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77.77% BORUTO & NARUTO: Lo Que Algún Día Seremos / Chapter 42: Parte Cuarta, Capítulo Decimocuarto.

Chapitre 42: Parte Cuarta, Capítulo Decimocuarto.

La tensión era palpable en el aire mientras la oscuridad los envolvía. A pocos pasos de abandonar el escondite subterráneo, los ojos del grupo seguían a la anciana, que ya estaba completamente fuera, apagando la antorcha y lanzándola de vuelta al interior del refugio. Sarada, con la preocupación grabada en su rostro, se adelantó a preguntar.
— ¿La luna... provoca eso? — Su voz temblaba ligeramente. Tras una breve mirada a Boruto, tragó saliva. — ¿E-Entonces por qué Boruto vio a Nanada...?
Sarada se mordió la lengua, evitando mencionar el nombre que traía recuerdos dolorosos.
— Al Séptimo...
— No fue un sueño, y aunque no fue una tortura, sé que lo vi. Vi a mi papá. — Boruto se mantuvo firme en su declaración, sus amigos lo miraban con una mezcla de compasión y confusión. Su resolución vaciló ligeramente. —¿P-Por qué nos quedamos tan quietos cuando la luna hizo esa locura? ¿Y por qué fui el único que vio a mi padre... así?
La anciana cruzó las manos detrás de la espalda, su mirada se alzó hacia el cielo apenas visible entre las ramas. Los sonidos de la noche llenaban el aire.
— La luna tiene el mismo efecto en todos los menores de dieciséis años: primero, les dará entumecimiento y, en el peor de los casos, los hará desmayarse. Pero la siguiente etapa es aún peor... verán, como si lo vivieran en carne propia, sus peores pesadillas del futuro; revivirán su cataclismo de las peores maneras posibles.
Un coro de jadeos resonó entre los jóvenes.
Hoki, oculto tras su máscara, habló con una voz tensa pero decidida.
— ¡¿Eso seguirá así hasta que el sol salga?!
La anciana no respondió de inmediato, lo que solo aumentó la angustia.
— O hasta que algún compañero logre cubrirlos de ella. — Respondió finalmente. — Pero ahora, no deben preocuparse por eso. Vengan, debemos seguir.
Los niños se veían reacios a avanzar después de que la anciana soltara esa información tan a la ligera. Sus rostros reflejaban una mezcla de incredulidad y temor, sus pasos vacilantes mientras se adentraban en la oscuridad del bosque.
La anciana, notando su reticencia, suspiró exasperada.
— ¡El que no se cubra, sufre las consecuencias! — Exclamó con una voz firme que resonó en el aire nocturno. —
Luego, con un ágil salto y ademanes enérgicos con sus brazos, el cemento bajo sus pies se levantó tras ellos como una pared y los empujó hacia el césped. Cayeron unos encima de otros, rodando y revolcándose en el suelo. Por suerte, todos estaban cubiertos bajo sus capas, lo que amortiguó el impacto.
— ¡Ay! — Gritó Inojin, tratando de quitarse a Chocho de encima. —¡Me estás aplastando!
— ¡Tú estás sobre mi pierna! — Se quejó Metal Lee, intentando liberarse de Hoki. —
— ¡Esto es una locura! — Exclamó Boruto, levantándose y sacudiéndose el polvo de la ropa. — ¡Esa anciana está senil!
La anciana, con una mirada de desaprobación, los observó mientras se deshacían del desorden en el que habían caído.
— Levántense, no tenemos toda la noche. — Ordenó, su voz inquebrantable. —
Aunque aún desconfiaban, los niños comenzaron a levantarse lentamente, intercambiando miradas de incertidumbre. Hoki, aunque dudoso, dio un paso al frente y se dirigió al grupo.
— Tenemos que seguirla. No podemos quedarnos aquí. — Dijo, su voz tratando de infundir un poco de coraje en sus compañeros. — Vamos, sigamos adelante.
