A: Carlotta%ágape@vaticano.net/órdenes/hermanas/ind
De: Graff%bonpassage@colmin.gov
Asunto: ¿Hallada?
Creo que hemos encontrado a Petra. Un buen amigo de Islamabad, que es consciente de mi interés por ella, me dice que un desconocido enviado de Nueva Delhi tuvo ayer una breve entrevista con Wahabi, un chico adolescente que sólo puede ser Aquiles, y una chica que coincide con la descripción y que se mantuvo en silencio. ¿Petra? Creo que es probable.
Bean tiene que saber lo que he descubierto. Primero, mi amigo dice que esta reunión fue seguida casi inmediatamente por órdenes de los militares pakistaníes para que se retiraran de la frontera con la India. Una eso a la retirada india de esa misma frontera, y creo que estamos siendo testigos de lo imposible: después de dos siglos de guerra intermitente pero crónica, un verdadero intento de paz. Y parece que se ha conseguido por o con la ayuda de Aquiles. (¡Puesto que muchos de nuestros colonos son indios, en el ministerio hay quien teme que un estallido de paz en el subcontinente pueda poner en peligro nuestro trabajo!)
Segundo, el hecho de que Aquiles llevara a Petra a esta misión implica que ella no es participe involuntaria de sus proyectos. Como en Rusia Vlad también fue seducido para que trabajara con Aquiles, aunque brevemente, no es impensable que alguien tan escéptico como Petra se haya convertido a su causa mientras está en cautiverio. Bean debe ser consciente de esta posibilidad, pues tal vez espera rescatar a alguien que no desea ser rescatada.
Tercero, dígale a Bean que puedo establecer contactos en Hyderabad, entre antiguos estudiantes de la Escuela de Batalla que trabajan en el alto mando indio-No les pediré que comprometan su lealtad & su país, pero les preguntaré por Petra y averiguaré si la han visto o saben de ella. Creo que la lealtad a la escuela puede vencer el secreto patriótico en este aspecto.
La pequeña fuerza de choque de Bean era todo lo que podía esperar. No se trataba de soldados de élite como los estudiantes de la Escuela de Batalla: no fueron seleccionados por sus dotes de mando. Pero en algunos aspectos eso hacía que fuera más fácil entrenarlos. No analizaban ni deducían constantemente. En la Escuela de Batalla, demasiados soldados trataban siempre de alardear para poder mejorar su reputación en la escuela: los comandantes tenían que luchar día y noche para mantener a sus soldados concentrados en el objetivo general de la escuadra.
Bean sabía por sus estudios que en los ejércitos del mundo real, en general el problema radicaba en lo contrario: los soldados trataban de no destacar en nada, ni aprender demasiado rápido, por temor a que sus camaradas los acusaran de mostrarse excesivamente obedientes o presuntuosos. No obstante,
la solución para ambos problemas era la misma: Bean se esforzaba por ganarse una reputación de justo
y duro.
No tenía favoritos, no entablaba amistades, pero siempre advertía cuando alguien destacaba y lo
comentaba. Sus halagos, sin embargo, no eran efusivos. Por lo general sólo hacía un sucinto comentario delante de los demás.
—Sargento, su equipo no ha cometido errores.
Sólo cuando un logro era excepcional lo alababa explícitamente, y sólo con un terso «Bien».
Como esperaba, lo escaso de sus halagos además de su equidad pronto se convirtieron en la moneda más valorada de su fuerza de choque. Los soldados que llevaban a cabo un buen trabajo no gozaban de privilegios especiales, ni se les concedía ninguna autoridad especial, así que los demás
nunca les daban de lado. Los halagos no eran efusivos, así que nunca los avergonzaban. En cambio,
eran admirados por los demás, e imitados. De manera que para los soldados ganar el reconocimiento de
Bean se convirtió en una prioridad.
Eso era verdadero poder. La frase de Federico el Grande sobre que los soldados debían temer más a sus oficiales que al enemigo era una estupidez. Los soldados necesitaban creer que tenían el respeto de
sus oficiales, y valorar ese respeto más de lo que valoraban la vida misma. Aún más, tenían que saber
que el respeto de sus oficiales era justificado, que eran realmente los buenos soldados que sus oficiales creían que eran.
En la Escuela de Batalla, Bean había utilizado el breve lapso de tiempo que estuvo al mando de una escuadra para aprender: llevaba siempre a sus hombres a la derrota, porque estaba más interesado en aprender que en acumular puntos. Esta táctica era desmoralizadora para sus soldados, pero no le
importaba: sabía que no estaría mucho tiempo con ellos, y que la Escuela de Batalla estaba a punto de
cumplir su función. Aquí en Tailandia, sin embargo, sabía que las batallas que se avecinaban eran reales, los riesgos grandes, y que las vidas de sus soldados estarían en juego. El objetivo era conseguir la victoria, no obtener información.
Y, detrás de aquel obvio motivo yacía uno aún mas profundo. En algún momento de la guerra futura (o incluso antes, si tenía suerte), Bean utilizaría una porción de esa fuerza de choque para hacer un osado intento de rescate, probablemente en la India. No podía permitirse ningún error. Rescataría a Petra. Tendría éxito.
Se trataba a sí mismo con tanta dureza como a cualquiera de sus hombres. Dejó claro que entrenaría con ellos: un niño ejecutando todos los ejercicios de los adultos. Corría con ellos, y si su mochila era más ligera era únicamente porque necesitaba llevar menos calorías para sobrevivir. También cargaba armas más pequeñas y livianas, pero nadie le reprochó eso: además, vieron que sus disparos daban en el blanco con la misma frecuencia que los suyos. No había nada que les pidiera que él mismo no hiciese. Y cuando no era tan hábil como sus hombres, no tenía reparos en acudir a los mejores y pedirles sus críticas y consejos, que luego seguía.
El hecho de que un comandante se arriesgara a parecer débil o poco capacitado delante de sus hombres resultaba inaudito. Y Bean tampoco habría adoptado esta actitud, porque los beneficios no solían compensar los riesgos. Sin embargo, planeaba ir con ellos en las maniobras difíciles, y su entrenamiento había sido teórico y centrado en los juegos. Tenía que convertirse en soldado, para poder tratar con los problemas y las emergencias durante las operaciones, para poder seguir al ritmo de ellos, y poder unirse de manera efectiva a un combate.
Al principio, a causa de su juventud y su escasa estatura, algunos de los soldados trataron de facilitarle las cosas. Su negativa fue serena pero firme.
—Tengo que aprender esto también —decía, y ése era el final de la discusión. Por supuesto, los soldados lo observaban con más atención, para comprobar cómo se medía con el alto listón que les ponía. Veían que se esforzaba al máximo, que no se arredraba ante nada, que salía del fango más sucio
que ninguno, que superaba obstáculos tan altos como cualquier otro, que no disponía de mejor comida ni
dormía en un suelo más blando durante las maniobras.
No comprendían hasta qué punto modelaba esta fuerza de choque según los patrones de las escuadras de la
Escuela de Batalla. Al contar con doscientos hombres los dividió en cinco compañías de cuarenta soldados. Cada compañía, como la escuadra de Ender en la Escuela de Batalla, se dividía en cinco
batallones de ocho hombres cada uno, y cada batallón tenía que ser capaz de ejecutar las operaciones
de forma independiente. Al mismo tiempo, se aseguraba de que fueran observadores hábiles, y los entrenaba para percibir el tipo de cosas que necesitaba que vieran.
