—Vamos a encontrar a nuestra compañera y mantenerla a salvo —gruñó Elías mientras tomaba el control. Al entrar en el desierto, Elías se había transformado en su gran lobo negro.
—Excavaríamos la tierra y enterraríamos a cualquiera que se atreviera a herirla. No perdonaremos a ninguno por poner sus manos coquetas sobre nuestra compañera —gruñó el lobo de nuevo y siguió corriendo salvajemente.
—¡Ustedes pícaros no merecen nada más que la muerte y no voy a perdonar a ninguno de ustedes! —gruñó mientras desmembraba sin esfuerzo a un pícaro que había encontrado en su camino.
—¡Dos menos! —gruñó al encontrar a otro y le arrancó la cabeza.
—¡Tres menos!
—¡Cuatro menos, aún quedan más! —gruñó y el suelo tembló bajo sus pies mientras mataba a más pícaros. Era como una bestia loca en una misión.
—¡Diez menos, aún quedan más! —Era imparable.