--¿Conoces al curtidor Brem? Hace poco me trajo un licor de raíz roja, por mi madre que estaba delicioso, pero ya no lo he vuelto a ver. --Dijo uno de los guardias de la entrada.
--¿Bren? Si te refieres al gordo de barba negra de la casa cercana al bosque, creo que lo vi salir hace poco.
--No, me refiero a Brem el curtidor, el delgaducho que siempre está lleno de polvo.
Mientras la conversación tomaba otro rumbo, un joven de aspecto frío analizaba escondido entre la hierba cada uno de los puntos débiles de la fortaleza, mirando los pequeños peldaños donde podía subir y, observando el tiempo que los pocos arqueros se tomaban en su recorrido. No pasó demasiado para que se decidiera a escalar los altos muros, con la ayuda de la oscuridad de la noche.
Subió con facilidad, todavía poseía dolor en su cuerpo, pero las ganas de asesinar y, lo adaptado que estaba para soportarlo, hizo que la tarea fuera algo sencilla de realizar. En el momento que llegó al final del muro, saltó para sujetar al arquero que desafortunadamente le había dado la espalda. Lo tomó del cuello y de la boca, asfixiándolo, una maniobra que no había ocupado en mucho tiempo. Le quitó el cuchillo de su funda, junto con su arco y carcaj y, con sigilo se aproximó a su siguiente víctima, cortando su yugular desde atrás y tapando su boca para que no pudiera escapar ni el más mínimo sonido. Uno de los arqueros lo observó, pero antes de poder apuntar con su arma o gritar, el cuchillo del joven se impactó en su pecho, atravesando su armadura de cuero. No fue una muerte inmediata, se tambaleó, amenazando con caer de los muros y alertar a los guardias de abajo, por lo que tuvo que llegar ante él lo más rápido posible y así evitar la penosa consecuencia. Liberó una flecha de su carcaj, apuntando al último de los arqueros. Disparó el proyectil, el cual viajó con sigilo y velocidad, impactando justo en el cuello del desafortunado, quién siquiera había tenido la oportunidad de darse cuenta de que había muerto.
Se detuvo al percatarse de un ligero cambio en su cuerpo, no lo podía explicar, pero se sentía más despierto, con los sentidos más agudizados y, su cuerpo más libre y ágil. Sonrió con frialdad, la inspiración llenó su corazón, sintiéndose invencible.
Bajó por los escalones, escondiéndose en las sombras, donde la luz de las antorchas no podían llegar. Colocó una rodilla en el suelo y, de un solo vistazo detectó a los cinco guardias distribuidos por toda la zona y, con extrema rapidez disparó consecutivamente cinco de sus proyectiles, acertando cada uno de ellos. Desfundó su cuchillo, arremetiendo contra el último sobreviviente que no había logrado percatarse de la mala situación, gimió y jadeó ahogadamente, mirando a los ojos al joven de mirada fría y siniestra, no sabía quien era, o lo que era, pero por dentro agradecía que estuviera muerto, pues la sola mirada gélida del individuo del cuchillo desprendía una sed de sangre inimaginable.
Se acercó a la puerta principal, quitando el bloqueo y, de inmediato volvió a subir a los muros.
--Amigo. --Dijo en un tono alto.
Los dos guardias en la entrada dejaron su charla, se les hizo curioso el tono con el que había sido pronunciada aquella palabra, por lo que uno de ellos dio un paso al frente y alzó la mirada para ver qué quería el arquero con raro acento, lamentablemente lo único que logró observar fue una flecha, una que le atravesó el cráneo.
--¡¿Tiron?! --Gritó el guardia sobreviviente, se quiso acercar, pero rápidamente desechó aquella idea. Desenvainó y tocó dos veces la puerta principal, llamando a sus compañeros, sin embargo, no escuchó nada, sintiéndose un poco desconcertado. El temor comenzó a crecer en su corazón, era un soldado que solo había estado en combate una vez y, casi no había participado en la batalla, por lo que, en realidad no tenía un temple tan fuerte hacia la muerte.
--Nadie responder, todos muertos. --Dijo alguien a sus espaldas.
Volteó de inmediato, pero todo lo que pudo apreciar fue una mancha roja que fue salpicada en la pared, mientras sus ojos se abrían y llevaba sus manos a su garganta, tratando de tapar la hemorragia. Hizo por tragar saliva, pero no pudo, cayó al suelo, ahogándose con su propia sangre.
