15 - La Alocución
HUMANO: ¿Por qué no viene nunca a vernos ninguno de los otros humanos?
MIRO: Somos los únicos a los que se les permite atravesar la verja.
HUMANO: ¿Y por qué no la escalan simplemente?
MIRO: ¿No habéis tocado nunca la verja? (Humano no responde). Es muy doloroso tocarla. Pasar por encima de la verja sería como si todas y cada una de las partes de tu cuerpo te dolieran lo máximo posible, y a la vez.
HUMANO: Eso es una tontería. ¿No crece la hierba a ambos lados?
Ouanda Quenhatta Figueira Mucumbi, Transcripciones de diálogos.
103:0:1970:1:1:5.
Faltaba apenas una hora para que se pusiera el sol. La alcaldesa Bosquinha subió las escaleras de las oficinas privadas que el obispo Peregrino tenía en la Catedral. Dom y Dona Cristaes estaban ya allí, y su aspecto era grave. El obispo Peregrino, sin embargo, parecía satisfecho de si mismo. Siempre disfrutaba cuando todo el liderazgo religioso y político de Milagro se congregaba bajo su techo. No importaba que Bosquinha fuera la que había solicitado la reunión, y que él se hubiera ofrecido a celebrarla en la Catedral, porque era ella la que tenía el poder. A Peregrino le gustaba sentir que de alguna manera era el amo de la colonia Lusitania. Bien, al final de la reunión todos tendrían claro que ninguno de ellos era amo de nada.
Bosquinha les saludó a todos. Sin embargo, no se sentó en la silla que le habían ofrecido. Lo hizo ante el terminal del obispo, lo conectó y ejecutó el programa que tenía preparado. En el aire aparecieron varias capas de pequeños cubos.
La capa superior tenía solamente unos pocos; la mayoría de las capas tenían muchos más. Más de la mitad, empezando por las más altas, estaban coloreadas de rojo; el resto eran azules.
- Muy bonito - dijo el obispo Peregrino. Bosquinha miró a Dom Cristão.
- ¿Reconoce el modelo? Él negó con la cabeza.
- Pero creo que sé a qué se debe esta reunión.
Dona Cristã se inclinó hacia delante.
- ¿Hay algún lugar seguro donde podamos esconder las cosas que queremos conservar?
La expresión de diversión no compartida del obispo Peregrino se desvaneció de su rostro. No sé a qué se debe esta reunión.
Bosquinha se dio la vuelta para mirarle.
- Era muy joven cuando me nombraron gobernadora de la Colonia Lusitania. Ser elegida era un gran honor, una gran muestra de confianza. Había estudiado gobierno de comunidades y sistemas sociales desde la infancia, y lo había hecho bien en mi corta carrera en Oporto. Lo que el comité aparentemente pasó por alto fue el hecho de que yo era ya recelosa, mentirosa y chauvinista.
- También tiene virtudes que todos hemos aprendido a admirar - dijo el obispo Peregrino. Bosquinha sonrió.
- Mi chauvinismo significó que en cuanto la Colonia Lusitania fue mía, mi lealtad se debió más a los intereses de Lusitania que a los de los Cien Mundos o al Congreso Estelar. Mi habilidad para disimular me permitió hacer creer al comité todo lo contrario, que tenía constantemente los mejores intereses del comité en el corazón. Y mi recelo me llevó a pensar que el Congreso no iba a dar a Lusitania nada remotamente parecido a la independencia y a un estatuto de igualdad entre los Cien Mundos.
- Por supuesto que no - dijo el obispo -. Somos una colonia.
- No somos una colonia. Somos un experimento. Hace tiempo que examiné nuestros papeles y nuestra licencia y todas las órdenes del Congreso relacionadas con nosotros, y descubrí que las leyes de intimidad normal no se aplican a nosotros. He descubierto que el comité tiene el poder de acceder ilimitadamente a todos los ficheros de memoria de todas las personas e instituciones de Lusitania.
El obispo empezó a parecer enfadado.
- ¿Quiere decir que el comité tiene derecho a mirar todos los archivos confidenciales de la
Iglesia?
- ¡Ah! - dijo Bosquinha -. Un amigo chauvinista.
- La Iglesia tiene algunos derechos asegurados por el Código Estelar.
- No se enfade conmigo.
- No me lo había dicho nunca.
- Si se lo hubiera dicho, habría protestado, y ellos habrían pretendido rectificar y entonces no podría haber hecho lo que hice.
- ¿Qué?
- Este programa. Registra todos los accesos iniciados por ansible a los ficheros de la Colonia
Lusitania.
Dom Cristão frunció el ceño.
- Se supone que no puede hacer eso.
- Lo sé. Como decía, tengo muchos vicios secretos. Pero mi programa no detectó nunca ninguna intrusión de importancia... oh, unos cuantos ficheros cada vez que los cerdis mataban a uno de nuestros xenobiólogos, pero eso era de esperar. Nada de importancia. Hasta hace cuatro días.
- Cuando llegó el Portavoz de los Muertos - dijo el obispo Peregrino.
A Bosquinha le hizo gracia que el obispo considerara la llegada del Portavoz como una fecha tan señalada para hacer inmediatamente la conexión.
- Hace tres días - dijo -, se envió por ansible una sonda no - destructiva. Seguía un modelo interesante - se volvió al terminal y cambió la pantalla. Ahora mostró accesos primariamente a áreas de alto nivel, limitada a sólo una región de la pantalla -. Tiene acceso a todo lo que está relacionado con los xenólogos y xenobiólogos de Milagro. Ignoró todas las rutinas de seguridad como si no existieran. Y leyó todo lo que descubrieron, todo lo que tiene que ver con sus vidas privadas. Sí, obispo Peregrino, creí entonces y creo hoy que esto tiene que ver con el Portavoz.
- Seguramente no tiene autoridad con el Congreso Estelar. Dom Cristão asintió sabiamente.
- San Angelo escribió una vez, en sus diarios privados, que nadie sino los Hijos de la Mente leen...
El obispo se volvió hacia él lleno de júbilo.
- ¡Así que los Hijos de la Mente tienen realmente escritos secretos de San Ángelo!
- Secretos, no - dijo Dona Cristá -. Simplemente aburridos. Cualquiera puede leer los diarios, pero sólo nosotros nos molestamos en hacerlo.
- Lo que escribió - continuó Dom Cristão -, fue que el Portavoz Andrew es más viejo de lo que sabemos. Más viejo que el Congreso Estelar y, a su manera, quizá más poderoso.
- Es un muchacho - replicó el obispo -. No puede tener aún cuarenta años.
- Sus estúpidas rivalidades nos están haciendo perder el tiempo - dijo bruscamente Bosquinha
-. Requerí esta reunión porque esto es una emergencia. Como cortesía hacia ustedes, porque ya he actuado para bien del gobierno de Lusitania.
Los otros guardaron silencio.
Bosquinha volvió a mostrar la pantalla original.
- Esta mañana mi programa me alertó por segunda vez. Otro acceso vía ansible, sólo que esta vez no fue el acceso selectivo no - destructivo de hace tres días. Esta vez está leyéndolo todo a gran velocidad, transfiriendo datos, lo que significa que todos nuestros archivos están siendo copiados en ordenadores de otros mundos. Luego todos los directorios se reescriben para que una orden iniciada por ansible destruya completamente todos los ficheros de nuestras memorias.
Bosquinha pudo ver que el obispo Peregrino estaba sorprendido... y que los Hijos de la Mente, no.
- ¿Por qué? - dijo el obispo -. Destruir todos nuestros archivos... eso es lo que se hace a una nación en... rebeldía, a la que se quiere destruir, a la que...
- Veo que ustedes también son chauvinistas y recelosos - les dijo Bosquinha a los Hijos de la
Mente.
- Me temo que mucho más que usted - dijo Dom Cristão -. Pero también detectamos las intrusiones. Naturalmente, enviamos copias de todos nuestros registros - un gran gasto - a los monasterios de los Hijos de la Mente en otros mundos, y ellos tratarán de restaurar nuestros archivos después de que los destruyan. Sin embargo, si se nos va a tratar como a una colonia rebelde, dudo que se permita una restauración así. Así que estamos haciendo copias en papel de la información más vital. No hay esperanza de poder editarlo todo, pero pensamos que al menos podremos editar lo bastante para salir del paso y que nuestro trabajo no sea destruido completamente.
