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Chapitre 184: 8 Ender

De: Rockette%Armenia@hegemon.gov A: Noggin%Lima@hegemon.gov

Sobre: Me lo paso bien así que no critiques

Querido esposo:

¿Qué MÁS puedo hacer mientras estoy aquí sentada con un vientre del tamaño de un granero aparte de escribir? Es duro, considerando que el teclado está a la distancia de mis brazos. Y no es que la propaganda antimusulmana sea más difícil que respirar. Soy armenia, oh padre del globo que llevo dentro de mi abdomen. Sabemos que los musulmanes (los turcos en particular, por supuesto) llevan asesinando a cristianos armenios desde tiempos inmemoriales. Y que no son nunca de fiar. ¿Y sabes qué? Cuando busco pruebas, antiguas y contemporáneas, no tengo que levantarme de la silla.

Así que continuaré escribiendo los ensayos de Martel y seguiré riéndome mientras acusan a Peter de haberlos escrito él. Naturalmente, lo hago a petición suya, que es lo que tengo entendido que hizo Valentine cuando escribió los ensayos de Demóstenes cuando todos estábamos en la escuela. Pero sabes que nadie escuchará sus argumentos como Lincoln a menos que todos estén aterrorizados, ya sea de que los musulmanes se apoderen del mundo (es decir, más concretamente, de su barrio) o del horrible baño de sangre que se produciría si las naciones con minoría musulmana empezaran a oprimirla o expulsarla.

Además, Bean, creo que lo que estoy diciendo es verdad. Alai tiene buenas intenciones pero está claro que no controla a sus fanáticos seguidores. Están asesinando de verdad a gente y lo llaman

«ejecuciones». Están intentando de verdad gobernar la India. Están agitando y creando algaradas y cometiendo atrocidades en Europa ahora mismo, presionando para que las naciones europeas se decanten hacia el califa y dejen de comerciar con China, que ofrece en realidad suministros a Virlomi.

Y ahora este escrito se tendrá que terminar porque los dolores estomacales que creía tener no lo son. El bebé piensa que viene ya, con dos meses de adelanto. Por favor, vuelve aquí ahora mismo.

* * *

Peter esperaba ante el paritorio con Antón y Ferreira.

—¿Significa algo este nacimiento prematuro? —le preguntó a Antón.

—No dejaron a los médicos analizar al niño, así que no tengo ningún material genético fiable con el que trabajar —contestó Antón—. Pero sabemos que en las primeras etapas la madurez se acelera mucho. Creo que es posible que el parto prematuro esté relacionado con la clave activada.

—Se me ocurre que podría ser la pista que necesitamos para encontrar a los otros bebés y desentrañar la red de Volescu.

—¿Porque los otros podrían ser también prematuros?

—Creo que Volescu tiene un sistema de control previsto y que, poco después de que lo arrestaran, se activó una alarma y todas las madres de alquiler huyeron. Eso no nos habría servido de nada antes, porque no sabíamos cuándo se disparó la señal, y las mujeres embarazadas puede que sean uno de los grupos demográficos más estables pero hay cientos de miles.

Ferreira asintió.

—Pero ahora podemos intentar correlacionar los nacimientos prematuros con los movimientos bruscos al mismo tiempo de otras mujeres con partos prematuros similares.

—Y luego comprobar su financiación. Tendrán los mejores cuidados hospitalarios posibles, y alguien los está pagando.

—A menos que este bebé sea prematuro porque Petra tiene algún tipo de problema —dijo Antón.

—No hay casos de partos prematuros en su familia —contestó Peter—. Y el bebé se ha estado desarrollando rápidamente. No en tamaño, me refiero, pero todas las partes estuvieron en su sitio antes de lo normal. Creo que este bebé es como Bean. Creo que la clave está activada. Así que usémosla como pista para averiguar adonde fue Volescu y dónde podrían estar esperando esos virus a ser liberados.

—Aparte de para encontrar a los bebés de Bean y Petra —dijo Antón.

—Por supuesto. Ése es el objetivo principal. —Peter se volvió hacia la jefa de enfermeras—. Que alguien me llame cuando se sepa algo del estado de la madre y el niño.

* * *

Bean se sentó junto a la cama de Petra.

—¿Cómo te encuentras?

—No tan mal como esperaba.

—Hay una cosa buena en los partos prematuros —dijo él—. El bebé es más pequeño y el proceso es más fácil. Está bien. Lo tienen en cuidados intensivos solamente por su tamaño. Todos sus otros órganos funcionan.

—Tiene... es como tú.

—Antón está supervisando los análisis ahora mismo. Pero eso supongo. —Le tomó la mano—. Lo que queríamos evitar.

—Si es como tú, entonces no lo lamento.

