La nave de transporte descendía lentamente hacia la atmósfera del planeta natal de la Mano. El rugido de los motores era lo único que se escuchaba en la cabina, mientras Rivon miraba por la ventanilla. Su reflejo en el vidrio mostraba un rostro endurecido por la batalla, pero sus pensamientos estaban lejos del exterior. Desde la última misión, algo había cambiado en el ambiente, una sensación sutil, pero innegable, que lo rodeaba.
Los Ascendidos a su alrededor permanecían en silencio. A pesar de su disciplina y devoción por el Imperio, Rivon podía sentir sus miradas furtivas cada vez que bajaba la cabeza o ajustaba su equipo. Aunque ninguno lo había dicho abiertamente, estaba claro que los eventos en el planeta recuperado habían dejado una marca. No habían activado las cargas explosivas, pero la fortaleza enemiga se había derrumbado de una forma inexplicable. Y todos lo sabían.
El espacio reducido del transporte amplificaba esa tensión. Aunque los Ascendidos mantenían su compostura militar, Rivon sentía cómo las sospechas se colaban lentamente en sus mentes. Era un guerrero excepcional, pero ahora lo miraban como algo más, algo que no comprendían completamente. ¿Había usado una fuerza diferente? ¿Había sido el Núcleo o algo más? Ellos no lo sabían, y esa incertidumbre los incomodaba.
Con cada minuto que pasaba en ese espacio confinado, Rivon sentía cómo la presión aumentaba. Por dentro, sabía que no podía seguir ocultando la verdad indefinidamente. En el campo de batalla, su poder había brotado sin control, y aunque había tratado de encubrirlo, la realidad era que su habilidad había superado los límites conocidos por el Imperio. Esa energía, latente durante tanto tiempo, ahora fluía por él, poderosa y peligrosa.
Mientras la nave atravesaba las nubes, revelando lentamente el paisaje del planeta natal de la Mano, Rivon respiró hondo, tratando de mantener la calma. Sabía que al aterrizar, lo esperarían oficiales de alto rango, aquellos que le exigirían respuestas sin siquiera formular preguntas directas. No eran idiotas, y los informes ya circulaban, describiendo cómo la misión había tenido un desenlace inesperado. La fortaleza había caído, pero no de la manera que debería haberlo hecho. Algo extraño había ocurrido, y todos sabían que Rivon había estado en el centro de ese misterio.
La nave finalmente tocó suelo con un suave golpe. Los Ascendidos comenzaron a moverse de inmediato, verificando su equipo y preparándose para desembarcar. Rivon se levantó con calma, ajustando su armadura con movimientos calculados. El metal frío contra su piel era un recordatorio constante de su papel, de su deber como Ascendido. Aunque su mente estaba atormentada por los recientes eventos, su cuerpo actuaba de manera instintiva, casi mecánica. Tenía que mantener la fachada, tenía que seguir aparentando que todo estaba bajo control.
El portón de la nave se abrió con un silbido de presión, y una ráfaga de aire fresco y limpio llenó la cabina. Los rayos del sol se colaron por la rampa mientras los Ascendidos descendían en fila ordenada. A lo lejos, la ciudad fortaleza de la Mano se extendía ante ellos, imponente y majestuosa, con sus enormes torres de vigilancia y fábricas de guerra. El sonido constante de maquinaria pesada, de tanques y mechs moviéndose por las calles, creaba una sinfonía industrial que hablaba de un planeta siempre preparado para la batalla.
Rivon bajó de la nave, sus botas resonando en la plataforma metálica bajo sus pies. Al levantar la vista, vio a un grupo de oficiales de alto rango esperándolo. Llevaban la distintiva armadura decorada con insignias de mando, y sus rostros, ocultos tras sus cascos, irradiaban autoridad.
Uno de los oficiales, un Primus Ascendido de notable presencia, se adelantó para saludarlo.
— Sargento Rivon, — dijo con una voz firme, inclinando ligeramente la cabeza. — El planeta ha sido recuperado con éxito gracias a tus esfuerzos. La Mano te reconoce por tu lealtad y eficiencia en la misión.
Rivon asintió, manteniendo su expresión neutral. Aunque su interior bullía de preguntas y dudas, su exterior no mostraba ni un atisbo de debilidad.
— Gracias, oficial. Solo cumplimos con nuestro deber. Los Zor'tha han sido neutralizados, pero la vigilancia debe continuar. Sabemos que siempre hay más amenazas al acecho.
El Primus Ascendido asintió con aprobación. Aunque las palabras de Rivon eran perfectamente adecuadas, el oficial lo observaba con una mirada que iba más allá del protocolo militar. Sabía que algo extraño había ocurrido en esa misión, algo que los informes no explicaban del todo. Pero por ahora, no había más preguntas. Todo seguiría su curso, al menos hasta que surgiera algo que justificara una investigación más profunda.
— Puedes retirarte a tus aposentos por ahora, Sargento. Hay nuevas misiones por delante, pero tendrás tiempo para recuperarte.
Rivon asintió de nuevo y giró para marcharse hacia los barracones de los Ascendidos. A medida que caminaba por la plataforma, notaba las miradas de otros soldados y oficiales, pequeñas miradas de curiosidad mezcladas con respeto. Aunque no lo dijeran en voz alta, algo en él los inquietaba. No solo era su tamaño o su habilidad en la batalla; era algo más profundo, algo que percibían pero no podían describir.
El trayecto hasta los barracones fue un constante recordatorio del poder que había en el planeta de la Mano. Las calles estaban llenas de tanques blindados, mechs de combate y soldados entrenando sin descanso. Las enormes torres de vigilancia se alzaban hacia el cielo, y las fábricas de armamento retumbaban con el sonido de la producción militar a toda máquina. Este mundo era una fortaleza, un bastión dedicado a la guerra, y cada rincón reflejaba la preparación constante para el combate.