Con Hoki liderando, el grupo retomó su marcha, esta vez con un poco más de determinación. La anciana, satisfecha con su progreso, los guió a través del bosque con una seguridad que solo los años de experiencia podían otorgar.
El camino era oscuro y lleno de peligros, pero los jóvenes ninjas estaban decididos a llegar a su destino antes del amanecer.
La torre Hokage se encontraba en silencio, el eco de la tranquilidad matutina se extendía por los pasillos. Tsunade, con una expresión pensativa, miraba por la ventana. El sol emergía lentamente en el horizonte, esparciendo su luz cálida y dorada sobre Konoha. La suavidad de los primeros rayos disipaba el frío de la noche, brindando un consuelo tanto físico como emocional. Sumida en sus pensamientos, Tsunade apenas escuchó a Shizune acercarse.
— Tsunade-sama, ya está todo listo. — Informó Shizune con su voz habitual de eficiencia. —
Tsunade asintió, girándose hacia su fiel asistente. Sin más palabras, comenzó a caminar por el pasillo, sus pasos firmes, resonando suavemente en la calma de la mañana. Llegaron a una de las habitaciones de la residencia Hokage, una estancia reservada para invitados especiales. Al entrar, Tsunade fue recibida por un grupo de niños que rodeaban una cama, sus miradas preocupadas se volvieron alarmadas al ver a la Hokage.
En la cama, se encontraba Sumire, la niña de cabello violeta, su presencia parecía frágil, pero su espíritu era inquebrantable. Sus ojos, marcados por el cansancio, miraban absortos a través de la ventana, apenas filtrada por las cortinas. Al percibir la presencia de Tsunade, Sumire giró lentamente la cabeza, su expresión reflejaba el agotamiento acumulado, pero sus ojos brillaban con una determinación inusitada.
Tsunade se detuvo, su paso vacilante delataba una mezcla de sorpresa y preocupación. La juventud de Sumire contrastaba fuertemente con la pesada responsabilidad que se le había atribuido, lo que causaba un conflicto en la mente de la Hokage. En medio de este momento cargado de tensión, una voz femenina, firme y serena, rompió el silencio que se había instalado en la habitación.
— Todo está en orden. Sumire-chan ya está en condiciones de hablar. — Dijo la mujer, su tono era calmado, pero lleno de autoridad. —
Tsunade giró hacia su izquierda, al igual que Shizune, para encontrarse con la fuente de la voz. Allí, de pie junto al armario, una mujer recogía las capas de los niños. Con una sonrisa tranquila, se volvió hacia Tsunade. Llevaba unos anteojos que le daban un aire intelectual, y su cabello castaño estaba recogido hacia atrás, dejando su frente completamente al descubierto. La bata blanca que vestía indicaba su papel médico o científico, pero sus ojos, llenos de sabiduría y perspicacia, eran inconfundibles para Tsunade.
De la bata de la mujer emergió un pequeño perrito que ladró alegremente en señal de bienvenida. Shizune, visiblemente nerviosa, dio un paso atrás, mientras que Tsunade apretaba los labios y sus ojos se abrían en una expresión de sorpresa.
— Como alguien criada en el clan Inuzuka, sé cómo comportarme frente a una Hokage. — Dijo la mujer con una mezcla de respeto y firmeza en su voz. — Lamentablemente, en esta situación, actúo como una aliada de la protectora, Sumire. No tiene que preocuparse por eso, Tsunade-sama. Estoy Agradecida que no hayan recibido de mal manera a Soku-san y a Ro-san. Nada me importa más que estos niños se encuentren bien.
Tsunade observó a la mujer detenidamente, intentando evaluar la situación con rapidez. Los niños, conscientes de la tensión en el ambiente, intercambiaban miradas nerviosas. 
Himawari, situada al fondo de la habitación junto a Sumire, no apartaba los ojos de Tsunade, sus grandes ojos azules casi brillaban en la penumbra.
