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56.35% Saga de Ender y Saga de la Sombra – Orson Scott Card / Chapter 133: LA SOMBRA DEL HEGEMON .-5.- Ambición

Chapitre 133: LA SOMBRA DEL HEGEMON .-5.- Ambición

A: Locke%espinoza@polnet.gov De: Graff%%@colmin.gov Asunto: Corrección

Me piden que le comunique el mensaje de que la amenaza de ser revelado al mundo ha sido totalmente anulada, con disculpas. Tampoco debe alarmarle que su identidad sea ampliamente conocida. Su identidad ya fue descubierta hace algunos años, y aunque son muchas las personas que en esa época estaban bajo mi mando y que saben quién es usted, no se trata de ningún grupo que tenga motivos para violar la confidencialidad ni tan siquiera la intención de hacerlo. La única excepción ha sido ahora rebatida por las circunstancias.

Desde un punto de vista personal, le diré que no dudo de su capacidad para

cumplir todas sus ambiciones. Sólo espero que, si ese éxito se produce, escoja imitar a Washington, MacArthur o a Augusto en vez de a Napoleón, Alejandro o Hitler.

Colmin

De vez en cuando Peter se sentía abrumado por el deseo de revelar a alguien lo que sucedía de verdad en su vida. Nunca sucumbió, claro, ya que decirlo equivaldría a deshacerla. Pero sobre todo ahora que Valentine se había marchado, era casi insoportable estar allí sentado leyendo una carta del ministro de Colonización y no gritarle a los otros estudiantes de la biblioteca que acudieran a echar un vistazo.

Cuando Valentine y él empezaron a irrumpir en las redes y a colocar mensajes o, en el caso de Valentine, diatribas en alguno de los principales foros políticos, se abrazaban y reían y daban saltitos. Pero Valentine no tardó mucho en recordar cuánto odiaba la mitad de las posturas que se veía obligada a defender en su personalidad de Demóstenes, y la depresión resultante también lo afectaba a él. Peter la echaba de menos, por supuesto, pero no así las discusiones, las quejas por tener que ser la mala de la historia. Ella nunca llegó a comprender que la personalidad de Demóstenes era la más interesante, la más divertida. Bueno, cuando acabara con ella se la devolvería... mucho antes de que Valentine llegara al planeta al que se dirigía junto con Ender. Para entonces ya sabría que incluso en sus peores momentos Demóstenes era un catalizador que provocaba cambios.

Valentine. Qué estúpida había sido al elegir a Ender y el exilio en vez de inclinarse por Peter y la vida. Estúpida por haberse enfadado tanto ante la obvia necesidad de mantener a Ender fuera del planeta. Por su propia seguridad, le dijo Peter, ¿y no lo había demostrado? Si hubiera vuelto a casa como Valentine quería, ahora estaría cautivo en alguna parte, o muerto, dependiendo de si sus captores hubieran conseguido o no hacer que cooperase. Yo tenía razón, Valentine, como siempre he tenido razón respecto a todo. Pero tú prefieres ser amable a tener razón, prefieres ser apreciada a ser poderosa, y prefieres estar en el exilio con el hermano que te adora a compartir el poder con el hermano que te otorgó poder.

Ender ya se había marchado, Valentine. Cuando se lo llevaron a la Escuela de Batalla, fue para no volver nunca a casa: ya no era el precioso Endercito que tú adorabas y mimabas y cuidadas como una madrecita con sus muñecas. Iban a convertirlo en soldado, en asesino... ¿llegaste a ver siquiera el vídeo que mostraron durante el consejo de guerra de Graff? Y si algo llamado Andrew Wiggin volviera a casa, no sería el Ender a quien idealizabas hasta la náusea. Habría sido un soldado dañado, destrozado, inútil, cuya guerra ya había terminado. Presionar para que lo enviaran a una colonia fue lo más amable que

pude hacer por nuestro hermano. Nada habría sido más triste que ver cómo en su biografía se incluía la ruina en que se habría convertido su vida aquí en la Tierra, aunque nadie se molestara en secuestrarlo. Como Alejandro, se marchará con un destello de luz brillante y vivirá eternamente en la gloria, en vez de consumirse y morir en la miserable oscuridad para ser lucido en desfiles de vez en cuando. ¡Yo fui el amable!

