—Sí, Señor de la Mansión. Luego de que el anciano de ropas rojas recibiera la insignia, respondió respetuosamente junto al anciano de ropas azules. No se atrevían a faltar el respeto en lo más mínimo.
El respeto que le tenían al joven provenía de su fibra más íntima, de las profundidades de su alma...
Incluso si el joven les pidiera que renunciaran a sus vidas, no lo dudarían un segundo. Solo porque era el Señor de la Mansión...
¡El Señor de la Mansión ocupaba un lugar de privilegio en sus corazones!
—Bueno, ¡ya los dos pueden retirarse! —el joven habló con indiferencia y al terminar de hablar, los dos ancianos desaparecieron gradualmente.
Su velocidad era tal que solo dejaron tras su partida dos imágenes residuales. Por unos momentos, solo el joven permanecía en el espacio sobre el palacio.