La que acababa de hablar sin duda había sido Lucienta, y Atticus no pudo evitar notar que su mano derecha estaba fuertemente cerrada en un puño.
Atticus todavía tenía todo el cuerpo cubierto con un traje, junto con su rostro. Aparte de eso, ¡todavía llevaba un traje de látex debajo! Cualquiera hubiera asumido que era uno de la raza ósea. Pero por alguna razón, sabían que era un humano.
Al ver que Atticus no respondió una vez más, la expresión de Lucienta se transformó en cólera.
—Ya estarías muerto si no fuera por el Señor Espineus —gruñó ella, dando un paso adelante.
Pero no pudo avanzar más ya que de repente Lutero colocó su firme mano sobre su hombro, deteniéndola.
La mirada de Lucienta se lanzó hacia atrás para mirar a Lutero, quien negó con la cabeza con una expresión firme.
—Cálmate; este no es tu escenario —aconsejó Lutero.
Lucienta apretó los dientes, inhalando profundamente. Se calmó su mente enfurecida. —Lo siento —murmuró.