El ambiente dentro del club de Lucian seguía siendo tranquilo, a pesar del caos que gobernaba la ciudad y el reino más allá de sus muros. Las luces suaves iluminaban las mesas, donde los demonios, humanos y otras criaturas disfrutaban de los placeres que solo este lugar podía ofrecer. Pero hoy, la calma se vio interrumpida por la llegada de una delegación demoníaca.
Lucian observó desde su balcón mientras un grupo de demonios, liderados por un mensajero, se acercaba a las puertas del club. Sabía que esto ocurriría tarde o temprano. Los demonios no eran conocidos por rendirse fácilmente, y después de su anterior rechazo a involucrarse en sus planes, no le sorprendía que volvieran con otra propuesta.
El mensajero demoníaco, una criatura alta y robusta con cuernos retorcidos y ojos rojos brillantes, entró al club con paso decidido. Lucian lo observaba con una expresión tranquila, dejando que el demonio sintiera la presión del ambiente. Sabía que su club, su refugio, era lo único que le importaba, y no iba a ceder ante ninguna oferta.
Garen se acercó a Lucian, esperando instrucciones.
—Déjalos pasar —dijo Lucian, con un gesto de la mano—. Quiero oír qué tonterías tienen para decir esta vez.
El demonio avanzó hacia Lucian con su presencia intimidante, pero Lucian se mantuvo completamente impasible. La criatura hizo una reverencia forzada antes de hablar.
—Lucian, nuestras líderes han decidido hacerte una oferta generosa. Hemos visto el poder que tienes aquí, y nuestras élites demoníacas creen que tu club sería un valioso punto de encuentro para nuestros guerreros. Ofrecemos protección y grandes riquezas a cambio de que permitas que nuestros mejores soldados disfruten de tus servicios de manera exclusiva —dijo el demonio con voz profunda.
Lucian no cambió su expresión en lo más mínimo. Sabía que los demonios no estaban interesados en la exclusividad. Querían control, y querían usar su club para sus propios fines. Sin embargo, no podía importarle menos.
—¿Y qué te hace pensar que me interesa tu oferta? —respondió Lucian con frialdad, sin molestarse en levantarse de su sillón—. Aquí dentro, solo hay una regla: se paga y se sigue lo que yo establezco. No tengo ningún interés en tener a tus soldados exclusivos aquí. Mi club está abierto para aquellos que siguen las reglas, sin excepciones.
El demonio frunció el ceño, claramente irritado por la respuesta.
—¿Rechazas la protección de las élites demoníacas? ¿Rechazas la oportunidad de formar parte de algo más grande?
Lucian soltó una risa baja.
—Rechazo cualquier cosa que me quite mi tranquilidad. Aquí dentro, mando yo, y no tengo necesidad de formar parte de ningún plan grandioso. Lo único que quiero es que me dejen en paz.
El mensajero demoníaco miró a Lucian con incredulidad, incapaz de comprender cómo alguien podía rechazar una oferta tan aparentemente tentadora. Pero Lucian no era como los demás, y su falta de interés en la gloria o el poder era evidente.
—Dile a tus líderes que aquí se entra bajo mis reglas —dijo Lucian con un gesto despectivo—. No necesito protección ni riquezas. Lo único que quiero es seguir viviendo sin molestias.
El demonio, claramente frustrado, se retiró con un gruñido de desaprobación. Lucian lo observó alejarse, completamente tranquilo. Sabía que este no sería el último intento, pero también sabía que, mientras mantuviera su club protegido con su magia, no había nada que temer.
—Siempre lo intentan —murmuró Lucian, con una sonrisa—. Pero nunca aprenden.
Lucian observó cómo el mensajero demoníaco abandonaba el club, claramente molesto por el rechazo, pero incapaz de hacer nada al respecto. La tranquilidad dentro de su refugio volvió a instalarse mientras los clientes seguían disfrutando del ambiente que había creado, ajenos a las tensiones fuera de sus puertas.
Garen se acercó de nuevo a Lucian, todavía alerta por la interacción con los demonios.
—¿Crees que volverán con algo más? —preguntó, su tono serio, aunque sabía bien cuál sería la respuesta.
Lucian tomó un sorbo de su bebida y sonrió ligeramente.
—Por supuesto que volverán —dijo, sin mostrar preocupación—. Siempre lo hacen. Pero al final, todos acaban entendiendo que no tienen ningún poder sobre mí. No necesito nada de lo que ofrecen.
Garen asintió, acostumbrado a la imperturbabilidad de su jefe. A diferencia de otros líderes o dueños de establecimientos en la ciudad, Lucian nunca había buscado alianzas ni acuerdos que comprometieran su estilo de vida. A lo largo de los años, había rechazado propuestas de reinos, de nobles, y ahora, de demonios. Su única prioridad siempre había sido mantener su club funcionando bajo sus propias reglas.
Mientras tanto, las noticias del exterior seguían llegando. El caos en las ciudades vecinas empeoraba, y los ejércitos demoníacos seguían su avance, destruyendo todo a su paso. A pesar de todo, Lucian seguía sin alterarse.
