Resultaba difícil no dejarse llevar por la fresca presencia del Jet del Maestro. Sin embargo, Sunny no era tan fácil de persuadir. Sostuvo su mirada por unos momentos, luego se apartó.
Su expresión se volvió sombría.
— ...Acabas de pasar mucho tiempo convenciéndome de que perder la Antártida no causaría un daño irreparable a la humanidad, y que la mayoría de aquellos que vayan allí terminarán muertos. ¿Y ahora, de repente, quieres que vaya también? ¿Por qué lo haría?
Claro, luchar en una guerra noble y gloriosa contra las Criaturas de Pesadilla sonaba emocionante. Pero Sunny ya no era un niño inexperto. Conocía muy bien el precio de la gloria. Para él, las bajas de guerra no eran un concepto abstracto sino más bien una realidad muy familiar y sombría.
No era tan arrogante e ignorante como para considerarse inmune a la muerte.
La Maestra Jet se recostó.
— ¿No quieres defender a tus compañeros humanos?
Sunny se encogió de hombros.