La intensidad de su mirada tenía un matiz inquietante, como si estuviera viendo más allá de la figura de la Hokage. Sus ojos estaban bien abiertos, reflejando no solo desconcierto y esperanza, sino también un análisis profundo.
Era como si Himawari estuviera tratando de desentrañar los secretos que Tsunade guardaba, o quizás planeando algo en silencio. La intensidad de su mirada, tan fija y penetrante, podía haber sido terrorífica si alguien más la hubiera notado.
Sin embargo, Tsunade, absorta en su conversación con la mujer del clan Inuzuka, no se dio cuenta de la observación silenciosa de la pequeña.
El sol se alzaba en el horizonte, disipando el gélido abrazo de la noche. Los últimos rayos de la oscuridad cedían ante la luz creciente, envolviendo a los presentes en un cálido resplandor. Con esfuerzo, el último de los Niños Ninja lograba alcanzar la cima de la montaña, mientras los demás observaban en silencio, maravillados por el espectáculo matutino.
Enko, con voz fatigada, rompió el silencio:
— Amanece y aún no llegamos al escondite...
Namida y los demás le dirigieron miradas curiosas, recuperando el aliento tras la ardua ascensión. Sin embargo, la Anciana no parecía inquieta. Con serenidad, les aseguró que ya estaban en el lugar adecuado, pues el escondite se hallaba justo allí, en lo alto de la montaña.
Intrigados, los jóvenes la siguieron, comentando cómo ahora, con el sol brillando sobre ellos, ya no necesitaban esconderse en la oscuridad.
— ¡Guau! ¡Es hermoso! — Exclamó Hako, admirando el paisaje iluminado por la luz del amanecer. —
— Sí, teníamos mucho tiempo sin verlo. — Agregó Iwabee, con una sonrisa cansada pero satisfecha. —
La caminata continuó, hasta que la anciana, con un gesto de la mano, reveló una trampilla oculta bajo sus pies. Les indicó que saltaran uno por uno para evitar accidentes, recordando la vez anterior, cuando se conocieron después de quedar inconscientes debido a una caída en picado.
Todos se fueron Organizando, siendo Iwabee el Primer de todos. La Gran Abuela disfrutaba de la brisa matutina, mientras esperaba que ellos entrasen por su cuenta luego de abrir la trampilla.
— ¿Todos listos? — Preguntó la anciana, mirando a los jóvenes con tranquilidad. —
— Sí, estamos listos. — Respondieron en coro, con determinación silenciosa en sus rostros. —
Mientras organizaba la fila por orden de nacimiento, comenzando con Iwabee, los jóvenes se volvieron para buscar a sus compañeros. Fue entonces cuando Tsubaki, levantando la mano con incertidumbre, interrumpió:
— ¡Disculpe! Pero... no veo a Boruto-kun ni a Sarada-chan por aquí... y ellos son mayores que nosotros.
La observación llamó la atención de todos, incluida la anciana, cuya expresión serena reflejaba sorpresa. Hoki agregó:
— Es cierto... ¡Mitsuki-kun tampoco está!
— Y Shikadai-kun... — Musitó Rock Lee. Su voz, aunque apenas audible, atrajo las miradas, pues era uno de los mayores, justo después del equipo Ino-Shika-Chou. Su rostro reflejaba más tristeza que preocupación. —
— ¿Dónde pueden estar...? — Preguntó Namida, con una mirada de confusión. —
El desconcierto y la inquietud se apoderaron del grupo. Mientras el caos se desataba a su alrededor, la anciana permanecía impasible, observando el horizonte bañado por el sol. En su interior, con una pizca de molestia, pensaba:
— Te advertí que no podrías ocultarles la verdad por mucho tiempo... Mirai.

L’AVIS DES CRÉATEURS
CassieNilonis CassieNilonis

Capítulo Catorce, ¡Concluido!

Las Partes Del Capítulo Quince, estarán aquí pronto.

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