Chapitre 31: INFIERNO CANTO XXVI
¡Goza, Florencia, ya que eres tan grande, que por mar y por tierra bate alas,y en el infierno se expande tu nombre!
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Cinco nobles hallé entre los ladrones de tus vecinos, de donde me vino vergüenza, y para ti no mucha honra.
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Mas si el soñar al alba es verdadero, conocerás, de aquí a no mucho tiempo, lo que Prato, no ya otras, te aborrece.
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No fuera prematuro, si ya fuese:¡Ojalá fuera ya, lo que ser debe!que más me pesará, cuanto envejezco.
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Nos marchamos de allí, y por los peldaños que en la bajada nos sirvieron antes,
subió mi guía y tiraba de mí.
Y siguiendo el camino solitario,15por los picos y rocas del escollo,sin las manos, el pie no se valía.
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Entonces me dolió, y me duele ahora, cuando, el recuerdo a lo que vi dirijo, y el ingenio refreno más que nunca,
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porque sin guía de virtud no corra;tal que, si buena estrella, o mejor cosa,me ha dado el bien, yo mismo no lo enturbie.
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Cuantas el campesino que descansaen la colina, cuando aquel que alumbra el mundo, oculto menos tiene el rostro,
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cuando a las moscas siguen los mosquitos, luciérnagas contempla allá en el valle,en el lugar tal vez que ara y vendimia;
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toda resplandecía en llamaradasla bolsa octava, tal como advirtiera desde el sitio en que el fondo se veía.
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Y como aquel que se vengó con osos, vio de Elías el carro al remontarse,y erguidos los caballos a los cielos,
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que con los ojos seguir no podia, ni alguna cosa ver salvo la llama, como una nubecilla que subiese;
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tal se mueven aquéllas por la bocadel foso, mas ninguna enseña el hurto, y encierra un pecador cada centella.
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Yo estaba tan absorto sobre el puente, que si una roca no hubiese agarrado, sin empujarme hubiérame caído.
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Y viéndome mi guía tan atentodijo: « Dentro del fuego están las almas, todas se ocultan en donde se queman.»
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«Maestro -le repuse-, al escucharte estoy más cierto, pero ya he notado que así fuese, y decírtelo quería:
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¿quién viene en aquel fuego dividido, que parece surgido de la piradonde Eteocles fue puesto con su hermano?»
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Me respondió: «Allí dentro se tortura a Ulises y a Diomedes, y así juntos
56en la venganza van como en la ira;57
y dentro de su llama se lamentadel caballo el ardid, que abrió la puerta que fue gentil semilla a los romanos.
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Se llora la traición por la que, muerta, aún Daidamia se duele por Aquiles,y por el Paladión se halla el castigo.»
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«Si pueden dentro de aquellas antorchas hablar -le dije- pídote, maestro,y te suplico, y valga mil mi súplica,
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que no me impidas que aguardar yo pueda a que la llama cornuda aquí llegue;mira cómo a ellos lleva mi deseo.»
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Y él me repuso: «Es digno lo que pides de mucha loa, y yo te lo concedo;pero procura reprimir tu lengua.
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Déjame hablar a mí, pues que comprendo lo que quieres; ya que serán esquivospor ser griegos, tal vez, a tus palabras.»
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Cuando la llama hubo llegado a donde lugar y tiempo pareció a mi guía,yo le escuché decir de esta manera:
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«¡Oh vosotros que sois dos en un fuego, si os merecí, mientras que estaba vivo,si os merecí, bien fuera poco o mucho,
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cuando altos versos escribí en el mundo, no os alejéis; mas que alguno me diga dónde, por él perdido, halló la muerte.»
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El mayor cuerno de la antigua llama empezó a retorcerse murmurando,tal como aquella que el viento fatiga;
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luego la punta aquí y acá moviendo, cual si fuese una lengua la que hablara, fuera sacó la voz, y dijo: «Cuando
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me separé de Circe, que sustrajó-me más de un año allí junto a Gaeta, antes de que así Eneas la llamase,
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ni la filial dulzura, ni el cariñodel viejo padre, ni el amor debido, que debiera alegrar a Penélope,
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vencer pudieron el ardor interno que tuve yo de conocer el mundo,y el vicio y la virtud de los humanos;
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mas me arrojé al profundo mar abierto, con un leño tan sólo, y la pequeña tripulación que nunca me dejaba.
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Un litoral y el otro vi hasta España, y Marruecos, y la isla de los sardos,y las otras que aquel mar baña en torno.
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Viejos y tardos ya nos encontrábamos, al arribar a aquella boca estrechadonde Hércules plantara sus columnas,
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para que el hombre más allá no fuera:a mano diestra ya dejé Sevilla,y la otra mano se quedaba Ceuta.»
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«Oh hermanos -dije-, que tras de cien mil peligros a occidente habéis llegado,ahora que ya es tan breve la vigilia
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de los pocos sentidos que aún nos quedan, negaros no queráis a la experiencia, siguiendo al sol, del mundo inhabitado.
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Considerar cuál es vuestra progenie: hechos no estáis a vivir como brutos, mas para conseguir virtud y ciencia.»
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A mis hombres les hice tan ansiosos del camino con esta breve arenga, que no hubiera podido detenerlos;
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y vuelta nuestra proa a la mañana, alas locas hicimos de los remos, inclinándose siempre hacia la izquierda.124
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Del otro polo todas las estrellasvio ya la noche, y el nuestro tan bajo que del suelo marino no surgía.
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Cinco veces ardiendo y apagada era la luz debajo de la luna,desde que al alto paso penetramos,
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cuando vimos una montaña, oscura por la distancia, y pareció tan altacual nunca hubiera visto monte alguno.
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Nos alegramos, mas se volvió llanto: pues de la nueva tierra un torbellino nació, y le golpeó la proa al leño.
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Le hizo girar tres veces en las aguas;a la cuarta la popa alzó a lo alto, bajó la proa -como Aquél lo quiso-
141hasta que el mar cerró sobre nosotros.
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