Link se despertó sobresaltado, jadeando como si acabara de escapar de una pesadilla. Pero no había escape. La imagen de Zelda cayendo al vacío lo atormentaba incluso cuando estaba despierto. Podía sentir el eco de su propia voz gritando su nombre, un grito que había sido tragado por el abismo.
Apretó los puños, su brazo prostético emitiendo un leve brillo mientras lo hacía. Su pérdida no solo era física; el vacío en su pecho era mucho más difícil de ignorar. Desde aquel día en el subsuelo, no había hecho otra cosa que buscarla, siguiendo cada pista, cada rumor, cada indicio que pudiera llevarlo a ella.
Pero era inútil. La culpa pesaba como una losa sobre sus hombros. Se repetía una y otra vez: Debí protegerla mejor.
Mientras se ajustaba las correas de su equipo, su mente lo traicionó, llevándolo de vuelta a los pequeños momentos compartidos con Zelda. Recordó su risa suave cuando bromeaba con él, la determinación en sus ojos cuando hablaba sobre su visión de Hyrule, y la forma en que su rostro se iluminaba con las pequeñas victorias que compartían en su viaje. Ahora, todo eso parecía tan lejano, como si se tratara de un sueño que se desvanecía con el amanecer.
¿Estás ahí afuera, Zelda? ¿Pensando en mí, como yo en ti?
Cuando regresó a Fuerte Vigía, Prunia, la líder del fuerte, lo recibió con su habitual energía, pero Link apenas podía mirarla a los ojos. Cada vez que relataba lo ocurrido, sentía cómo la herida se abría nuevamente. Esta científica Sheikah, conocida por sus extravagancias, había logrado rejuvenecer mediante una de sus invenciones, pero luego corrigió el efecto. Ahora, a pesar de sus 120 años, lucía como una joven de 20.
Prunia escuchó atentamente el relato de Link sobre la caída, la isla celestial y el gólem que le entregó una tableta Sheikah, diciendo haber hablado con ella hacía diez mil años. La científica quedó fascinada y le encomendó dos misiones principales: encontrar a Zelda y desentrañar los extraños eventos que habían comenzado a azotar Hyrule tras su desaparición. También mencionó avistamientos de una Zelda vestida de forma peculiar, con un comportamiento desconcertante.
Durante los meses siguientes, Link investigó las anomalías en las principales regiones de Hyrule. En cada una, revivió recuerdos de las amistades que había forjado en su lucha pasada contra el Cataclismo.
Durante su investigación, Link enfrentó no solo los extraños sucesos que asolaban cada territorio, sino también la creciente incógnita sobre el comportamiento de Zelda. Junto con sus aliados, logró despertar los espíritus de los antiguos sabios, figuras legendarias que una vez lucharon en la Guerra del Destierro. Cada uno de estos espíritus nombró a un sabio del presente, otorgándoles una piedra secreta que simbolizaba su conexión con el poder ancestral. Mineru, la sabia del espíritu, se manifestó como la quinta en unirse al grupo, trayendo consigo sabiduría y determinación.
La región de Hebra, con sus montañas eternamente nevadas, era el hogar de los Orni, una raza de humanoides alados orgullosos y hábiles en el uso del arco. Allí, Link renovó lazos con Teba, el patriarca, y su hijo Tureli, quienes fueron cruciales en su enfrentamiento con la bestia divina Vah Medoh. Con el despertar del poder ancestral, Tureli fue nombrado Sabio del Viento, asumiendo un papel crucial en la lucha que se avecinaba.
En Eldin, Link volvió a encontrarse con los Goron, robustos hombres de roca cuya calidez y apetito descomunal los hacían únicos. Aunque Yunobo no era el líder de la Ciudad Goron, era el orgulloso descendiente de Daruk, el legendario guerrero que luchó junto a los Campeones. Su herencia lo hacía destacar, y con el despertar de los sabios, Yunobo fue elegido como el Sabio del Fuego, portador de una fuerza descomunal.
En el desierto, las Gerudo, guerreras implacables, vivían bajo la guía de Riju, la joven matriarca. A pesar de las estrictas normas que prohibían la entrada de hombres, Link había sido aceptado tras demostrar su valía en la batalla contra Vah Naboris. Riju, con su determinación y su conexión con el rayo, fue nombrada Sabia del Trueno, portadora de un poder capaz de desatar tormentas en el campo de batalla.