Cuando Rivon llegó a su habitación, encontró a Sera esperándolo. Su hermana, aunque ahora ciudadana, siempre se mantenía en alerta. Su vida como esclava la había preparado para esperar lo peor en cualquier momento, y aunque las cosas habían cambiado para ella, esa sensación de incertidumbre nunca la abandonaba.
— Rivon, — dijo con una sonrisa tenue, — me alegra que hayas regresado sano y salvo. He escuchado rumores sobre lo que pasó en la misión. Algunos dicen que fue un milagro que destruyeran la fortaleza tan rápido.
Rivon se quitó el casco, dejando al descubierto su rostro, cubierto de sudor y polvo de batalla. Sus ojos, sin embargo, no mostraban ningún rastro de cansancio.
— Los milagros no existen, — respondió con voz seca. — Solo el poder hace que las cosas sucedan.
Sera lo miró en silencio. Sabía que su hermano había cambiado desde que lo ascendieron, pero no sabía hasta qué punto. Había algo en él, una distancia que nunca antes había sentido. Y aunque confiaba en él, no podía ignorar las señales.
— Rivon..., — comenzó a decir, pero él la interrumpió.
— No te preocupes por lo que dicen los demás, — dijo, con firmeza. — Solo importa que cumplimos con nuestro deber. Lo demás no tiene relevancia.
Ella asintió, sabiendo que no sacaría más de él por el momento. Aunque una parte de ella seguía preocupada, sabía que Rivon era más fuerte que cualquier duda o miedo que pudiera tener.
La mañana había sido un torbellino de preguntas y miradas sospechosas, y Rivon había sentido cada segundo de ese escrutinio como un golpe en su paciencia. Después de su llegada al planeta natal de la Mano, no había pasado mucho tiempo antes de ser llamado para un interrogatorio. El ambiente era tenso, cargado de incertidumbre. Los informes de la última misión habían despertado más preguntas que respuestas, y ahora, Rivon estaba en el centro de la tormenta.
Entró en la cámara del consejo, un espacio frío y estéril, donde un grupo de oficiales de alto rango ya lo esperaba. En el centro, con su imponente armadura negra que brillaba bajo la luz tenue, estaba el Primus Ascendido, Valak. Una figura imponente y respetada, cuyo juicio raramente se desafiaba.
— Sargento Rivon, — comenzó Valak con una voz que resonaba en la sala vacía, — los informes de tu última misión han levantado preocupaciones. Estamos aquí para aclarar ciertos detalles que parecen... anómalos.
Rivon se mantuvo firme, con el rostro en blanco. Sabía que esto no sería un interrogatorio ordinario. Desde que la fortaleza enemiga colapsó sin que las cargas explosivas fueran detonadas, sabía que lo señalarían a él. No había explicación racional, al menos no dentro de los parámetros que el Imperio consideraba "normales".
— Cumplí con mi deber, — respondió con voz controlada. — Los Zor'tha fueron eliminados, la fortaleza destruida, y el planeta recuperado. Todo según las órdenes.
Valak se inclinó hacia adelante, sus ojos fijos en Rivon. El silencio que siguió fue sofocante, y las miradas de los otros oficiales no ayudaban. Sabían que la misión había sido exitosa, pero no podían ignorar lo inexplicable de la situación.
— Eso ya lo sabemos, Sargento, — replicó el Primus, su tono imperturbable. — Lo que no queda claro es cómo. El colapso de la fortaleza no fue el resultado de las cargas. Algo más sucedió, y creemos que tienes respuestas que aún no has compartido.
Rivon apretó los dientes, sintiendo una oleada de frustración. Sabía que estaban tratando de arrinconarlo, buscando algo que él no estaba dispuesto a darles. Su lealtad no estaba en duda, pero el poder que había mostrado, aunque involuntario, era algo que no podía revelar.
— El objetivo fue destruido, eso es lo que importa, — dijo, manteniendo la calma a duras penas. — Si hubo anomalías en el colapso, puede haber sido resultado de la estructura debilitada o de los ataques previos. No tengo más que decir al respecto.
Un murmullo recorrió la sala. Los oficiales intercambiaron miradas, pero Valak permaneció impasible. Sabía que Rivon no estaba diciendo todo, pero tampoco era un hombre que tomara decisiones apresuradas.
— La Mano necesita más que excusas, Sargento, — dijo el Primus, inclinándose aún más hacia él. — No estamos aquí para acusarte de fallar, pero queremos asegurarnos de que no estás ocultando algo que pueda poner en riesgo al Imperio. ¿Hay algo que debamos saber?
El silencio se volvió denso, pesado. Rivon sintió la mirada penetrante del Primus, pero se negó a ceder. El poder que había sentido en esa misión no era algo que pudiera explicar fácilmente, y mucho menos a los oficiales de la Mano. Si lo revelaba, lo tratarían como una amenaza, no como un recurso.
— No oculto nada, Primus, — respondió finalmente, su voz llena de firmeza. — Mi único objetivo es servir a la Mano y al Imperio. No hubo nada fuera de lo común que yo pueda explicar.
Los ojos de Valak se estrecharon. Durante unos segundos que parecieron eternos, no hubo respuesta. Luego, con un gesto de la mano, ordenó a los guardias cercanos que se acercaran.
— No me convences, — dijo el Primus, su tono ahora más frío. — Sargento, serás retenido aquí por un tiempo. Queremos asegurarnos de que todo está en orden antes de dejarte marchar. Hay análisis que deben hacerse, y no podemos permitir que continúes con tus tareas hasta que estemos seguros de que no hay nada más de lo que preocuparse.
Rivon sintió una oleada de ira hervir en su interior, pero la reprimió. Sabía que responder de manera impulsiva solo empeoraría las cosas. Sin embargo, no podía evitar sentirse traicionado. Él había cumplido con su deber. Había hecho lo que se le ordenó, y ahora lo trataban como a un sospechoso.
— ¿Retenido?, — preguntó, sin poder ocultar del todo su enfado. — He servido a esta Mano con lealtad y eficiencia. No he hecho nada que justifique este trato.
