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59.61% Life and Death #3: Después del amanecer / Chapter 31: EL GRAN BAILE

Chapitre 31: EL GRAN BAILE

Julie llegó al campo al pie de la colina y se detuvo a mirar. El lugar estaba lleno de movimiento cargado de color. Alrededor sonaba la música, que se clavaba en el corazón.

Por todas partes había seres mágicos. Un grupo de hadas en el centro de los danzantes tocaba sus instrumentos, con la cabeza echada atrás, pateando el suelo con los pies. Bailaban hadas del bosque, de piel verde, con manos nudosas y ojos que brillaban amarillos como la savia. Hadas azules y verdes, y de brillos irisados como el agua, con el pelo como una red transparente que les caía en cascada hasta los pies. Hermosas muchachas con flores trenzadas en el pelo, sujetas a la cintura y al cuello, con pezuñas en lugar de pies; guapos niños en harapos de ojos febriles que extendían las manos mientras daban vueltas.

Cuando Julie se dirigió a las escaleras, pasó junto a un hada amargada, que estaba apoyado en la barandilla del balcón y mirando a la multitud que bailaba, con sus ojos oscuros fijos en tres personas que disfrutaban del baile. Había una pequeña sonrisa en la cara del hada. Cuando este notó a Julie, frunció el ceño de inmediato.

—Me parecen repugnantes tales expresiones de alegría —declaró.

—Si tú lo dices —dijo Julie—. A mí me gusta.

Llegó al pie de la escalera y cruzó el reluciente piso del salón cuando una voz resonó desde arriba.

—Este es DJ Grx, el mejor DJ de las criaturas del mundo sobrenatural, o al menos entre los cinco primeros, que viene a ti en vivo desde el reino de Elfame porque algunas personas toman decisiones financieras irresponsables, ¡y esta es para los amantes! O personas con amigos que bailarán con ellos. Algunos de nosotros somos idiotas solitarios y estaremos honrando a nuestros caídos.

Comenzó una canción lenta y dulce con un estremecimiento. Julie no habría pensado que la pista de baile podría estar más llena, pero sucedió.

Docenas de criaturas enmascaradas en ropa formal que habían estado de pie cerca de las paredes y que ahora se dirigían a la pista. Julie se encontró de pie torpemente sola en el centro de la habitación mientras las parejas giraban a su alrededor.

Coronas de espinas y altísimas plumas multicolores bloquearon su visión. Miró a su alrededor alarmada en busca de una ruta de escape.

—Ven a bailar —la llamaron—. Ven a bailar, hermosa muchacha, chica bella, ven y baila con nosotros.

Julie comenzó a ir hacia ellos, hacia la música y el baile. El edificio seguía cubierto por la niebla, que dejaba rastros blancos sobre el suelo y ocultaba el azul del cielo. La neblina brilló cuando Julie la cruzó, cargada de olores raros: fruta, vino y humo como de incienso.

Empezó a bailar, moviendo el cuerpo al ritmo de la música. La euforia fue llenándola como si la tragara con cada respiración. De repente Julie ya no era la chica que había dejado que una estrige rompiera su corazón en mil pedazos; ya no era la chica que seguía las reglas y confiaba en la gente de una manada que no dudó en atacarla en cuanto ella decidió seguir su propio camino. Ya no era la chica que se dejaba llevar por sus impulsos y dejaba que sus amigos se desmadraran y esperaba para sujetarlos cuando caían. En ese momento era ella la que estaba cayendo.

Unas manos la agarraron y le hicieron dar la vuelta. Silas. Los ojos le destellaban. La rodeó con los brazos y la estrechó contra sí, pero la sujetaba con inquebrantable furia.

—Te ves hermosa —Silas le sonrió.

—Venía a buscarte —dijo Julie

—Te vi venir. —Silas elevó su máscara hasta la mitad de su cara—. Nos encontramos el uno al otro.

—Tienes razón.

—¿Qué estás haciendo, Julie? —le preguntó en voz baja sobre el otro asunto a la vez que volvía a colocarse la máscara—. Ya sabes cómo son las hadas, sabes que son peligrosas.

