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69.06% Saga de Ender y Saga de la Sombra – Orson Scott Card / Chapter 163: 10 Izquierda y derecha

Chapitre 163: 10 Izquierda y derecha

Para: PW De: TW, JPW

Sobre: Reconciliación de archivos de teclado

Os alegrará saber que pudimos combinar los archivos . Hemos rastreado todas las entradas informáticas de la persona en cuestión. Todas tratan de asuntos oficiales y encargos encomendados por mí. No se hizo nada que fuera impropio.

Personalmente, me parece preocupante. O bien ha encontrado un modo de engañar a nuestros dos programas (no muy probable), o no está haciendo más que lo que debería hacer (aún menos probable), o está jugando un juego muy profundo del que no tenemos ni idea (extremadamente probable).

Hablaremos mañana.

Theresa despertó cuando John Paul se levantó de la cama para orinar a las cuatro de la madrugada. Le preocupaba que no pudiera aguantar toda la noche. Todavía era joven para tener problemas de Próstata.

Pero no era la capacidad de la vejiga de su marido lo que la mantenía despierta. Era el mensaje de Peter informándoles que Aquiles no había hecho absolutamente nada de lo que se suponía que estaba haciendo.

Eso era imposible. Nadie hace exactamente lo que se supone que tiene que hacer y nada más. Aquiles debería de tener algún amigo, algún aliado, algún contacto a quien necesitara notificar que había escapado de China y estaba a salvo. Tenía una red de informadores y agentes, y como demostró cuando saltó de Rusia a la India y China, siempre iba un paso por delante de todo el mundo. Los chinos captaron finalmente su pauta y la cortocircuitaron, pero eso no significaba que Aquiles no tuviera planeado su próximo movimiento. Pero entonces ¿por qué no había hecho nada para ponerlo en marcha?

Había más posibilidades que las imaginadas por Peter, por supuesto. Tal vez Aquiles tenía un medio para evitar el escudo electromagnético que rodeaba el complejo de Ribeirao Preto. Naturalmente, no podía haber traído consigo ese aparato cuando lo rescataron, o habría aparecido en el registro que llevaron a cabo durante su primer baño en Ribeirao. Así que alguien tenía que habérselo traído. Y Peter estaba convencido de que no podía existir un aparato semejante. Tal vez tuviera razón.

Tal vez el siguiente movimiento de Aquiles era algo que planeaba hacer completamente solo.

Tal vez era algo que había podido introducir subrepticiamente en Brasil dentro de su cuerpo. ¿Lo mostraron quizá las cámaras de vigilancia, tal vez hurgando entre sus excrementos? Sin duda que Peter habría comprobado eso.

Mientras ella seguía pensando, John Paul volvió del cuarto de baño. Pero ahora ella advirtió que no continuaba roncando.

—¿Estás despierto?

—Siento haberte despertado.

—No puedo dormir de todas formas —dijo ella.

—¿La Bestia?

—Hemos pasado algo por alto —dijo Theresa—. No se puede haber convertido de repente en un leal servidor de la Hegemonía.

—No voy a conseguir dormir de nuevo —dijo John Paul. Se levantó y caminó descalzo hasta el ordenador. Ella lo oyó teclear y supo que estaba comprobando su correo.

Era un trabajo pesado, pero resultaba mejor que quedarse aquí tumbada mirando el techo oscuro. Ella se levantó también, cogió el portátil y se lo llevó a la cama, donde empezó a comprobar su propio correo electrónico.

Uno de los beneficios de ser la madre del Hegemón era que no tenía que responder al tedioso correo: podía enviárselo a uno de los secretarios de Peter para que se encargara, ya que casi todo eran tediosos intentos de gente que intentaba utilizar su supuesta influencia sobre Peter para que les hiciera conseguir algo que no estaba a su alcance, era ilegal aunque pudiera hacerlo y, de todas maneras, él no lo habría hecho aunque fuese legal.

Eso la dejaba con sólo unas pocas notas de correo que tratar personalmente. Podía responder a la mayoría con unas pocas frases y lo hizo rápidamente,

aunque un poco adormilada.

Estaba a punto de desconectar el portátil para intentar conciliar de nuevo el sueño cuando llegó un nuevo correo.

