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Atticus había quedado en shock por dos razones.
En primer lugar, la figura que estaba frente a él definitivamente no era humana. Era tan evidente que incluso los ciegos lo notarían.
Atticus instintivamente sabía que era un varón, un joven adulto además.
De pie, con una altura de 6 pies y 1 pulgada, poseía una complexión física ligeramente robusta y estaba adornado con una elegante y ornamentada túnica dorada.
Su tez era de un blanco puro, desfigurado por largas marcas rojas que se extendían a través de su rostro y por todo su cuerpo. Su cabeza estaba completamente calva, y sus ojos brillaban con pupilas amarillas.
Espesas protuberancias cortas y óseas ligeramente curvadas sobresalían en la parte posterior de sus muñecas, tobillos, codos, hombros y frente. Incluso sus orejas tenían múltiples estructuras blancas similares a huesos sobre sus puntas.
No había necesidad de pensarlo; esto definitivamente no era humano.
«¿Un alienígena? ¿O es simplemente una simulación?»