—Por eso lo hago, Silas. —No lo había visto tan furioso desde que aparentaba ser uno como ellos mientras los tenían enjaulados en ese pantano. Dentro del pecho sintió una pequeña palpitación secreta de excitación al ver que podía hacerlo enfurecer.

—Odian a los hijos de la luna y a los quileutes, ¿no lo recuerdas?

—No saben que soy una quileute.

—Créeme —le dijo Silas, acercándose más hasta que ella notó su aliento caliente en la oreja—. Lo saben.

—Si es así, no les importa —replicó Julie—. Es una fiesta. Ese tal Valter me contó sobre ellas. Las hadas se pierden en la música. Bailan y olvidan, como nosotros.

Silas cerró las manos sobre las caderas de Julie. Era un gesto protector, se dijo ella. No significaba nada. Pero aun así se le aceleró el pulso. Cuando Silas apareció para secuestrarlos, estaba cubierto entre su capucha, máscara y armadura de guerrero hada. Pero ahora, sin nada de eso encima, podía notarle el músculo sobre los huesos, la dura fuerza de él contra ella.

—¿Me concede este baile, damisela?

Ella entendió lo que él quería, vio a Silas por primera vez, envuelto en blanco y plata.

Silas se acercó a Julie, con una mano apoyada en la parte baja de la espalda, entrelazó los dedos con la otra y la besó en la frente. El toque de sus labios sobre su piel era como un rayo de luz sobre el agua, iluminando y transformando. Julie se movió instintivamente más cerca, deseando ser iluminada y transformada nuevamente, luego recordó, a regañadientes, que deberían permanecer en la tarea.

—Los Cullen ya están dispersos por todo el salón, y Beau y Edward seguro ya se van —murmuró contra el saco de Silas—. Estoy pensando...

Silas acercó sus labios de nuevo a la frente de la chica.

—Algo fascinante, estoy seguro —le dijo—. Debes de tener discreción con todo esto.

—Cierto, una disculpa.

—No has respondido a mi pregunta.

—¿Que pregunta?

—¿Me concedes este baile?

—Por supuesto —dijo Julie—. Quiero decir… Me encantaría bailar. Es solo que... Pensé que deberíamos resolver esto.

Silas respiró hondo y asintió.

—Lo haremos. Pero no ahora.

Había estado sonriendo antes, pero la sonrisa se había desvanecido. En su lugar, había una cierta carga sobre sus hombros. Julie se dio cuenta por primera vez que Silas se sentía culpable de que todo esto estuviera pasando tan rápido.

Julie pensó que eso era una tontería... no habrían tenido descanso en absoluto aunque él no hubiera aparecido, sin un brillo de magia ni choques de alegría, sin luces ni música.

Julie levantó la mano y tocó la máscara de Silas. Podía ver su propio rostro reflejado en él como un espejo, con los ojos muy abiertos y contra el reluciente carnaval que los rodeaba. Casi no se reconoció, se veía tan feliz.

Luego levantó la máscara y pudo ver claramente la cara de Silas. Así estaba mejor.

—Vamos a bailar primero —dijo.

Envolvió su brazo alrededor de la espalda de Silas, no estaba segura de sí eso era correcto, trastabilló y trató de posicionar sus manos sobre los hombros de Silas.

Silas estaba sonriendo de nuevo.

—Permíteme.

Julie nunca había pensado mucho en bailar antes acompañada, aparte de algunos intentos incómodos cuando era pequeña con sus hermanas o con Quil. Silas deslizó su brazo alrededor de la cintura de Julie y comenzó a bailar. Julie no era una gran bailarina, pero era una luchadora y descubrió que intuitivamente entendía cómo responder a los movimientos de Silas y cómo moverse con ellos.

Repentinamente, estuvieron sincronizados, deslizándose por el suelo con tanta gracia como cualquier otra pareja en la habitación, y de repente Julie supo lo que era bailar realmente con alguien; algo que Julie ni siquiera había sabido que quería saber. Siempre había asumido que los momentos de cuentos de hadas como estos eran para Beau y Edward, o cualquiera que no fuera ella. Sin embargo, aquí estaba.