—Vosotros sois mis ojos —decía—. Tenéis que saber qué buscaría yo y lo que descubriríais. Siempre os comunico lo que estoy planeando, y por qué, para que podáis identificar un problema que yo no
esperaba y que pudiera cambiar mi plan. Entonces os aseguraréis de comunicármelo. Mi mejor
posibilidad de manteros a todos con vida es saber exactamente qué pasa por vuestra cabeza durante la batalla, igual que vuestra mejor oportunidad de permanecer con vida es saber todo lo que pasa por mi cabeza.
Naturalmente, Bean sabía que no podía contárselo todo. Sin duda ellos lo comprendían también. No obstante, se pasaba una enorme cantidad de tiempo, según la doctrina militar estándar, razonando sus órdenes, y esperaba que los comandantes de sus compañías y batallones hicieran lo mismo con sus hombres.
—De esa manera, cuando os demos una orden sin motivo, sabréis que es porque no hay tiempo para explicaciones, que debéis actuar sin demora, pero que desde luego existe una buena razón que os diríamos si pudiéramos.
En una ocasión, cuando Suriyawong fue a observar su entrenamiento, preguntó a Bean si él
recomendaría entrenar a los soldados de todo el ejército según estas pautas.
—En absoluto —respondió Bean.
—Si funciona para ti, ¿por qué no para todo el mundo?
—Normalmente no hace falta, y no puedes permitirte el tiempo que conlleva —dijo Bean.
—¿Y tú sí puedes?
—A estos soldados se les va a pedir que hagan lo imposible. No se les va a enviar a mantener una posición o avanzar contra un puesto enemigo, sino a realizar movimientos difíciles y complicados justo ante las narices del enemigo, en circunstancias en que no podrán volver a pedir nuevas instrucciones, y tendrán que adaptarse y tener éxito. Eso es imposible si no entienden el propósito de todas sus órdenes. Y tienen que saber exactamente cómo piensan sus comandantes para que esa confianza sea perfecta. Así podrán compensar las inevitables debilidades de sus comandantes.
—¿Tus debilidades? —preguntó Suriyawong.
—Es difícil de creer, Suriyawong, pero sí, tengo debilidades.
Eso mereció una leve sonrisa por parte de Surly: un raro premio.
—¿Los problemas crecen? —preguntó Suriyawong.
Bean se miró los tobillos. Ya había mandado hacer dos veces uniformes nuevos, y le tocaba un tercero. Ahora era casi tan alto como lo era Suriyawong cuando Bean llegó a Bangkok hacía medio año. El crecimiento no le causaba ningún dolor, pero le preocupaba, porque no aparecía unido a ninguno de los otros síntomas de la pubertad.
¿Por qué, después de todos esos años de ser tan menudo, estaba su cuerpo tan decidido a ponerse al día? No experimentaba ninguno de los problemas de la adolescencia: no sentía la torpeza que
producen unos miembros que de repente se han alargado, ni el arrebato de hormonas que nublan el
juicio y distraen la atención. Así que si crecía lo suficiente para poder cargar armas mejores, eso sólo podía representar una ventaja.
—Algún día espero ser tan guapo como tú —dijo Bean.
Suriyawong gruñó. Sabía que Surly lo tomaría como una broma. También sabía que, en algún lugar de su inconsciente, Suriyawong también lo aceptaría literalmente, pues la gente siempre lo hacía. Y era importante que Suriyawong tuviera la confirmación constante de que Bean respetaba su posición y no haría nada para minarla.
Eso había ocurrido unos meses atrás, y Bean pudo informar a Suriyawong de una larga lista de posibles misiones para las que sus hombres habían sido entrenados y que podían ejecutar en cualquier momento. Era su declaración de que estaba preparado.
Entonces llegó la carta de Graff. Carlotta se la envió en cuanto la recibió. Petra estaba viva y probablemente se hallaba con Aquiles en Hyderabad.
Bean notificó de inmediato a Suriyawong que un servicio secreto aliado verificaba un aparente pacto de no agresión entre la India y Pakistán, y un movimiento de tropas retirándose de la frontera conjunta,
además de su opinión de que esto garantizaba una invasión de Birmania al cabo de tres semanas.
Respecto a los otros asuntos de la carta, la afirmación de Graff de que Petra pudiera haberse pasado a la causa de Aquiles era, por supuesto, absurda... si Graff creía eso, era que no conocía a Petra. Lo que alarmaba a Bean era que hubiese sido neutralizada hasta tal punto que pudiera parecer que estaba de parte de Aquiles. Se trataba de la niña que siempre decía lo que pensaba, sin importar lo que le cayera encima. Si se había mantenido en silencio, eso significaba que estaba desesperada.
¿No está recibiendo mis mensajes? ¿La ha apartado Aquiles de toda información y ni siquiera navega por las redes? Eso explicaría que no contestase. No obstante, Petra estaba acostumbrada a estar sola, de manera que eso no bastaría.
Tenía que ser su propia estrategia para dominar. Silencio, para que Aquiles olvidara cuánto lo odiaba. Aunque sin duda lo conocía ya lo suficiente para saber que él nunca olvidaba nada. Silencio, para poder evitar un aislamiento aún más profundo... eso era posible. Incluso Petra mantendría la boca cerrada si cada vez que hablaba quedaba más apartada de información y oportunidades.
Por fin, Bean tuvo que admitir la posibilidad de que Graff estuviera en lo cierto. Petra era humana y temía a la muerte como cualquiera. Si, de hecho, había sido testigo de la muerte de sus dos guardianes en Rusia, y si Aquiles había cometido esos asesinatos con sus propias manos (cosa que Bean creía
probable), entonces Petra se enfrentaba a algo completamente nuevo para ella. Podía replicar a sus
maestros y comandantes en la Escuela de Batalla porque lo peor que podía pasarle era una reprimenda, en cambio con Aquiles lo que tenía que temer era la muerte.
En efecto, el miedo a la muerte cambia el punto de vista de las personas, y Bean lo sabía: había pasado los primeros años de su vida bajo la presión constante de ese miedo. Aún más, había vivido
bastante tiempo directa-mente bajo el poder de Aquiles. Aunque nunca llegó a olvidar el peligro que
suponía Aquiles, incluso Bean había llegado a pensar que no era tan mal tipo, que de hecho era un buen líder, que hacía cosas valientes y atrevidas por su «familia» de pillastres callejeros. Bean lo había admirado y había aprendido de él, hasta el momento en que Aquiles asesinó a Poke.
Petra, temiendo a Aquiles, sometida a su poder, tenía que vigilarlo de cerca sólo para permanecer viva. Y, al vigilarlo, era posible que llegara a admirarlo. Los primates tienden a mostrarse sumisos e incluso a adorar al que tiene poder para matarlos. Aunque ella repudiara esos pensamientos, no podría eliminarlos por completo.
Pero los olvidará cuando ya no esté en su poder al igual que hice yo. Así que si Graff tiene razón y Petra se ha convertido en una especie de discípulo de Aquiles, se convertirá en hereje cuando la saque de allí.
Con todo, seguía permaneciendo el hecho de que Bean tenía que estar preparado para rescatarla aunque ella se resistiera o tratara de traicionarlos.
Añadió pistolas de dardos y drogas anuladoras de la voluntad al arsenal con el que se entrenaba su ejército.
