Lin Li no era una persona que pudiera quedarse quieta. Con un arma tan letal en sus manos, ¿había alguna razón para no usarla?
Después de un breve descanso, Lin Li abrió de nuevo el anillo de la tormenta infinita. Sin ni siquiera mirarlo, agarró un puñado de cristales mágicos y los contó en la plataforma de forja. Había alrededor de una docena. La mayoría eran de nivel cuatro y cinco, aunque también tenía uno o dos de niveles seis y siete.
—¿Tan pobre me he vuelto? —Lin Li se rascó la cabeza con incredulidad.
Afortunadamente, no había nadie en el laboratorio de alquimia. Si estas palabras salieran de allí, lo más probable era que le partiera un rayo...
¿Alguien que podía agarrar un puñado de cristales mágicos a la vez tenía el descaro de quejarse de ser pobre?
Sin embargo, el chico no tardó en aceptar la realidad. Había calculado mal sus pasos y, en un tiempo anterior, no pudo transferir los cristales mágicos del cazador.