Al principio, el precio se elevó muy rápido de diez mil a treinta mil...
A partir de entonces, la velocidad en que el precio subía bajó. Después de todo, nadie era estúpido. Incluso si se era adinerado, había que tener límites. No valía la pena gastar treinta o cuarenta mil en un simple helado. Sería una idiotez.
A esta hora todos los años, ya habría sido obvio quién sería el ganador.
—Cincuenta mil —esa fue la última oferta hecha—. El Sr. Zhang de la Mesa 1 ofertó cincuenta mil. ¿Hay algún otro comprador? Se va por cincuenta mil a las una, a las dos... —resonó la suave voz de la presentadora.
Justo cuando la presentadora estaba a punto de anunciar al ganador de la subasta del helado, una encantadora voz masculina la interrumpió: —Yo oferto cien mil.