Por supuesto, si quería montar una operación para rescatarla necesitaría más datos. Escribió a Peter
para pedirle que utilizara a algunos de sus antiguos contactos como Demóstenes en Estados Unidos y conseguir los datos de espionaje que tuvieran sobre Hyderabad. Aparte de eso, Bean carecía de recursos que no le llevaran a traicionar su situación. Porque estaba claro que no podía pedirle a Suriyawong información sobre Hyderabad. Aunque Suriyawong se sintiera complacido (y había estado compartiendo más información con Bean últimamente) no había forma de explicar por qué necesitaba información sobre la base del alto mando indio en Hyderabad.
Días después, mientras se entrenaba con sus hombres en el uso de dardos y drogas y esperaba la respuesta de Peter, Bean advirtió otra importante implicación en el hecho de que Petra pudiera estar cooperando con Aquiles, porque su estrategia no estaba preparada para el tipo de campaña que Petra podría diseñar.
Solicitó una reunión con Suriyawong y el chakri. Después de tantos meses sin ver la cara del chakri, le sorprendió que le concedieran la reunión... y sin retraso. Envió su petición cuando se despertó a las cinco de la mañana. A las siete ya estaba en el despacho del chakri, junto a Suriyawong. Este sólo tuvo
tiempo de silabear, molesto, las palabras «¿Qué pasa?» antes de que el chakri iniciara la reunión.
—¿Qué pasa? —dijo el chakri. Sonrió a Suriyawong: sabía que estaba repitiendo su pregunta. Pero
Bean también sabía que era una sonrisa de burla. No controlabas a este niño griego después de todo.
—Acabo de descubrir información que ambos necesitan saber —empezó Bean. Por supuesto, eso implicaba que Suriyawong tal vez no hubiera reconocido la importancia de la información, por lo que Bean tenía que decírsela al chakri Naresuan directamente—. No pretendía incurrir en ninguna falta de
respeto, pero considero que deben estar al corriente de esto sin demora.
—¿Qué información puedes tener que nosotros no sepamos ya? —dijo el chakri Naresuan.
—Algo que he sabido por un amigo con buenos contactos —respondió Bean—. Todas nuestras suposiciones se basaban en la idea de que el ejército indio emplearía la estrategia más evidente: rebasar las defensas birmanas y tailandesas con enormes ejércitos. Pero acabo de saber que Petra Arkanian, una de los miembros del grupo de
Ender, puede estar colaborando con el ejército indio. Nunca pensé que fuera a respaldar a Aquiles, pero la posibilidad existe. Y si ella está dirigiendo la campaña, no será con un gran número de soldados.
—Interesante —dijo el chakri—. ¿Qué estrategia utilizaría?
—Los vencería por superioridad numérica, pero no con ejércitos en masa. En cambio habría incursiones de prueba a cargo de fuerzas más reducidas, cada una diseñada para golpear, llamar la atención, y luego desaparecer. Ni siquiera tendrán que retirarse. Vivirán de la tierra hasta que pudieran reagruparse más tarde. Aisladamente, no es difícil derrotarlas, pero no hay nada que derrotar: ninguna línea de suministro, ningún punto vulnerable, excepto partida tras partida hasta que no podamos responder a todas. Entonces las partidas empezarán a hacerse más nutridas. Cuando lleguemos allí, con nuestras fuerzas dispersas, el enemigo estará esperando. Destruirán a nuestros grupos uno por uno.
El chakri miró a Suriyawong.
—Lo que dice Borommakot es posible —asintió Suriyawong—. Pueden usar esa estrategia eternamente. Nunca les causaremos daños, porque cuentan con un suministro infinito de tropas, y arriesgan poco en cada ataque. En cambio, cada pérdida que suframos nosotros será irremplazable, y cada retirada les dará terreno.
—¿Entonces por qué no se le ocurrió a ese Aquiles esta estrategia a él solo? —preguntó el chakri—. Dicen que es un chico muy inteligente.
—Es una estrategia cauta —dijo Bean—. Muy conservadora respecto a la vida de los soldados. Y
también lenta.
—¿Y Aquiles nunca tiene cuidado con las vidas de sus soldados?
Bean pensó en los días que había pasado con la «familia» de Aquiles en las calles de Rotterdam. Aquiles, cuidaba de las vidas de los otros niños y se aseguraba de que no corrieran riesgos, pero eso se debía a que su poder se basaba exclusivamente en no perder a ninguno de ellos. Si alguno de los niños hubiera resultado herido, los demás se habrían dispersado. No era el caso del ejército indio. Aquiles los emplearía como si fueran simples piezas en un tablero.
Excepto que el objetivo de Aquiles no era gobernar la India, era dominar el mundo, por lo que le interesaba ganarse una reputación como líder benévolo. Tenía que parecer que valoraba las vidas de su pueblo.
—A veces, cuando le conviene —respondió Bean—. Por eso seguiría un plan como ése si Petra se lo esbozara.
—¿Y qué significaría —dijo el chakri— si te dijera que el ataque a Birmania acaba de empezar, y que es un ataque masivo frontal por parte de todas las fuerzas indias, tal como originalmente esbozaste en tu primer informe?
Bean se quedó aturdido. ¿Ya? El aparente pacto de no agresión entre la India y Pakistán se había
alcanzado hacía sólo unos pocos días. No podían haber congregado a las tropas tan rápidamente.
Bean se sorprendió al ver que Suriyawong tampoco sabía que la guerra había empezado.
—Fue una campaña extremadamente bien planeada prosiguió el chakri—. Los birmanos sólo tuvieron un día de tiempo. Las tropas indias se movieron como humo. Ya fuera producto de tu malvado amigo Aquiles, de tu brillante amiga Petra o de los bobalicones del alto mando indio, el plan fue ejecutado soberbiamente.
Lo cual significa que no están haciendo caso a Petra —apuntó Bean—. O que ella está saboteando de forma deliberada la estrategia del ejército indio. Me alivia saberlo, y pido disculpas por haber causado una alarma que no era necesaria. ¿Puedo preguntar, señor, si Tailandia va a entrar ahora en guerra?
—Birmania no ha pedido ayuda —dijo el chakri.
—Para cuando Birmania pida ayuda a Tailandia, el ejército indio habrá llegado ante nuestras fronteras.
—En ese punto, no esperaremos a que nos la pidan.
—¿Qué hay de China?
El chakri parpadeó dos veces antes de responder.
—¿Qué hay de China?
—¿Han advertido a la India? ¿Han respondido de alguna forma?
—Las relaciones con China dependen de una sección distinta del gobierno —dijo el chakri.
—La India tal vez tenga el doble de población que China —señaló Bean—, pero el ejército chino está mejor equipado. La India se lo pensaría dos veces antes de provocar la intervención china.
—Mejor equipado —convino el chakri—. Pero ¿está desplegado de manera útil? Sus tropas están situadas a lo largo de la frontera rusa. Se tardarían semanas en traerlas aquí. Si la India planea una
campaña relámpago, no tienen nada que temer de China.
—Mientras la F.I. no haga volar los misiles —dijo Suriyawong—. Y con Chamrajnagar como
Polemarca, puede estar seguro de que ningún misil atacará la India.