Buen viaje a los dos. Habríais sido espinas en mi costado, lastre para mi globo, una china en mi zapato.

Pero habría sido divertido enseñarle a Valentine la carta de Graff... ¡de Graff en persona! Aunque ocultara su código privado de acceso, aunque condescendiera al instar a Peter a imitar a los tipos buenos de la historia (como si alguien hubiera planeado jamás crear un imperio efímero como el de

Napoleón o el de Hitler), el hecho era que incluso sabiendo que Locke, lejos de ser un anciano estadista

que hablara anónimamente desde el retiro, no era más que un aventajado estudiante universitario, Graff seguía pensando que merecía la pena hablar con Peter. Todavía merecía la pena darle consejos, porque Graff sabía que Peter Wiggin importaba ahora e importaría en el futuro. ¡Tienes toda la maldita razón, Graff!

¡Toda la razón! Ender Wiggin tal vez os haya salvado de los insectores, pero yo soy el que va a salvar el culo colectivo de la humanidad de su propia colostomía. Porque los seres humanos siempre han sido más peligrosos para la supervivencia de la especie humana que cualquier otra cosa excepto la

destrucción del planeta Tierra, y ahora estamos tomando medidas para evitar esta contingencia al

esparcir nuestra semilla (incluyendo al pequeño Ender) a otros mundos. ¿Tiene Graff idea de cuánto me esforcé para que su Ministerio de Colonización viera la luz? ¿Se ha molestado alguien en seguir la pista de la historia de las buenas ideas que se han convertido en leyes para ver cuántas veces la pista conduce a Locke?

Llegaron a consultar conmigo cuando dudaban en ofrecerte el título de Colmin con que tan afectadamente firmas tus emails. Pero no lo sabías, señor ministro. Sin mí, bien podrías firmar tus cartas con estúpidas imágenes de dragones de la suerte, como hacen la mitad de los subnormales de la red hoy en día.

Durante unos minutos le reconcomió la idea de que nadie pudiera conocer la existencia de esa carta excepto

Graff y él mismo. De pronto...

El momento pasó. Su respiración volvió a la normalidad. Su yo más sabio prevaleció. Es mejor no distraerse con las interferencias de la fama personal. A su debido tiempo su nombre sería revelado, y él

ocuparía su puesto de autoridad en vez de ser simplemente una influencia. Por ahora, el anonimato le convenía.

Guardó el mensaje de Graff y se quedó mirando la pantalla.

Le temblaba la mano y se la miró como si fuera la mano de otra persona. ¿Qué demonios pasa?, se preguntó. ¿Tanto persigo la fama que recibir una carta de un alto cargo de la Hegemonía me hace temblar como una adolescente en un concierto pop?

No. El analítico realista se hizo cargo de la situación. No temblaba de excitación. Eso, como siempre, era transitorio y ya había desaparecido.

Temblaba de miedo, porque alguien estaba reuniendo un equipo de estrategas. Los mejores alumnos del programa de la Escuela de Batalla, los que eligieron para librar la batalla final en la que debían salvar a la humanidad. Alguien los tenía y pretendía utilizarlos, y tarde o temprano ese alguien sería el rival de

Peter y se enfrentaría a él. Peter no sólo tendría que ser más listo que ese rival, sino que todos los niños

que había conseguido doblegar a su voluntad.

Peter no había asistido a la Escuela de Batalla. No tenía lo necesario. Por algún motivo u otro, lo apartaron del programa y nunca salió de casa. Así que todos los niños que fueron a la Escuela de Batalla probablemente serían mejores estrategas y tácticos que Peter Wiggin, y el principal rival de Peter por la hegemonía se había rodeado de los mejores de todos.

