho, en esa caja torácica lastimada. Ya ni siquiera sabía cómo explicar mi dolor, estaba sintiendo mucho, tanto que sentí que volvería a desfallecer.

Me apreté contra su cuerpo, lo que no esperé fue sentir un par de sus tentáculos rodeándome en una clase de abrazo. Lo que sentí fue mi cuerpo contraerse, y mi garganta ahogar un gemido al extrañar sus brazos, el calor de ellos.

Volvería. Yo sabía que él volvería a ser como antes.

O eso quería pensar.

Quería creerlo.

—Rojo...

—Dije la verdad—me detuvo—. Cuando intimé contigo en la ducha e incluso en la oficina, quise... yo quise arrancarte la piel, Pym. Quise morderte y saborearte de todas las formas —musitó contra mi oído. Lo que sentí después e hizo jadear, su lengua lamiendo el lóbulo de mi oreja y luego, sus colmillos lo rozaron—. Eres deliciosa —gimió él, contra mí mejilla, haciendo que mis huesos se sacudieron a causa del escalofrío que creó con su ronca voz—. Tan deliciosa que me excitas.

Estaba desconcertada, y quise apartarme para ver a su rostro, para decirle lo que quería hacerle saber, cuando sus tentáculos me apretaron más contra su cuerpo y estando así, contra su pecho me hicieron escuchar los latidos acelerados de su corazón.

—Todavía late, no te mentí. Me gustas mucho, tanto que tenerte lejos me agobia, y no por tu cuerpo, no por el sabor de tu piel, ya lo sabes, sentí esto mucho antes de volverme así— Me separó un poco de él, solo lo suficiente para, instantáneamente poseer mi boca, un beso desesperado cuyos labios buscaban necesitadamente los míos.

Mi corazón aleteó desbocado, mi estómago dejó de estar contenido y se liberó con una clase de cosquilleo. A pesar de esa nueva sensación, de que mi cuerpo cobrara vida propia y correspondieran mis labios con la misma necesidad, mi pecho seguía rotundamente oprimido. Mi alma asustada y estremecida, no por sus palabras mucho menos por su físico, tenía miedo de perderlo.

Lo sabía. Era por eso que él quería apartarme. No podía asegurar que no llegaría a lastimarme, no podía asegurar que llegaría el día en que perdería la cordura e intentaría morderme, que quizás eso podía ocurrir en cualquier instante.

Mis dedos se deslizaron por detrás de su espalda, mis yemas tocando su piel húmeda, repasándola, grabando cada pequeña textura de esta. Acaricié sus omoplatos, esos que se marcaban detrás de sus hombros mientras nos consumíamos a través de nuestras bocas. No me di cuenta hasta que mi cuerpo cayó sobre el sofá que, Rojo nos había estado haciendo retroceder todo este tiempo, pero era tarde para, incluso, acomodarme cuando él se colocó sobre mí, montándose en mi regazo al acomodar sus piernas a cada lado de las mías.

Ni siquiera dejó pasar un segundo cuando se empujó en mí para estampar su boca contra la mía y adentrar su traviesa lengua en mi interior. Tampoco me di cuenta de que sus tentáculos estaban tomando mi rostro y mentón, también había un tentáculo en mi nuca, enredándose entre mis cabellos y atrayéndome a él, a profundizar el beso y quizás, algo más.

Sus besos llegaron a un nivel en el que me hicieron olvidar lo de minutos atrás, no sabía si sucedió con él, pero esperaba que mis besos desaparecieran sus preocupaciones, sus miedos, todo que lo atormentara, porque eso, es lo que sus besos provocaban en mí. Sentía que no había nada de que atemorizarse, que ya todo había terminado y solo éramos nosotros dos, a salvo, uno junto al otro.

Su lengua juguetona, incitó a la mía a moverse, a bailar junto a él, cuando lo hice y mis dedos recorrieron la piel de su pecho, Rojo gimió ronco, sus caderas de menearon y mi rostro se calentó cuando sintió lo que palpó mi vientre.

Oh santo cielo.

Cuando pensé que continuaríamos, que nos consolaríamos de otra forma a parte de besos, abrazos y caricias, él abandonó mis labios, pegó su frente a la mía y respiró con agitación.

—Puedo controlarme, puedo hacerlo—susurró con complicación, su aliento golpeó mis labios, me hizo pestañar —. En este momento puedo hacerlo, pero no sé qué sucederá después Pym. Viste que comía un brazo, ¿qué si después estoy devorándote a ti? No quiero hacerte daño.

—Solo tienes que resistir—dije en voz baja, tomando sus mejillas y acariciándolas con mis pulgares—. Dijeron que aún tenías tiempo, entonces no perdamos la esperando. A pesar de tus brazos y estómago, sigues aquí. Eso es lo importante.

Sus orbes carmín que apenas podían verse por la poca iluminación, me contemplaron con anhelo. Se veía más tranquilo, relajado, confiado. Si no me hubiera quedad y le hubiera hecho caso a sus palabras, ¿cómo estaría él? No quería imaginarlo. Salí de mis pensamientos cuando retomó mis labios, en una lentitud pero con una profundidad que me hizo suspirar, un suspiro que terminó cuando retrocedió de mi boca.

—Quiero hacerte el amor pero tengo hambre y no quiero ponerte en riesgo —explicó con frustración, apretando sus dientes y torciendo su rostro en otra dirección. Se levantó repentinamente, dejando un frio en mis piernas—. Eres lo más delicioso que he probado, tengo que mantenerte lejos hasta...

—Que regresemos a la base—fingí una sonrisa mientras se lo decía, buscando su mirada y hallándola pronto—. Si antes no te dan los síntomas de la tensión— agregué, levantándome y acercándome a él.

—Tendrán que sedarme mucho—sostuvo, vi sus tentáculos y hasta ese instante noté que los tentáculos que colgaban de su hombro derecho eran muchos más largos que los del lado izquierdo—, pero esa examinadora dijo que solo le quedaban dos sedantes, el resto estaban con el grupo.

Michelle. Aunque recordarla hacía que la bilis subiera por mi esófago, ella había guardado en su mochila gran parte de los sedantes ya que estaba a cargo de Rojo para inyectárselas, y ella... ¿seguía viva? ¿El resto del grupo también? Y si era así, ¿habrían vuelto a la base? ¿Qué sucedería si no volvíamos antes de que los sedantes se acabaran?

Nada bueno. Nada bueno acontecería.

Dos golpes desde la puerta nos hacen respingar a Rojo y a mí, asustada llevó la mirada al umbral, detrás del hombro de Rojo, y me encojó al encontrar esa mirada marrón observándonos. ¿Desde cuándo había estado ahí parado? ¿Nos había mirado? ¿Escuchó la conversación? ¿Por qué estaba aquí?

—Solo quería cerciorarme de que estuvieras bien—Se refirió a mí, colgando su arma sobre el hombro y echando una mirada al pasillo—. Veo que no ha pasado nada aún.

—No sería capaz de hacerle daño—espetó Rojo, frunciendo la mirada en su dirección, mientras tanto, yo le echaba una mirada a sus tentáculos, ansiando que volvieran sus brazos, ansiando que él mejorara.

—No estoy seguro de eso—Él también miró los tentáculos de Rojo, y Rojo apretó los colmillos otra vez, a punto de gruñir—. Como sea, partimos del lugar en diez minutos, si tienen hambre, coman de una vez, no haremos otra parada hasta que volvamos a la base.


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