—Oh, ése es otro detalle —dijo el chakri—. Chamrajnagar envió su dimisión a la F.I. diez minutos después de que se lanzara el ataque a Birmania. Regresará a la Tierra (a la India) para aceptar su nuevo nombramiento como líder de un gobierno de coalición que guiará al nuevo imperio indio ampliado. Naturalmente, para cuando una nave pueda traerlo de vuelta a la Tierra, la guerra habrá terminado, de un modo u otro.
—¿Quién es el nuevo Polemarca? —preguntó Bean.
—Ésa es la cuestión —dijo el chakri—. Hay quienes se preguntan a quién puede proponer el Hegemón, considerando que ya nadie confía en nadie. Algunos se preguntan por qué el Hegemón debería nombrar a un Polemarca. Nos las hemos apañado sin Estrategos desde la Guerra de las ligas.
¿Por qué necesitamos a la F.I.?
—Para impedir que los misiles vuelen —apuntó Suriyawong.
—Ese es el único argumento serio a favor de conservar la F.I. Pero muchos gobiernos creen que la F.I. debería ser reducida al papel de policía más allá de la atmósfera. No hay ningún motivo para conservar más que una diminuta fracción de la fuerza de la EL Y en cuanto al programa colonizador, muchos opinan que es una pérdida de dinero cuando hay guerra aquí en la Tierra. Bueno, se acabó la clase por hoy. Hay trabajo de adultos por hacer. Se os consultará si sois necesarios para algo.
La frialdad de chakri era sorprendente y revelaba un alto nivel de hostilidad hacia ambos graduados de la Escuela de Batalla, no sólo hacia el extranjero.
Fue Suriyawong quien desafió al chakri.
—¿Bajo qué circunstancias se nos llamará? —preguntó—. Los planes que tracé funcionarán o no funcionarán. Si salen bien, no me llamará. Si no, los considerará la evidencia de que no sabía lo que estaba haciendo, y seguirá sin llamarme.
El chakri reflexionó durante unos instantes.
—Vaya, es sorprendente. Creo que tienes razón.
—No, se equivoca —dijo Suriyawong—. Nada sale tal como se planea durante una guerra. Tendremos que ser capaces de adaptarnos, algo para lo cual estamos preparados los graduados de la Escuela de Batalla. Deberíamos ser informados en detalle de cómo se desarrollan los acontecimientos y
en cambio nos aísla de los datos que están llegando. Yo debería de haber visto esta información en el
momento en que me desperté y miré mi consola. ¿Por qué me mantiene apartado?
Por el mismo motivo que tú me apartaste a mí, pensó Bean. Para que cuando llegue la victoria, todo el crédito sea del chakri.
—Los niños de la Escuela de Batalla nos asesorasteis en las fases de planificación, pero durante la guerra real no dejáis de ser niños.
Y, por si las cosas no fueran ya mal:
—Ejecutamos fielmente los planes trazados por los niños de la Escuela de Batalla, pero al parecer el trabajo escolar no los preparó para el mundo real.
El chakri se estaba cubriendo las espaldas.
Suriyawong pareció comprenderlo también, pues en lugar de seguir discutiendo se levantó.
—Solicito permiso para marcharme, señor —dijo.
—Concedido. A ti también, Borommakot. Oh, y probablemente te retiraremos los soldados que te dimos para jugar. Los devolveremos a sus unidades de origen. Por favor, prepáralos para que se marchen de inmediato.
Bean también se puso en pie.
—¿Entonces Tailandia va a entrar en guerra?
—Se te informará de lo que necesites saber, cuando necesites saberlo.
En cuanto estuvieron fuera del despacho del chakri, Suriyawong aceleró el paso. Bean tuvo que correr para alcanzarlo.
—No quiero hablar contigo —dijo Suriyawong. —No seas estupido —le advirtió Bean—. Sólo te está haciendo lo que tú ya me has hecho a mí. ¿Salí yo corriendo y lloriqueando?
Suriyawong se detuvo y se volvió hacia Bean.
—¡Tú y tu dichosa reunión!
—Ya te había dado de lado antes de que yo pidiera que nos reuniésemos. Suriyawong sabía que Bean tenía razón.
—Así que he perdido mis influencias.
—Y yo nunca he tenido ninguna —dijo Bean—. ¿ Qué vamos a hacer al respecto?
—¿Hacer? —dijo Suriyawong—. Si el chakri lo prohíbe, nadie obedecerá mis órdenes. Sin autoridad,
sólo soy un niño, demasiado joven todavía para alistarme en el ejército.
—Lo que haremos primero es averiguar qué significa todo esto —apuntó Bean.
—Significa que el chakri es un cabrón ambicioso.
—Ven, salgamos del edificio.
—Pueden grabar nuestras palabras al aire libre también, si quieren —objetó Suriyawong.
—Pero al menos les costará un esfuerzo. Aquí, todo lo que digamos queda grabado automáticamente.
Suriyawong salió con Bean del edificio que albergaba el alto mando tailandés, y juntos se dirigieron al edificio de los oficiales casados, hasta un parque con atracciones para los hijos de los suboficiales. Cuando se sentaron en los columpios, Bean advirtió que era ya un poco demasiado grande para ellos.
Tu fuerza de choque —dijo Suriyawong—. Justo cuando sería más necesaria, la dispersan.
—No, no la dispersarán.
—¿Y por qué no?
—Porque tú la sacaste de la guarnición que protege la capital. Esas tropas no serán enviadas a la batalla, así que permanecerán en Bangkok. Lo importante es mantener todo el material junto y a mano.
¿Crees tener autoridad para eso?
—Mientras pueda almacenarlo como procedimiento rutinario, creo que sí.
—Y sabrás dónde reasignan a esos hombres, para que cuando los necesitemos podamos llamarlos.
—Si intento eso, me apartarán de la red —dijo Suriyawong.
—Si intentamos eso, será porque la red no importa.
—Porque la guerra estará perdida.
—Piénsalo —dijo Bean—. Sólo un estúpido interesado en su carrera te despreciaría abiertamente de esta forma. Quería avergonzarte y desanimarte. ¿Lo has ofendido en algo?
—Yo siempre ofendo a todo el mundo —dijo Suriyawong—. Por eso me llamaban Surly a mis espaldas en la Escuela de Batalla. De todas las personas que conozco, sólo tú eres más arrogante que
yo.
—¿Es idiota Naresuan? —preguntó Bean.
—Yo creía que no.
—Entonces hoy es un día en que gente que no es idiota actúa como si lo fuera.
—¿También estás diciendo que yo soy idiota?
—Estaba diciendo que en apariencia Aquiles también es idiota.
—¿Porque ataca con fuerzas en masa? Nos dijiste que eso era de esperar. Al parecer Petra no le proporciono un plan mejor.
—O tal vez él no lo está utilizando.
—Pues tendría que ser idiota para no utilizarlo—dijo Suriyawong.
—Entonces, si Petra le proporcionó un plan mejor y él decidió no usarlo, entonces el chakri y él son los idiotas. Como cuando el chakri pretendió no tener influencia sobre la política exterior.
—¿Con respecto a China, quieres decir? —Suriyawong reflexionó un instante—. Tienes razón: por supuesto que tiene influencia. Pero tal vez no quería que supiéramos qué están haciendo los chinos. Tal
vez por eso estaba tan seguro de no necesitarnos y de que no necesita entrar en Birmania. Porque sabe que los chinos van a intervenir.