Excepto Ender, por supuesto. Ender, a quien yo podría haber traído a casa si hubiera tirado de los hilos adecuados y manipulado la opinión pública en el otro sentido. Ender, que era el mejor de todos y

podría estar ahora a mi lado. Pero no, lo envié lejos por su propio bien, por su propia seguridad. Y ahora

estoy aquí, enfrentándome a la batalla a la que he dedicado toda mi vida, y todo lo que tengo para oponer a lo más granado de la Escuela de Batalla soy... yo.

Le temblaba la mano. ¿Y qué? Estaría loco si no tuviera un poco de miedo.

Pero cuando ese idiota de Chamrajnagar amenazó con descubrirlo y destruir todo el plan, sólo porque era demasiado estúpido para comprender que Demóstenes era necesario para conseguir resultados inalcanzables para la personalidad de Locke, lo pasó fatal durante semanas. Vio cómo secuestraban a los niños de la Escuela de Batalla. Incapaz de hacer nada, dé decir nada pertinente. Oh, respondía a las cartas que enviaban algunos, investigó lo suficiente para certificar que sólo Rusia tenía los recursos para ser el responsable. Pero no se atrevió a usar a Demóstenes para exigir que investigaran a la F.I. por su incapacidad para proteger a esos niños. Demóstenes podría hacer conjeturas acerca del Pacto de Varsovia y el secuestro de los niños... pero naturalmente todo el mundo esperaba que Demóstenes dijera eso, ya que era un rusófobo reconocido. Todo porque un almirante cegato, estúpido y engreído había decidido interferir con la única persona en la Tierra que parecía preocuparse por impedir que el mundo recibiera otra visita de Atila el huno. Quiso gritarle a Chamrajnagar: «Yo soy el que escribe ensayos mientras el otro tipo secuestra niños, pero como usted sabe quién soy y no tiene ni idea de quién es él, ¿me detiene a mí?» Eso era tan inteligente como los cabezas cuadra-das que le entregaron el gobierno de Alemania a Hitler porque pensaron que les resultaría «útil».

Ahora Chamrajnagar había dado marcha atrás. Enviaba una cobarde disculpa a través de otra persona para evitar que Peter tuviera una carta con su firma. Demasiado tarde. El daño ya estaba hecho. Chamrajnagar no sólo no había hecho nada, sino que también había impedido que Peter tomara cartas en el asunto, y ahora Peter se enfrentaba a un juego de ajedrez donde en su lado del tablero no había más que peones, mientras que el otro jugador tenía una doble dotación de torres, caballos y alfiles.

Así que la mano de Peter temblaba. A veces deseaba no estar tan completa, tan absolutamente solo.

¿Se preguntaba Napoleón, en la soledad de su tienda, qué demonios estaba haciendo al apostarlo todo, una y otra vez, a la habilidad de su ejército para conseguir lo imposible? ¿No deseaba Alejandro de vez en cuando la presencia de otra persona en quien confiar la toma de alguna decisión?

Peter hizo una mueca de desdén. ¿Napoleón? ¿Alejandro? Es el otro tipo quien tiene un establo lleno de sementales para montar, mientras que yo sólo tengo el certificado de la Escuela de Batalla diciendo que poseo el mismo talento militar que, por ejemplo, John F. Kennedy, ese americano que hundió su barco por descuido y recibió una medalla porque su padre tenía dinero e in-fluencias políticas, y luego se convirtió en presidente y realizó toda una sarta ininterrumpida de movimientos estúpidos que nunca le hicieron mucho daño político porque la prensa lo adoraba.

Ése soy yo. Puedo manipular a la prensa. Puedo manejar a la opinión pública, tirar de un hilo y de otro e inyectarle ideas, pero cuando se trata de la guerra (y de guerra se tratará) voy a parecer tan listo como los franceses cuando la guerra relámpago empezó a rodar.

Peter echó una ojeada a la sala de lectura. No era una gran biblioteca. No era una gran facultad. Pero como había ingresado muy joven en la universidad, al ser un alumno dotado y no preocuparle mucho su formación académica, asistía a la rama local de la universidad del estado. Por primera vez envidió a los

otros alumnos que cursaban allí sus estudios. Ellos sólo tenían que preocuparse por el siguiente

examen, o de conservar su beca, o de sus citas amorosas. Deseó tener una vida como la suya.

