Huo Mian levantó lentamente la cabeza.
—¿Qué tal si no quiero ir y tampoco quiero que tú vayas?
Qin Chu sonrió gentilmente y dijo: —Entonces podemos quedarnos los dos en casa. La noche es larga, podemos ejercitarnos aquí.
Las palabras del señor Qin hicieron que Huo Mian se ruborizara.Entonces, ella ya no era una muchacha inocente, ¿cierto?
—¿De qué estás hablando? No quiero ejercitarme contigo, deja de ser tan descarado... —Huo Mian se cubrió el rostro ruborizado y culpó al señor Qin.
Él respondió con inocencia: —Cariño, hace mucho frío afuera, ¿cómo puede ser descarado quedarnos adentro y hacer ejercicio?
—Oh... Haremos ejercicio... —Huo Mian bajó la cabeza.
—¿Qué estabas pensando? —dijo Qin Chu con una sonrisa retorcida.
Huo Mian fingió ser un avestruz: no quería hacer nada más que enterrar su cabeza en el plato y permanecer en silencio.