Valak lo observó con ojos fríos, sin pestañear.
— No es una acusación, Sargento, — dijo con calma. — Es solo una medida de precaución. Durante tu estancia, realizaremos algunos análisis de tus informes, así como de los datos recogidos en la misión. No debes verlo como un castigo, sino como una parte necesaria del proceso.
Rivon apretó los puños, sintiendo cómo la rabia crecía dentro de él. Sabía que esto iba más allá de simples análisis. Lo estaban investigando, y eso lo enfurecía. No solo dudaban de su lealtad, sino que lo mantenían bajo vigilancia como si fuera un peligro.
Los guardias lo escoltaron hacia una sala de contención, un espacio reducido y estéril, donde las paredes grises y el eco de sus pasos creaban una sensación de opresión. Rivon se sentó en una silla de metal, mientras las cámaras en las esquinas lo observaban atentamente. La Mano siempre estaba preparada, siempre vigilante, y ahora, él era el objetivo de su escrutinio.
El tiempo pasó lentamente, y Rivon podía sentir su frustración convirtiéndose en ira pura. No entendían lo que él había hecho, no comprendían que él no era el problema. El verdadero problema era lo que despertaba en su interior, algo mucho más grande y poderoso que cualquier cosa que la Mano pudiera imaginar. Pero por ahora, tendría que mantenerlo oculto. No podía permitirse perder el control.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, las puertas se abrieron. Valak entró en la sala acompañado de otros oficiales, su expresión tan neutral como siempre.
— Hemos revisado los datos preliminares, — dijo el Primus con voz firme, pero sin emoción. — Parece que no hay nada concluyente. Pero seguiremos investigando. Por ahora, permanecerás aquí hasta que hayamos completado el análisis de los restos de la fortaleza. Tu cooperación es esencial para la seguridad de la Mano.
Rivon apretó los dientes, pero no respondió. Sabía que no tenía otra opción. Valak lo mantenía bajo control, pero por dentro, Rivon sabía que no podría retenerlo por mucho más tiempo. Su poder estaba creciendo, y si la Mano no lo comprendía, pronto lo descubrirían de la manera más dolorosa posible.
Mientras Valak salía de la sala, dejando a Rivon con sus pensamientos y vigilado por las cámaras, el sargento juró que no se quedaría de brazos cruzados. Si querían mantenerlo como un prisionero, se darían cuenta de su error muy pronto.
Sentado en la fría sala de contención, Rivon no podía evitar que sus pensamientos se enredaran en una maraña de posibilidades. Había sido retenido, vigilado y acusado sin pruebas claras. Sabía que lo estaban observando, esperando cualquier señal de debilidad, pero lo que no sabían era que el verdadero poder que ocultaba iba más allá de lo que podían entender. Una energía profunda e inexplicable había crecido dentro de él desde esa misión, y ahora, estaba ante una elección crucial.
¿Mostrarles lo que realmente poseía o seguir ocultándolo, manteniendo la fachada de un soldado más dentro del Imperio?
Rivon cerró los ojos por un momento, tratando de calmar el torrente de pensamientos que lo atormentaban. Sabía que Valak y los otros oficiales lo mantenían bajo constante vigilancia, buscando algo que explicara lo que había sucedido en la fortaleza. Pero también sabía que el tiempo se estaba acabando. No podía contener ese poder mucho más.
En ese momento, las puertas de la sala se abrieron de golpe, y el Primus Ascendido Valak entró acompañado de varios oficiales. Había algo diferente en su mirada, una mezcla de incertidumbre y... ¿miedo? Los guardias se mantuvieron a una distancia prudente, como si presentían que algo estaba a punto de suceder.
— Sargento Rivon, — dijo Valak, con una voz más áspera de lo normal. — Los análisis han revelado algo interesante. Hay una energía extraña... en tu interior. Algo que no hemos visto antes. Queremos respuestas. Ahora.
Rivon permaneció en silencio por un momento, sintiendo cómo el aire en la sala se volvía más pesado. Sabía que había llegado el momento de tomar una decisión. Ya no podía esconderlo más. La verdad era ineludible, y si quería sobrevivir y reclamar el poder que sentía despertar dentro de él, tendría que mostrarles lo que poseía.
Se levantó lentamente de su silla, observando a Valak con calma, pero con una determinación inquebrantable.
— Lo que sientes es real, — comenzó a decir, su voz firme pero controlada. — Hay algo dentro de mí, algo que no proviene del Núcleo. Es un poder antiguo, algo que ni siquiera yo comprendo del todo... pero sé que crece con cada batalla, con cada vida que se apaga a mi alrededor.
Los oficiales intercambiaron miradas nerviosas, y Valak dio un paso adelante, su rostro endurecido por la incredulidad.
— ¿Qué es lo que estás diciendo, Rivon?, — preguntó, su voz llena de tensión. — ¿Acaso crees que puedes desafiar las leyes del Imperio y el poder del Núcleo?
Rivon lo miró fijamente a los ojos, sin retroceder. Sabía que este momento era decisivo.
— No desafío al Núcleo, Primus, — respondió con frialdad. — Pero lo que tengo dentro de mí es diferente. Es un poder que va más allá de lo que puedes comprender. No está ligado al Imperio ni a sus leyes. Es algo más grande... y más peligroso.
Los músculos de Valak se tensaron, y Rivon pudo ver cómo la incertidumbre en sus ojos se transformaba en rabia. Había tocado una fibra sensible, y lo sabía. El Primus Ascendido no toleraría una amenaza a su autoridad ni la de la Mano. Y en ese instante, lo vio: el miedo. Valak temía lo que Rivon podía representar, y ese temor estaba a punto de desbordarse.
De repente, Valak dio un paso adelante, desenfundando su espada de energía con un movimiento rápido.