- ¿Sabía esto? - dijo el obispo -. ¿Y no me lo dijo?
- Perdóneme, obispo Peregrino, pero no se nos ocurrió que no lo hubieran detectado ustedes.
- ¡Y tampoco creen que hagamos ningún trabajo importante que merezca la pena ser salvado!
- ¡Ya basta! - dijo la alcaldesa Bosquinha -. Las ediciones en papel no pueden salvar más que un mínimo porcentaje... no hay suficientes impresoras en Lusitania para resolver el problema. No podemos ni siquiera mantener los servicios básicos. No creo que nos quede más de una hora antes de que la copia se complete y puedan borrar todas nuestras memorias. Pero incluso si hubiéramos empezado esta mañana, cuando comenzó la intrusión, no habríamos podido editar más de una diezmilésima parte de los archivos a los que tenemos acceso cada día. Nuestra fragilidad, nuestra vulnerabilidad, es completa.
- Así que estamos indefensos - dijo el obispo.
- No. Pero quería dejarles claro lo extremo de nuestra situación para que así acepten la única alternativa. Será muy desagradable.
- No me cabe duda.
- Hace una hora, mientras estaba intentando ver si hay alguna clase de archivo que pueda ser inmune a ese tratamiento, descubrí que de hecho hay una persona cuyos ficheros han sido completamente pasados por alto. Al principio pensé que era porque es un framling, pero la razón es mucho más sutil. El Portavoz de los Muertos no tiene archivos en la memoria lusitana.
- ¿Ninguno? Imposible - dijo Dona Cristá.
- Todos sus archivos se mantienen por ansible. Fuera de este mundo. Sus registros, sus finanzas, todo. Cada mensaje que se le envía. ¿Comprenden?
- Y sin embargo tiene acceso a ellos... - comentó Dom Cristão.
- Es invisible al Congreso Estelar. Si embargaran todos nuestros datos, sus archivos seguirán siendo accesibles porque los ordenadores no ven sus accesos como transferencias de datos. Son material original... y no están en la memoria lusitana.
- ¿Está sugiriendo que transfiramos todos nuestros ficheros más confidenciales e importantes como mensajes a ese... ese infiel?
- Le estoy diciendo que he hecho exactamente eso. La transferencia de los archivos más vitales de gobierno es ya casi completa. Fue una transferencia de alta prioridad, a velocidades locales, así que va mucho más rápido que la copia del Congreso. Le estoy ofreciendo una oportunidad de hacer una transferencia similar, usando mi prioridad para que tome precedencia sobre todos los otros usuarios locales de la red de ordenadores. Si no quiere hacerlo, bien... usaré mi prioridad para transferir el segundo grupo de archivos gubernamentales.
- Pero él podría mirar en nuestros archivos...
- Sí, podría.
- No lo hará si le pedimos que no lo haga - intervino Dom Cristão, sacudiendo la cabeza.
- ¡Es usted ingenuo como un chiquillo! - dijo el obispo Peregrino -. No habría nada que le obligara a devolvernos los datos.
- Eso es cierto - asintió Bosquinha -. Tendrá todo lo que es vital para nosotros, y puede quedárselo o devolverlo, como se le antoje. Pero creo, como Dom Cristão, que es un buen hombre que nos ayudará en nuestro momento de necesidad.
Dona Cristã se levantó.
- Discúlpenme. Me gustaría empezar a hacer transferencias cruciales inmediatamente. Bosquinha se volvió hacia el terminal del obispo e introdujo su propio módulo de alta
prioridad.
- Sólo introduzca las clases de mensajes que quiere enviar al receptor de mensajes del Portavoz Andrew. Me imagino que ya los habrá colocado por prioridades, ya que los estaba editando.
- ¿Cuánto tiempo tenemos? - preguntó Dom Cristão. Dona Cristã estaba ya tecleando furiosamente.
- El tiempo disponible está aquí, en lo alto - Bosquinha colocó la mano sobre la pantalla holográfica y tocó con el dedo los números de la cuenta atrás.
- No te molestes en transferir todo lo que ya hemos editado - dijo Dom Cristão -. Siempre podemos volver a introducirlo. Queda poco, de todas formas.
Bosquinha se volvió al obispo.
- Sabía que esto sería difícil. El obispo rió sin ganas.
- Difícil.
- Espero que lo considere antes de rechazarlo...
- ¡Rechazarlo! ¿Cree que soy tonto? Puede que deteste la pseudoreligión de esos blasfemos Portavoces de los Muertos, pero si éste es el único medio que Dios nos ha concedido para preservar los archivos vitales de la Iglesia, entonces yo sería un pobre siervo del Señor si dejara que el orgullo me impidiera utilizarlo. Nuestros ficheros no están aún ordenados por prioridades, y eso nos llevará unos minutos, pero confío en que los Hijos de la Mente nos dejen tiempo para transferir nuestros datos.
- ¿Cuánto tiempo cree que necesita? - preguntó Dom Cristão.
- No mucho. Diez minutos como máximo.
Bosquinha estaba agradablemente sorprendida. Había temido que el obispo insistiera en copiar todos sus archivos antes de permitir continuar a los Hijos de la Mente, sólo un intento más por afirmar la supremacía del obispado sobre el monasterio.
- Gracias - dijo Dom Cristão, besando la mano que Peregrino le había extendido. El obispo miró a Bosquinha fríamente.
- No tiene por qué sorprenderse, alcaldesa Bosquinha. Los Hijos de la Mente trabajan con el conocimiento del mundo, así que dependen más de las máquinas del mundo. La Madre Iglesia trabaja con las cosas del espíritu, así que nuestro uso de la memoria pública es meramente administrativa. Y en cuanto a la Biblia, somos tan anticuados que aún conservamos docenas de copias encuadernadas en piel en la Catedral. El Congreso Estelar no puede robarnos las copias del trabajo de Dios de ninguna manera - sonrió maliciosamente -, por supuesto.
Bosquinha le devolvió la sonrisa bastante alegremente.
- Una pequeña pega - dijo Dom Cristão. Después de que destruyan nuestros archivos y volvamos a copiarlos de los archivos del Portavoz, ¿qué le impide al Congreso hacerlo otra vez? ¿Y otra, y otra?
- Eso es lo difícil - dijo Bosquinha -. Lo que hacemos depende de lo que el Congreso intente hacer. Tal vez no quieren destruir realmente nuestros archivos. Tal vez restauren inmediatamente los más vitales después de esta demostración de poder. Si no tengo idea de por qué nos castigan así, ¿cómo puedo suponer hasta dónde llegarán las cosas? Si nos dejan algún camino para continuar siendo leales, entonces naturalmente tenemos que ser vulnerables para que puedan aplicar otros castigos.
- Pero ¿y si, por alguna razón, han decidido tratarnos como rebeldes?
- Bueno, si llegamos a lo peor, podríamos volver a copiarlo todo en la memoria local y luego... desconectar el ansible.
- Dios nos ayude - dijo Dona Cristá -. Estaríamos completamente solos.
El obispo pareció molestarse.
- Qué idea tan absurda, Hermana Detestai o Pecado. ¿O es que piensa que Cristo depende del ansible? ¿Que el Congreso tiene poder para silenciar al Espíritu Santo?
Dona Cristã se sonrojó y volvió a su trabajo en el terminal.
El secretario del obispo le tendió un papel con una lista de archivos.
- Puede quitar de la lista mi correspondencia personal - dijo el obispo -. Ya he enviado mis mensajes. Bien, dejemos que la Iglesia decida cuáles de mis cartas merecen ser conservadas. No tienen valor para mi.
- El obispo está preparado - dijo Dom Cristão. Inmediatamente, su esposa se levantó y el secretario tomó su puesto.
- Por cierto, pensé que querría saberlo - dijo Bosquinha -. El Portavoz ha anunciado - que esta noche, en la praça, Hablará de la muerte de Marcos Maria Ribeira - miró su reloj -. Ya falta muy poco, en realidad.
- ¿Por qué piensa que me importa eso? - preguntó el obispo secamente.
