El salón se quedó en silencio. Atticus estaba demasiado desconcertado como para ofrecer cualquier tipo de respuesta.
—¿A-aburrido? —murmuró después de que pasaron unos segundos. Había estado esperando algo profundo al final, algo que le diera una idea de por qué este hombre estaba haciendo todo lo que hacía. Si tenía que ser honesto, había pensado que era venganza.
El dominio humano había tratado a las bestias como simples mercancías durante siglos; no sería sorprendente si su supuesto líder estuviera enfadado por eso.
Pero parecía que había tropezado con otro personaje extraño.
—Como si no fueran suficientes esos maestros del santuario —Atticus suspiró interiormente.
—Al menos esto juega a mi favor. No tiene un odio subyacente por la raza humana o alguna tontería así.