— ¡No dejaré que te conviertas en una amenaza para la Mano!, — rugió, lanzándose hacia Rivon con una velocidad y fuerza que habrían sido letales para cualquier soldado ordinario.
Pero Rivon no era un soldado ordinario. El poder que había estado ocultando durante tanto tiempo ahora se liberaba, fluyendo por su cuerpo como una ola imparable. En un solo movimiento, bloqueó el ataque de Valak con su propia espada, y el impacto de las dos energías resonó en la sala como un trueno.
La lucha fue breve, pero brutal. Valak, cegado por la rabia y el miedo, atacó con todo lo que tenía, pero Rivon estaba en un estado diferente, su cuerpo imbuido de una fuerza superior que él mismo apenas comprendía. En cuestión de segundos, Valak fue desarmado, y Rivon, sin pensarlo dos veces, dirigió su espada hacia el pecho del Primus, atravesándolo con un golpe certero.
Valak cayó al suelo, su armadura humeando y su mirada llena de incredulidad. El líder de la Mano, una de las figuras más poderosas del Imperio, yacía muerto a los pies de Rivon.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Los oficiales y guardias que habían sido testigos del combate estaban paralizados por el shock. Ninguno de ellos se movió, incapaz de procesar lo que acababa de suceder.
Rivon respiró hondo, sintiendo cómo la adrenalina empezaba a disiparse. Sabía que no tenía mucho tiempo antes de que las repercusiones de sus acciones comenzaran a tomar forma.
De repente, las puertas de la sala se abrieron de nuevo, y varios refuerzos de la Mano entraron, armas en mano, alertados por el ruido del combate. Al ver el cuerpo inerte de Valak y a Rivon de pie sobre él, los soldados se detuvieron en seco, sin saber cómo reaccionar.
— ¿Qué ha sucedido aquí?, — gritó uno de los oficiales, su voz cargada de confusión y rabia.
Rivon levantó las manos lentamente, mostrando que no tenía intención de atacar, pero su mirada era fría y calculadora.
— El Primus intentó asesinarme, — dijo con calma. — Envidiaba mi poder. Sabía que yo poseía algo más allá de lo que él podía controlar... y no pudo soportarlo. Me atacó sin provocación, y tuve que defenderme. No tuve elección.
Los soldados se miraron entre sí, divididos entre la incredulidad y la duda. Rivon sabía que su historia sería difícil de creer, pero al mismo tiempo, Valak había mostrado signos de erraticidad antes del ataque. Algunos oficiales ya habían notado su comportamiento extraño, y ahora, esa duda se expandía entre las filas.
— No lo sé, — murmuró uno de los oficiales. — El Primus siempre fue un líder firme, pero... últimamente parecía alterado.
— Es difícil de creer, — dijo otro. — Pero si lo que dice Rivon es cierto...
La tensión en la sala era palpable. Algunos soldados parecían inclinados a creer la versión de Rivon, mientras que otros miraban el cuerpo de Valak con duda y recelo. La Mano estaba dividida.
El silencio en la sala se había vuelto sofocante. Los soldados, oficiales y guardias que rodeaban a Rivon observaban el cuerpo sin vida del Primus Ascendido Valak con expresiones de shock e incredulidad. Pero lo que más los perturbaba no era la muerte de su líder, sino el hombre que permanecía de pie, Rivon, con una calma inquietante. Había algo diferente en él. Algo que no podían comprender completamente.
Rivon respiró profundamente, sintiendo el poder que se agolpaba dentro de él, empujando contra los límites de su control. Había sido cauteloso, había intentado esconderlo durante tanto tiempo, pero ahora ya no era posible. El verdadero poder que albergaba no podía mantenerse oculto más. El Primus había caído, y las dudas y el miedo en los ojos de los soldados que lo rodeaban solo servían para alimentar su decisión. Era hora de mostrarles lo que realmente era capaz de hacer.
Rivon alzó la mano lentamente, y un destello eléctrico corrió por sus dedos. La sala se iluminó con un brillo intenso mientras la energía se concentraba alrededor de él, como si el aire mismo estuviera cargado con su poder. Los soldados retrocedieron un paso, desconcertados, algunos murmurando entre ellos, incapaces de procesar lo que estaban presenciando.
— Esto es solo el principio, — murmuró Rivon, su voz impregnada de un tono oscuro y desafiante. El poder de un dios se manifestaba por primera vez.
De repente, un rayo de energía estalló desde su mano, golpeando el suelo con una fuerza descomunal. El impacto hizo temblar toda la sala, y los soldados a su alrededor lucharon por mantener el equilibrio. El rayo se extendió por el aire como una serpiente brillante, envolviendo a Rivon en un resplandor eléctrico.
Los ojos de Rivon brillaban con una intensidad sobrenatural mientras se concentraba. La armadura que llevaba puesta, desgastada por las batallas y la confrontación con Valak, comenzó a transformarse ante los ojos atónitos de los presentes. Los rayos envolvieron su cuerpo, reparando las grietas, enderezando las placas de metal y, al mismo tiempo, añadiendo detalles que antes no estaban allí. Blasones oscuros se grabaron en el metal, símbolos de poder y conquista. La armadura, ahora más imponente, reflejaba la naturaleza cruel y dominante que Rivon empezaba a aceptar como suya.
— No soy como ustedes, — dijo, con una voz profunda, que resonaba con una autoridad innegable. — El Imperio no comprende lo que soy... pero aprenderán a temerme.
La transformación no se detuvo ahí. Las armas que llevaba también empezaron a cambiar. La espada que había utilizado en tantas batallas comenzó a reconfigurarse en sus manos. La hoja se alargó, su filo se volvió más oscuro y brillante, decorada con inscripciones que irradiaban un aura de peligro. La espada ahora reflejaba la naturaleza sádica y de deseo que definía a Rivon, una extensión de su poder y su verdadera personalidad. Un arma diseñada para infligir no solo daño físico, sino también un sufrimiento mental que destrozaría a cualquiera que se enfrentara a ella.