- Pensé que querría enviar un representante.
- Gracias por decírnoslo - dijo Dom Cristão -. Creo que asistiré. Me gustaría oír una alocución del hombre que Habló de la muerte de San Ángelo - se volvió hacia el obispo -. Le informaré, si quiere, de todo lo que diga.
El obispo se echó hacia atrás y sonrió tenso.
- Gracias, pero enviaré a uno de los míos.
Bosquinha salió de las oficinas del obispo y se marchó de la catedral. Tenía que regresar a sus habitaciones, porque fuera lo que fuese lo que el Congreso planeaba, sería Bosquinha quien recibiría sus mensajes.
No lo había discutido con los líderes religiosos porque realmente no era asunto de su incumbencia, pero sabía perfectamente bien, al menos en un sentido general, por qué el Congreso hacía esto. Los párrafos que daban al Congreso derecho para tratar a Lusitania como a una colonia rebelde estaban todos relacionados con las reglas referidas al contacto con los cerdis.
Obviamente los xenólogos habían hecho algo malo. Ya que Bosquinha no conocía ninguna de las violaciones, tenía que ser algo muy grande cuya evidencia se mostraba por los satélites, los únicos aparatos registradores que informaban directamente al comité sin pasar por las manos de Bosquinha. Había intentado imaginar lo que podrían haber hecho Miro y Ouanda... ¿Iniciar un incendio en el bosque? ¿Talar árboles? ¿Dirigir una guerra entre las tribus cerdis? Todo le parecía absurdo.
Intentó llamarles para preguntarles, pero no estaban, naturalmente. Se encontraban al otro lado de la verja, en el bosque, para continuar llevando a cabo, sin duda, las mismas actividades que habían traído a la colonia Lusitania la posibilidad de destrucción. Bosquinha se recordaba así misma que eran jóvenes, que todo podía deberse a un ridículo error juvenil.
Pero no eran tan jóvenes, y además eran dos de las mentes más brillantes de una colonia que contenía a mucha gente muy inteligente. Menos mal que los gobiernos bajo el Código Estelar tenían prohibida la posesión de cualquier instrumento de castigo que pudiera ser utilizado como tortura. Por primera vez en su vida, Bosquinha sentía tanta furia que podría haber hecho uso de esos instrumentos si los hubiera tenido. «No sé qué es lo que pensáis que estáis haciendo, Miro y Ouanda, y no sé lo que habéis hecho, pero cual fuese vuestro propósito, esta comunidad entera pagará el precio. Y si hubiera justicia, os lo haría pagar a vosotros.»
Mucha gente había dicho que no asistiría a ninguna alocución; eran buenos católicos, ¿no?
¿No les había dicho el obispo que el Portavoz hablaba con la voz de Satán?
Pero se habían también susurrado otras cosas desde la llegada del Portavoz. Rumores, en su mayoría, pero Milagro era un lugar pequeño, donde los rumores eran la salsa de la vida; y los rumores no tenían ningún valor hasta que se creía en ellos. Así que se había corrido la voz de que la niña pequeña de Marcão, Quara, que no había hablado desde que éste había muerto, se había vuelto ahora tan charlatana que tenían problemas con ella en el colegio. Y Olhado, aquel chiquillo melancólico con sus repulsivos ojos de metal, se decía que de pronto parecía alegre y excitado. Tal vez maníaco. Tal vez poseído. Los rumores empezaban a implicar que, de alguna manera, el Portavoz tenía habilidad para curar, que tenía un mal de ojo, que sus bendiciones sanaban, que sus maldiciones podían matarte, que sus palabras podían hacer un encantamiento al que era inevitable obedecer. No todo el mundo oyó esto, por supuesto, y no todo el mundo que lo había oído lo creía. Pero en los cuatro días que habían pasado entre la llegada del Portavoz y la noche de su intervención para Hablar de la muerte de Marcos Maria Ribeira, la comunidad de Milagro decidió, sin ningún anuncio formal, que iría a la alocución y oiría lo que el Portavoz tuviera que decir, por mucho que el obispo dijera que no.
Era culpa del obispo. Al acusar al Portavoz de satánico, le había colocado en el extremo más lejano de sí mismo y de todos los buenos católicos: el Portavoz es lo opuesto a nosotros. Pero para aquellos que no eran sofisticados teológicamente, si Satán era poderoso y les daba miedo, lo mismo sucedía con Dios. Comprendían bastante bien la pugna entre el bien y el mal a la que el obispo se refería, pero les interesaba mucho más la lucha entre el fuerte y el débil, eso era con lo que vivían día tras día. Y en esa lucha ellos eran débiles, y Dios y Satán y el obispo eran fuertes. El obispo había elevado al Portavoz a su mismo rango de hombre poderoso. Ahora, la gente estaba preparada para creer en milagros.
Así, a pesar de que el anuncio había llegado sólo una hora antes de la alocución, la praça estaba llena, y la gente se había congregado en las casas que rodeaban la plaza y se apiñaba en las verdes avenidas y calles. Como la ley requería, la alcaldesa Bosquinha había proporcionado al Portavoz el sencillo micrófono que utilizaba para los raros encuentros públicos. La gente se orientó hacia la plataforma en la que aparecería; luego miraron alrededor para ver quién había allí. Todo el mundo. Por supuesto, la familia de Marcão. Por supuesto, la alcaldesa. Pero también Dom Cristão y Dona Cristã y muchos sacerdotes de la catedral. El doctor Navio. La viuda de Pipo, la vieja Conceiçao, la archivera. La viuda de Libo, Bruxinha, y sus hijos. Se rumoreaba que el Portavoz también tenía intención de Hablar algún día de las muertes de Pipo y de Libo.
Y, por fin, cuando el Portavoz subía a la plataforma, el rumor barrió la praça: el obispo Peregrino estaba allí. No con sus vestiduras, sino con la simple sotana de sacerdote. ¡Allí mismo, para oír la blasfemia del Portavoz! Muchos ciudadanos de Milagro sintieron un delicioso escalofrío de excitación. ¿Se levantaría el obispo y derribaría milagrosamente a Satán? ¿Habría una batalla como no las había habido fuera de la visión del Apocalipsis de San Juan?
Entonces el Portavoz se plantó ante el micrófono y esperó a que se hiciera el silencio. Era bastante alto, aún joven, pero su piel blanca le hacía parecer enfermizo, fantasmal, comparado con los mil tonos amarronados de los lusos. Se callaron y él empezó a Hablar.
- Se le conoció por tres nombres. Los archivos oficiales tienen el primero: Marcos Maria Ribeira. Y sus datos oficiales. Nacido en 1929. Muerto en 1970. Trabajaba en la fundición de acero. Registro de seguridad perfecto. Ningún arresto. Esposa, seis hijos. Un ciudadano modelo, porque nunca hizo nada suficientemente malo para quedar registrado en los archivos públicos.
Muchos de los que escuchaban sintieron un vago resquemor. Habían esperado un elocuente discurso, y en cambio la voz de este hombre no era nada notable. Y sus palabras no tenían la formalidad de un sermón religioso. Su tono era sencillo, llano, casi coloquial. Sólo unos cuantos advirtieron que esta misma simplicidad hacía que su voz, sus palabras, fueran completamente creíbles. No estaba contando la Verdad, con trompetas; estaba simplemente contando la verdad, la historia de la que nadie piensa dudar porque se da por garantizada. El
obispo Peregrino fue uno de los que lo advirtieron, y esto le hizo sentirse intranquilo. Este
Portavoz sería un enemigo formidable, uno al que no se podría destruir con fuego ante el altar.
- El segundo nombre que tuvo fue Marcão. El Gran Marcos, porque era un gigante. Alcanzó su tamaño adulto muy pronto. ¿Qué edad tenía cuando llegó a medir dos metros? ¿Once años? Definitivamente, tenía doce. Su tamaño y su fuerza le hicieron valioso en la fundición, donde los lotes de acero son tan pequeños que gran parte del trabajo se controla directamente a mano, y la fuerza cuenta. La vida de la gente dependió de la fuerza de Marcão.
