—¿Señor... Señor Rhine? ¿Por qué estás aquí? — Lucien estaba más que sorprendido. A pesar de que seguía en alerta, seguía siendo un gran alivio para Lucien.
Era Rhine quien estaba sentado en el trono allá arriba, levantando su copa para saludar a Lucien. Al igual que cuando estaba en Aalto, Rhine parecía muy relajado y distraído, como si estuviera esperando a Lucien ahí.
El elegante trono de oro en aquel glorioso castillo construido por el propio conde Witte para honrar su gran logro en las innumerables batallas, en ese momento, parecía aburrido en aquel mundo de blanco y negro. Cuanto te enfrentabas a la muerte, todas esas cosas valiosas, incluidos los sentimientos, la gloria, la lealtad, el tesoro y la gastronomía, habían perdido su significado. En el mundo de la muerte, todo tenía el mismo sentido.