—Bien —dijo Bean—. Mientras estamos aquí sentados, viendo la guerra, aprenderemos mucho de
los acontecimientos a medida que se vayan desarrollando. Si China interviene para detener a los indios antes de que Aquiles llegue a Tailandia, entonces sabremos que el chakri Naresuan es un carrerista listo, no estúpido. En cambio, si China no interviene, entonces tenemos que preguntarnos por qué Naresuan, que no es tonto, ha elegido actuar como si lo fuera.
—¿Qué sospechas de él? —preguntó Suriyawong.
—En cuanto a Aquiles, no importa cómo reconstruyamos los acontecimientos: ha sido un idiota.
—No, sólo es idiota si Petra le proporcionó de verdad un plan mejor y él ha decidido no utilizarlo.
—Al contrario —puntualizó Bean—. Es idiota de todas formas. Entrar en esta guerra con la posibilidad de que China intervenga es una completa tontería.
—Entonces quizá sepa que China no va a intervenir. En ese caso el chakri sería el único idiota —dijo
Suriyawong.
—Ya veremos.
—Y mientras me rechinarán los dientes —protestó Suriyawong.
—Espera conmigo. Dejemos esta estúpida competición entre nosotros. A ti te preocupa Tailandia. A
mí me preocupa descubrir qué está haciendo Aquiles y cómo detenerlo. En este momento, esas dos preocupaciones coinciden casi a la perfección. Compartamos lo que hayamos averiguado.
—Pero tú no sabes nada.
—No sé nada que tú sepas —dijo Bean—. Y tú no sabes nada que yo sepa.
—¿Qué puedes saber? —preguntó Suriyawong—. Yo soy el bobo que te apartó de la red de inteligencia.
—Descubrí el trato entre la India y Pakistán.
—Y nosotros también.
—Pero no me lo contasteis. Y yo lo averigüé de todas formas. Suriyawong asintió.
—Aunque haya que compartir principalmente en un solo sentido, de mí hacia ti, la información llega con cierto retraso, ¿no crees?
—No me importa que sea tarde o temprano, sólo me interesa lo que vaya a suceder a continuación.
Entraron en el comedor de oficiales y almorzaron; luego regresaron al edificio de Suriyawong y despidieron a su personal durante el resto del día. Una vez solos en el edificio, se sentaron en el despacho de Suriyawong y vieron los avances de la guerra en Worldnet. La resistencia birmana era valiente pero inútil.
—Polonia en 1939 —comentó Bean.
—Y aquí en Tailandia nos portamos tan tímidamente como Francia e Inglaterra.
—Al menos China no invade a Birmania desde el norte, como Rusia invadió a Polonia desde el este
—dijo Bean.
—Pequeños favores —comentó Suriyawong.
Pero Bean se preguntó por qué China no intervenía. Beijing no hacía declaraciones. ¿Ningún comentario sobre una guerra que se desarrollaba a sus puertas? ¿Qué se guardaba China en la manga?
—Tal vez Pakistán no ha sido el único país en firmar un pacto de no agresión con la India —dijo
Bean.
—¿Por qué? ¿Qué ganaría China?
—¿Vietnam?
—No vale nada, comparada con la amenaza de tener a un enorme ejército de la India situado justo debajo de China.
Pronto, para distraerse de las noticias (y del hecho de haber perdido cualquier tipo de influencia)
dejaron de prestar atención a los vids y recordaron la Escuela de Batalla, aunque no mencionaron las experiencias realmente malas, sólo las divertidas, las ridículas. Estuvieron riéndose hasta el atardecer.
Las horas que pasó con su nuevo amigo Suriyawong llevaron a Bean a evocar su hogar: Creta, sus padres, Nikolai. Trataba de no pensar en ellos casi nunca, pero ahora, mientras reía con Suriyawong, se
sintió abrumado por un ansia agridulce. Durante un año había disfrutado de algo parecido a una vida
normal, y ahora se había acabado. Todo aquello había quedado reducido a cenizas como la casa donde pasaban las vacaciones, como el apartamento protegido por el gobierno del que Graff y sor Carlotta los habían sacado en un abrir y cerrar de ojos.
De repente Bean sintió un escalofrío de miedo. Sabía algo, aunque no podía decir cómo lo había averiguado. Su mente había establecido alguna conexión y no comprendía cómo, pero no albergaba dudas de que tenía razón.
—¿Hay alguna salida de este edificio que no pueda ser vista desde fuera? —preguntó Bean, con un susurro tan débil que él mismo apenas llegó a oírlo.
Suriyawong, que estaba contando una anécdota del mayor Anderson y su tendencia a hurgarse en la nariz cuando creía que nadie lo estaba mirando, se volvió hacia él como si estuviera loco.
—¿Qué, quieres jugar al escondite? Bean respondió con un susurro.
—Una salida.
Suriyawong captó la insinuación.
—No lo sé. Siempre uso las puertas. Como la mayoría de las puertas, son visibles desde ambos lados.
—¿Un conducto de alcantarillado o de la calefacción?
—Esto es Bangkok. Aquí no hay conductos de calefacción.
—Cualquier salida.
Suriyawong continuó con voz normal.
—Miraré los planos. Pero mañana, hombre, mañana. Se está haciendo tarde y se nos ha pasado la cena.
Bean lo agarró por el hombro y lo obligó a mirarlo a los ojos.
—Suriyawong —susurró, aún más bajo—. No es ninguna broma. Hay que salir ahora mismo de este edificio sin que nos vean.
Finalmente Suriyawong lo captó: Bean estaba verdaderamente preocupado. Respondió de nuevo en un susurro.
—Eh, ¿qué pasa?
—Dime si hay algún sistema para salir. Suriyawong cerró los ojos.
—Las viejas zanjas —susurró—. Estos edificios provisionales se construyeron sobre un viejo terreno destinado a desfiles y hay una zanja por debajo del edificio-
-—¿Cómo podemos entrar desde dentro?
Suriyawong lo meditó un momento.
—Estos edificios están hechos de cartón. —Para demostrarlo, tiró de una esquina de la alfombra, la enrolló, y luego, con despreocupación, levantó una sección del suelo.
Debajo había hierba, muerta por la falta de luz. No se observaban desniveles entre el suelo y el césped.
—¿Dónde está la zanja? —preguntó Bean.
Suriyawong volvió a reflexionar.
—Creo que cruza el salón, pero allí la alfombra está clavada.
Bean subió el volumen del vid, salió del despacho y se dirigió al salón. Levantó un rincón de la alfombra y la desgarró. El tejido de la alfombra salió volando por los aires, pero Bean siguió tirando hasta que Suriyawong lo detuvo.
—Creo que es aquí —señaló.
Levantaron otra sección del suelo. Esta vez se advertía una depresión en la hierba amarillenta.
—¿Cabrás por aquí? —preguntó Bean.
—Eh, tú eres el que tiene la cabeza grande.
Bean fue en primer lugar. El suelo estaba húmedo (eso era Bangkok) y en pocos instantes se sintió sucio y pegajoso, mientras se arrastraba. Cada desnivel del suelo era un desafío, y un par de veces tuvo que cavar con el machete para abrir paso para la cabeza. No obstante logró avanzar, y tan sólo unos minutos más tarde salió a la oscuridad. Permaneció agachado y vio que Suriyawong, a pesar de no saber lo que pasaba, no alzaba la cabeza al emerger de debajo del edificio, sino que continuaba arrastrándose igual que Bean.