El candelabro parecía brillar directamente sobre ellos. Un hada en el balcón arrojó un puñado de estrellas brillantes. Diminutos puntos de luz brillantes se asentaron en el cabello rojizo de Silas y flotaron en el pequeño espacio entre sus caras. Julie se inclinó hacia adelante, para que sus cuerpos se tocaran y los labios de él se encontraran de nuevo sobre su frente. La boca de Silas estaba curvada contra la frente de la chica. Su sonrisa encajaba perfectamente contra ella. Julie cerró los ojos, pero aún podía ver la luz.

Tal vez su vida podría ser increíble. Tal vez siempre podría haber sido así y había necesitado que Silas le abriera la puerta y le permitiera ver todas las maravillas que tenía en su interior. Toda la capacidad de alegría.

El mentón de Silas se deslizó contra la nuca de la Julie. Pasó sus brazos alrededor de la cintura de Julie, atrayéndola más y más cerca. El cuerpo de Silas se movió sinuosamente contra el suyo y la luz se convirtió en calor. Silas pasó una mano por el corpiño del vestido de Julie, deslizándola y apoyando su palma sobre el pecho de Julie, sobre su corazón que latía frenéticamente. Julie alzó la mano de la espalda de Silas, sujetando las escamas metálicas del elaborado cinturón del hada antes de que tomara la mano de Silas de nuevo y entrelazara sus dedos, contra su pecho.

Julie pudo sentir un rubor subiendo por su nuca e inundando su rostro, dejándola mareada y avergonzada y deseando más. Cada sentimiento era nuevo: seguía siendo sorprendida por la combinación del dolor agudo y cortante del deseo y la ternura incongruente y, sin embargo, imposible de desenredar. Nunca había esperado algo como esto, pero ahora que lo tenía, no sabía cómo podría vivir sin él. Esperaba que nunca tuviera que averiguarlo.

—Julie, ¿tú...? —Silas comenzó, su murmullo se desmayó bajo la canción y los gritos de júbilo. Su voz era baja y cálida, y era el único sonido importante en el mundo.

—Sí. —susurró Julie antes de que Silas pudiera terminar. Todo lo que quería era decir que sí a cualquier cosa que Silas le preguntara.

—No había tenido tiempo de preguntártelo —dijo Silas mientras se movían entre el gentío. Estaban cerca de dos chicas que bailaban juntas; ambas tenían el pelo negro rodeado de elaboradas coronas de bellotas y frutos del bosque. Llevaban vestidos de color teja y marrón, con cintas rodeándoles los finos cuellos. Apartaron las faldas del paso de Silas y Julie, riendo ante la torpeza de esa pareja—. ¿Por qué un hada? ¿Por qué me elegiste a mí?

—Yo no soy la que decide sobre eso. —Inclinó la cabeza hacia atrás y lo miró, vio la sorpresa en su expresivo rostro. El inicio de las suaves curvas inquisitivas en las comisuras de la boca—. Pero que bueno que has sido tú.

«¿Es bueno que haya sido yo?» Formó las palabras con los labios.

—Por muchos años siempre pensé que la imprimación era cosa de la gente suertuda —explicó Julie—. Pero entonces, estando en mi primera manada, vi a uno por uno cayendo en esa magia, incluso el chico que llevaba menos tiempo que yo siendo un lobo. Veía la forma en la que ellos hablaban de sus amados, como si ya nada importara; cegada por el amor, creí que Beau y yo podríamos tener algo como eso cuando lo volví a ver. Pero entonces llegó Edward Cullen y su familia; no quería verlo, pero en ellos dos existía el mismo vínculo que se crea cuando alguien está imprimado. Tuve que resignarme e intentar superarlo.

Silas tragó saliva. Tras sus ojos, las emociones pasaron como nubes de tormenta, quizá un poco de celos por Beau; él no tenía sus escudos cuando hablaba de algo como esto.

—¿Y lo hiciste?

—¿Hice qué?

—Superarlo —contestó. Seguían moviéndose en medio del baile, pero ya era casi mecánico: Julie había olvidado los pasos que daban sus pies, solo era consciente de la respiración de Silas, de sus dedos en la nuca de Silas, de Silas entre sus brazos.

—Fue difícil —afirmó Julie—. Y las cosas se pusieron feas cuando me enteré de que se casarían. Y todavía fue peor cuando se convirtió en un vampiro… o estrige, ya ni sé lo que ustedes dos son.

