—¿Qué acabó de suceder?
Rayo sintió que su cabeza giraba. Cuando regresó al presente, se encontraba rodeada de numerosas agujas largas y negras tan gruesas como los dedos de un hombre. Estos cristales sin brillo cayeron cerca del ferrocarril, apuntando hacia abajo, temblando como espadas negras.
Luego, unas cuantas explosiones más del campamento rompieron el silencio de la noche.
—¡Esto es... un ataque!
¡El enemigo había enviado a los Demonios Araña para atacar al Cuerpo de Expedición!
Cuando Rayo se dio cuenta de lo que había sucedido, el enemigo había comenzado su segunda ronda. Esta vez, sin embargo, el ruido no provenía del cielo, sino que viajaba a través del tembloroso suelo que se extendía debajo, golpeando como si un objeto pesado se hubiera estrellado contra la tierra.
—Oh, no... —murmuró Lorgar por lo bajo. —Ahí es donde están los cañones de Largacanción.