Prosiguieron hasta alcanzar el siguiente punto, donde la vieja zanja pasaba bajo otro edificio provisional.
—Por favor, dime que no hemos de seguir por debajo de otro edificio.
Bean miró las luces de la luna, de los porches y áreas de luz cercanas. Tenía que contar con que sus enemigos fueran al menos un poco descuidados. Si estaban utilizando infrarrojos, esta huida no tenía sentido. En cambio, si se limitaban a vigilar las puertas, no repararían en sus movimientos, lentos y tranquilos.
Bean empezó a subir la pendiente. Suriyawong lo agarró por la bota y Bean lo miró. Suriyawong hizo el gesto de frotarse las mejillas, la frente, las orejas.
Bean se había olvidado. Su tez era bastante más clara que la de Suriyawong, por lo que captaría más luz. Se frotó la cara, las orejas y las manos con tierra húmeda. Suriyawong asintió.
Salieron rondando lentamente de la zanja y se arrastraron a lo largo de la base del edificio hasta rodear la esquina, donde encontraron unos matorrales que ofrecían refugio. Permanecieron al amparo de
las sombras un momento y luego caminaron, con aire indiferente, apartándose del edificio como si
acabaran de salir por la puerta. Bean esperaba no ser visible para quien vigilara el edificio de Suriyawong, pero aunque pudieran verlos no llamarían la atención, siempre que no advirtieran que eran demasiado pequeños.
Cuando ya habían recorrido medio kilómetro, Suriyawong habló por primera vez.
—¿Te importa decirme a qué estamos jugando?
—A seguir con vida —replicó Bean.
—No sabía que la paranoia esquizofrénica pudiera actuar tan rápido.
—Lo han intentado dos veces —dijo Bean—. Y no tuvieron reparos en matarme junto con mi familia.
—Pero nosotros sólo estábamos hablando —observó
Suriyawong—. ¿Qué es lo que viste?
—Nada.
—¿Pues qué oíste?
—-Nada. Tuve un presentimiento.
—Por favor, no me digas que eres psíquico.
—No, no lo soy. Pero algo de lo sucedido en las últimas horas debe de haber encajado en mi subconsciente. Escucho mis miedos y actúo en consecuencia.
—¿Y funciona?
—Sigo vivo —dijo Bean—. Necesito un ordenador público. ¿Podemos salir de la base?
—Depende del alcance de este complot contra ti —respondió Suriyawong—. Por cierto, necesitas un baño.
—¿Qué tal algún sitio con acceso a un ordenador público?
—Claro, hay instalaciones para las visitas cerca de la estación del tranvía. ¿No te parecería irónico que tus asesinos las estuvieran usando?
—Mis asesinos no son visitantes —dijo Bean. Esto molestó a Suriyawong.
—Ni siquiera sabes si hay alguien que quiere matarte, pero ¿estás seguro de que pertenecen al ejército tailandés?
—Es Aquiles —asintió Bean—. Y Aquiles no está en Rusia. La India no tiene un servicio de inteligencia que pueda efectuar una operación como ésta dentro del alto mando, así que ha de ser
alguien a quien Aquiles haya corrompido.
—Nadie aquí está a sueldo de la India —aseguró Suriyawong.
—Es posible —concedió Bean—. Pero la India no es el único lugar donde Aquiles tiene ahora amigos. Estuvo en Rusia durante una temporada, o sea que puede haber hecho otras conexiones.
—Es difícil tomarse todo esto en serio, Bean— dijo
Suriyawong—. Si de pronto empiezas a reírte y a burlarte de mí, te mataré.
—Puede que me equivoque, pero te prometo que no es ninguna broma.
Llegaron a las instalaciones para visitantes, donde no había nadie utilizando los ordenadores. Bean se conectó utilizando una de sus muchas identidades falsas y escribió un mensaje para Graff y sor Carlotta.
Sabéis quién soy. Creo que mi vida corre peligro. Enviad mensajes al gobierno tailandés advirtiéndoles que va a cometerse un atentado y diciendo que implica a conspiradores dentro del círculo interno del chakri. Nadie más podría tener acceso. Y creo que el chakri estaba al corriente. Cualquier indio supuestamente implicado es una cortina de humo.
—No puedes escribir eso —dijo Suriyawong—. No tienes ninguna prueba para acusar a Naresuan. Estoy molesto con él, pero es un tailandés leal.
—Es un tailandés leal, pero puedes ser leal y seguir queriéndome muerto.
—Pero no a mí—dijo Suriyawong.
—Si quieres que esto parezca un atentado cometido por extranjeros, entonces un valiente tailandés tiene que morir conmigo. ¿Y si hacen que nuestras muertes parezcan causadas por un comando indio? Eso sería una pro vocación suficiente para declarar la guerra, ¿no?
—El chakri no necesita ninguna provocación.
—-La necesita si quiere que los birmanos crean que Tailandia no anda buscando solamente un trozo de Birmania.
Bean volvió a su nota.
Por favor, decidles que Suriyawong y yo estamos vivos. Saldremos de nuestro escondite cuando veamos a sor Carlotta con al menos un alto oficial del gobierno que Suriyawong reconozca. Por favor, actuad de inmediato. Si me equivoco, sólo pasaréis un poco de vergüenza. Si tengo razón, me habréis salvado la vida.
—Me pongo malo al pensar en la humillación que voy a sufrir. ¿Quién es esa gente a la que escribes?
—Gente en quien confío. Como tú.
Entonces, antes de enviar el mensaje, añadió la dirección de «Locke» a la línea de destinos.
—¿ Conoces al hermano de Ender Wiggin? —preguntó Suriyawong.
—Nos hemos visto. Bean se desconectó.
—¿Y ahora qué? —preguntó Suriyawong.
—Supongo que nos esconderemos en alguna parte.
Entonces oyeron una explosión. Las ventanas se estremecieron. El suelo tembló. El suministro eléctrico fluctuó. Los ordenadores empezaron a reiniciarse.
—Lo hemos enviado justo a tiempo —dijo Bean.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Suriyawong.
—Ahí tienes. Creo que a estas alturas ya estamos muertos.
—¿Dónde nos escondemos?
—Si han hecho eso es porque piensan que aún estamos dentro. Así que no nos buscarán. Podemos ir a mis barracones. Mis hombres nos protegerán.
—¿Estás dispuesto a apostar mi vida de esa forma?
—Sí. De momento no lo estoy haciendo tan mal, ¿no?
Mientras salían del edificio, vieron vehículos militares que circulaban en dirección a la columna de humo gris que se alzaba a la luz de la luna. Otros se dirigían a las entradas de la base. Nadie podría entrar ni salir.
Cuando llegaron a los barracones donde estaba acuartelada la fuerza de choque de Bean, oyeron
disparos.
—Ahora están matando a todos los falsos espías indios a los que echarán la culpa de esto —dijo Bean—. El chakri informará apenado al gobierno de que todos se resistieron a la captura y que no sobrevivió ninguno.
—De nuevo lo acusas —dijo Suriyawong—. ¿Por qué? ¿Cómo sabías que esto iba a suceder?
—Creo que lo supe porque demasiada gente sensata actuó de manera estúpida —respondió Bean—. Aquiles y el chakri. Y nos despidió enfadado. ¿Por qué? Porque en realidad no quería matarnos, por eso tuvo que convencerse a sí mismo de que éramos niños desleales que habían sido corrompidos por la F.I.