Luego, extendió su otra mano, y con un gesto firme, creó una nueva arma de disparo, una exclusiva para él. Un cañón pesado, con mecanismos que brillaban con una energía pulsante, surgió de la nada, forjado en el aire a partir de su propia voluntad. Era un arma que nadie más podría manejar, destinada únicamente a alguien con su poder y su determinación. La decoración de la misma era oscura, imponente, cubierta de grabados que mostraban figuras torturadas y símbolos de dominación.
Los soldados a su alrededor se quedaron paralizados, incapaces de comprender lo que estaban presenciando. El poder que fluía de Rivon era algo que no pertenecía a este mundo. Era algo que solo habían escuchado en historias antiguas, relatos de dioses y seres superiores que una vez dominaron la galaxia.
La sala temblaba con la intensidad de la energía que Rivon estaba liberando. Los oficiales intercambiaban miradas, algunos con miedo, otros con una creciente sensación de traición. Valak había caído, y ahora, el hombre que había matado a su líder mostraba un poder que superaba todo lo que conocían. Las dudas comenzaron a surgir.
— Esto... esto es una herejía, — murmuró uno de los oficiales, con la voz temblorosa. — El Imperio no tolera... este tipo de poder...
Pero otros soldados no estaban tan seguros. Rivon había demostrado ser un guerrero formidable, y ahora mostraba una fuerza que, aunque desconocida, podía ser utilizada para el beneficio de la Mano. Algunos comenzaron a dudar de lo que habían creído hasta ahora. ¿Era este poder algo que debían temer... o algo que debían seguir?
— Este es el verdadero poder, — continuó Rivon, su voz llena de convicción. — Valak no pudo entenderlo, y por eso intentó destruirme. Pero ustedes... ustedes tienen una opción. Pueden aceptar lo que soy y unirse a mí... o pueden perecer como él.
Las palabras de Rivon resonaron en la sala como una sentencia. Algunos soldados comenzaron a retroceder, el miedo claramente visible en sus ojos. Las tropas estaban divididas. Había quienes todavía se aferraban a la doctrina del Imperio, a la creencia en el Núcleo y en los Ascendidos. Pero otros, aquellos que habían visto de primera mano la brutalidad y el poder de Rivon, comenzaron a dudar de sus propias lealtades.
Rivon observó cómo la tensión crecía. Sabía que no todos lo seguirían, al menos no de inmediato. Pero también sabía que, una vez que comprendieran lo que realmente representaba, no tendrían otra opción. Era solo cuestión de tiempo antes de que el Imperio viera que su poder no podía ser ignorado.
— El Imperio caerá si no se adapta, — dijo, su tono aún más oscuro. — Y aquellos que no acepten el cambio... serán aplastados.
El eco de sus palabras se extendió por la sala mientras las tropas seguían divididas, incapaces de decidir qué hacer. Rivon sabía que esta era solo una pequeña batalla, pero cada paso lo acercaba más a reclamar el poder absoluto que ahora sentía fluir por sus venas.
El aire en la sala se volvió sofocante. La tensión que había colgado de un hilo finalmente se rompió cuando algunos soldados retrocedieron, mirando con terror a Rivon mientras otros apretaban las armas, claramente listos para actuar. La revelación de su poder había llevado a las tropas al borde de la fractura total, y ahora, la elección de un bando era inevitable.
Rivon se mantuvo firme en el centro de la sala, su nueva armadura reluciente con los blasones recién creados, su espada y cañón de energía brillando con el poder que emanaba de su ser. Sabía que no todos estarían dispuestos a seguirlo, pero no tenía tiempo para preocuparse por quienes aún eran leales al Imperio. Había llegado el momento de desatar la tormenta.
— Escojan ahora, — rugió Rivon, su voz retumbando por toda la sala. — O me siguen, o perecen.
Un segundo de silencio... y luego, el caos.
Un soldado del frente levantó su rifle y disparó, apuntando directamente a Rivon. El rayo de energía cortó el aire, pero antes de que pudiera impactarlo, Rivon movió su mano y un campo de energía lo rodeó, desintegrando el disparo en un destello de luz. El soldado, al ver que su ataque había sido inútil, soltó un grito de pánico y corrió hacia la puerta, pero no llegó lejos. Rivon alzó su mano, y un rayo de energía lo golpeó en la espalda, derribándolo al suelo en un instante.
Ese fue el detonante. La sala se sumergió en un pandemonio de gritos y disparos.
Los soldados comenzaron a moverse, algunos dirigiendo sus armas hacia Rivon, disparando sin control, mientras otros, confusos y atemorizados, miraban alrededor, sin saber qué hacer. Un grupo de legionarios que había dudado por un momento finalmente decidió actuar, disparando contra los oficiales que aún permanecían leales al Imperio.
— ¡Traidores!, — gritó uno de los oficiales, lanzándose hacia un grupo de soldados que habían decidido apoyar a Rivon. El sonido de las espadas cortando carne y el fuego de los cañones llenaron la sala, mientras Rivon observaba cómo todo a su alrededor se transformaba en una matanza total.
Rivon dio un paso adelante, su figura dominando la sala como un coloso de muerte. Los soldados que lo habían aceptado como su nuevo líder se agruparon a su alrededor, defendiéndolo de los ataques de aquellos que todavía seguían fieles a Valak y al Imperio. La batalla interna no se limitó a esa sala; pronto, el caos se extendió por todo el complejo militar.
— ¡Defiendan a Rivon!, — gritó uno de los soldados leales, mientras una explosión sacudía el pasillo cercano, derrumbando parte del techo y enviando escombros por todas partes.
El campo de batalla se expandió rápidamente. Los pasillos, una vez fríos y ordenados, se convirtieron en campos de muerte. Los soldados se dividían en dos bandos: aquellos que se habían alineado con Rivon, atraídos por su poder y la promesa de algo más grande que el Imperio, y los que aún defendían las doctrinas del Núcleo Celestial y su orden ancestral.