Finalmente, en Lanayru, se encontraba la deslumbrante Ciudad Zora, una maravilla arquitectónica construida sobre un lago cristalino. Cascadas imponentes caían en múltiples niveles, alimentando la región con aguas puras que serpenteaban hasta los manantiales más distantes. Los puentes curvados, tallados con intrincados motivos acuáticos, conectaban las terrazas en espiral de la ciudad. Bajo la luz del sol, las estructuras de tonalidades azuladas y plateadas brillaban como joyas, dando la impresión de que la ciudad era una extensión natural del lago mismo. Su gobernante, Sidon, amigo cercano de Link, fue elegido como el Sabio del Agua, canalizando la fortaleza de los Zora en su piedra ancestral.
Sin embargo, los misterios no hacían más que crecer. En su viaje, Link descubrió figuras de Zelda frente a las puertas de los templos sagrados, pero estas se revelaban como ilusiones creadas por la malicia. Los testimonios de los sabios del pasado confirmaban que la verdadera Zelda había interactuado con ellos hace diez mil años. Según ellos, Zelda les hizo una promesa: cuando llegara el momento, los sabios del presente debían unirse a Link en la lucha contra el Rey Demonio, el adversario que ni siquiera los guerreros del pasado pudieron derrotar.
Link, intrigado y confuso, no lograba entender quién era realmente ese Rey Demonio ni por qué él debía enfrentarlo. Recordaba vagamente que Zelda mencionó algo relacionado con ese enemigo durante su visita al subsuelo de Hyrule. Pero las respuestas llegaron de manera inesperada. Durante su viaje, se encontró con Impa, la anciana líder Sheikah, quien lo guió hacia un enigma aún mayor: los geoglifos. Estos colosales grabados en la tierra, ocultos en todo Hyrule, albergaban gotas de luz pura, extrañas y brillantes.
Cuando Link comenzó a recolectar estas gotas, cada una le reveló fragmentos del pasado. Poco a poco, las piezas del rompecabezas se unieron, brindándole respuestas que necesitaba desesperadamente. A través de estas visiones, descubrió los eventos de la Guerra del Destierro, los sacrificios de los sabios antiguos, y cómo Zelda había jugado un papel esencial en ese conflicto milenario.
Sin embargo, el misterio de Zelda continuaba sin resolverse. Fue cuando encontró a la quinta sabia, Mineru, y recuperó la Espada Maestra, que la verdad le golpeó como un jarro de agua fría. Todas las manifestaciones de Zelda que había perseguido eran falsas, meros constructos de malicia diseñados para desorientarlo. Mineru, aunque conocedora de las intenciones de Zelda, no pudo ofrecerle respuestas sobre su paradero exacto.
Mientras tanto, el poder del Rey Demonio, escondido en lo más profundo del subsuelo de Hyrule, crecía con cada día que pasaba. Hordas de monstruos devastaban el reino sin descanso, y las lunas carmesíes, que revitalizaban a las criaturas caídas, se sucedían con una frecuencia alarmante. El tiempo se agotaba.
Con todos los sabios reunidos, cada uno portando la fuerza de su linaje y el vínculo con su piedra secreta, llegó el momento decisivo. Link, armado con la Espada Maestra restaurada y acompañado por sus aliados, se preparó para descender al corazón de la oscuridad. La batalla final contra el Rey Demonio estaba por comenzar.
Durante las semanas previas, habían discutido largamente los detalles del combate, asegurándose de dejar todo en orden. Para Sidon y Riju, dirigentes de sus respectivos clanes, delegar responsabilidades había sido esencial, dado que debían enfocarse totalmente en el conflicto que se aproximaba.
Finalmente, el día había llegado. El enfrentamiento entre Link y el Rey Demonio tendría lugar ese mismo día, y Fuerte Vigía sería el punto de partida. Con un suspiro Link se terminó de incorporar y se preparó para viajar hacia la fortaleza, donde Prunia estaría ultimando los preparativos y tanto él como los sabios se reunirían antes de la batalla.
Fuerte Vigía, erigido con majestad cerca del abismo donde Link y Zelda desaparecieron al inicio de su odisea, se había convertido en el centro de operaciones de los aventureros. El lugar, que al principio solo evocaba recuerdos de aquel misterioso suceso, cobró un nuevo sentido tras el último enfrentamiento entre Link y el maestro Kogg. En un descuido, Kogg confesó que ese mismo abismo era el hogar del temido Rey Demonio.