Éramos un peligro para Tailandia. En cuanto nos odió y nos temió, nuestra muerte quedó justificada.
—Eso no explica cómo sabías que estaban a punto de asesinarnos.
—Probablemente pretendían hacerlo en mis habitaciones. Pero me quedé contigo. Es posible que tuvieran planeada otra oportunidad... el chakri nos convocaría en alguna parte, y allí nos matarían. Pero como nos quedamos tantas horas en tus habitaciones, comprendieron que ésa era la oportunidad
perfecta. Tuvieron que consultar con el chakri para que aprobara que adelantasen el plan,
probablemente tuvieron que apresurarse para colocar a los cabezas de turco indios en su sitio, es posible que incluso hayan capturado a espías auténticos. O tal vez fueran criminales tailandeses drogados que estarán en posesión de documentos incriminatorios.
—No me importa quiénes sean —dijo Suriyawong—. Sigo sin comprender cómo lo dedujiste.
—La verdad es que yo tampoco lo entiendo —admitió Bean—. Por lo general analizo las situaciones muy rápidamente y comprendo con exactitud por qué sé lo que sé. Pero a veces mi inconsciente se adelanta a mi mente consciente. Sucedió así en la última batalla, con Ender. Estábamos condenados a la derrota y no se me ocurría ninguna solución. Sin embargo, dije algo, una observación irónica, un chiste amargo... que contenía exactamente la solución que Ender necesitaba. A partir de entonces, he intentado prestar atención a esos procesos inconscientes que me dan las respuestas. He repasado toda mi vida y he visto otros momentos en que dije cosas que en realidad no estaban justificadas por mi análisis consciente. Como la vez en que Aquiles yacía derrotado en el suelo y le dije a Poke que lo matara. Ella no quiso nacerlo, y no fui capaz de convencerla, porque no comprendía por qué. Sin embargo, sabía cómo era Aquiles. Sabía que debía morir entonces, o de lo contrario la mataría.
-—¿Sabes qué pienso? —dijo Suriyawong—. Creo que oíste algo fuera, o tal vez advertiste algo de manera subliminal. Quizás alguien que nos observaba. Eso es lo que te lanzó a la acción.
Bean se limitó a encogerse de hombros.
—Es posible que tengas razón. Como ya te he dicho, no lo sé.
Ya había sonado el toque de queda, pero Bean pudo abrirse paso y palmear las puertas sin que saltara ninguna alarma. No se habían molestado en desautorizarlo. Su entrada en el edificio aparecería
en algún ordenador, pero era un programa robot y para cuando algún humano le echara un vistazo los amigos de Bean habrían puesto las cosas en marcha.
Bean se alegró de descubrir que aunque sus hombres estaban en sus barracones en la base del alto mando tailandés, no habían relajado su disciplina. En cuanto entraron por la puerta, Bean y Suriyawong
fueron sujetados y los llevaron contra la pared mientras los registraban en busca de armas.
—Buen trabajo —dijo Bean.
—¡Señor! —dijo el sorprendido soldado.
—Y Suriyawong —añadió Bean.
—¡Señor! —saludaron ambos centinelas.
Unos cuantos soldados más se habían despertado con el revuelo.
—No encendáis las luces —dijo Bean rápidamente—. Y nada de hablar en voz alta. Cargad las armas y preparaos para salir de un momento a otro.
—¿Salir? —se extrañó Suriyawong.
—Si advierten que estamos aquí dentro y deciden terminar el trabajo —explicó Bean—, este lugar es indefendible.
Mientras algunos soldados despertaban en silencio a los demás y todos se dedicaban a vestirse y a cargar sus armas, Bean hizo que uno de los centinelas los llevara a un ordenador.
—Conéctate tú —le dijo al soldado.
En cuanto estuvo conectado, Bean ocupó su lugar y escribió, usando la identidad del soldado, a Graff, Carlotta y Peter.
Los dos paquetes están a salvo y esperan recogida. Por favor venir rápido antes de que los paquetes sean devueltos al remitente.
Bean envió a un pelotón, formado por cuatro parejas, a hacer una exploración. A medida que cada pareja regresaba, otra pareja de otro pelotón los reemplazaba. Bean quería disponer de tiempo suficiente para sacar a estos hombres de los barracones antes de que pudieran preparar cualquier tipo de asalto.
Mientras tanto, encendieron un vid y vieron las noticias. En efecto, lo ocurrido apareció en el primer reportaje. Agentes indios habían penetrado en la base del mando tailandés y destruido un edificio, matando a Suriyawong, el más distinguido graduado tailandés de la Escuela de Batalla, que había dirigido la doctrina militar y la planificación estratégica durante el último año y medio, desde su regreso del espacio. Era una gran tragedia nacional. Aunque aún no se había confirmado, los informes preliminares indicaban que algunos de los agentes indios habían muerto a manos de los heroicos soldados que defendían a Suriyawong. Un graduado de la Escuela de Batalla que estaba de visita también había muerto.
Algunos de los soldados de Bean se echaron a reír, pero pronto todos se pusieron serios. El hecho de que hubieran dicho a aquellos periodistas que Bean y Suriyawong estaban muertos significaba que quien había redactado el informe creía que ambos estaban dentro de las oficinas de Suriyawong a una hora en que la única forma en que podrían saberlo era que se hubieran hallado los cadáveres, o que el edificio estuviera bajo observaci��n. Como obviamente no se habían encontrado los cadáveres, quien escribía los informes oficiales en la oficina del chakri debía de haber formado parte del complot.
—Puedo entender que alguien quiera matar a Borommakot —dijo Suriyawong—. Pero ¿por qué querría nadie matarme a mí?
Los soldados se rieron. Bean sonrió.
Las patrullas regresaban y marchaban, una y otra vez. Ningún movimiento hacia los barracones. La noticia provocó la respuesta inicial de diversos comentaristas. Al parecer la India quería aplastar a los militares tai eliminando a la mejor mente militar del país, lo cual era intolerable. El gobierno no tendría más remedio que declarar la guerra y unirse a Birmania en la lucha contra la agresión india.
Entonces llegaron nuevas noticias. El primer ministro había declarado que tomaría personalmente el control del desastre. Algún miembro del ejército había cometido el error de permitir que un grupo
extranjero penetrara en la propia base del alto mando. Por tanto, para proteger la reputación del chakri y
asegurarse de que los militares no ocultaran sus errores, la policía de Bangkok supervisaría la investigación y los bomberos examinarían los restos del edificio destruido.
—Buen trabajo —dijo Suriyawong—. La historia del primer ministro es coherente y el chakri no se opondrá a que la policía entre en la base.
—Si los investigadores de los bomberos llegan pronto —dijo Bean—, tal vez impidan que los hombres
del chakri entren en el edificio en cuanto se enfríe lo suficiente. Así que ni siquiera sabrán que no estábamos allí.
Las sirenas que se dirigían a la base anunciaron la llegada de la policía y los bomberos. Bean siguió esperando el ruido de disparos, pero no se produjo.
En cambio, dos soldados de la patrulla regresaron corriendo.
—Viene alguien, pero no son soldados. Dieciséis policías de Bangkok, con un civil.
—¿Sólo uno? —preguntó Bean—. ¿Es un hombre o una mujer?