En la praça, la gente de la fundición asintió. Todos se habían jurado que nunca le hablarían al framling ateo. Obviamente uno de ellos lo había hecho, pero ahora les pareció bien que el Portavoz comprendiera lo que recordaban de Marcão. Cada uno de ellos deseó haber sido el que le había hablado de Marcão al Portavoz. No se les ocurrió pensar que el Portavoz ni siquiera había intentado hablar con ellos. Después de tantos años, había muchas cosas que Andrew Wiggin conocía sin necesidad de preguntar.
- Su tercer nombre fue Cão. El perro.
«Ah, sí - pensaron los lusos -. Esto es lo que hemos oído de los Portavoces de los Muertos. No tienen respeto hacía el muerto, no tienen ningún sentido del decoro.»
- Ése era el nombre con que os referíais a él cuando os enterabais de que su esposa, Novinha, tenía otro ojo morado, que caminaba cojeando, que tenía cardenales en la cara. Era un animal por hacerle aquello.
¿Cómo se atreve a decir eso? ¡El hombre está muerto! Pero bajo su furia los lusos se sentían incómodos por una razón completamente diferente. Casi todos recordaron haber dicho u oído exactamente esas palabras. La indiscreción del Portavoz consistía en repetir en público las palabras que hacían referencia a Marcão y que habían pronunciado cuando estaba vivo.
- Y no es que a alguno os gustara Novinha, esa fría mujer que nunca os dio ni los buenos días. Pero era más pequeña que él, y era la madre de sus hijos, y cuando la golpeaba merecía el nombre de Cão.
Se sintieron cohibidos; se hablaron mutuamente en murmullos. Los que estaban sentados en la hierba, cerca de Novinha, la miraron, deseosos de ver cómo reaccionaba, dolorosamente conscientes del hecho de que el Portavoz tenía razón, de que no les gustaba, de que al mismo tiempo la temían y sentían lástima por ella.
- Decidme, ¿es éste el hombre que conocisteis? Pasaba más horas que nadie en los bares, y sin embargo nunca hizo amigos allí, nunca tuvo la camaradería del alcohol. Ni siquiera podíais decir cuánto había estado bebiendo. Estaba arisco y enfadado antes de tomar un trago, y arisco y enfadado justo antes de morir... nadie pudo ver la diferencia. Nunca oísteis que tuviera un amigo, y ninguno de vosotros se alegraba al verle entrar en donde estabais. Ése es el hombre que la mayoría de vosotros conoció. Cão. Apenas un hombre.
Sí, pensaron. Ése era. Ahora el shock inicial de su falta de decoro había remitido. Se estaban acostumbrando al hecho de que el Portavoz no tenía intención de suavizar nada. Sin embargo, aún se sentían incómodos. Pues había una nota de ironía, no en su voz, sino inherente a sus palabras. Apenas un hombre, había dicho, pero naturalmente que era un hombre, y vagamente fueron conscientes de que mientras el Portavoz comprendía lo que pensaban de Marcão, no coincidía con ellos necesariamente.
- Unos pocos, los hombres de la fundición en el Bairro das Fabricadoras, le conocían como un brazo fuerte en el que podían confiar. Sabían que nunca decía que podía hacer más de lo que realmente podía, y siempre hacía lo que decía que iba a hacer. Se podía contar con él. Así que dentro de la fundición era respetado. Pero cuando salíais por la puerta le tratabais como todo el mundo, le ignorabais, no pensabais en él.
La ironía era evidente ahora. Aunque no había ninguna inflexión en la voz - seguía siendo el mismo discurso llano y sencillo del principio -, los hombres que trabajaron con Marcão la sintieron en su interior: «No deberíamos haberle ignorado como lo hicimos. Si era valioso dentro de la fundición, tal vez podríamos haberle valorado también fuera.»
- Algunos también sabéis algo más, en lo que nunca habéis pensado mucho. Sabéis que le disteis el nombre de Cão mucho antes de que se lo ganara. Teníais diez, once, doce años. Erais
niños pequeños. ¡Y él creció tanto! Sentíais vergüenza de estar cerca de él. Y miedo, porque os hacía sentiros indefensos.
- Vinieron en busca de chismorreo y les está dando responsabilidad - murmuró Dom Cristão a su esposa.
- Así que le tratasteis de la forma en que los seres humanos tratan siempre a las cosas que son más grandes que ellos - dijo el Portavoz -. Os unisteis. Como cazadores intentando derribar a un mastodonte. Como toreros intentando debilitar a un toro gigantesco y prepararlo así para la matanza. Azuzadlo, golpeadlo, punzadlo. Hacedlo girar. No puede adivinar de dónde vendrá el próximo golpe. Azuzadle con banderillas. Debilitadle mediante el dolor. Enloquecedle. Porque aunque es grande, podéis hacer que haga cosas. Podéis hacerle gritar. Podéis hacerle correr. Podéis hacerle llorar. ¿Veis? Después de todo, es más débil que vosotros.
Ela estaba furiosa. Había querido que acusara a Marcão, no que le excusara. Sólo porque hubiera tenido una infancia dura no tenía derecho a golpear a Madre cada vez que se le antojara.
- No hay culpa en esto. Entonces erais niños, y los niños son crueles porque no conocen otra cosa mejor. No lo haríais ahora. Pero ahora que os lo he recordado, veis fácilmente la respuesta. Le llamasteis perro y por eso se convirtió en uno. Para el resto de su vida. Lastimando a personas indefensas. Golpeando a su mujer. Hablando tan cruel y abusivamente a su hijo Miro, que el muchacho se marchó de casa. Actuaba de la forma en que le habíais tratado, se convirtió en lo que le habíais dicho que era.
«Eres un idiota - pensó el obispo Peregrino -. Si la gente sólo reaccionara de la manera en que los demás los tratan, entonces nadie sería responsable de nada. Si tus pecados no los eliges tú mismo, entonces ¿cómo puedes arrepentirte?»
Como si hubiera oído el silencioso argumento del obispo, el Portavoz alzó una mano y descartó sus propias palabras.
- Pero la respuesta fácil no es verdad. Vuestros tormentos no le hicieron violento, le hicieron huraño. Y cuando dejasteis de atormentarle, él dejó de odiaros. No era rencoroso. Su furia se enfrió y se volvió recelo. Sabia que le despreciabais y aprendió a vivir sin vosotros. En paz.
El Portavoz se detuvo un momento, y entonces formuló la pregunta que todos se hacían en silencio.
- Entonces ¿cómo se convirtió en el hombre cruel que conocisteis? Pensad un momento.
¿Quién saboreaba su crueldad? Su esposa. Sus hijos. Algunas personas golpean a su mujer y a sus hijos porque ansían el poder, pero son demasiado débiles o estúpidos para conseguir poder en el mundo. Una esposa indefensa y unos niños, atados a un hombre así por la necesidad, la costumbre y, lo más amargo, por el amor, son las únicas víctimas sobre las que puede mandar.
«Sí - pensó Ela, mirando de reojo a su madre -. Esto es lo que quería. Por eso le pedí que
Hablara de la muerte de Padre.»
- Hay hombres así - continuó el Portavoz -, pero Marcos Ribeira no era uno de ellos. Pensad un momento. ¿Oísteis alguna vez que hubiera golpeado a alguno de sus hijos? Los que trabajasteis con él... ¿intentó alguna vez obligaros a algo? ¿Parecía resentido cuando las cosas no salían a su modo? Marcão no era un hombre débil y malo. Era un hombre fuerte. No quería poder. Quería amor. No control. Lealtad.»
El obispo Peregrino sonrió sombríamente, de la manera en que un duelista saluda a un oponente valioso. «Caminas siguiendo un rumbo torcido, Portavoz, dando vueltas alrededor de la verdad, fintando. Y cuando golpees, tu intención será mortal. Esta gente vino en busca de entretenimiento, pero son tus blancos. Les golpearás en el corazón.»
- Algunos recordáis un incidente - dijo el Portavoz -. Marcos tendría unos trece años, lo mismo que vosotros. Le estabais molestando detrás de la escuela. Atacasteis con más saña que de costumbre. Le amenazasteis con piedras, le disteis latigazos con hojas de capim. Le hicisteis sangrar, pero lo aguantó. Intentó escaparse. Os pidió que pararais. Entonces uno de vosotros le golpeó en el vientre, y le dolió más de lo que podíais haber imaginado, porque entonces estaba ya enfermo del mal que le mataría finalmente. Todavía no se había acostumbrado a su fragilidad ni al dolor. Sintió como si fuera la muerte.
