Ya fuesen las cejas, nariz o boca, Mu Wanrou, la que tenía frente a él, no tenía ningún parecido con la Qingcheng en sus recuerdos.
—Abuelo, ¿qué estás mirando? —preguntó y comenzó a tocarse la cara para ver si tenía algo extraño en ella.
—Sólo busco el parecido entre tú y tu madre —respondió con sinceridad Mu Sheng.
Su corazón se saltó un latido debido a la sorpresa, por un momento antes de que se forzara a sí misma a sonreír.
—¿No nos parecemos? ¿Cómo puede ser eso? Cuando era niña, la gente decía que mi madre y yo nos parecíamos.
—No son iguales.
Lentamente cerró los ojos; su voz y su apariencia emergieron claramente en su mente.
Ya fuesen sus rasgos o su voz, incluso después de doce años, aún mantenía una profunda impresión de ella en su mente.
Esa mujer era la alegría más indeleble de su memoria, pero también el dolor más imborrable.