Era invierno. Lu Zhaoyang y Huo Chen habían estado en los Estados Unidos durante nueve meses.
Fuera de la sala de partos del principal hospital de maternidad de Washington, Huo Chen caminaba de un lado a otro con ansiedad.
La cualidad más fundamental de un soldado era mantener la calma en cualquier situación. Pero ahora, a Huo Chen le sudaban las manos.
Se decía que el parto era el momento más difícil para una mujer; era como caminar por el valle de la muerte. Este pensamiento lo estaba incomodando. «Yang Yang, aguanta», deseó Huo Chen en silencio.
Ocho horas habían pasado. Finalmente, Huo Chen escuchó un leve grito dentro de la sala de partos. El bebe había nacido.
Huo Chen se levantó de la silla y esperó ansiosamente en la puerta. No pasó mucho tiempo antes de que la puerta de la sala de partos se abriera, mientras la enfermera rubia sacaba la cosita del interior.