Estaba acorralado. Le estabais matando. Así que os devolvió el golpe.
«¿Cómo lo supo? - pensó media docena de hombres -. Fue hace tanto tiempo. ¿Quién le ha contado cómo fue? Se nos escapó de las manos, eso es todo. Nunca tuvimos mala intención, pero cuando su brazo barrió el aire, su puño, como la patada de una cabra... iba a matarme...»
- Cualquiera de vosotros podría haber caído. Sabíais que era aún más fuerte de lo que temíais. Sin embargo, lo que más os asustó es que conocíais exactamente la venganza que os merecíais. Así que pedisteis ayuda. Y cuando los maestros llegaron, ¿qué es lo que vieron? Un niño pequeño en el suelo, llorando, sangrando. Un niño del tamaño de un hombre con unos pocos arañazos aquí y allá, diciendo lo siento, no tenía intención. Y otra media docena de niños diciendo: Le golpeó sin motivo, empezó a matarle sin razón. Intentamos detenerle, pero Cão es tan grande... Siempre está molestando a los niños pequeños.
El pequeño Grego interrumpió la historia.
- ¡Mentirosos! - gritó.
Varias personas a su alrededor se rieron. Quara le mandó callar.
- Tantos testigos... - dijo el Portavoz -. Los maestros no tuvieron más elección que creer la acusación. Hasta que una niña se adelantó y fríamente les informó de que lo había visto todo. Marcos actuaba para protegerse de un ataque completamente sin provocación, doloroso, sañudo, por un grupo de niños que actuaban más como caos, como perros, que lo que Marcos Ribeira había hecho jamás. Su historia se aceptó inmediatamente. Después de todo, era la hija de Os Venerados.
Grego miró a su madre con los ojos brillantes y se levantó e increpó a la gente que le rodeaba.
- ¡A mamae o libertou! Mamá le salvó.
- La gente se rió, volvió la cara y miró a Novinha. Pero ella continuó sin expresión, rehusando reconocer su momentáneo afecto por el niño. Ellos retiraron la mirada, ofendidos.
- Novinha - dijo el Portavoz -. Sus fríos modales y brillante mente la convirtieron en una marginada entre vosotros, igual que Marcão. Ninguno la habría imaginado haciendo un gesto amistoso hacia vosotros. Y aquí estaba, salvando a Marcão. Bueno, conocíais la verdad. No le estaba salvando... estaba evitando que os salierais con la vuestra.
Ellos asintieron y sonrieron, la gente cuyos intentos de amistad ella había rechazado. Ésa es
Novinha, la Biologista, demasiado buena para los demás.
- Marcos no la vio así. Le habían llamado animal tan a menudo que casi lo creía. Novinha le mostró compasión, le trató como a un ser humano. Una niña hermosa, brillante, la hija de los santos Venerados, siempre distante como una diosa, hab��a bajado a la Tierra, le había bendecido y había respondido a su plegaria. Él la adoraba. Seis años más tarde, se casaba con ella. ¿No es una historia encantadora?
Ela miró a Miro, quien le alzó una ceja.
- Casi hace que te guste el viejo bastardo, ¿no? - dijo Miro secamente.
De repente, después de una larga pausa, la voz de Ender surgió, más alta que nunca. Esto les sorprendió, les despertó.
- ¿Por qué llegó a odiarla, a golpearla, a despreciar a sus hijos? ¿Y por qué esta mujer brillante y voluntariosa lo soportó? Podía haber interrumpido el matrimonio en cualquier momento. La Iglesia puede que no permita el divorcio, pero siempre existe el desquite, y no sería la primera persona en Milagro que abandona a su marido. Pero ella se quedó. La alcaldesa y el obispo le sugirieron que le dejara. Ella les dijo que podían irse al infierno.
Muchos lusos se echaron a reír; se imaginaban perfectamente a Novinha replicándole al propio obispo, encarándose a Bosquinha. Tal vez no les gustara mucho Novinha, pero era la única persona en Milagro que no tenía que inclinar la nariz ante la autoridad.
El obispo recordó la escena en sus habitaciones, hacia más de una década. Ella no había usado exactamente las palabras que el Portavoz había citado, pero el efecto fue muy parecido. Sin embargo, él estaba solo. No se lo había dicho a nadie. ¿Quién era este Portavoz y cómo sabia tantas cosas?
Cuando la risa cesó, el Portavoz continuo.
- Había un lazo que les unía en un matrimonio que odiaban. Ese lazo era la enfermedad de
Marcão.
Ahora su voz se suavizo. Los lusos prestaron atención.
- Modeló su vida desde el momento de su concepción. Los genes que sus padres le dieron se combinaron de tal manera que, desde el momento en que empezó su pubertad, las células de sus glándulas comenzaron a transformarse constantemente en tejidos grasos. El doctor Navio podrá deciros cómo progresa esa enfermedad mejor que yo. Marcão supo su condición desde niño; sus padres lo supieron antes de morir por la Descolada; Gusto y Cida lo supieron por los exámenes genéticos que hicieron de todos los humanos de Lusitania. Todos los que lo supieron estaban muertos. Sólo una persona lo sabía, la que heredó los archivos xenobiológicos. Novinha.
El doctor Navio estaba anonadado. Si ella sabía aquello antes de casarse, seguramente sabía que la mayoría de las personas con esa enfermedad eran estériles. ¿Por qué casarse con él cuando era posible que no pudiera tener hijos? Entonces advirtió lo que debería haber sabido antes, que Marcão no era una rara excepción en el modelo de la enfermedad. No había excepciones. Navío se ruborizó. Lo que el Portavoz de los Muertos estaba a punto de decir era inenarrable.
- Novinha sabia que Marcão se estaba muriendo - dijo el Portavoz -. También sabía, antes de casarse con él, que era completamente estéril.
El significado de estas últimas palabras tardó un segundo en hacerse patente. Ela sintió como si sus órganos se derritieran en el interior de su cuerpo. Vio, sin girar la cabeza, que Miro se había puesto rígido y que sus mejillas habían palidecido. El Portavoz continuó a pesar de los murmullos de la audiencia.
- He visto las pruebas genéticas. Marcos Maria Ribeira nunca engendró a ningún hijo. Su esposa los tuvo, pero no eran suyos, y él lo sabia, y ella sabía que él lo sabía. Fue parte del trato que hicieron cuando se casaron.
Los murmullos se convirtieron en un clamor, los gruñidos en quejas, y mientras el ruido alcanzaba su clímax, Quim se puso en pie de un salto y le chilló al Portavoz.
- ¡Mi madre no es una adúltera! ¡Te mataré por llamarla puta!
Su última palabra colgó en el silencio. El Portavoz no respondió. Sólo esperó, sin dejar de mirar la cara enrojecida de Quim. Hasta que el niño comprendió finalmente que había sido él, no el Portavoz, quien había pronunciado la palabra que aún resonaba en sus oídos. Se dio la vuelta. Miró a su madre sentada junto a él en el suelo, pero perdida ya la rigidez, un poco encorvada, con las manos temblorosas.
- Díselo, Madre - pidió Quim. Su voz sonó más quejumbrosa de lo que había pretendido.
Ella no respondió. No dijo una sola palabra, no le miró. Si no lo supiera, pensaría que el temblor de sus manos era una confesión, que estaba avergonzada, como si lo que el Portavoz decía fuera la verdad que el propio Dios le diría a Quim si le preguntara. Recordó al Padre Mateu explicando las torturas del infierno: Dios escupe sobre los adúlteros, pues se ríen del poder de la creación que compartía con ellos, no tienen en su interior nada mejor que las amebas. Quim saboreó la bilis en su boca. Lo que el Portavoz decía era cierto.
- Mamãe - dijo en voz alta, burlona -. ¿Quem fôde p'ra fazerme?