Rivon avanzaba implacable, con su nueva arma de energía disparando ráfagas letales que destrozaban a los enemigos con precisión. Los soldados que intentaban detenerlo caían ante él como simples obstáculos, su poder sobrepasando cualquier resistencia. Cada paso que daba lo acercaba más a su verdadero destino, mientras que las tropas a su alrededor seguían cayendo en una lucha desesperada por el control.
En el exterior del edificio, la rebelión se extendía. Los rumores sobre lo que había sucedido en la sala del consejo se propagaron rápidamente, y los soldados en el planeta comenzaron a tomar posiciones. Algunos, especialmente aquellos que ya habían albergado dudas sobre el liderazgo de Valak, vieron a Rivon como un líder más fuerte, alguien capaz de romper los límites del Imperio y llevarlos a una nueva era. Otros, sin embargo, consideraban que Rivon representaba una amenaza para la estabilidad y el orden, y lo veían como un usurpador que debía ser destruido.
El caos pronto consumió las calles de la ciudad fortaleza. Tropas enteras se enfrentaban entre sí, blandiendo espadas, lanzando granadas, disparando armas pesadas en un frenesí absoluto de destrucción. Los cañones antiaéreos que habían sido programados para defender el planeta ahora apuntaban hacia abajo, disparando contra posiciones internas de las tropas que se enfrentaban en un conflicto fratricida.
Rivon salió del edificio del consejo, flanqueado por un grupo de soldados leales que lo miraban con reverencia. Sus ojos brillaban con una determinación feroz mientras observaba el caos que había desencadenado.
— Este es el nuevo orden, — murmuró para sí mismo, mientras su mirada recorría los campos de batalla que se extendían ante él.
Con un gesto de su mano, Rivon lanzó un rayo de energía que destrozó una barricada donde algunos soldados leales al Imperio se habían atrincherado. El impacto fue brutal, y las explosiones resonaron por todo el lugar.
— ¡A por ellos!, — gritó uno de sus seguidores, y el grupo avanzó, atacando a los que quedaban aún leales al Imperio con una ferocidad sin igual.
La batalla por el control del planeta se había desatado por completo. Los Ascendidos, los legionarios, e incluso los esclavos que veían la oportunidad de liberarse, comenzaron a tomar partido. La Mano ya no era una unidad cohesionada; se había convertido en un campo de guerra donde cada soldado debía elegir un bando o perecer en medio del conflicto.
Rivon, ahora completamente envuelto en su poder, caminaba por las calles como un dios de la guerra, cada disparo y cada corte de su espada transformando el paisaje en un campo de muerte. Aquellos que lo seguían sentían el poder de su liderazgo, mientras que los que se le oponían caían sin piedad.
La ciudad fortaleza, que alguna vez había sido símbolo de orden y control, se derrumbaba bajo el peso de su propia traición interna. Las tropas se dividían cada vez más, y cada bando luchaba por reclamar la supremacía.
Rivon sabía que esta era solo una de las muchas batallas que tendría que librar, pero también sabía que este era solo el comienzo. Con cada paso, su poder crecía, y con cada muerte, sentía que el dominio sobre el destino de la Mano y el Imperio se acercaba a sus manos.
La guerra por el control había comenzado, y nadie, ni siquiera el propio Imperio, podría detenerlo.
En medio de la vorágine de caos y destrucción que se extendía por el planeta, Rivon sabía que la situación pronto escaparía de todo control. Las fuerzas de la Mano, una vez unificadas bajo una única bandera, ahora estaban desgarradas en una guerra interna que no mostraba signos de detenerse. El sonido de los disparos y las explosiones resonaba en todas direcciones, y el cielo, una vez claro, se llenaba de humo y escombros mientras la ciudad fortaleza se desmoronaba.
Rivon caminaba con paso firme, rodeado por sus seguidores más leales, su nueva armadura reluciendo bajo la luz tenue que aún atravesaba el humo. Sabía que necesitaba proteger lo que era suyo, y aunque la batalla lo llamaba, había algo que lo mantenía atado a un deber aún mayor: Sera. Su hermana no estaba a salvo mientras la rebelión se extendía como un incendio descontrolado. Rivon no podía permitirse perderla en medio de este caos.
Con una voz grave y autoritaria, se giró hacia un grupo de Ascendidos Superiores que se mantenían cerca de él, esperando órdenes.
— Vayan a por Sera, — ordenó, su mirada fija y determinada. — Traigan a mi hermana aquí, a salvo. No dejen que nadie la toque. Si alguien se interpone... elimínenlo.
Los Ascendidos Superiores, guerreros entrenados en las artes más brutales de la guerra, asintieron sin cuestionar. Sabían que no debían fallar en su misión, porque no solo estaba en juego su vida, sino también la confianza de Rivon, quien ahora era más que un simple comandante. Era su nuevo líder, alguien cuyo poder trascendía cualquier autoridad anterior.
— Entendido, Sargento, — respondió uno de ellos, con una reverencia respetuosa. — La traeremos a salvo.
Sin más palabras, los Ascendidos Superiores se pusieron en marcha, sus armaduras brillando con un resplandor oscuro mientras avanzaban por las calles devastadas de la fortaleza. Eran máquinas de matar, implacables en su propósito, y sabían que la supervivencia de Sera era una prioridad absoluta para Rivon.
Mientras ellos se dirigían hacia los niveles más bajos de la fortaleza, donde Sera estaba oculta, Rivon se preparaba para el siguiente paso en la guerra que había desencadenado. La batalla en el planeta alcanzaba su punto máximo. Las tropas leales al Imperio y las que se habían rebelado bajo su mando se enfrentaban en una carnicería total.
El avance era lento, pero implacable. Los Ascendidos Superiores se movían con precisión a través de las calles derrumbadas y los edificios destrozados, disparando a cualquier soldado que se interpusiera en su camino. Cada bala, cada rayo de energía que disparaban, encontraba su objetivo, y los cuerpos de los legionarios y oficiales caían como muñecos de trapo a su paso.