—No es una mujer, y sólo uno. Creo, señor, que es el primer ministro en persona. Bean envió más patrullas para ver si había fuerzas militares cerca.
—¿Cómo han sabido que estamos aquí? —preguntó Suriyawong.
—Cuando controlaron la oficina del chakri —dijo Bean—, pudieron revisar los archivos del personal militar y averiguar que el soldado que envió el último email estaba en estos barracones cuando lo envió.
—¿Entonces es seguro salir?
—Todavía no.
Un soldado regresó.
—El primer ministro desea entrar solo en este barracón, señor.
—Dile que pase, por favor -indicó Bean.
—¿Estás seguro de que no viene cargado de explosivos para matarnos a todos? —preguntó
Suriyawong—. Tu paranoia nos ha mantenido vivos hasta ahora.
A modo de respuesta, el vid mostró al chakri saliendo por la entrada principal de la base, bajo escolta policial. El periodista informaba que Naresuan había dimitido como chakri, pero el primer ministro insistía en que sólo se trataba de un permiso. Mientras tanto, el ministro de Defensa tomaba control directo personal de la oficina del chakri, y los generales estaban siendo transferidos a otras posiciones de confianza. Hasta entonces, la policía tenía el control del sistema de mando.
—Hasta que sepamos cómo penetraron esos agentes indios en nuestra base más sensible —dijo el ministro de Defensa—, no podemos fiarnos de nuestra seguridad.
El primer ministro entró en los barracones.
—Suriyawong —dijo, al tiempo que hacía una profunda reverencia.
—Señor primer ministro —saludó Suriyawong, inclinándose de manera menos exagerada. Ah, la vanidad de un graduado de la Escuela de Batalla, pensó Bean.
—Cierta monja está en camino hacia aquí —empezó el primer ministro—, pero esperábamos que confiaras en mí lo suficiente para salir sin necesidad de esperar a su llegada. Se encontraba al otro lado
del mundo.
Bean dio un paso al frente y habló en tailandés. No demasiado mal.
—Se��or —dijo—, creo que Suriyawong y yo estamos más seguros aquí con estos soldados leales que en ninguna otra parte de Bangkok.
El primer ministro miró a los soldados que permanecían firmes, armados hasta los dientes.
—Así que alguien tiene un ejército privado en medio de esta base —comentó.
—No me he expresado bien —puntualizó Bean-—. Estos soldados son absolutamente leales a usted. Están a sus órdenes, porque usted es Tailandia en este momento, señor.
El primer ministro asintió levemente y se volvió hacia los soldados.
—Entonces les ordeno que arresten a este extranjero.
Inmediatamente, el soldado más cercano agarró a Bean por los brazos, mientras otro lo cacheaba en busca de armas.
Suriyawong abrió los ojos desmesuradamente, pero no dio ninguna otra señal de sorpresa. El primer ministro sonrió.
—Suéltenlo —dijo—. Antes de su permiso voluntario, el chakri me advirtió que estos soldados habían sido corrompidos y ya no eran leales a Tailandia. Ahora veo que estaba mal informado y que tú tienes
razón: estáis más a salvo aquí, bajo su protección, hasta que averigüemos el alcance de la conspiración. De hecho, agradecería poder utilizar a cien de tus hombres para que sirvan a mis fuerzas policiales para
tomar el control de la base.
—Le insto a llevárselos a todos menos a ocho —dijo Bean.
—¿Qué ocho? —preguntó el primer ministro.
—Cualquiera de estos pelotones de ocho, señor, podría resistir un día contra el ejército indio. La idea era absurda, desde luego, pero sonaba bien, y a los hombres les encantó oírlo.
—Entonces, Suriyawong —dijo el primer ministro—, agradecería que tomaras el mando de estos
hombres, menos de ocho, y los lideraras para tomar en mi nombre el control de esta base. Asignaré un policía a cada grupo, para que puedan ser claramente identificados como hombres que acatan mis órdenes. Además, un grupo de soldados se quedará contigo para protegerte en todo momento.
—Sí, señor—dijo Suriyawong.
-—Recuerdo que dije en mi última campaña que los niños de Tailandia tenían la llave de nuestra supervivencia nacional. Entonces no tenía ni idea de lo literal y rápidamente que eso se cumpliría.
—Cuando llegue sor Carlotta —dijo Bean—, puede comunicarle que ya no es necesaria, pero que me gustaría verla si tiene tiempo.
—Se lo diré —contestó el primer ministro—. Ahora vamos a trabajar. Tenemos una larga noche por delante.
Todos esperaron solemnemente a que Suriyawong llamara a los líderes de batallón. A Bean le
impresionó que los conociera por su nombre. Suriyawong tal vez no se había preocupado demasiado por la compañía de Bean, pero había hecho un trabajo excelente siguiendo la pista de lo que estaban haciendo. Sólo cuando todo el mundo se puso en marcha, cada pelotón con su propio policía como una enseña de batalla, se permitieron sonreír Suriyawong y el primer ministro.
—Buen trabajo —les felicitó el primer ministro.
—Gracias por creer en nuestro mensaje —dijo Bean.
—No estaba seguro de poder creer a Locke —dijo el primer ministro—. Después de todo en estos momentos el ministro de Colonización del Hegemón sólo es un político. Pero cuando el papa me telefoneó personalmente, no tuve más remedio que creer. Ahora debo salir y contar al pueblo la verdad absoluta de lo que aquí ha sucedido.
—¿Que agentes indios trataron en efecto de asesinarme junto con un visitante extranjero sin nombre, pero que sobrevivimos por la rápida acción de los heroicos soldados del ejército tailandés? —preguntó Suriyawong—. ¿O acaso murió el visitante extranjero?
—Me temo que murió —sugirió Bean—. Quedo reducido a cenizas en la explosión.
—En cualquier caso —intervino Suriyawong—, le asegurará usted al pueblo que los enemigos de Tailandia han aprendido esta noche que los militares tailandeses pueden ser desafiados, pero no derrotados.
—Me alegro de que te entrenaran para el ejército, Suriyawong —dijo el primer ministro—. No querría enfrentarme a ti como oponente en una campaña política.
—Es impensable que fuéramos oponentes —respondió Suriyawong—, ya que no podríamos estar en desacuerdo en ningún tema.
Todos captaron la ironía, pero nadie se rió. Suriyawong se marchó con el primer ministro y ocho
soldados. Bean se quedó en el barracón con el último pelotón, y juntos vieron cómo las mentiras se desplegaban en el vid.
Y mientras las noticias continuaban, Bean pensó en Aquiles. De algún modo había descubierto que él estaba vivo... pero eso sería cosa del chakri, sin duda. No obstante, si el chakri se había pasado al bando de Aquiles, ¿por qué tejía la historia de la muerte de Suriyawong como pretexto para la guerra con
la India? No tenía sentido. Si Tailandia participaba en la guerra desde el principio, eso sólo podía actuar
en contra de la India. Si ello se añadía al uso de la torpe estrategia del ataque en masa, empezaba a parecer que Aquiles era una especie de idiota.
No era ningún idiota. Por tanto estaba jugando a algo mas profundo, y a pesar de la cacareada astucia de su mente inconsciente, Bean no sabía aún qué era. Y Aquiles sabría muy pronto, si no lo sabía ya, que Bean no es-taba muerto.
Está decidido a matar, pensó Bean.
Petra, pensó Bean. Ayúdame a encontrar un modo de salvarte.