Tras la revelación del Maestro Kogg, Link y Mineru habían decidido descender por la raíz de Ba'Tures para trazar una ruta segura hasta la guarida del Rey Demonio. La oscuridad del abismo había sido abrumadora, un manto pesado que parecía absorber toda luz y sonido. Cada paso resonaba en el silencio, y las sombras parecían moverse a su alrededor, como si el peligro acechara en cada rincón.
Al recordar sus incursiones al abismo, la mente de Link se estremeció con el recuerdo de las imágenes de los peligros que les aguardaban en la entrada: hordas de monstruos y trampas astutas diseñadas para frustrar a cualquier intruso. "Espero que hayamos hecho lo suficiente para prepararnos". La sombra de la duda siempre resonaba en su mente, una inquietud que nunca desaparecía del todo. La ansiedad le apretaba el pecho, recordándole lo que estaba en juego.
Recordó con frustación como, debido a las frecuentes lunas carmesíes, los días se habían convertido en un ciclo interminable. Los monstruos regresaban cada pocos días, desafiando su avance y frustrando sus esfuerzos de dejar un camino libre hacia la guarida del Rey Demonio. "No podemos dejarlos regresar", pensaba Link con frustración, recordando cómo, a pesar de sus meticulosos esfuerzos, el área seguía infestada de criaturas oscuras.
Sin embargo, y a pesar de esos obstáculos, en pocas semanas de incursiones constantes, habían conseguido trazar la senda más segura hacia la guarida del Rey Demonio a través de las catacumbas, una ruta que les permitiría esquivar trampas mortales y evitar un enfrentamiento con un temible centaleón que el Rey Demonio había invocado en una de las salas secundarias. "Debemos ser precisos", había insistido Mineru en una de sus reuniones; su voz firme, mientras señalaba la ruta en el mapa de la tableta de Prunia.
En paralelo, Mineru también colaboró con Prunia, Rotver y Josha, aportando su pasión y conocimiento en tecnología para otorgar al grupo una ventaja esencial. Aprovechando el centro de fabricación de gólems en el subsuelo, programaron a los gólems constructores para producir seis tabletas adicionales, réplicas de la que Link ya poseía, en un tiempo récord: una para cada sabio y una sexta, por supuesto, destinada a Prunia.
Después de intensos debates y estudios, los cuatro científicos lograron implementar un sistema de mensajería y videollamada en tiempo real. Esto facilitaría que todos permanecieran en constante comunicación, incluso cuando se encontraban en sus respectivas tribus o comunidades, generando de esta manera una red de comunicación única en Hyrule.
Al emplear estas mejoras, se reunieron varias veces para discutir acerca de la estrategia que se estaba implementando, teniendo en cuenta las capacidades y poderes únicos de cada sabio, y, sobre todo, los datos y mapas que Link y Mineru aportaron, derivados de sus diversas expediciones. De esta manera, se aseguraron que su estrategia fuera la más eficiente posible.
En la última de estas reuniones, Mineru sorprendió al grupo al anunciar que se uniría más adelante, justo cuando ellos descendieran por la raíz de Ba'Tures, y permanecería en el templo del Espíritu. Esta decisión se debía a una razón crítica: gracias a su dominio de la tecnología, podría utilizar a los gólems vigilantes para establecer un sistema de monitoreo que detectara cualquier movimiento sospechoso en las inmediaciones del abismo y enviar señales de alerta a Link y al resto del grupo. Las señales, sincronizadas en sus tabletas, se actualizarían en tiempo real en el mapa, revelando la ubicación de los enemigos y permitiéndoles ajustar su estrategia al instante.
Con la determinación propia de un protector, Mineru se comprometió a mantenerse vigilante, consciente de que su experiencia y su control sobre la tecnología serían clave en la estrategia que decidiría el destino de Hyrule.
Link evaluó mentalmente cada detalle del plan y sonrió al contemplar los rigurosos esfuerzos que se realizaron posteriormente para, guiados por Mineru y su conocimiento en los sucesos de la Guerra del Destierro, reforzar la protección de Fuerte Vigía mientras se enfrentaban al Rey Demonio. Un profundo orgullo empezó a invadirle al pensar en Prunia y Pay. Cada una, a su manera única, había asumido roles fundamentales en la organización. "Si tan solo Zelda pudiera estar aquí, viéndonos a todos trabajar en equipo...", reflexionó, sintiendo un nudo en el pecho. El pensamiento de que su compañera no fuera a ver el resultado de sus esfuerzos lo entristecía, a la vez que lo motivaba a luchar con más intensidad, recordando que el sacrificio realizado por Zelda para salvaguardar el poder de la Espada Maestra, el único arma capaz de librar a Hyrule del Rey Demonio, no debía de ser en vano.