Cierto. Tendría que suicidarse si alguna vez le preocupaba lo que dijera algún profesor de un ensayo que escribiera, o lo que pensara alguna chica sobre la ropa que vestía, o si el equipo de fútbol ganaba o perdía.

Cerró los ojos y se acomodó en el asiento. Todas estas dudas eran inútiles. Sabía que nunca pararía hasta que le obligaran a hacerlo. Sabía desde la infancia que iba a cambiar el mundo, si encontraba los hilos adecuados para tirar de ellos. Otros niños pensaban que tendrían que esperar a que crecieran para hacer algo importante, en cambio desde el primer momento Peter supo que no sería así. Nunca podrían haberlo engañado como a Ender para hacerle creer que estaba jugando un juego. Para Peter, el único juego que merecía la pena jugar era el mundo real. El único motivo por el que consiguieron engañar a Ender era porque dejaba que los demás dieran forma a la realidad por él. Un problema que nunca había aquejado a Peter.

Excepto que toda la influencia de Peter sobre el mundo real había sido posible solamente porque podía esconderse tras el anonimato de la red. Había creado un personaje (dos personajes) que podían cambiar el mundo porque nadie sabía que eran niños y, por tanto, ignorables. Pero cuando se trataba de ejércitos y armadas que chocaban en el mundo real, la influencia de los pensadores políticos remitía. A menos que, como Winston Churchill, fueran reconocidos como seres tan sabios y tan certeros que cuando llegara la crisis les entregaran las riendas del poder real. Esto estaba bien para Winston: viejo, gordo y lleno de alcohol, la gente seguía tomándoselo en serio. No obstante, en lo referente a Peter Wiggin, la gente seguía considerándole un niño.

Con todo, Winston Churchill había sido la inspiración para el plan de Peter. Presenta a Locke como si fuese presciente, muy acertado en todo, así cuando empiece la guerra el miedo al enemigo y la confianza en Locke superarían el desprecio por la juventud y permitirían a Peter revelar el rostro que se escondía tras la máscara y, corno Winston, ocupar su puesto como líder del bando de los buenos.

Bueno, se había equivocado. No había calculado que Chamrajnagar ya sabía quién era. Peter le escribió como primer paso en una campaña pública para poner a los niños de la Escuela de Batalla bajo la protección de la Flota. No que fueran apartados de sus países natales (nunca esperó que ningún

gobierno lo permitiera) pero sí que, cuando alguien actuara contra ellos, se supiera claramente que

Locke había hecho sonar la alarma. Pero Chamrajnagar había obligado a Peter a mantener a Locke en silenció, así que aparte de Chamrajnagar y Graff, nadie mas sabía que Locke había previsto los secuestros. Había perdido la oportunidad.

Sin embargo, Peter no se rendiría. Sin duda existía algún modo de volver al camino. Y sentado allí en la biblioteca de Greensboro, Carolina del Norte, arrellanado en la silla con los ojos cerrados como cualquier otro estudiante cansado, pensaría en ello.

Sacaron al grupo de Ender de la cama a las 04.00 y los reunieron en el comedor. Nadie explicó nada, y les prohibieron hablar. Así que esperaron durante cinco minutos, diez, veinte. Petra sabía que los demás tenían que estar pensando lo mismo que pensaba ella: los rusos habían descubierto que estaban saboteando sus propios planes de batalla. O tal vez alguien había advertido el mensaje codificado en la imagen del dragón. Fuera lo que fuese, no iba a ser agradable.

Treinta minutos después de que los despertaran, se abrió la puerta. Dos soldados entraron y se cuadraron. Y entonces, para total sorpresa de Petra, entró un niño no mucho mayor que ellos, de unos doce o trece años. Sin embargo, los soldados lo trataban con respeto y él se movía con la tranquila confianza que confiere la autoridad. Estaba al mando y le encantaba.

¿Lo había visto Petra antes? Creía que no. Sin embargo, él los miraba como si los conociera. Bueno, por supuesto que los conocía: si tenía autoridad en ese lugar, sin duda llevaba semanas observándolos.