—Si es como yo, eso significa que Volescu en realidad no tenía ningún tipo de prueba. O la tenía y descartó a los bebés normales. O tal vez todos son como yo.

—Lo que tú querías evitar —susurró ella.

—Nuestros pequeños milagros.

—Espero que no estés demasiado decepcionado. Espero que tú... lo consideres una oportunidad para ver cómo podría haber sido tu vida si hubieras crecido con unos padres, en un hogar. No escapando con vida a duras penas y luego aprendiendo a sobrevivir en las calles de Rotterdam.

—A la edad de un año.

—Piensa en cómo será criar a este bebé rodeado de amor, enseñándole tan rápido como quiera aprender. Todos esos años perdidos recuperados para nuestro bebé.

Bean negó con la cabeza.

—Esperaba que el bebé fuera normal. Esperaba que todos fueran normales. Para no tener que considerarlo.

—¿Considerar el qué?

—Llevarme al bebé conmigo.

—¿Contigo adonde?—preguntó Petra.

—La F.I. tiene una nueva nave estelar. Muy secreta. Una nave mensajera. Usa un campo de gravedad para potenciar la aceleración. Alcanza la velocidad de la luz en una semana. El plan es que cuando encontremos a los bebés, yo me lleve a los que sean como yo y que despeguemos y sigamos viajando hasta que encontremos una cura para esto.

—Una vez que os hayáis marchado —dijo Petra—, ¿por qué crees que la flota se molestará en buscar una cura?

—Porque quieren activar la Clave de Antón sin que haya efectos colaterales — respondió Bean—. Seguirán trabajando en ello.

Petra asintió. Se estaba tomando aquello mejor de lo que Bean esperaba.

—Muy bien —dijo—. En cuanto encontremos a los bebés, nos iremos.

—¿Iremos?

—Estoy segura de que en tu centrista visión leguminosa del universo no se te habrá pasado por la cabeza ningún motivo por el que yo no deba ir contigo.

—Petra, significa aislarte de la especie humana. Para mí es distinto porque no soy humano.

—No me digas.

—¿Qué clase de vida sería para los bebés normales crecer confinados en una nave estelar?

—Sólo parecerían semanas, Bean. ¿Cuánto crecerían?

—Estarías aislada de todo. De tu familia. De todo el mundo.

—Estúpido —dijo ella—, tú eres todo el mundo ahora. Tú y nuestros bebés.

—Podrías criar a los bebés normales... normalmente. Con abuelos. Una vida normal.

—Una vida sin padre. Y sus hermanos en una nave estelar, de modo que no se conocerán nunca. No lo creo, Bean. ¿Piensas que voy a parir a este pequeño y luego dejar que alguien se lo lleve?

Bean le acarició la mejilla, el pelo.

—Petra, hay un montón de argumentos racionales contra lo que estás diciendo, pero acabas de dar a luz a mi hijo y no voy a discutir contigo ahora.

—Tienes razón —dijo Petra—. Evitemos esta discusión hasta que haya amamantado al bebé por primera vez y sea incluso más imposible para mí considerar que lo apartes de mí. Pero te lo digo ahora mismo: nunca cambiaré de opinión. Y si manipulas las cosas para poder escaparte y robarme a mi niño y dejarme viuda sin ni siquiera mi hijo para criarlo, entonces eres peor que Volescu. Cuando él robó a nuestros niños sabíamos que era un monstruo amoral. Pero tú... tú eres mi marido. Si me haces eso, rezaré para que Dios te ponga en la parte más profunda del infierno.

—Petra, sabes que no creo en el infierno.

—Pero saber que estoy rezando por una cosa así será un infierno para ti.

—Petra, sabes que no haré nada con lo que no estés de acuerdo.

—Entonces iré contigo, porque nunca estaré de acuerdo en nada más. Así que está decidido. No hay ninguna discusión que mantener luego, cuando sea racional. Ya soy tan racional como pueda serlo jamás. De hecho, no hay ningún motivo racional para que yo no vaya si quiero. Es una idea excelente. Y crecer en una nave estelar tiene que ser mejor que ser huérfano en las calles de Rotterdam.

—No me extraña que te pusieran piedra por nombre —dijo Bean.

—No cedo y no me desgasto. No soy sólo piedra, soy diamante.

Los ojos se le cerraban de sueño.

—Duérmete ahora, Petra.

—Sólo si puedo hacerlo agarrada a ti.

Él le tomó la mano; ella la agarró con fuerza.

—Conseguí que me dieras un bebé —dijo—. No se te ocurra pensar que no voy a salirme con la mía también en esto.

—Ya te lo he prometido, Petra. Lo que hagamos, será porque tú estés de acuerdo en que es lo adecuado.

—Creo que quieres dejarme. Viajar a... ninguna parte. Creo que ninguna parte es mejor que vivir conmigo...