La gente contuvo la respiración. Olhado se puso en pie de inmediato, con los puños extendidos. Sólo entonces reaccionó Novinha, alargando una mano para evitar que Olhado golpeara a su hermano. Quim apenas advirtió que Olhado había saltado en defensa de su
madre; todo lo que pudo pensar fue que Miro no lo había hecho. Miro también sabía que era verdad.
Quim inspiró profundamente y luego se dio la vuelta, perdido por un instante.
Entonces se abrió paso entre la multitud. Nadie le habló, aunque todo el mundo le vio marcharse.
Si Novinha hubiera negado el cargo, la habrían creído, se habrían rebelado contra el Portavoz por acusar a la hija de Os Venerados de un pecado semejante.
Pero ella no lo había negado. Había escuchado cómo su propio hijo la acusaba obscenamente, y no había dicho nada.
Era cierto. Y ahora escucharon fascinados. Pocos de entre ellos tenían ningún motivo de preocupación auténtico.
Sólo quer��an saber quién era el padre de los hijos de Novinha. El Portavoz resumió tranquilamente su relato.
- Después de que murieran sus padres y antes de que nacieran sus hijos, Novinha sólo amó a dos personas. Pipo fue su segundo padre. Novinha apoyó en él su vida; durante unos pocos años supo lo que era tener una familia. Entonces Pipo murió, y Novinha creyó que le había matado.
La gente sentada alrededor de la familia de Novinha vio a Quara arrodillarse delante de Ela y preguntarle:
- ¿Por qué está Quim tan enfadado?
- Porque Papai no era realmente nuestro padre - respondió Ela suavemente.
- Oh - dijo Quara -. ¿Es el Portavoz nuestro padre ahora? - parecía esperanzada. Ela la mandó callar.
- La noche en que Pipo murió - dijo el Portavoz -, Novinha le mostró algo que había descubierto, algo que tenía que ver con la Descolada y la manera en que funciona con las plantas y los animales de Lusitania. Pipo vio más en su trabajo de lo que ella misma había visto. Corrió hacia los bosques donde esperaban los cerdis. Tal vez les dijo lo que había descubierto. Tal vez sólo lo supusieron. Pero Novinha se echó la culpa por haberle mostrado el secreto por cuya conservación los cerdis serían capaces de matar.
»Era demasiado tarde para deshacer lo que había hecho. Pero podía evitar que sucediera de nuevo. Así que selló todos los archivos que tenían relación con la Descolada y con lo que le había mostrado a Pipo aquella noche. Sabía que alguien querría ver los archivos: Libo, el nuevo Zenador. Si Pipo había sido su padre, Libo había sido su hermano, y mas que su hermano. Fue duro soportar la muerte de Pipo, soportar la de Libo podía ser peor. Le pidió los archivos. Demandó verlos. Ella le dijo que nunca le dejaría hacerlo.
»Los dos sabían exactamente lo que significaba aquello. Si alguna vez se casaba con ella, podría deshacer la protección de esos archivos. Se amaban desesperadamente, se necesitaban mutuamente más que nunca, pero Novinha no podría jamás casarse con él. Él no prometería nunca no leer los archivos, e incluso aunque hiciera tal promesa, no podría mantenerla. Seguramente vería lo que su padre había visto. Moriría.
»Una cosa era rehusar casarse con él. Otra, vivir sin él. Así que no vivió sin él. Hizo su trato con Marcão. Se casaría con él ante la ley, pero su marido real y el padre de sus hijos sería, y fue, Libo.
- Mentira, mentira - Bruxinha, la viuda de Libo, se puso en pie, gimiendo. Pero su llanto no era de furia, era de pena. Lloraba nuevamente la pérdida de su marido. Tres de sus hijas la ayudaron a marcharse de la praça.
El Portavoz continuó hablando suavemente mientras ella se iba.
- Libo sabia que estaba hiriendo a su esposa Bruxinha y a sus cuatro hijas. Se odiaba por lo que hacía. Intentaba apartarse. Durante meses, a veces durante años, tenía éxito. Novinha también lo intentaba. Rehusaba verle, incluso hablarle. Prohibió a sus hijos que le mencionaran. Entonces Libo pensaba que era lo bastante fuerte para verla sin volver a caer. Novinha se sentía tan solitaria, con su marido, que nunca podía evitarle. Nunca pretendieron que hubiera nada bueno en lo que hacían. Simplemente no podían vivir sin ello.
Bruxinha oyó esto mientras se la llevaban. Era un pequeño consuelo, naturalmente, pero el obispo Peregrino, al verla marcharse, reconoció que el Portavoz le estaba dando un regalo. Era la víctima más inocente de su cruel verdad, pero no la dejó sólo con el rescoldo. Le estaba concediendo un modo de vivir con el conocimiento de lo que su marido hacía. «No es culpa tuya - le decía -. No habrías podido hacer nada por evitarlo. Tu marido fue el que falló, no tú.»
«Virgen Santa - rezó el obispo en silencio -, permite que Bruxinha escuche lo que él dice y lo crea.»
La viuda de Libo no era la única que lloraba. Muchos cientos de ojos que la miraban al marcharse también estaban llenos de lágrimas. Descubrir que Novinha era una adúltera era sorprendente, pero delicioso: la mujer del corazón de acero tenía un defecto que no la hacia mejor que los demás. Pero no había tal placer al descubrir el mismo defecto en Libo. Todos le habían amado. Su generosidad, su amabilidad, su sabiduría que tanto admiraban, les impedía reconocer que todo era una máscara.
Así que se sorprendieron cuando el Portavoz les recordó que no era la muerte de Libo de la que
Hablaba hoy.
- ¿Por qué consintió esto Marcos Ribeira? Novinha pensaba que era porque quería una esposa y la ilusión de que tenía hijos, para no sentir vergüenza en la comunidad. Parcialmente fue por esto. Pero principalmente se casó con ella porque la amaba. Nunca esperó realmente que ella le amara como él lo hacía, porque él la adoraba, la consideraba una diosa, y sabía que estaba enfermo, podrido, que era un animal despreciable. Sabia que ella no podría adorarle, ni siquiera quererle. Esperaba que algún día ella tal vez sintiera algún afecto. Que tal vez sintiera... lealtad.
El Portavoz inclinó la cabeza un momento. Los lusos oyeron las palabras que no tuvo que decir: ella no lo hizo nunca.
- Cada hijo que venía - dijo el Portavoz -, era otra prueba para Marcos de que había fallado. De que la diosa aún le encontraba indigno. ¿Por qué? Era leal. Nunca le había dicho a ninguno de los niños que no eran hijos suyos. Nunca rompió la promesa que le había hecho a Novinha. ¿No se merecía algo por parte de ella? A veces era más de lo que podía soportar. Rehusaba aceptar su juicio. No era ninguna diosa. Sus hijos eran todos bastardos. Eso es lo que se decía cuando la golpeaba, cuando le gritaba a Miro.
Miro oyó su nombre, pero no reconoció que tuviera nada que ver con él. Su conexión con la realidad era más frágil de lo que jamás había supuesto, y hoy le había dado demasiados choques. La magia imposible con los cerdis y los árboles. Madre y Libo, amantes. Ouanda, que estaba tan cerca de él como su propio cuerpo, su propio yo, de repente había sido colocada en otro nivel, como Ela, como Quara, otra hermana. Sus ojos no veían la hierba; la voz de Andrew era puro sonido, no oía los significados, sólo el terrible sonido. Miro había llamado a aquella voz, había querido que Hablara de la muerte de Libo. ¿Cómo podría haber sabido que en lugar de un sacerdote benévolo de una religión humanista traería al Portavoz original, con su penetrante mente y su comprensión demasiado perfecta? No podía haber sabido que bajo aquella máscara enérgica se escondía Ender el destructor, el mítico Lucifer del mayor crimen de la humanidad, determinado a cumplir con su nombre, a hacer una burla del trabajo de Pipo, Libo, Ouanda y el propio Miro, al ver en una sola hora con los cerdis todo lo que los otros no habían sido capaces de ver en casi cincuenta años, y luego apartar a Ouanda de su lado con un simple golpe, sin misericordia, de la espada de la verdad; ésa era la voz que Miro oía, lo único cierto que le quedaba, aquella voz despiadada y terrible. Miro se colgó de su sonido, intentando odiarla, sin conseguirlo, porque sabía, no podía engañarse, sabía que Ender era un destructor, pero lo que destruía era la ilusión, y ésta tenía que morir. «La verdad sobre los cerdis, la verdad sobre nosotros mismos. De alguna manera este hombre es capaz de ver la verdad y la verdad no ciega sus ojos ni le vuelve loco. Tengo que escuchar esta voz y dejar que su poder acuda a mí para que yo también pueda mirar a la luz y no morir.»