Para: T%Hegmon@Hegemonia.gov

De: Rock%HardPlace@IComeAnon.com

Sobre: Y cuando hagas algo, no dejes que tu mano izquierda sepa qué hace tu mano derecha.

¿Qué era esto? ¿Algún fanático religioso? Pero su dirección era la más privada que tenía, y la utilizaban sólo John Paul, Peter, y un puñado de personas que apreciaba y conocía bien.

¿Quién lo enviaba entonces?

Pasó al final del mensaje. No había firma. El mensaje era breve.

No te lo vas a creer. Allí estaba yo en una fiesta, aburrida pero peligrosa, con fina porcelana china que sabes que vas a romper, y un mantel en el que sabes que vas a derramar tinta india, ¿y sabes qué pasa? Llega el mismo tipo con el que yo quería atar el lazo. ¡Cree que me está rescatando de la fiesta! Pero de hecho, era el motivo por el que vine a la fiesta en primer lugar. ¡Y no es que se lo dijera! ESTALLARÍA si lo supiera. Y entonces, por supuesto, me puse tan nerviosa que choqué con el servicio y derramé

sopa caliente por todos lados. Pero... ya me conoces. Soy grande y tontorrona.

Ése era el texto completo del mensaje. Era realmente molesto, porque no parecía de nadie que conociera. Ella no tenía ninguna amiga que enviara cartas tan vacías y carentes de sentido corno ésta. Chismes sobre una fiesta. Alguien que esperaba casarse.

Pero antes de que pudiera pensar nada más al respecto, llegó otro mensaje.

Para: T%Hegmon@Hegemonia.gov

De: Cordero&NoCabras@IComeAnon.com Re: Lo que hagáis al menor de éstos...

Otra cita bíblica. ¿La misma persona? Tenía que serlo.

Pero el mensaje no era una cháchara casual. De hecho, continuaba el motivo religioso de la línea que indicaba el tema. No tenía nada que ver con el mensaje anterior.

Me acogisteis, pero no estaba desnudo. Os acogí, porque fuisteis tontos. Nunca me conocisteis, pero yo os conocía.

¿Cuándo será el día del juicio? Como un ladrón en la noche. A una hora en que no estéis mirando. El loco dice: No va a venir. Comamos y alegrémonos porque no va a venir. Ved cómo llego a la puerta y llamo.

Parirás a tus hijos con dolor. Yo tendré el poder para aplastarte la cabeza, pero tú tendrás el poder para morderme el talón.

Un tiempo para sembrar, y un tiempo para recoger lo sembrado. Un tiempo para recoger piedras, un tiempo para salir corriendo.

Aquella que tenga oídos que oiga. Qué hermosos sobre la montaña son los pies. No he venido a traeros la paz, sino la espada.

Theresa se levantó de la cama. John Paul tenía que ver estas cartas.

Significaban algo, lo sabía, sobre todo porque habían llegado.

El número de personas que conocían esta dirección era muy, muy pequeño. Y ninguna de ellas escribiría este tipo de cartas.

Por tanto o bien esta dirección había quedado comprometida ¿pero quién se molestaría? Ella no era más que la madre del Hegemón), o estas cartas pretendían ocultar un mensaje. Y eran de alguien que pensaba que incluso en esta dirección su correo podía ser interceptado por otra persona.

¿Quién era tan paranoico, sino Bean?

Grande y tontorrón, eso era lo que él había dicho que era. Bean decididamente.

—John Paul —dijo mientras se acercaba a él.

—Esto es tan extraño —dijo él.

Ella supuso que iba a hablarle de un par de mensajes similares y por eso esperó.

—Los chinos han impuesto una ley completamente absurda en la India. ¡A las piedras! ¡La gente no puede llevar piedras sin permiso! Todo el que sea capturado con una piedra puede ser arrestado... y de hecho lo están haciendo. ¿Es que se han vuelto locos?

A ella le resultó imposible interesarse en las idioteces de la política china en la India.

—John Paul, tengo que enseñarte una cosa. —Claro —dijo él, volviéndose a mirar el portátil que ella colocaba sobre la mesa, junto a su ordenador. —Lee estas cartas.

El miró una, y antes de que ella pudiera imaginar que había terminado de leerla, pasó a la siguiente.

