Roland salió del gabinete mientras el cañonero dejaba de tambalearse. Estaba fascinado por lo que veía.
Las rocas de montaña de tipo arco, que se extendían desde ambos lados, rodeaban la ciudad entera como dos enormes brazos. Los rayos del sol se inclinaban a lo largo de la grieta del dedo, formando una pared de reflejos dorados.
Innumerables enredaderas, que parecían cabello verde, surgían del fondo de las rocas. Algunas más voluminosas incluso llegaban al suelo, tentando a la gente a subir.