Puse los últimos ingredientes en la olla, me quité el delantal e intenté salir de la cocina.
—No conseguirás lo que quieres, Cecilia, porque desde el principio no estabas en el camino correcto. Abandona esos esfuerzos inútiles —dijo Joanna detrás de mí.
Me detuve, cerré los ojos y me acerqué a Joanna.
—Eres tú la que debería renunciar a esas fantasías inútiles —miré directamente a Joanna y dije—. Me dices estas cosas ahora porque Miguel me pertenece. No encuentras ninguna oportunidad con él, así que quieres atacarme. Pero te lo digo, es imposible. La Diosa de la Luna me entregó a Miguel, y estaremos juntos para siempre.
—¿Oh? Cecilia, ¿eso es lo que piensas? —Joanna inclinó la cabeza, revelando una sonrisa juguetona—. Niña, todavía eres demasiado ingenua. Quiero hacerte una pregunta. ¿Ya te ha marcado?
—No, porque no le permití hacer eso antes —respondí.
—Porque le pediste que no te marcara, ¿verdad? —la sonrisa en el rostro de Joanna se hizo más amplia.