Prunia había planificado meticulosamente la defensa del fuerte, asegurando que se reforzara con la llegada de Hozlar, líder de la patrulla exterminadora más numerosa y poderosa, que aún estaba en camino. Esa patrulla estaría lista para controlar cualquier amenaza en las cercanías del abismo. Link sonrió al pensar en ello; no le cabía duda de que Prunia había anticipado cada detalle, asegurándose de que sus esfuerzos fueran exhaustivos.
Por otro lado, Pay había sido una pieza fundamental al liderar la creación de una enfermería que no solo serviría al grupo de sabios, sino también a cualquier defensor del fuerte que resultara herido. Apoyándose en la experiencia de Karad como experto carpintero, decidió que él se encargaría de la construcción de este refugio médico, mientras ella lideraría a un equipo de curanderos expertos, seleccionados con sumo cuidado por Impa. Link sabía que la enfermería sería un refugio vital en medio de la contienda, un bastión de esperanza en tiempos inciertos.
A pesar de la meticulosa planificación y el arduo trabajo de sus amigos, Link no pudo evitar que el nerviosismo y la incertidumbre se apoderasen de él de nuevo, planteándose la inquietante posibilidad de que todo pudiera no ser suficiente. ¿Y si no soy lo suficientemente fuerte? La idea lo atormentaba. Su orgullo por lo que estaban organizando se veía eclipsado por el temor de que más de uno, incluso él mismo, pudiera regresar gravemente herido... o no regresar.
Link comenzó a ajustarse las correas del cinturón cuando un súbito mareo lo obligó a detenerse. Parpadeó, pero la sensación no desaparecía; al contrario, crecía. La habitación oscilaba, como si un abismo invisible intentara devorarla.
De repente, ya no estaba en su hogar. Se encontraba en una vasta llanura de penumbra. El cielo sobre él, un torbellino carmesí y negro, pulsaba como si tuviera vida propia, opresivo y pesado. Un relámpago rasgó el aire, iluminando figuras monstruosas que se retorcían en el horizonte. Y entonces lo vio: una figura alta, envuelta en sombras que devoraban la luz. Giró hacia él, con ojos rojos que brillaban como brasas. Una mirada que no solo lo atravesó, sino que lo atrapó.
Link intentó moverse, pero algo lo detenía. Un grito de frustración escapó de su garganta, pero no pudo liberarse. Miró hacia abajo y vio cómo el suelo comenzaba a transformarse en grotescas manos negras y viscosas, con ojos maliciosos en cada palma, que emergían de la tierra y se aferraban a sus piernas, apretando con una fuerza antinatural. Un rugido inhumano resonó a su alrededor, profundo y gutural, como una bestia que lo llamaba desde la oscuridad, tan cercano que lo sentía retumbando en su pecho. Desesperado, trató de mover las piernas, pero el peso de la tierra y las manos lo mantenían inmóvil, su cuerpo atrapado en la pesadilla. Un ardor insoportable lo atravesó de repente, como si algo invisible y frío lo perforaba. La Espada Maestra estaba en su mano, pero su luz era apenas un susurro, un destello agonizante que palidecía frente a la inmensa oscuridad que lo rodeaba.
La figura alzó una mano, y el aire se volvió insoportable, pesado como si lo aplastara. El suelo bajo sus pies desapareció de golpe y Link sintió cómo caía. No había suelo, ni fin, solo un vacío frío y abismal que lo envolvía en la nada.
Un trueno retumbó. Link jadeó y abrió los ojos de golpe. Estaba en su hogar, con las manos temblando. Pero algo había cambiado. El cielo, despejado hace apenas un momento, ahora era un lienzo de nubes oscuras que giraban con furia, teñidas de rojo en los bordes.
A lo lejos, un rugido profundo y primitivo resonó, haciendo vibrar los cristales de las ventanas. Link se llevó la mano al pecho. ¿Visión? ¿Advertencia? No lo sabía. Pero una cosa estaba clara: algo se había despertado, y él no podía permitirse ignorarlo.
"Esto no es solo un sueño... Algo está despertando".
Cerró los ojos un instante, intentando calmarse, pero las palabras surgieron en su mente con una claridad aterradora: "Lo que sea que está ahí fuera... sabe que vamos a por él. Y ahora está viniendo por nosotros".