—Sí, yo también las he recibido —dijo—. Una tonta del bote y un pirado religioso. No deberías permitir que te lleguen estas cosas. —No —dijo ella—. Míralas con atención. Llegaron a mi dirección privada. Creo que son de Bean.

El la miró, y luego volvió a su propio ordenador y recuperó sus copias de las tardes.

—Yo también —dijo—. No me había dado cuenta. Parecía correo basura, pero nadie utiliza esta dirección.

—Las líneas del tema...

—Sí. Ambas escrituras, aunque la primera...

—Sí, y la primera trata de manos izquierdas y manos derechas y la segunda es la parábola o lo que fuera donde Jesús habla a la gente de su mano derecha y su mano izquierda.

—Así que ambas tienen manos izquierdas y manos derechas —dijo John Paul.

—Dos partes del mismo mensaje.

—Podría ser.

—Las escrituras están todas cambiadas —dijo Theresa.

—Los mormones os aprendéis la Biblia—dijo John Paul—. Los católicos consideramos que eso es cosa de protestantes.

—La escritura auténtica dice, estaba desnudo y me vestísteis, no tenía casa o algo así y me tomasteis.

—Era un extraño y me cobijasteis —dijo John Paul.

—Así que sí que leíste las escrituras.

—Me desperté una vez durante la homilía.

—Es un juego de palabras —dijo Theresa—. Creo que la expresión que usa en el mensaje no significa acoger, sino engañar.

John Paul estaba ya estudiando la otra carta.

—Ésta es geopolítica. China. India. Y acaba con «estallar» en letras mayúsculas.

—«Atar el lazo» —dijo Theresa, mirando la primera carta—. Con la errata de

«tai» podría referirse a Tailandia.

—Un poco pillado por los pelos —dijo John Paul, riéndose.

—Es todo un juego de palabras. «Poder para morder mi talón»... eso tiene que referirse a la Bestia, ¿no crees? Aquiles, que sólo podía ser mordido en el talón.

—Y Aquiles fue rescatado por un tai... Suriyawong.

—¿Así que ahora crees que «ta» puede ser «tai»?

—Sí, tú lo has dicho.

—El tai cree que ha rescatado a esa persona de una «fiesta». Suri rescató a Aquiles, pero Aquiles guarda un secreto. Estallaría si lo supiera.

Ahora John Paul estaba mirando la segunda carta.

—Hora de echar a correr. ¿Es una advertencia?

—Es lo que tiene que ser la última línea. Aquella que tenga oídos, que oiga. Usa los pies. Porque él viene no a traer la paz, sino la espada.

—El mío dice: «Aquel que tenga oídos que oiga.»

—Tienes razón, no eran idénticos.

—¿Quién es el «yo» en las escrituras?

—Jesús.

—No, no, quiero decir, ¿a quién se refiere el «yo» del mensaje?

Creo que es Aquiles. Creo que está escrito como si fuera Aquiles hablando. Os engañé porque fuisteis tontos. Ladrón en la noche, cuando no lo estamos buscando. Somos estúpidos porque creemos que no va a venir, pero ya está en la puerta.

—Hora de echar a correr—dijo Theresa.

John Paul se echó hacia atrás y cerró los ojos.

—Una advertencia de Bean, tal vez. Suri creyó que estaba rescatando a Aquiles pero era exactamente lo que Aquiles quería que hiciera. Y la otra carta... esa referencia a las piedras, tiene que ser a Petra. Nos enviaron un par de mensajes que encajan.

Y ahora encajaron.

—Esto es lo que me ha estado molestando —dijo Theresa—. Por eso no podía dormir.

—No has recibido las cartas hasta ahora mismo —dijo John Paul.

—No, lo que me mantenía despierta era cómo Aquiles no ha hecho nada desde que llegó aquí, excepto sus deberes oficiales. Estaba pensando que aunque los chinos lo arrestaron e interrumpieron sus tejemanejes, no tenía sentido que no hiciera contacto con su red. ¿Pero y si los chinos no lo arrestaron? ¿Y si fue una trampa?

«Me acogisteis pero no estaba desnudo.» John Paul asintió.

—Y yo os engañé, porque fuisteis tontos.