Un niño al mando. Tenía que ser un niño de la Escuela de Batalla... ¿por qué si no otorgaría ningún gobierno tanto poder a alguien tan joven? Por su edad, tendrían que haber coincidido, pero Petra no lo

situaba, pese a tener una excelente memoria.

—No os preocupéis —dijo el niño—. El motivo de que no me conozcáis es que llegué tarde a la Escuela de Batalla, y estuve muy poco tiempo antes de que todos os marcharais a Tácticas. Pero yo sí os conozco. —Sonrió—. ¿O acaso alguno de vosotros me reconoció cuando entré? No os preocupéis, estudiaré el vid más tarde para buscar esa breve expresión de reconocimiento. Porque si alguno de vosotros me reconoció, bueno, entonces sabré algo más sobre vosotros. Sabré que os vi una vez, recortados contra la oscuridad, alejándoos de mí, dándome por muerto.

Al oír estas palabras, Petra comprendió quién era. Lo supo porque Crazy Tom les había hablado de cómo Bean había preparado una trampa para aquel niño que había conocido en Rotterdam, y con la ayuda de otros cuatro niños lo colgaron en un conducto de aire hasta que confesó haber cometido al

menos una docena de asesinatos. Lo dejaron allí, entregaron la grabación a los profesores y les dijeron

dónde estaba. Aquiles.

El único miembro del jeesh de Ender que estaba con Bean ese día era Crazy Tom. Bean nunca habló del tema, y ninguno preguntó. El hecho de que Bean procediera de una vida tan oscura y aterradora que estuviera poblada por monstruos como Aquiles lo convertía en una figura misteriosa. Lo que ninguno de ellos esperaba era encontrarse a Aquiles no en una institución mental o una prisión, sino allí en Rusia, con soldados a sus órdenes y con ellos como prisioneros.

Cuando Aquiles estudiara los vids, era posible que Crazy Tom mostrara que lo había reconocido. Y cuando contó su historia, sin duda vería el reconocimiento en todos sus rostros. Petra no tenía ni idea de lo que esto significaba, pero sabía que no podía ser bueno. Una cosa era segura: ella no iba a dejar que Crazy Tom se enfrentara solo a las consecuencias.

—Todos sabemos quién eres —dijo Petra—. Eres Aquiles. Y nadie te dio por muerto, tal como lo contó Bean. Te dejaron para que te encontraran los profesores, para que te arrestasen y te enviaran de vuelta a la Tierra. A una institución mental, sin duda. Bean incluso nos mostró tu foto. Si alguien te ha reconocido, ha sido por eso.

Aquiles se volvió hacia ella y sonrió.

—Bean nunca hubiese contado esa historia. Nunca hubiese mostrado mi foto.

—Entonces es que no conoces a Bean—replicó Petra. Esperaba que los demás comprendieran que era peligroso admitir que Crazy Tom les había contado la historia. Probablemente sería fatal, con ese demente al mando de las armas. Bean no estaba allí, así que indicar que él había sido la fuente de información no revestía el menor peligro.

—Vaya, que buen equipo —se burló Aquiles—. Os pasáis señales unos a otros, saboteáis los planes que entregáis y creéis que seremos demasiado estúpidos para darnos cuenta. ¿De verdad creéis que os pondríamos a trabajar en planes de verdad antes de que os convirtiéramos?

Como de costumbre, Petra no pudo permanecer callada, aunque en realidad tampoco quería hablar.

—¿Acaso tratas de identificar cuál de nosotros se siente relegado, para poder convertirlo? —dijo—. Qué chiste... No había nadie fuera del grupo de Ender. El único extraño aquí eres tú.

Sin embargo, sabía perfectamente bien que Carn Carby, Shen, Vlad y Fly Molo se sentían extraños por diversos motivos. Y ella misma también. Sus palabras sólo pretendían instarlos a todos a

mantenerse unidos.

—Así que ahora nos divides y empiezas a manipularnos —prosiguió—. Aquiles, conocemos tus intenciones antes de que inicies el primer movimiento.

