Rosa cayó de espaldas en su cama en cuanto entró en su dormitorio. Su mano derecha se cubría la cara, pues había necesidad de llorar pero no quería. Le hubiera gustado pasar más tiempo sin saber que el rey era su padre, pero apreciaba la honestidad de su madre.
Nadie tendría idea de que ella no quería conocer la verdad. Era comprensible que pensaran que era merecedora de ella.
—Él es mi padre —murmuró Rosa, disgustada por ello.
Era difícil asimilar que la razón por la que muchas se perdían en el burdel era gracias al fracaso de su padre.
Victor seguiría siendo el hombre a quien consideraba como un padre pero no podía dejar de pensar en el rey. ¿Acaso mataría al rey saber que sus órdenes le impidieron buscar ayuda? Incluso ahora que estaba libre, todavía había una orden que le impedía investigar sobre las chicas desaparecidas.
Era decepcionante.
Que te dijeran que eras una princesa no se sentía agradable cuando el rey era un tonto. Un tonto que no se preocupaba por su gente.