—Entonces todo esto tuvo como objetivo conseguir que Aquiles entrara en el complejo.

—¿Pero para qué? —dijo John Paul—. Hemos sospechado de él de todas formas.

—Pero esto es más que sospechas. O no lo habrían enviado.

—Aquí no hay ninguna prueba. Nada que vaya a convencer a Peter.

—Sí que la hay —dijo Theresa—. Hot Soup. El la miró, sin entender.

—Del grupo de Ender. Han Tzu. Dentro de China. Tiene que saberlo. Es la autoridad. Lo «derramó todo». Evidentemente es una trampa.

—Vale —dijo John Paul—, así que tenemos la prueba. Sabemos que Aquiles no era realmente un prisionero, quería que lo cogieran.

—¿No lo ves? Eso significa que realmente comprende a Peter. Sabia que Peter no podría resistirse a rescatarlo. Tal vez incluso sabía que Bean y Petra se marcharían. Piénsalo: todos sabíamos lo peligroso que podía ser Aquiles, así que tal vez contaba con ello.

—Todos los que estaban más cerca de Peter se marcharon excepto nosotros...

Y Peter intentó que nos marcháramos.

—Y Suriyawong.

—Y Aquiles se lo ha metido en el bolsillo.

—O Suri ha convencido a Aquiles de que lo ha hecho. Ya habían hablado de eso antes.

—Lo que sea —dijo Theresa—. Simplemente con llegar aquí Aquiles ha conseguido aislar a Peter. Luego se ha pasado todo el tiempo siendo Don Amable, haciéndolo todo bien... y entablando amistad con todo el mundo de paso. Todo va bien. Excepto...

—Excepto que está en posición de matar a Peter.

—Si puede hacerlo de una manera que no lo implique.

—Dispuesto a intervenir, como ayudante de Peter, y decir: «Todo está bajo control en la Hegemonía, seguiremos haciendo que las cosas funcionen hasta que se elija un nuevo Hegemón», y antes de que puedan elegir uno, habrá comprometido todos los códigos, neutralizado al ejército, y China se habrá librado de la Hegemonía de una vez y para siempre. Tendrán noticias por adelantado de una de las misiones de Suriyawong y eliminarán a su pequeño ejército de valientes y...

—¿Por qué eliminarlo, si tienes ya a uno que te obedece? —dijo Theresa.

—No sabemos si Suri...

—¿Qué crees que sucedería si Peter intentara marcharse? —preguntó ella. John Paul reflexionó.

—Aquiles se haría cargo. Hay una larga tradición en ese tipo de maniobras.

—Igual que la tradición de declararlo enfermo e impedir que nadie tenga acceso

a él.

—Bueno, no podrá restringir el acceso a Peter mientras nosotros estemos

aquí—dijo John Paul.

Se miraron el uno a la otra durante un largo instante. —Coge tu pasaporte —dijo Theresa.

—No podemos llevarnos nada.

—Borra los ordenadores.

—¿Qué crees que utilizará? ¿Veneno? ¿Algún bioagente?

—Lo más probable es que use un bioagente. Podría haberlo traído consigo.

—¿Importa?

—Peter no va a creernos.

—Es testarudo y engreído y piensa que somos idiotas —dijo John Paul—. Pero eso no significa que sea estúpido.

—Pero tal vez piense que podrá manejar la situación. John Paul asintió.

—Tienes razón. Es así de estúpido.

—Borra todos tus archivos del sistema y...

—No importa. Hay copias de seguridad.

—No de estas cartas, al menos.

John Paul las imprimió y luego las destruyó de la memoria del ordenador, mientras Theresa lo hacía en el portátil.

Con las copias en papel de las cartas, se dirigieron hacia la habitación de Peter.

Peter estaba adormilado, hosco, e impaciente. No hizo caso a sus preocupaciones e insistió en que esperaran hasta que fuera de día, pero finalmente John Paul perdió la paciencia y lo sacó de la cama como si fuera un adolescente.

Se sorprendió tanto al ser tratado de esa forma que guardó silencio y todo.

—Deja de pensar que esto es entre tus padres y tú —dijo John Paul—. Estas cartas son de Bean y Petra, y transmiten un mensaje de Han Tzu en China. Son tres de las mentes militares vivas más inteligentes que existen, y los tres han demostrado ser más listos que tú.