—No puedes herir mi orgullo porque carezco por completo de él —respondió Aquiles—. Lo único que me preocupa es unir a la humanidad bajo un solo gobierno. Rusia es la única nación, el único pueblo que tiene voluntad de grandeza y poder para respaldarlo. Estáis aquí porque algunos de vosotros podéis ser

útiles en ese empeño. Si consideramos que tenéis lo que hace falta, os invitaremos a uniros a nosotros.

A los demás os conservaremos hasta que termine la guerra. A los verdaderos perdedores, bueno, os enviaremos a casa con la esperanza de que vuestros gobiernos os usen contra nosotros. —Sonrió—. Vamos, no pongáis esas caras. Sabéis que en casa os estabais volviendo locos. Ni siquiera conocíais a esa gente. Los dejasteis cuando erais tan pequeños que todavía os manchabais los dedos de mierda al limpiaros el culo. ¿Qué saben de vosotros? ¿Qué sabéis de ellos? Que os dejaron marchar. Yo no tenía familia y la Escuela de Batalla significaba solamente tres comidas al día. En cambio a vosotros os lo quitaron todo. No les debéis nada. Lo que tenéis es vuestra mente. Vuestro talento. Os han marcado para la grandeza. Ganasteis por ellos la guerra contra los insectores. ¿Y os enviaron de vuelta a casa para que vuestros padres pudieran volver a criaros?

Nadie respondió. Petra estaba segura de que todos albergaban tanto desdén hacia ese discurso como ella. Aquiles no sabía nada de ellos. Nunca lograría dividirlos ni ganarse su lealtad. Ellos sabían demasiado sobre él y no les gustaba ser retenidos contra su voluntad.

Aquiles también lo sabía. Petra lo veía en sus ojos, la ira bailando allí al darse cuenta de que sólo sentían desprecio hacia él.

Al menos podía ver el desprecio de ella, porque se volvió hacia Petra y se acercó unos pasos esbozando una amable sonrisa.

—Petra, me alegro de conocerte —dijo—. La chica que dio resultados tan agresivos que tuvieron que

comprobar tu ADN para asegurarse de que no eras un varón.

Petra se sintió palidecer. Se suponía que nadie sabía eso. Era una prueba que ordenaron los psiquiatras de la Escuela de Tierra cuando decidieron que su desprecio hacia ellos era un síntoma de disfunción en vez de lo que se merecían por preguntarle aquellas estupideces. Ni siquiera debía de constar en su archivo, pero al parecer existía una copia en alguna parte. Lo cual era, por supuesto, el mensaje que Aquiles pretendía hacerles llegar: lo sabía todo. Y, como efecto secundario, aquello haría que los demás empezaran a preguntarse si en efecto estaba loca.

—Diez de vosotros. Sólo faltan dos de los que participaron en la gloriosa victoria. Ender, el grande, el genio, el custodio del Santo Grial, se marcha a fundar una colonia en alguna parte. Todos tendremos cincuenta años cuando llegue allí, y él seguirá siendo un niño pequeño. Nosotros vamos a hacer historia. El ya es historia. —Aquiles se rió de su propio chiste.

Petra sabía que burlarse de Ender no daría resultado en ese grupo. Aquiles sin duda asumía que los diez eran segundones, los que deseaban el puesto de Ender y tuvieron que quedarse allí sentados mientras él recibía la gloria. Asumía que todos ardían de envidia, porque él se habría reconcomido vivo

en su caso. Pero se equivocaba. No los comprendía en absoluto. Ellos echaban de menos a Ender. Eran

su jeesh. Y ese idiota creía sinceramente que podría convertirlos en un equipo como había hecho Ender.

—Y luego está Bean —continuó Aquiles—. El más joven de vosotros, cuyas puntuaciones hacían que todos parecierais medio idiotas. Podía daros clases sobre cómo liderar ejércitos, aunque probablemente no lo entenderíais, tan grande es su genio. ¿Dónde estará? ¿Alguien lo echa de menos?