Limpió su daga en la ropa del guardia, desabrochó su cinturón, agarró su espada y, la equipó en su cintura, le quitó sus brazales, al igual que los protectores de hombro, quiso también quitarle el peto de cuero, pero su cuerpo era más fornido que el del guardia, entendiendo que no le quedaría, por lo que rápidamente desechó la idea. Al estar preparado abrió la puerta, metiendo a ambos cadáveres, no sabía si había patrullas que llegaran a la fortaleza, pero si lo hacían, no quería que lo interrumpieran en su masacre. Cerró, atracando la entrada y, con una mirada decidida se dirigió a la puerta principal del castillo. Intentó abrir, pero se dio cuenta de que estaba bloqueada desde adentro, colocó su oído en la superficie de madera, queriendo escuchar si había individuos dentro, pero todo lo que escuchó fue el eterno silencio, así que, sin pensarlo dos veces, se retiró a buscar otra entrada.
La luna volvió a iluminar todo el terreno, mostrando la sangre derramada en varias partes de la fortaleza, al igual que a un joven cubierto en sangre que observaba cada uno de los rincones del castillo, buscando la manera de infiltrarse con éxito.
--Maldita sea. --Dijo en su antigua lengua, estaba algo ansioso por encontrar una entrada, sus manos temblaban, al igual que sus piernas, el deseo por matar lo estaba consumiendo.
Dejó escapar un suspiro, idéntico al gruñido de una bestia. Levantó la mirada y observó una ventana a unos cinco metros del suelo, la superficie de la pared no era la adecuada para escalarla, pero su desesperación lo cegó, intentando hacer lo imposible. Cayó un par de veces, pero en el quinto intento lo logró, entrando con un poco de dificultad. Movió sus extremidades, sintiendo un ligero dolor, pero la motivación por deshacerse de aquellos que le habían hecho daño a Nina lo hacía olvidar cualquier sufrimiento.
Caminó por lúgubres pasillos, abriendo puertas de habitaciones vacías y, las que no lo estaban, pronto se quedaron en silencio. Su rostro parecía el de un demonio, junto con su daga manchada en sangre y cabellos desordenados, le dolía el abdomen al respirar, pero ni con todo el sufrimiento del mundo tenía pensado detenerse ahora que estaba tan cerca de su objetivo. Observó una de las puertas, pudo sentir algo especial en ella, solo que no sabía qué, dio un paso al frente, acercándose, pero tan pronto como se preparaba para tocarla, sus instintos le gritaron que se detuviera y, como una serpiente se deslizó hacia atrás.
--¿Quién eres? --Preguntó una voz femenina, aunque su tono era distinto, podía entender sus palabras.
Guardó su daga y sacó de su vaina la espada robada, blandiéndola con una mano. Respiró profundo, observando a la silueta que aún no se había decidido a moverse. La persona debajo de la máscara lanzó dos cuchillos arrojadizos, pero ninguno de ellos dio en su blanco. El joven sonrió, parecía que tenía un oponente digno de prestarle atención. Se movió, zigzagueando por el pasillo, pero tan pronto como notó que se aproximaba otro ataque, se deslizó por el suelo, evitando que la hoja oculta en el brazo de la dama impactara en su pecho. Se levantó, bloqueó y evadió, pero en la segunda vuelta, fue su turno de atacar, levantó su espada como señuelo, golpeando con su pierna el pecho de la fémina, pero no logró llevarla al suelo. Su adversaria sacó un par de dagas, quedándose de pie para encontrar el momento indicado de atacar, cosa que imitó él.
--¿Quién eres y porque nos atacas? --Preguntó nuevamente, solo que su tono se había vuelto inconscientemente más humilde, no quería aceptarlo, pero la persona enfrente suyo era un asesino demasiado hábil, tanto que no podía predecir sus movimientos.
--Hablar mucho.
Volvió a moverse, dejando aberturas como cebo, pero que ahora la dama no tomó, bloqueó y fue golpeado con el codo en su pecho, pero no detuvo su impulso y, como si hubiera vuelto al laberinto, intento simular una de sus habilidades de combo con espada. La dama pudo bloquear los primeros dos ataques, pero los siguientes le fueron imposibles de evadir, o detener, siendo cortada en varias partes de su cuerpo. Su danza no había sido tan poderosa como la verdadera habilidad, pero parecía que había logrado al menos completar su objetivo, por lo que se sintió ligeramente satisfecho.
--Nunca... había... visto... movimientos... iguales... --Cayó al suelo, muerta y derrotada, pero con el honor de haber sido vencida por un gran guerrero.
El joven le miró por unos segundos, antes de continuar con su camino.