Aed Ruad estaba parado con el espía frente a la taberna. Aed Ruad llevaba una capa para ocultar sus alas y había subido la capucha para esconder su rostro. Sus ojos con ranuras amarillas eran demasiado prominentes a pesar de que las nubes sobre sus cabezas eran grises y densas, cargadas de nieve.
—Por favor, ven aquí, mi señor —dijo el espía y lo guió a la habitación donde encontrarían a la bruja. Al llegar a la habitación, encontraron que ella ya estaba allí, lista con ropa y accesorios.
Le dio una mirada a Aed Ruad y se impresionó por lo alto que era, pero se sintió intimidada por la ranura amarilla de sus ojos. —¿Dónde está mi plata? —preguntó.