Da Zi entró a la jaula de metal. La Langosta de Hoja Muerta, que estaba echada tranquilamente, empezó a mover el cuerpo. Da Zi se movió unos pasos a la izquierda y la langosta lo siguió atentamente con la mirada. Las garras se sostenían de los barrotes, cada vez más fuerte y sus alas comenzaron a agitarse.
—Da Zi, provócalo —ordenó Gao Peng mentalmente.
El ciempiés asintió discretamente y se levantó. Las numerosas garras se le movían adelante y atrás mientras se deslizaba como una ola.
Los que estaban afuera se quedaron impresionados por la rapidez y la belleza del movimiento.
—Car*jo, ¡es un genio! —dijo un niño gordo que miraba, anonadado.
—Mi*rda, ¿qué es eso?
Otro chico se pellizcó el brazo.