- Novinha sabía lo que era. Una adúltera, una hipócrita. Sabía que estaba hiriendo a Marcão, a Libo, a sus hijos, a Bruxinha. Sabía que había matado a Pipo. Así que resistió, incluso invitó a Marcão a que la castigara. Era su penitencia. Y nunca era suficiente. No importaba cuánto la odiara Marcão, ella se odiaba mucho más.
El obispo asintió lentamente. El Portavoz había hecho una cosa monstruosa al desplegar ante toda la comunidad aquellos secretos que deberían haber sido dichos en el confesionario. Sin embargo, Peregrino había sentido su poder, la forma en que toda la comunidad había sido obligada a descubrir a estas personas a las que creían conocer, y luego descubrirlas otra vez, y otra; y cada revisión de la historia les forzaba a volver a concebirse también a sí mismos, pues también habían formado parte de ella, habían sido tocados por toda la gente cien, mil veces, sin comprender nunca a quién tocaban. Era una cosa dolorosa y terrible, pero al final tenía un curioso efecto calmante. El obispo se inclinó hacia su secretario y susurró:
- Al menos no habrá ningún tipo de chismorreo... no quedan secretos que contar.
- Todas las personas de esta historia sufrieron dolor - dijo el Portavoz -. Todos se sacrificaron por la gente que amaban. Todos causaron un terrible dolor a la gente que les amaba. Y vosotros... vosotros que me escucháis aquí hoy, también causasteis dolor. Pero recordad esto: la vida de Marcão fue trágica y cruel, pero podría haber terminado su trato con Novinha en cualquier momento. Eligió quedarse. Debió encontrar algo de alegría en ella. Y Novinha rompió las leyes de Dios que mantienen a esta comunidad unida. También ha soportado su castigo. La Iglesia no pide una penitencia tan terrible como la que ella misma se impuso. Y si estáis inclinados a creer que se merece algún tipo de crueldad por vuestra parte, recordad esto: ella sufrió, hizo todo esto con un propósito: para evitar que los cerdis mataran a Libo.
Las palabras dejaron un rescoldo en sus corazones.
Olhado se levantó y se acercó a su madre, se arrodilló junto a ella, le pasó una mano sobre los hombros. Ella se sentó a su lado, pero ella estaba doblada contra el suelo, llorando. Quara se plantó delante de su madre, mirándola con asombro. Y Grego enterró la cara en su regazo y lloró. Los que estaban cerca pudieron oírle llorar:
- Todo papai é morto. Náo tenho nem papai. Todos mis papás están muertos. No tengo ningún papá.
Ouanda permanecía en la bocacalle donde había ido con su madre justo antes de que la alocución terminara. Buscó a Miro, pero él ya se había ido.
Ender estaba en la plataforma, mirando a la familia de Novinha, deseando poder hacer algo para aliviar su dolor. Siempre había dolor después de una alocución, porque un Portavoz de los Muertos no hacía nada por suavizar la verdad. Pero sólo raramente había vivido la gente vidas tan tristes como las de Marcão, Libo, y Novinha; raramente había tantas sorpresas, tantas piezas de información que obligaran a la gente a revisar su concepción de aquellos a quienes conocían, aquellos a quienes amaban. Ender sabía, por las caras que le miraban mientras hablaba, que había causado un gran dolor hoy. Lo había sentido en sí mismo, como si le hubieran traspasado su sufrimiento. Bruxinha había sido la más sorprendida, pero Ender sabía que su herida no era grave. Esa distinción pertenecía a Miro y Ouanda, que habían pensado que conocían lo que el futuro les traería. Pero Ender también había sentido antes el dolor de la gente, y sabía que las nuevas heridas de hoy sanarían mucho más rápidamente de lo que las viejas lo hubieran hecho jamás. Novinha tal vez no lo reconociera, pero Ender la había librado de una carga demasiado pesada para que pudiera seguir soportándola por más tiempo.
- Portavoz - dijo la alcaldesa Bosquinha.
- Alcaldesa - contestó Ender. No le gustaba hablar con nadie después de una alocución, pero estaba acostumbrado al hecho de que alguien intentara siempre hablar con él. Forzó una sonrisa -. Había mucha más gente de la que esperaba.
- Una distracción momentánea para la mayoría. Lo olvidarán por la mañana. A Ender le molestó que ella estuviera trivializándolo.
- Sólo si sucede algo monumental durante la noche - dijo.
- Sí. Bien, eso puede arreglarse.
Sólo entonces Ender advirtió que estaba terriblemente agitada, casi sin control. La tomó por el codo y le pasó un brazo sobre el hombro; ella se apoyó en él, agradecida.
- Portavoz, vengo a pedir disculpas. Su nave ha sido requisada por el Congreso Estelar. No tiene nada que ver con usted. Se ha cometido un crimen aquí, un crimen tan... terrible, que los criminales deben ser llevados al mundo mas cercano, Trondheim, para ser juzgados y castigados. En su nave.
Ender reflexionó un instante.
- Miro y Ouanda.
Ella volvió la cabeza y le miró bruscamente.
- No le sorprende.
- Tampoco les dejaré ir. Bosquinha se apartó de él.
- ¿No les dejará?
- Creo que sé de qué les han acusado.
- ¿Lleva aquí cuatro días y ya sabe cosas que yo ni siquiera sospechaba?
- A veces el gobierno es el último en enterarse.
- Déjeme decirle por qué les dejará ir, por qué todos les dejaremos ir a su juicio. Porque el Congreso nos ha quitado todos nuestros ficheros. La memoria del ordenador está vacía, a excepción de los programas más rudimentarios que controlan nuestro suministro de energía, nuestra agua, nuestro alcantarillado. Mañana no se podrá realizar ningún trabajo porque no tenemos energía suficiente para poner en marcha las fábricas, para trabajar en las minas, para conectar los tractores. He sido depuesta del cargo. Ahora no soy nada más que el jefe de policía, y tengo que ver que las directrices del Comité de Evacuación Lusitana se llevan a cabo.
- ¿Evacuación?
- La licencia de la colonia ha sido revocada. Han enviado naves para recogernos. Todo rastro humano debe ser borrado. Incluso las lápidas que marcan a nuestros muertos.
Ender intentó calibrar su respuesta. No esperaba que Bosquinha fuera del tipo de personas que se inclinan ante la autoridad.
- ¿Tiene intención de someterse a esto?
- Los suministros de energía y agua se controlan por ansible. También la verja. Pueden encerrarnos aquí sin energía, ni agua, y no podremos salir. Dicen que algunas de las restricciones se aliviarán en cuanto Miro y Ouanda estén a bordo de su nave en dirección a Trondheim - suspiró -. Portavoz, me temo que ésta no es una buena época para hacer turismo en Lusitania.
- No soy ningún turista - no se molestó en decirle que sospechaba que no era pura coincidencia que el Congreso advirtiera las Actividades Cuestionables cuando Ender estaba allí -. ¿Pudieron salvar algunos archivos?
- Involucrándole a usted, me temo. Advertí que todos sus ficheros se mantenían por ansible, fuera de este mundo. Le enviamos nuestros datos más cruciales como mensajes.
Ender se echó a reír.
- Bien hecho.
- No importa. No podemos recuperarlos. Oh, bueno, sí podemos, pero lo notarán de inmediato y tendrá usted tantos problemas como nosotros. Y entonces volverán a borrarlo todo.
- A menos que corte la conexión ansible inmediatamente después de copiar todos mis archivos a la memoria local.
- Entonces estaríamos de verdad en rebeldía. ¿Y para qué?
- Para hacer de Lusitania el mejor y más importante de los Cien Mundos. Bosquinha se rió.
- Creo que nos considerarán importantes, pero es difícil que la traición sea el medio adecuado para ser reconocido como el mejor.