En el aire, los cañones antiaéreos rugían sin cesar, disparando a las naves que intentaban entrar o salir del planeta, mientras los tanques y vehículos blindados despedazaban a los soldados en las calles. El suelo estaba empapado de sangre, y los gritos de los heridos y moribundos resonaban en los callejones y plazas, mezclándose con el humo acre de los incendios.
Los Ascendidos Superiores no mostraban piedad. Sus órdenes eran claras: encontrar a Sera y traerla de vuelta a Rivon, sin importar el costo. Las peleas callejeras eran brutales, cuerpo a cuerpo, con espadas de energía atravesando armaduras y cuerpos por igual. La sangre volaba en todas direcciones mientras los soldados caían uno tras otro.
— ¡No puede escapar!, — gritó uno de los soldados leales al Imperio mientras intentaba resistir a los Ascendidos Superiores, pero fue inútil. Una hoja de energía lo atravesó de lado a lado antes de que pudiera disparar su arma.
El caos en el planeta crecía sin control, y mientras tanto, Rivon sentía cómo su poder se intensificaba con cada minuto que pasaba. El dolor y la muerte que lo rodeaban alimentaban su verdadero ser. No había duda de que este caos le proporcionaba el control que tanto deseaba. Con cada paso que daba, más soldados se unían a su causa, incapaces de resistir la atracción que Rivon ejercía sobre ellos. Era un líder fuerte, uno que ofrecía algo más que el orden del Imperio: poder.
En medio de todo ese caos, Sera, quien hasta ahora había estado protegida en una de las instalaciones más seguras de la ciudad, escuchaba los estruendos de la batalla acercándose. Sabía que Rivon vendría por ella, pero el temor y la incertidumbre la consumían. El mundo que conocía se estaba desmoronando, y su hermano, quien siempre había sido su protector, ahora parecía más distante que nunca.
Los Ascendidos Superiores llegaron finalmente al edificio donde Sera estaba oculta. El enfrentamiento fue rápido y letal. Los guardias que protegían la instalación apenas tuvieron tiempo de reaccionar antes de ser abatidos sin piedad. Los Ascendidos no mostraban compasión. Su misión era clara, y Rivon no toleraría fallos.
Finalmente, encontraron a Sera en una sala protegida, su rostro reflejando una mezcla de alivio y miedo cuando los vio entrar.
— Sera, — dijo uno de los Ascendidos, con una voz grave y monótona. — Rivon nos ha enviado por ti. Estás a salvo con nosotros.
Sera asintió, aunque su corazón latía con fuerza. Sabía que algo había cambiado en Rivon, algo que no alcanzaba a comprender del todo. Mientras los Ascendidos la escoltaban fuera del edificio, la batalla continuaba. Las calles, ahora desiertas salvo por los cadáveres y los combatientes esparcidos, eran testigos de la brutalidad que se desataba.
Rivon esperaba con impaciencia en su base improvisada, sus ojos observando el horizonte teñido de rojo por los incendios y las explosiones. Sabía que la guerra por el planeta estaba lejos de terminar, pero con Sera a su lado, podía concentrarse en lo que vendría después. Su poder continuaba creciendo, y pronto, ni siquiera el Imperio podría negarlo.
El caos continuaba envolviendo el planeta, y Rivon permanecía firme en medio de la guerra que él mismo había desencadenado. Su nueva armadura, ahora reparada y mejorada por el poder que corría por sus venas, lo hacía parecer más una fuerza imparable que un hombre. Pero además de su armadura, lo que realmente definía a Rivon eran las armas que portaba, instrumentos forjados por su propia voluntad y poder. Estas armas no eran simples herramientas de combate; eran extensiones de su ser, reflejos de su naturaleza sádica y de deseo.
Mientras la batalla a su alrededor continuaba, Rivon levantó su espada, admirando la perfección de su hoja. La espada que había creado no era como las espadas comunes que usaban los Ascendidos. Esta arma tenía un propósito mucho más siniestro.
— Vordrax, — murmuró para sí mismo, dándole un nombre a la creación que ahora empuñaba con maestría. — La Espada de Deseo y Muerte.
Vordrax era una espada de energía pura, cuya hoja oscura y afilada brillaba con un resplandor sanguíneo. Los grabados en su filo parecían moverse por sí solos, con símbolos de poder y lujuria que reflejaban la naturaleza interna de Rivon. Cada corte con Vordrax no solo desgarraba carne, sino que también absorbía la esencia de aquellos que caían bajo su filo, amplificando el deseo de Rivon por más poder y control. La espada estaba impregnada con un hambre insaciable, alimentada por la lujuria y el caos que siempre lo acompañaban.
Pero Vordrax no era su única arma. Rivon también había creado un arma de disparo exclusiva para él, una que lo diferenciaba de los legionarios comunes y de los Ascendidos Menores. Esta no era un simple rifle o pistola; era un cañón de energía diseñado para infligir destrucción masiva.
— Thal'Korr, — dijo, refiriéndose al cañón que portaba en su brazo izquierdo. — El Cañón del Juicio.
Thal'Korr era un arma de una potencia devastadora, capaz de disparar ráfagas de energía concentrada que atravesaban armaduras, estructuras y cualquier cosa que se interpusiera en su camino. Su diseño era imponente, con un barril grueso adornado con runas antiguas que parecían emitir un leve brillo cuando el cañón estaba cargado. El sonido de su disparo era similar a un trueno, seguido de una explosión que desintegraba todo a su paso. Era un arma que podía destruir vehículos blindados con un solo disparo y, al mismo tiempo, dejar un rastro de destrucción en el campo de batalla.
Ambas armas, Vordrax y Thal'Korr, no solo eran herramientas de destrucción; eran extensiones del poder de Rivon, manifestaciones de su naturaleza oscura y dominante. Cada vez que las usaba, sentía cómo su fuerza y su control sobre el caos que lo rodeaba crecían.