—Los demonios están consolidando su poder en otras ciudades —dijo Garen, actualizándolo sobre la situación—. No han avanzado hacia la capital, pero están moviéndose hacia las rutas comerciales. Quieren cortar el suministro de recursos.
Lucian apoyó su cabeza en su mano, escuchando pero sin parecer demasiado interesado.
—Deja que lo hagan. No es mi problema. Siempre hay más recursos si sabes dónde buscarlos —respondió con calma—. Mientras no me molesten aquí, pueden hacer lo que quieran.
Garen, sin más que agregar, asintió y se retiró, dejando a Lucian en su habitual soledad contemplativa.
Lucian miró las calles más allá de su club, donde el humo de la guerra y la destrucción empezaba a cubrir el horizonte. Para la mayoría, aquello sería motivo de alarma, pero para él no era más que otro día en el que continuaba disfrutando de su vida a su manera. Si los demonios seguían avanzando, lo harían sin su ayuda, y si eventualmente llegaban hasta su puerta, sabía que su magia y su poder personal serían más que suficientes para proteger su oasis.
Sabía que su rechazo a involucrarse irritaría a las élites demoníacas, pero eso no le importaba. No buscaba la aprobación de nadie ni deseaba grandes conquistas. Todo lo que quería era que lo dejaran en paz para vivir según sus propios términos. Y mientras eso se mantuviera, no tendría razón alguna para interferir en la guerra que se libraba más allá de su club.
Lucian giró su atención de nuevo hacia los clientes que llenaban el lugar, disfrutando del ambiente. Para ellos, el club seguía siendo un refugio, una burbuja de placer y calma en medio de un mundo que se desmoronaba. Y para él, eso era más que suficiente.
—Que el mundo arda si quiere —murmuró para sí mismo, mientras volvía a acomodarse en su sillón—. Aquí dentro, las reglas las pongo yo.
La noche en el club de Lucian continuaba como cualquier otra. Las luces suaves y el ambiente relajado seguían envolviendo a los clientes en una falsa sensación de seguridad, mientras afuera, el mundo se desmoronaba bajo la guerra. Pero eso no le importaba a Lucian. Mientras pudiera seguir viviendo sin interrupciones, el caos más allá de sus puertas era irrelevante.
Sentado en su sillón, Lucian revisaba algunos de sus pergaminos arcanos, perfeccionando las protecciones que había lanzado sobre el club. Aunque su magia ya era lo suficientemente poderosa como para mantener fuera cualquier amenaza, siempre encontraba maneras de refinar y fortalecer sus barreras. Todo estaba calculado para que, pase lo que pase en el exterior, su vida siguiera tal como él la quería: tranquila, sin complicaciones ni interferencias.
De repente, un sonido lejano lo sacó de su concentración. No era el ruido habitual de la ciudad, sino algo más cercano, como si algo o alguien estuviera probando los límites de sus defensas mágicas. Lucian frunció el ceño, pero no se levantó de inmediato. Sabía que, si alguien intentaba cruzar sus barreras, pronto descubriría cuán impenetrables eran.
Garen entró rápidamente en la sala, con una expresión de alerta.
—Lucian, los demonios están probando las barreras. Están afuera, pero no pueden entrar —informó, aunque no parecía demasiado preocupado. Sabía que Lucian tenía todo bajo control.
Lucian sonrió, casi divertido por la situación.
—Deberían saber mejor que eso —respondió con calma—. No hay nada que puedan hacer desde afuera.
Se levantó de su sillón y se dirigió hacia la ventana, desde donde podía ver las figuras demoníacas en las calles más allá del club. Las sombras de las criaturas se movían, frustradas por no poder cruzar la barrera mágica que rodeaba el lugar. Estaban desesperados por romper las defensas de Lucian, quizás por órdenes de las élites, pero todos sus esfuerzos serían en vano.
Lucian observó la escena durante unos momentos antes de decidir que ya había visto suficiente.
—Déjalos —dijo, dándole la espalda a la ventana—. Se cansarán y se irán. Siempre lo hacen.
Garen asintió y se retiró, dejando a Lucian solo nuevamente. Los demonios podían intentarlo todo lo que quisieran, pero Lucian no iba a ceder ni un ápice. Su vida, su club, todo lo que había construido, estaba protegido por su propia voluntad y poder. No importaba cuántos intentaran romper sus defensas; mientras él estuviera al mando, todo seguiría funcionando como hasta ahora.
Volvió a sentarse, tranquilo, retomando sus estudios arcanos. La vida más allá de su club podía estar llena de caos y destrucción, pero dentro de esas paredes, todo seguía bajo su control. Y eso era lo único que le importaba.
—Al final, siempre se rinden —murmuró, sonriendo para sí mismo mientras las sombras de los demonios seguían moviéndose inútilmente más allá de sus defensas.
La noche continuaba, y con ella, la tranquilidad que Lucian tanto valoraba. No había nada en el mundo que pudiera cambiar eso, porque él siempre sería quien decidiera cómo y cuándo actuar.