—Eso es, nena —dijo Bean, acariciándole el brazo con la otra mano —. Ninguna parte es mejor que vivir contigo.

* * *

Hicieron que un sacerdote bautizara al bebé. Tuvo que entrar en cuidados intensivos neonatales para ello: no era la primera vez, naturalmente, que bautizaba a recién nacidos con problemas antes de que murieran. Pareció aliviado al saber que aquel bebé era sano y fuerte y que era probable que sobreviviera, a pesar de lo pequeño que era.

—Andrew Arkanian Delphiki, yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Había toda una multitud congregada alrededor de la incubadora.

La familia de Bean, la familia de Petra y, por supuesto, Antón y Ferreira y Peter y sus padres y Suriyawong y los miembros del pequeño ejército de Bean que no estaban en ninguna misión. Tuvieron que sacar la incubadora a una sala de espera para que hubiera espacio para tanta gente.

—Vais a llamarlo Ender, ¿no? —dijo Peter.

—Hasta que nos lo prohíba —respondió Petra.

—Qué alivio —dijo Theresa Wiggin—. Ahora no tendrás que ponerle a ningún hijo tuyo el nombre de tu hermano, Peter.

Peter la ignoró, lo que significaba que sus palabras le habían pinchado.

—El bebé lleva el nombre de san Andrés —dijo la madre de Petra—. A los bebés se les pone nombre de santo, no de soldado.

—Por supuesto, mamá —dijo Petra—. Ender y nuestro bebé recibieron los dos el nombre de san Andrés.

* * *

Antón y su equipo descubrieron que, en efecto, el bebé tenía el síndrome de Bean. La Clave estaba activada. Y tener dos conjuntos de genes que comparar confirmó que la modificación genética de Bean era hereditaria.

—Pero no hay motivos para suponer que todos los bebés tengan la modificación

—les dijo a Bean, Petra y Peter—. Sin embargo, es probable que la tendencia sea dominante. Así que todo hijo que la tenga será acelerado.

—Nacimiento prematuro —dijo Bean.

—Y podemos suponer que, estadísticamente, la mitad de los bebés deberían tener la tendencia. Las leyes de Mendel. No férreas, porque hay un elemento aleatorio. Así que tal vez sólo haya tres. O cinco. O más. O éste podría ser el único. Pero lo más probable...

—Sabemos cómo funciona la probabilidad, profesor —dijo Ferreira.

—Quiero recalcar la incertidumbre.

—Créame, la incertidumbre es mi vida —dijo Ferreira—. Ahora mismo hemos encontrado sólo dos docenas o casi un centenar de grupos de mujeres que dieron a luz dos semanas después que Petra y que se mudaron al mismo tiempo que otras de su grupo, desde el día en que Volescu fue arrestado.

—¿Cómo pueden no saber siquiera cuántos grupos tienen? —preguntó Bean.

—Criterios de selección —respondió Petra.

—Si los dividimos en grupos que se marcharon en tandas de seis en seis horas, entonces obtenemos el total más alto. Si los dividimos en grupos que se marcharon en tandas cada dos días, el total más bajo. Además podemos cambiar los marcos temporales y también cambian entonces los grupos.

—¿Qué hay de que los bebés sean prematuros?

—Eso supone que los doctores son conscientes de que los bebés lo son —dijo Ferreira—. Lo que hemos buscado ha sido un peso bajo al nacer. Eliminamos a todos los bebés que estaban por encima del extremo bajo dentro de lo normal. La mayoría de ellos serán prematuros.

Pero no todos.

—Y todo esto depende de que los bebés hayan sido implantados al mismo tiempo

—dijo Petra.

—Es todo lo que podemos hacer —dijo Peter—. Si resulta que la Clave de Antón no hace que todos nazcan tras el mismo periodo de gestación... bueno, no es más problema que el hecho de que no sabemos dónde se implantaron los otros embriones.

—Algunos de los embriones podrían haber sido implantados mucho más recientemente —dijo Ferreira—. Así que vamos a seguir añadiendo mujeres a la base

de datos cuando den a luz niños que pesen poco y se hayan mudado más o menos en la época en que Volescu fue arrestado. ¿Sois conscientes de cuántas variables hay que no conocemos? Cuántos embriones tienen la Clave de Antón. Cuándo fueron implantados. Si fueron implantados todos. Si Volescu tenía una orden posterior.

—Creía que habías dicho que sí la tenía.

—La tenía —dijo Ferreira—. No sabemos cuál era. Tal vez provoca la liberación del virus. Tal vez hace que las madres se muden. Tal vez ambas cosas. Tal vez ninguna.

—Hay muchas cosas que no sabemos —dijo Bean—. Es curioso lo poco que conseguimos del ordenador de Volescu.