La cara de Peter se ruborizó de ira.

—¿Cuento ya con tu atención? —dijo John Paul—. ¿Nos escucharás?

—¿Y qué importa si escucho o no? —replicó Peter—. Que uno de ellos sea el Hegemón, ya que son mucho más listos que yo.

Theresa se inclinó y lo miró directamente a la cara.

—Estás actuando como un adolescente rebelde mientras nosotros intentamos decirte que la casa está ardiendo.

—Procesa esta información —dijo John Paul—, como si fuéramos un par de informadores tuyos. Finge que crees que sabemos algo. Y ya puestos, haz un repaso rápido y comprueba lo rápidamente que Aquiles ha apartado de ti a todos los que eran completamente dignos de confianza... excepto a nosotros.

—Sé que tenéis buenas intenciones —dijo Peter, pero su voz traicionaba su

furia.

—Cállate—dijo Theresa—. Cierra el pico y acaba con ese tono condescendiente.

Has visto las cartas. No nos las hemos inventado. Hot Soup encontró un modo de decirles a Bean y Petra que todo el rescate fue una trampa.

»Te tomaron el pelo, chico listo. Aquiles tiene todo este sitio en el bolsillo.

Conoce cada movimiento que haces, porque alguien le informa.

—Por lo que sabemos —dijo John Paul—, los chinos tienen una operación preparada.

—O te arrestarán los soldados de Suri.

—En otras palabras, no tenéis ni idea de a qué se supone que debo tenerle miedo.

—Eso es —dijo Theresa—. Exactamente eso. Porque te has entregado a sus brazos como si te hubiera dado un guión y estuvieras leyendo tus líneas como un robot.

—Ahora mismo eres la marioneta, Peter —dijo John Paul—. Creías sujetar los hilos, pero eres la marioneta.

—Y tienes que marcharte —dijo Theresa.

—¿Cuál es la emergencia? —exclamó Peter, impaciente—. No sabéis qué va a hacer, ni cuándo.

—Tarde o temprano tendrás que irte —dijo Theresa—. ¿O piensas esperar a que te mate? ¿O a que nos mate a nosotros? Y cuando te vayas, tendrá que ser algo súbito, inesperado, sin planear. No habrá mejor oportunidad que ahora. Mientras los tres seguimos con vida. ¿Puedes garantizar que esto se cumplirá mañana? ¿Esta tarde? No lo creo.

—Antes del amanecer —dijo John Paul—. Sal del complejo, ve a la ciudad, coge un avión, lejos de Brasil.

Peter se quedó allí sentado, mirándolos de hito en hito.

Pero la expresión irritada había desaparecido de su rostro. ¿Era posible? ¿Podía haber oído algo de lo que habían dicho?

—Si me marcho, dirán que he abdicado.

—Podrás decir que no lo hiciste.

—Pareceré un idiota. Perderé todo el crédito.

—Fuiste un idiota —dijo Theresa—. Si lo dices primero, nadie se aprovechará de decirlo. No escondas nada. Haz un comunicado de prensa mientras estás en el aire.

Eres Locke. Eres Demóstenes. Puedes urdir cualquier cosa.

Peter se levantó, y empezó a sacar ropas de los cajones de su vestidor.

—Creo que tenéis razón. Creo que vuestro análisis es absolutamente correcto. Theresa miró a John Paul.

John Paul miró a Theresa.

¿Era Peter quien hablaba?

—Gracias por no abandonarme —dijo Peter—. Pero todo esto de la Hegemonía se ha acabado. He perdido cualquier oportunidad de hacerla funcionar. Tuve mi oportunidad, y la eché a perder. Todo el mundo me dijo que no trajera a Aquiles aquí. Tenía todos aquellos planes para conducirlo a una trampa. Pero ya estaba pillado en la suya.

—Ya te he dicho que te calles una vez esta mañana —dijo Theresa—. No me hagas repetirlo.

Peter no se molestó en abotonarse la camisa.

—Vamos —dijo.

Theresa se alegró al ver que no intentaba llevarse nada consigo. Sólo se detuvo ante el ordenador y tecleó una sola orden.

