Tomé la mano del hombre y lo conduje a mi nueva oficina. Aún no le había dicho a Bin An Sha que se la había apropiado, pero estaba bastante segura de que él ya lo había entendido.
Mis poderes fluían a través de mí como el agua, envolviendo al caballero mientras lo guiaba hacia la cama. Había cambiado rápidamente las sábanas cuando apareció el primer paciente esta mañana y había estado haciéndolo desde entonces.
—Gracias por hacer esto, querido —sonrió el hombre. Su rostro contaba la historia de una vida de felicidad que sentía hasta en sus huesos. —Mi nieta, ella se preocupa.
—Solo puedo imaginarlo —murmuré mientras mi don curaba la artritis en sus articulaciones y reemplazaba algo del cartílago desgastado en otras. Incluso encontré un tumor en etapa uno en su colon, uno que habría progresado rápidamente sin tratamiento.
Curar de esta manera era tan fácil como respirar. No era doloroso como había sido en el Campamento, ni tampoco cansado.