Mientras sus seguidores lo rodeaban, defendiéndolo de los ataques que aún venían de los leales al Imperio, Rivon miraba hacia el horizonte, donde la guerra continuaba. Sabía que sus armas lo definían, pero también sabía que, en última instancia, era su voluntad la que decidiría el destino de todos los que lo rodeaban.
— Que empiece la verdadera guerra, — murmuró, levantando a Vordrax y apuntando Thal'Korr hacia las fuerzas que aún se atrevían a desafiarlo.
El resplandor de su cañón iluminó el campo de batalla por un instante, antes de que la explosión destruyera todo a su paso, sellando el destino de aquellos que osaban enfrentarse a él.
Rivon avanzaba con determinación, guiado por su deseo de erradicar cualquier rastro de resistencia. El caos que había sembrado se extendía por todo el planeta, y ahora, su mirada estaba fija en el bastión principal de los leales al Primus. Este edificio, una fortaleza en el corazón de la base, era el último refugio de los que aún defendían el legado de Valak y la antigua orden de la Mano. Dentro de sus muros, la mujer de Valak, así como sus esclavas personales, estaban siendo protegidas por los pocos soldados que todavía se atrevían a desafiar a Rivon.
Vordrax y Thal'Korr brillaban con un resplandor siniestro mientras Rivon caminaba hacia la fortaleza. A su alrededor, sus seguidores, tanto Ascendidos Menores como legionarios, lo flanqueaban, listos para el asalto final. La fortaleza se alzaba imponente, pero Rivon sabía que no duraría mucho. Nada podía detenerlo ahora.
Los disparos comenzaron antes de que se acercaran a las puertas principales. Los leales al Primus, desesperados por mantener el control de la base, disparaban desde las torretas y las ventanas del edificio, intentando detener el avance imparable de Rivon y su ejército.
— ¡Defended la base!, — gritó uno de los oficiales leales, mientras dirigía a sus tropas. Sabían que esta sería su última batalla, pero estaban dispuestos a morir por su causa.
Rivon, sin inmutarse, levantó Thal'Korr y disparó. El cañón del juicio lanzó una ráfaga de energía que atravesó las defensas del edificio, explotando en el interior y enviando cuerpos y escombros por los aires. Los gritos de los leales resonaron en el aire, pero Rivon no sentía piedad. Solo había una cosa que le importaba ahora: el control absoluto.
— ¡Avanzad!, — ordenó a sus tropas, y con una precisión letal, los Ascendidos y legionarios cargaron contra el edificio.
Las puertas cayeron con facilidad ante la fuerza combinada de los soldados de Rivon, y el asalto comenzó en serio. Los leales al Primus luchaban con desesperación, pero sabían que estaban superados en número y poder. Rivon, liderando el ataque, cortaba y disparaba con una maestría despiadada. Cada vez que Vordrax se deslizaba por el aire, la sangre volaba en todas direcciones, y cada ráfaga de Thal'Korr destrozaba las defensas de los que aún intentaban resistir.
Los pasillos de la fortaleza se convirtieron en campos de batalla sangrientos. Los soldados leales caían uno tras otro, incapaces de hacer frente a la fuerza imparable que representaba Rivon y sus seguidores. La resistencia se desmoronaba poco a poco, y pronto, Rivon se abrió paso hasta el corazón del edificio.
Dentro de la sala principal, la mujer de Valak, rodeada de sus esclavas personales, observaba con miedo cómo las fuerzas de Rivon destrozaban las últimas defensas. Ella sabía que no había escapatoria.
Rivon entró en la sala, su presencia imponente y sus ojos brillando con un deseo oscuro. Vordrax goteaba sangre, y Thal'Korr aún brillaba con energía residual de los disparos recientes. Los pocos guardias que quedaban frente a él cayeron fácilmente, incapaces de detener el avance implacable de Rivon.
— Tu tiempo ha terminado, — dijo Rivon, su voz grave resonando en la sala.
La mujer de Valak, aún con su porte altivo, no respondió. Sabía que no tenía poder alguno contra el hombre que ahora la enfrentaba. A su alrededor, las esclavas permanecían en silencio, sabiendo que sus destinos estaban ligados al de su ama.
— Este lugar, esta fortaleza, ya no te pertenece, — continuó Rivon, acercándose lentamente. — Ahora es mía. Todo lo que alguna vez fue de Valak es mío. Tú... tus esclavas... todo.
La mujer de Valak mantuvo la cabeza erguida, pero en sus ojos se veía el miedo. Sabía que, sin el Primus, su posición no valía nada ante alguien como Rivon. Las esclavas detrás de ella temblaban, conscientes de que su destino ya no estaba en sus manos.
— Lleváosla, — ordenó Rivon a sus Ascendidos Superiores, que habían entrado en la sala detrás de él. La mujer de Valak no opuso resistencia mientras la sacaban de la sala, sabiendo que su vida, tal como la conocía, había terminado.
Rivon miró a las esclavas que aún quedaban, observando cómo evitaban su mirada, temblorosas. Sabía que, para ellas, la vida no había cambiado tanto. Eran esclavas antes, y lo seguirían siendo ahora, pero con un nuevo amo. Rivon sonrió para sí mismo, complacido con el resultado.
— Limpia este lugar, — ordenó a los soldados que quedaban en la sala. — Quiero que todo rastro de Valak sea eliminado. Esto es solo el principio.
Mientras los soldados comenzaban a despejar la fortaleza, Rivon se quedó en el centro de la sala, observando cómo el último bastión de los leales al Primus caía bajo su control. Había capturado a la mujer de Valak, había tomado a sus esclavas, y el planeta entero estaba al borde del colapso.
La guerra aún no había terminado, pero Rivon sabía que había ganado la primera gran batalla. El Imperio ya no tenía control sobre este lugar.
— Este es mi reino ahora, — murmuró para sí mismo, con una sonrisa cruel en sus labios.