—Es un hombre cuidadoso —respondió Ferreira—. Sabía perfectamente bien que lo capturarían algún día y que se apoderarían de su ordenador. Hemos aprendido más de lo que él podía haber imaginado... pero menos de lo que nosotros esperábamos.

—Seguid buscando —dijo Petra—. Mientras tanto, tengo que aplicar una ventosa en forma de bebé a una de las partes más blandas de mi cuerpo. Prometedme que no desarrollará pronto los dientes.

—No sé —dijo Bean—. No puedo acordarme de cuando no los tenía.

—Gracias por los ánimos.

* * *

Bean se levantó por la noche, como de costumbre, a recoger al pequeño Ender para que Petra pudiera amamantarlo. Diminuto como era, tenía un buen par de pulmones. Menudo vozarrón.

Y, como de costumbre, en cuanto el bebé empezó a mamar Bean se quedó mirando hasta que Petra se dio la vuelta para alimentar al bebé por el otro lado. Entonces se quedó dormido.

Hasta que volvió a despertarse. Normalmente no lo hacía, así que por lo que él sabía la situación era la de siempre. Petra estaba todavía amamantando al bebé, pero también estaba llorando.

—Nena, ¿qué ocurre? —preguntó Bean, acariciándole el hombro.

—Nada —respondió ella. Ya no lloraba.

—No intentes mentirme. Estabas llorando.

—Soy muy feliz.

—Estabas pensando en la edad que tendrá el pequeño Ender cuando muera.

—Eso es una tontería —dijo ella—. Nos vamos a ir en nave estelar hasta que encuentren una cura. Vivirá hasta los cien años.

—Petra.

—Qué. No estoy mintiendo.

—Lloras porque en tu imaginación ya puedes ver la muerte de tu bebé. Ella se incorporó y se cargó al hombro al bebé, ya dormido.

—Bean, no sabes nada de estas cosas. Estaba llorando porque estaba pensando en ti cuando eras un bebé, y en cómo no tuviste un padre al que recurrir cuando llorabas por la noche, ni una madre que te abrazara y te amamantara, y ninguna experiencia del amor.

—Pero cuando finalmente descubrí lo que era, conseguí más de lo que ningún hombre podría esperar.

—Eso es —dijo Petra—. Y que no se te olvide. Ella se levantó y llevó al bebé de vuelta a la cuna.

Y los ojos de Bean se llenaron de lágrimas. No por lástima por sí mismo cuando era bebé. Sino al recordar a la hermana Carlotta, que se había convertido en su madre y había permanecido a su lado mucho antes de que él aprendiese lo que era el amor y pudiera devolverle algo. Y algunas de sus lágrimas fueron también para Poke, la amiga que lo aceptó cuando estaba a punto de morir de inanición en Rotterdam.

Petra, no sabes lo corta que es la vida, ni siquiera cuando no tienes una enfermedad como la Clave de Antón. Muchas personas llegan prematuramente a la tumba, y a algunas yo las puse allí. No llores por mí. Llora por mis hermanos que fueron eliminados por Volescu cuando destruyó las pruebas de sus crímenes. Llora por todos los niños a los que nadie ha querido jamás.

Bean volvió la cabeza para que Petra no pudiera ver sus lágrimas cuando regresó a la cama, pensando que era sutil. Lo viera ella o no, se acurrucó a su lado y lo abrazó.

¿Cómo podía decirle a esa mujer, que siempre había sido tan buena con él y le había dado más de lo que sabía devolver, cómo podía decirle que le había mentido? No creía que llegara a haber jamás una cura para la Clave de Antón.

Cuando se marchara en esa nave estelar con los bebés que tuvieran su misma enfermedad, esperaba despegar y dirigirse a las estrellas. Viviría lo suficiente para enseñar a sus hijos cómo pilotar la nave. Explorarían. Enviarían sus informes por ansible. Cartografiarían planetas habitables en lugares tan lejanos que ningún otro humano querría viajar a ellos. En quince o veinte años de tiempo subjetivo vivirían mil años o más de tiempo real, y los datos que recopilaran serían un tesoro. Serían los pioneros de un centenar de colonias o más.

Y luego morirían, sin tener recuerdo de haber puesto el pie en ningún planeta, y sin tener hijos que transmitieran su enfermedad a otra generación.

Y sería soportable, para ellos y para Bean, porque sabrían que allá en la Tierra su madre y sus hermanos sanos estaban viviendo vidas normales, y se casaban y tenían

hijos propios, de modo que para cuando su viaje de mil años hubiera terminado, todos los seres humanos estarían emparentados con ellos de un modo u otro.

Así es como seremos parte de todo.

No importa lo que prometiera, Petra, tú no vas a venir conmigo, ni nuestros hijos sanos tampoco. Y algún día lo comprenderás y me perdonarás por haber roto mi promesa.


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