Luego se encaminó hacia la puerta.

—¿No vas a borrar tus archivos? —preguntó John Paul—. ¿Alertar a tu jefe de seguridad?

—Acabo de hacerlo.

Así que estaba preparado para un día como éste. Ya tenía en su sitio el programa que destruiría automáticamente todo lo que había que destruir. Y alertaría a aquellos a quienes había que alertar.

—Tenemos diez minutos antes de que la gente en la que confiaba reciba la advertencia para evacuar —dijo Peter—. Como no sabemos en cuáles podemos confiar todavía, tendremos que estar fuera de aquí para entonces.

Su plan incluía cuidar de aquellos que todavía le eran leales aquellos cuyas vidas podrían correr peligro cuando Aquiles se hiciera cargo.

Theresa no había imaginado que Peter pudiera pensar en algo semejante. Era bueno saberlo.

No se apresuraron ni corrieron, sino que atravesaron los jardines hacia la puerta más cercana mientras conversaban animadamente. Podía ser muy temprano, ¿pero quién iba a imaginar que el Hegemón y sus padres estaban huyendo? No llevaban equipaje, ni tenían prisa, ni andaban con sigilo. Discutían. Una escena perfectamente normal.

Y la discusión era bastante real. Hablaban en voz baja, porque en la tranquilidad del amanecer se les podría oír desde lejos. Pero había mucha intensidad en sus voces silenciosas.

—Ahórrate el melodrama —dijo John Paul—. Tu vida no se ha acabado. Cometiste un gran error, y hay gente que va a decir que huir de esta manera es un error aún mayor. Pero tu madre y yo sabemos que no lo es. Mientras estés vivo, hay esperanza.

—La esperanza es Bean —dijo Peter—. Él no se ha pegado un tiro en el pie. Lo apoyaré plenamente. O tal vez no debería. Tal vez mi apoyo sea el beso de la muerte.

—Peter, tú eres el Hegemón —dijo John Paul—. Te eligieron a ti. A ti, no a este complejo. De hecho, eres el que trasladó aquí las oficinas de la Hegemonía. Ahora vas a trasladarlas a otro lugar. Dondequiera que estés, allí estará la Hegemonía. Nunca digas nada que implique lo contrarío.

»Aunque todo el poder que tienes en el mundo seamos tú, tu madre y yo, no

puedes decir que eso sea nada. Porque tú eres Peter Wiggin, y maldición, nosotros somos John Paul Wiggin y Theresa Wiggin y bajo nuestros encantadores y civilizados exteriores, somos gente dura.

Peter no dijo nada.

—Bueno, la verdad es que nosotros somos los duros —le dijo Theresa a John Paul—. Peter es el gran sabio.

Peter sacudió la cabeza.

—Lo eres —insistió Theresa—. ¿Y sabes por qué lo sé? Porque fuiste lo bastante inteligente para escucharnos y escapar a tiempo.

—Estaba pensando —dijo Peter suavemente.

—¿Qué? —instó Theresa, antes de que John Paul pudiera replicar a modo de broma: Ya era hora. Sería una broma equivocada en u momento como éste, pero John Paul nunca era muy bueno a la hora de hacer sus chistes. Le salían por reflejo, sin que su cerebro los procesara primero.

—Os he subestimado a los dos.

—Bueno, sí—dijo Theresa.

—De hecho, he sido una pequeña mierda con vosotros dos durante mucho tiempo.

—No tan pequeña —dijo John Paul.

Theresa lo miró alzando una ceja como gesto de advertencia.

—Pero nunca hice nada tan tonto como intentar colarme en su dormitorio para matarlo —dijo Peter.

Theresa lo miró bruscamente. Él le sonreía.

John Paul se echó a reír. Ella no podía reprochárselo. Él no podía dejar de contraatacar. Después de todo, le había advertido alzando aquella ceja.

—Vale, bueno, tienes razón —dijo Theresa—. Eso fue una estupidez. Pero no sabía qué más hacer para salvarte.

—Tal vez salvarme no sea tan buena idea.

—Eres la única copia de nuestro ADN que queda en la Tierra —dijo John Paul—. No queremos tener que empezar de nuevo a hacer bebés. Eso es para gente más joven.