Silas separó los labios.

—Julie...

Una voz como el arrullo de palomas los interrumpió. Suave, ligera y animada.

—¿Algo de beber, señor y señora? ¿Algo para refrescarse después del baile?

Un hada con piel anaranjada, al igual que su pelo y bigote, se hallaba ante ellos metido en los harapos de un traje eduardiano. Sostenía una bandeja con unas copas muy pequeñas que contenían líquido de diferentes colores: azul, rojo y ámbar.

—¿Está encantado? —preguntó Julie, sin aliento—. ¿Me provocará sueños extraños?

—Les calmará la sed, señora —contestó el hada—. Y lo único que les pido a cambio es una sonrisa de vuestros labios.

Julie tomó una copa llena de fluido ámbar. Sabía a fruta de la pasión, dulce y áspero; tomó un trago, y Silas le quitó la copa de las manos. Cayó tintineando a sus pies y le salpicó la mano de líquido. Silas se lamió las salpicaduras sin dejar de mirar a Julie intensamente.

Ella comenzó a alejarse. Notaba un agradable calor extendiéndosele por el pecho. El vendedor de bebidas estaba metiéndose con Silas, que se deshizo de él con un poco de dinero, tres monedas de oro, y siguió a Julie.

—Para —le ordenó—. Julie, no sigas, vas hacia el centro de la fiesta, donde la música será más fuerte...

Ella se detuvo y le tendió la mano. Se sentía temeraria. Sabía que debería estar aterrorizada: se había tragado una bebida encantada y podía pasar cualquier cosa. Pero en vez de eso, se sentía como si estuviera volando. Estaba volando libre, solo con Silas para sujetarla al suelo.

—Baila conmigo —dijo.

Él la tomó. Aún parecía enfadado, pero de todos modos la tomó con fuerza.

—Ya has bailado bastante. Y bebido.

—¿Bailado bastante? —Eran las chicas vestidas de color teja, riendo con sus bocas rojas. Aparte del diferente color de sus ojos, eran casi idénticas. Una de ellas se sacó una cinta del cuello. Julie se la quedó mirando: tenía una horrible cicatriz en el cuello, como si casi le hubieran cortado la cabeza.

—Bailen juntos —pidió la chica. Casi lo escupió, como si fuera una maldición, y ató la cinta alrededor de las muñecas de Silas y Julie, uniéndolos—. Disfruta de la unión, quileute. —Sonrió a Silas, y sus dientes eran negros, como si los tuviera pintados de ese color, y finos como agujas.

Julie ahogó un grito y se tambaleó hacia atrás arrastrando a Silas, unido a ella por la cinta. Esta se estiró como una goma, sin romperse ni deshilacharse. Silas sujetó a Julie y le tomó la mano entrelazando los dedos con los suyos.

Salieron corriendo, rápidos y seguros sobre el suelo irregular, encontrando los espacios en medio de la espesa neblina. Pasaron entre parejas que bailaban hasta que la hierba bajo sus pies ya no estaba pisoteada y la música les llegaba desde lejos.

Silas torció hacia un lado, dirigiéndose a un grupo de árboles. Se metió bajo las ramas y apartó las más bajas para que Julie pasara tras él. Cuando ella hubo pasado, las soltó, y ambos quedaron encerrados en aquel espacio debajo de los árboles, protegidos del mundo exterior por largas ramas cargadas de fruta que tocaban el suelo.

Silas se sentó y sacó un cuchillo del cinturón.

—Ven aquí —dijo, y cuando Julie se sentó a su lado, le tomó la mano y cortó la cinta que los unía.

Esta soltó un pequeño chillido, un gemido de dolor, como un animal herido, pero se rasgó y cedió. Silas soltó a Julie y dejó caer el cuchillo. Débiles rayos de sol se extinguían entre las ramas, y bajo la tenue iluminación, la cinta, que él aún tenía alrededor de la muñeca, parecía sangre.

La cinta también seguía rodeando la muñeca de Julie, con el extremo suelto arrastrando por la tierra. Ella se la arrancó con las uñas y la cinta cayó al suelo. Notaba los dedos resbaladizos. Seguramente debido a la bebida de hada, pensó.