- Por favor. No haga nada. No arreste a Miro y Ouanda. Espere una hora y deje que me reúna con alguien más que necesita tomar parte de la decisión.
- ¿La decisión de rebelamos o no? No imagino qué tiene usted que ver con esa decisión, Portavoz.
- Lo comprenderá en la reunión. Por favor, este lugar es demasiado importante para que se pierda la oportunidad.
- ¿La oportunidad de qué?
- De deshacer lo que Ender el Genocida hizo hace tres mil años. Ella le dirigió una aguda mirada.
- Y yo que pensaba que acababa usted de demostrar que no era más que un chismoso. Tal vez estuviera bromeando. O tal vez no.
- Si piensa que lo que he hecho ha sido sólo un chismorreo, es demasiado estúpida para ser el líder de esta comunidad - sonrió él.
Bosquinha se encogió de hombros.
- Pois é - dijo -. Por supuesto. ¿Qué más?
- ¿Celebrará la reunión?
- Lo solicitaré. En el despacho del obispo. Ender dudó.
- El obispo no se reunirá en ningún otro sitio - dijo ella -, y ninguna decisión de rebelarse tendrá valor si él no está de acuerdo. Puede que ni siquiera le deje entrar en la catedral. Usted es el infiel.
- Pero lo intentará usted.
- Lo intentaré por lo que ha hecho esta noche. Sólo un hombre sabio podría ver a mi gente tan claramente en tan poco tiempo. Sólo uno sin escrúpulos lo diría todo en voz alta. Su virtud y su defecto... necesitamos ambas cosas.
Bosquinha se dio la vuelta y se marchó apresuradamente. Ender sabía que, en su fuero interno, no quería obedecer al Congreso Estelar. Había sido demasiado repentino, demasiado severo; la habían despojado de su autoridad como si fuera culpable de un crimen. Y ella sabía que no había hecho nada malo. Quería resistir, encontrar una manera plausible de replicarle al Congreso y decirle que esperaran, que conservaran la calma o, si era necesario, que se pudrieran. Pero no era tonta. No haría nada por resistirles a menos que supiera que funcionaría y que beneficiaría a su pueblo. Era una buena gobernadora, Ender lo sabía. Sacrificaría alegremente su orgullo, su reputación, su futuro, por el bien de su gente.
Ender estaba solo en la praça. Todos se habían marchado mientras Bosquinha le hablaba. Ender se sintió como debe sentirse un viejo soldado cuando camina sobre los plácidos campos
donde mucho antes se ha celebrado una batalla, oyendo los ecos de la matanza, en la brisa, sobre la hierba susurrante.
- No les dejes cortar la conexión del ansible.
La voz en su oído le sorprendió, pero la reconoció de inmediato.
- Jane.
- Puedo hacerles creer que habéis desconectado el ansible, pero si lo hacéis realmente no podré ayudarte.
- Jane - dijo él -, has hecho esto, ¿no? ¿Cómo, si no, iban a darse cuenta de lo que Libo y
Ouanda han estado haciendo, si no hubieras llamado su atención? Ella no respondió.
- Jane, lamento haberte desconectado, nunca... Él sabía que Jane sabía lo que iba a decir;
nunca tenía que terminar las frases con ella. Pero no contesto.
- Nunca volveré a desconectar...
¿Para qué servía terminar las frases, si sabía que ella comprendía? No le había perdonado aún, eso era todo, o ya le habría respondido, diciéndole que dejara de malgastar el tiempo. Sin embargo, no pudo evitar intentarlo una vez más.
- Te echo de menos, Jane. Realmente te echo de menos.
Ella siguió sin contestar. Había dicho lo que tenía que decir, que mantuviera la conexión del ansible, y eso era todo. Por ahora. A Ender no le importaba esperar. Le bastaba con saber que ella estaba allí, escuchando. No se encontraba solo. Ender se sorprendió al hallar lágrimas en sus mejillas. Lágrimas de alivio. Catarsis. Una alocución, una crisis, la vida de la gente en juego, el futuro de la colonia en duda. Y yo lloro de alivio porque un programa de ordenador me habla.
Ela le estaba esperando en la puerta de su casa. Sus ojos estaban rojos por el llanto.
- Hola - dijo.
- ¿Hice lo que querías? - preguntó él.
- Nunca había imaginado que no era nuestro padre. Debí haberlo sabido.
- No veo cómo.
- ¿Qué he hecho? Llamarte para que Hablaras de la muerte de mi padre... de Marcão - empezó a llorar de nuevo -. Los secretos de Madre... pensaba que sabía cuáles eran. Pensaba que eran sólo sus archivos... pensaba que odiaba a Libo.
- Todo lo que hice fue abrir las ventanas y dejar que entrara el aire.
- Díselo a Miro y Ouanda.
- Piensa un momento, Ela. Lo habrían descubierto tarde o temprano. Lo cruel fue que no lo supieran durante tantos años. Ahora que tienen la verdad, pueden encontrar su propia salida.
- ¿Como hizo Madre? ¿Sólo que ahora es algo mucho peor que el adulterio?
Ender le acarició el pelo. Ella aceptó su contacto, su consuelo. Él no podía recordar si su padre o su madre le habían tocado alguna vez con un gesto así. Seguramente. ¿Cómo si no lo habría aprendido?
- Ela, ¿me ayudarás?
- ¿Ayudarte a qué? Ya has hecho tu trabajo, ¿no?
- Esto no tiene nada que ver con lo otro. Necesito saber, dentro de una hora, cómo funciona la
Descolada.
- Tendrás que preguntárselo a Madre... ella es la que lo sabe.
- No creo que le alegre verme esta noche.
- ¿Y se supone que soy yo quien tiene que pedírselo? Buenas noches, Mamáe, acabas de ser descubierta ante todo Milagro como una adúltera que ha estado mintiendo a sus hijos durante toda su vida, así que, si no te importa, me gustaría hacerte un par de preguntas científicas.
- Ela, está en juego la supervivencia de Lusitania. Por no mencionar a tu hermano Miro - se dio la vuelta y conectó el terminal -. Identifícate.
Ella estaba sorprendida, pero lo hizo. El ordenador no reconocía su nombre.
- Me han borrado - le miró alarmada -. ¿Por qué?
- No eres tú sola. Es todo el mundo.
- No es una avería. Alguien ha borrado el fichero de usuarios.
- El Congreso Estelar ha borrado toda la memoria local. Todo se ha perdido. Consideran que estamos en estado de rebelión. Miro y Ouanda van a ser arrestados y enviados a Trondheim para que les juzguen allí. A menos que yo pueda persuadir al obispo y a Bosquinha para que encabecen una rebelión real. ¿Comprendes? Si tu madre no te dice lo que necesito saber, Miro y Ouanda serán enviados a veintidós años - luz de distancia. La pena por traición es la muerte. Pero sólo acudir a juicio es ya como una cadena perpetua. Todos estaremos muertos o seremos muy viejos para cuando regresen.
Ela miró a la pared sin apenas comprender.
- ¿Qué necesitas saber?
- Lo que encontrará el Comité cuando abra sus archivos. Cómo funciona la Descolada.
- Sí. Lo hará por el bien de Miro - le miró desafiante -. Nos quiere, ¿sabes? Por uno de sus hijos, hablará.
- Bien. Sería mejor si viniera en persona. Al despacho del obispo, dentro de una hora.
- Sí - dijo Ela.
Por un momento permaneció inmóvil. Entonces algo pareció conectarse en algún lugar de su mente, se incorporó y corrió hacia la puerta. Se detuvo. Volvió sobre sus pasos, le abrazó, le besó en la mejilla.
- Me alegra que lo dijeras todo. Me alegra saberlo.
Él la besó en la frente y cuando la puerta se cerró tras ella, se tendió en la cama y miró al techo. Pensó en Novinha y trató de imaginar lo que estaría sintiendo ahora. No importa lo terrible que sea, Novinha, tu hija corre a casa, segura de que a pesar del dolor y la humillación que estás atravesando, te olvidarás completamente de ti y harás lo que sea necesario para salvar a tu hijo. Cambiaría todo tu sufrimiento, Novinha, sólo porque un niño confiara en mí de esa manera.