—¿Qué te pasa? —Al mirar la pálida y enfermiza cara de la mujer, las cejas de Xiao Ruiyuan se fruncieron, y preguntó con preocupación, un profundo temor pasando por sus ojos.
—¡Oh, no es nada! —Mo Yan se sobresaltó y luego bajó la cabeza para ocultar la sensación inusual que crecía en su corazón—. Señor Xiao, ¿ha venido aquí por algo? —Xiao Ruiyuan la miró, en silencio, su expresión volviéndose más fría.
En los casi dos meses que no se habían visto, la mujer ante él parecía haber sufrido una enfermedad grave. Su ya delicada figura parecía aún más frágil, y su pequeño rostro más demacrado, haciendo que sus ojos parecieran desproporcionadamente grandes. Les faltaba el brillo confiado del pasado, sus cejas fruncidas con profunda pena.
¡Qué podría haberla atormentado tanto! Sin embargo, detestablemente, ella eligió ser superficial en su presencia, reacia a hablar con la verdad. Pensando esto, Xiao Ruiyuan apretó los puños, su aura enfriándose aún más.