Nadie contestó. Sin embargo, Petra sabía que esta vez el silencio escondía un conjunto distinto de sentimientos. Había un poco de resquemor hacia Bean. No por su brillantez, o al menos nadie admitía eso. Lo que les molestaba era la manera en que asumía su superioridad. Y durante aquella embarazosa temporada antes de que Ender llegara a Eros, cuando Bean fue el comandante en funciones del grupo, para algunos fue duro recibir órdenes del más joven. Así que tal vez Aquiles tenía razón al respecto.

Pero nadie estaba orgulloso de esos sentimientos, y sacarlos a la luz no los haría exactamente amar a Aquiles. Aunque, tal vez lo que quisiera suscitar era vergüenza. Aquiles quizá fuera más listo de lo que creían.

Probablemente no. Estaba tan fuera de contexto al tratar de comprender a ese grupo de prodigios militares que bien podría ponerse un traje de payaso y lanzar globos de agua por el respeto que iba a conseguir.

—Ah, sí, Bean —prosiguió Aquiles—. Lamento informaros que está muerto. Al parecer esto fue demasiado para Crazy Tom, que bostezó.

—No, no lo está —dijo. Aquiles parecía divertido.

—¿Crees que sabes más que yo sobre el tema?

—Hemos estado en las redes —dijo Shen—. Lo sabríamos.

—Habéis estado sin contacto con vuestras consolas desde las 22.00. ¿Cómo sabéis qué ha pasado mientras dormíais? —Aquiles consultó su reloj—. Vaya, tienes razón. Bean está vivo ahora mismo. Y le quedan unos cinco minutos o así. Luego... ¡zas! Un cohetito directo a su dormitorio y su linda camita volará por los aires. Ni siquiera hemos tenido que sobornar al gobierno griego para que nos diera su paradero. Nuestros amigos de allí nos han dado la información gratis.

El corazón de Petra dio un vuelco. Si Aquiles podía preparar su secuestro, también podía disponer que asesinaran a Bean. Matar era siempre más fácil que atrapar a alguien con vida.

¿Había advertido ya Bean el mensaje del dragón, lo había descifrado y había transmitido la información? Porque si está muerto, nadie más podrá hacerlo.

Inmediatamente le avergonzó que la noticia de la muerte de Bean la llevara a pensar primero en sí misma. Sin embargo, eso no significaba que no se preocupara por el chico, sino que confiaba tanto en

Bean que había puesto en él todas sus esperanzas. Si moría, esas esperanzas morirían con él. No era indecente por parte de ella pensar así.

Decirlo en voz alta, eso sí sería indecente. Pero no se pueden evitar los pensamientos que se te

ocurren.

Tal vez Aquiles estaba mintiendo. O tal vez Bean sobreviviría, o lograría escapar. Y si moría, tal vez ya había descifrado el mensaje. Tal vez no lo había hecho. No había nada que Petra pudiera hacer para cambiar el resultado.

—¿Qué, no hay lágrimas? —preguntó Aquiles—. Y yo que pensaba que erais amigos íntimos.

Supongo que es cosa de héroes. —Se rió—. Bueno, he acabado con vosotros por ahora. —Se volvió hacia el soldado que custodiaba la puerta—. Hora de viajar.

El soldado salió. Oyeron unas cuantas palabras en ruso y de inmediato entraron dieciséis soldados y se dividieron, una pareja para cada niño.

—Ahora os vamos a separar —anunció Aquiles—. No queremos que nadie empiece a pensar en una operación de rescate. Podréis seguir comunicándoos por email. Queremos que vuestra sinergia creativa

continúe. Después de todo, sois las mejores mentes militares que la humanidad ha podido producir en su hora de necesidad. Todos estamos realmente orgullosos de vosotros, y ansiamos ver vuestro mejor

trabajo en el futuro cercano.

Uno de los chicos se tiró un pedo.

Aquiles se limitó a sonreír, le hizo un guiño a Petra y se marchó.

Diez minutos después iban todos en vehículos separados, con destino a puntos desconocidos, a algún lugar de las vastas extensiones del país más grande sobre la faz de la Tierra.


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