—Además —intervino Theresa—, salvarte a ti significa salvar al mundo.

—Cierto —dijo Peter, burlón.

—Eres la única esperanza —dijo Theresa.

—Entonces buena suerte, mundo.

—Creo que eso casi ha sido una oración —dijo John Paul—. ¿No te parece, Theresa? Creo que Peter ha dicho una oración.

Peter se echó a reír.

—Sí, por qué no. Buena suerte, mundo. Amén.

Llegaron a la verja mucho antes de que se agotaran los diez minutos. Había un taxista dormido en la parada delante del hotel más grande en las afueras del complejo. John Paul lo despertó y le tendió una gran suma de dinero.

—Llévenos al aeropuerto —dijo Theresa.

—Pero no a éste —dijo John Paul—. Creo que será mejor salir de Araraquara.

—Eso está a una hora de camino —dijo Theresa.

—Y tenemos una hora hasta el primer vuelo a cualquier parte —respondió John Paul—. ¿Quieres pasarte una hora sentada en un aeropuerto que está a quince minutos del complejo?

Peter se echó a reír.

—Todo esto es tan paranoico —dijo—. Igual que Bean.

—Bean está vivo —recordó John Paul.

—Estoy de acuerdo con eso —dijo Peter—. Estar vivo es muy bueno.

Peter envió su comunicado de prensa desde uno de los ordenadores del aeropuerto de Araraquara. Pero Aquiles tampoco perdió el tiempo.

La historia de Peter era toda cierta, aunque dejó unas cuantas cosas fuera. Admitió que lo habían engañado para que pensara que estaba rescatando a Aquiles cuando el hecho era que estaba introduciendo al caballo de Troya dentro de las murallas del complejo. Fue un error terrible porque Aquiles seguía sirviendo al Imperio chino, y el cuartel general de la Hegemonía quedaba completamente vendido. Peter declaró que lo trasladaba a otro emplazamiento y urgía a todos los empleados de la Hegemonía que todavía le eran leales a esperar noticias suyas para volver a reunirse.

El comunicado de Aquiles declaraba que él, el general Suriyawong y Ferreira, el jefe de la seguridad informática de la Hegemonía, habían descubierto que Peter estaba desviando fondos de la Hegemonía y los estaba escondiendo en cuentas secretas: dinero que debería haber sido destinado a pagar las deudas de la Hegemonía y alimentar a los pobres y a tratar de conseguir la paz mundial. Declaró que la oficina del Hegemón continuaría funcionando bajo el control de Suriyawong como principal líder militar de las fuerzas de la Hegemonía, y que él ayudaría a Suriyawong sólo si se le pedía. Mientras tanto, se lanzó una orden de busca y captura de Meter Wiggin bajo los cargos de desfalco, malversación de fondos y alta traición contra la Liga para la Defensa Internacional.

Un comunicado posterior ese día anunció que Hyrum Graff había sido destituido como ministro de Colonización e iba a ser arrestado por complicidad con Peter Wiggin en la conspiración para defraudar a la Hegemonía.

—El hijo de puta —dijo John Paul.

—Graff no le obedecerá —dijo Theresa—. Simplemente declarará que sigues siendo el Hegemón y que sólo responderá ante ti y el almirante Chamrajnagar.

—Pero eso le chupará un montón de presupuesto —dijo Peter—. Tendrá mucha menos libertad de movimiento. Porque ahora hay un precio por su cabeza, y a algunos países les encantaría arrestarlo y entregárselo a los chinos.

—¿Crees de verdad que Aquiles está sirviendo a los intereses chinos? — preguntó Theresa.

—Tan lealmente como sirvió a los míos.

Antes de que el avión aterrizara en Miami, Peter encontró acogida segura. Nada menos que en Estados Unidos.

—Creí que Norteamérica estaba decidida a no involucrarse —dijo John Paul.

—Es sólo temporal —respondió Peter.

—Pero eso los pone claramente en nuestro equipo —dijo Theresa.

—¿Y? —dijo Peter—. Vosotros sois norteamericanos. Y yo también. Estados Unidos no son «ellos», son «nosotros».

—Te equivocas —dijo Theresa—. Tú eres el Hegemón. Estás por encima de las nacionalidades. Y he de añadir que nosotros también.


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