Miró a Silas. Tenía el rostro sombrío y los ojos verdes, opacos.

—Eso podría haber sido muy malo —señaló, mientras tiraba el resto de la cinta—. ¿Conoces la historia del hilo rojo? Pues éste es el famosísimo hilo, solo que no es como lo cuentan. Es como un hechizo de unión que puede ligar a dos personas y enloquecer a una de ellas, haciendo que intente ahogarse y arrastrar a la otra con ella.

—Silas —repuso Julie—. Perdona. Debería haberte escuchado. Sabes más de estas fiestas que yo. Tienes experiencia. Y yo solo estaba tratando de vivir el momento.

—No —replicó él inesperadamente—. Yo también quería esto. Me ha gustado bailar contigo. Ha sido tan agradable estar ahí con una...

—¿Chica lobo? —acabó la frase Julie.

El calor en su pecho se había convertido en una extraña sensación, como de un pellizco, una presión caliente que se incrementó al mirarlo. Le miró la curva de los pómulos, los huecos de las sienes. Llevaba la amplia camisa del color del trigo abierta por el cuello, y pudo ver el lugar que siempre había pensado que era el punto más hermoso del cuerpo de un hombre, el liso músculo sobre la clavícula y el vulnerable hueco.

—No, humano —explicó él—. Es decir. Todos somos humanos, lo sé. Pero casi no he conocido a nadie tan humano como tú.

Julie notó que le faltaba la respiración. Pensó que la neblina de Elfame la había dejado sin aliento; eso y el encantamiento que los rodeaba.

—Eres buena —continuó él—, una de las personas más amables y valientes que he conocido. En éste pueblo no había mucha bondad. Por lo general, la gente piensa en sus propios intereses, son egoístas, como si no tuvieran un ser querido al cual proteger, o una familia por la cual sacrificarse; fue entonces que te conocí…

—Casi te mato de haber sabido que eras alguien más. —A Julie le falló la voz. No quería decir eso, por su mente pasaba algo más como «Que eras para mí».

La mano de Silas fue una pálida mancha volando hacia su rostro. Apartó sus suaves dedos que se sentían como un algodón celestial, brillando bajo la tamizada luz entre la neblina.

—¿Estás intentando matarme ahora?

Cuando ella le tomó la mano, notó esa misma suavidad sobre sus propias manos. Y cuando se acercó a él entre la neblina y lo besó en la mejilla, notó el sabor dulce que transpiraba.

Por un momento, Silas se quedó perplejo, inmóvil. Y Julie sintió que la atravesaba una lanza de terror, peor que la visión de cualquier monstruo. Tal vez Silas no quisiera eso, tal vez pudiera horrorizarse...

—Julie —musitó cuando ella se apartó; se puso de rodillas y la rodeó con los brazos con un poco de torpeza, hasta hundirle la mano en el cabello—. Julie —repitió, con la voz quebrada por el áspero sonido del deseo.

Ella le tomó el rostro entre las manos, con las palmas sobre las mejillas, y se maravilló de la suavidad donde en cualquier otro había habido aspereza, una sombra de barba. Le permitió que esa vez fuera él quien se acercara y la encerrara en la prisión de su brazo izquierdo mientras acercaba sus labios en dirección a los suyos.

Julie vio estrellas estallándole tras los párpados. Y no cualquier estrella, sino las estrellas de colores de las hadas. Vio nubes y constelaciones; ya quería sentir el sabor del aire de la noche en la boca. A él moviendo los labios, frenético, sobre los de ella. Mientras susurraba su nombre, incoherente, entre los besos. Ella le deslizaría la mano libre por la cintura, por el costado. Y él gemiría cuando ella le acariciara la nuca.

Por lo pronto, le rozó la clavícula y le tocó el disparado latido en el cuello, para detenerlo.

Dijo algo en un idioma que ella desconocía, y luego tocó su mejilla, de inmediato vio como en esa visión él se tumbaba en el suelo y ella encima, y la apretaba contra sí, las fuertes manos ávidas sobre la espalda y los hombros de Julie. Se preguntó si así habría sido siempre con otra persona, algo feroz y brusco. Recordó a Beau, el día que lo besó a la fuerza por el frenético deseo de la chica, momentos antes de que, ella encendiera en llamas porque él no quiso besarla y, le rompiera la mano. Entonces olvidó la viva imagen de un recuerdo desagradable a la vez que se apartaba de Silas.

