De repente, al darse cuenta de su peligrosa situación, ella miró hacia atrás para comprobar. Lo que vio fue un pozo sin fondo bajo el acantilado y lo que escuchó fue el crujido de la barandilla en la que se inclinaba ligeramente sobre su peso. Su corazón saltó al instante.
Para empezar, ella tenía acrofobia, así que sus piernas rápidamente se debilitaron por el miedo.
El hombre fijó sus ojos en ella, temiendo que cualquier movimiento erróneo proveniente de ella resultase en su caída del acantilado junto a la barandilla desprendida.
Su corazón se enfrió en el momento en que pensó en aquella posibilidad.
Estaba seguro de sus habilidades al volante, así que la velocidad del coche al subir por esa carretera montañosa no lo había perturbado.
En contraste, ahora mismo, solo había pánico en su mente.
El frío recorrió su columna vertebral. Ese pánico era algo que nunca había experimentado.
La miró con nerviosismo y le tendió la mano.