Él se quedó anonadado, apretando con fuerza todas las cosas que sentía sobre Julie. Cuestionándose por qué ella habría preferido apartarse de él así, sin más. La chica estaba agitada, con su vestido un poco arrugado por los movimientos coléricos por parte de ambos.

—Jamás imaginé que algún día me mirarías, no alguien como tú, realeza entre los quileutes, como una princesa...

—Es increíble lo que un poco de licor encantado de hada puede hacer. —Julie pretendía que sonara a broma, a algo sin importancia. Pero Silas se quedó inmóvil a su lado. Y en un momento se apartó, rápido y ágil, y se sentó al menos a dos palmos de ella, con las manos en alto como para impedir que se acercara.

—¿Licor de hada? —repitió.

Julie lo miró sorprendida.

—La bebida dulce que el hombre color naranja me ha dado. Tú la has probado.

—No llevaba nada —replicó Silas en un tono cortante nada habitual en él—. Lo he sabido en el momento en que me he lamido las salpicaduras. Solo era zumo de zarzamora, Julie. ¿En serio crees que te hubiera dejado probar algo maligno?

Ella se echó un poco atrás, tanto por el enfado de Silas como al darse cuenta de que no había habido ninguna cobertura mágica que justificase lo que estaban a punto de hacer.

—Pero pensaba...

—¿Pensabas que te quería besar porque estábamos ebrios? —replicó Silas—. Y yo que pensé que la forma en que me mirabas era porque sentías lo mismo que yo.

—¿Qué? No, yo…solo quiero llevar las cosas con calma. No te veo solo con deseo Silas.

—Lo sé, pero…

Silas suspiró.

—Iré a ver cómo van Érico y los demás. Deberías entrar a distraerte un poco.

—Silas no te vayas.

El chico avanzó con tal rapidez que apenas si pudo notarlo Julie. No estaba arrepentida de nada, ni de lo que había pasado con Silas ni de haberle negado el beso. Realmente quería llevar las cosas con calma.

A lo lejos distinguió a Eleanor y a Royal

La boca de Eleanor chocó contra la de Royal, hambrienta y cálida, sus cuerpos se enredaron juntos. Se estaban besando salvajemente, como si estuvieran hambrientos de ellos y a ninguno de los dos le importaba el resto de las personas que los miraran. Julie tenía tantas ganas de ir a echarles agua, pero sabía que ellos podían tener algo que por lo mientras ella no.

Julie había visto la forma en la que Beau y Edward se besaban, la misma con la que Jennyfer besaba a su novio y la misma con la que Sam se sentía atraído hacia Emily. Como si en ese momento no les importara el mundo. Preocupándose solamente por lo que ambos estaban haciendo entre sí: el calor y la fricción que los hacían querer vivir, caer de rodillas y empujarse hacia lo que el destino marcase.

Luego hubo un ruido de sonido y una llamarada de fuego, como si un meteorito estuviera aterrizando en el centro del salón de baile, y Royal y Eleanor se congelaron, tensos e inseguros. Un hombre lobo había aparecido al pie de la escalera, sus ojos se encontraron con los del rey Oberón, y aunque los Cullen no lo reconocieron, Julie ciertamente reconoció el escalofrío de alarma y angustia que se agitaba en la multitud. Era Zé.

Royal usó su agarre de la mano de Eleanor para balancear a Elli detrás de él, manteniendo sus dedos entrelazados. Erictho apareció justo al lado de ellos con un cuchillo típico de las hadas recubierto en la clásica sangre azul y magia de la bruja en sí. Al otro lado de la habitación, el DJ Grx y Ronan pusieron sus gafas en la barra. Ronan comenzó a abrirse camino entre la multitud hacia sus soldados. Tara y Dugan también se dirigían hacia Ronan. Julie se acercó levantando la voz para que sonara a través de la habitación de mármol, de la misma manera en que ardían las antorchas de las paredes.

—Cualquiera que quiera la protección de una chica lobo —gritó Julie—, ¡vengan conmigo!


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