Miranda
Justo iba a responderle a Axel que se estaba engañando a sí mismo, pues tuve la certeza de que me seguía amando, pero Emiliano me quitó el teléfono y lo lanzó con una fuerza abrumadora contra la pared.
Él me miró con una furia que por instantes me aterró, luego se acercó a mí para tomarme del cuello y presionar hasta un punto en que me estaba desmayando.
A duras penas me zafé de su agarre y le reclamé su brusca forma de actuar, aunque este no reflexionó sobre lo que había hecho.
Seguía demostrando una furia que me hizo desconocerlo.
No era el mismo Emiliano que minutos antes de la llamada me había hecho el amor de la manera más tierna y divina, con el sonido de las olas a lo lejos y el cantar de unas aves que me hizo sentir dichosa.
Por desgracia, todo cambió con la llamada de Axel, cuyas palabras desataron la vulnerabilidad que me hizo preguntar si me seguía amando delante de Emiliano. Emergió de ese modo el demonio posesivo y agresivo que me tildó de idiota y zorra, al mismo tiempo en que intentaba golpearme.
Emiliano hubiese justificado su molestia si la supiese controlar, pero se sumió en un estado salvaje que representaba un peligro para mí. Por eso me vi en la necesidad de defenderme y buscar la manera de salir de la habitación, llamar a la policía y mantenerme lo más lejos posible de él.
Me defendí a duras penas, aguantando algunos golpes mientras hallaba la forma de escabullirme, pero cuando Emiliano se percató de mi plan, se interpuso en la puerta de la habitación.
—Ni lo pienses —dijo con desprecio—, no saldrás hasta que me las pagues… Eres una perra que me utilizó para superar su despecho.
—Emiliano, por favor, esta no es la forma de resolver las cosas —dije entre sollozos.
Entonces, se acercó hacia mí con una rápida carrera y me tomó una vez más del cuello, aunque en esa ocasión caímos en la cama, donde pude aprovechar para acertar un rodillazo en su entrepierna que lo dejó adolorido y sin aire. Así que me llevé su celular, que estaba en mi mesa de noche, y bajé rápido a la sala de estar mientras marcaba el número de emergencias. Luego, tomé las llaves de la casa para cerrar todas las puertas con seguro una vez que estuve afuera.
—Emergencias, ¿en qué podemos ayudarle? —preguntó la operadora.
—Estoy en peligro, mi exnovio me agredió e intentó matarme… Me encuentro en la playa privada de Las Salinas, cerca de la urbanización El Silencio… Pueden entrar a mi propiedad a través de un sendero de arena. ¡Necesito ayuda!
—En seguida enviaremos una patrulla, señorita, busque una zona segura y descríbanos al agresor —replicó.
—Es Emiliano Saavedra, el cantante de Inadaptados —revelé.
Dentro de la casa, después de reportar mi emergencia, se escuchaban los gritos de Emiliano y unos estruendosos ruidos. Intentaba derribar la puerta. Así que me dirigí a la avenida, viendo a cada rato hacia atrás, con la esperanza de que él no saliese y que una patrulla llegase rápido.
Sin embargo, Emiliano logró salir por una de las ventanas. El sonido del cristal al romperse llamó mi atención, pero el miedo me impulsó a seguir adelante.
Por desgracia, en un momento de debilidad, cuando giré en su dirección y lo vi empapado de sangre, mis piernas empezaron a sentirse más pesadas de lo normal, por lo que estúpidamente me caí en varias ocasiones.
El pánico apenas me permitió gritar cuando noté la figura de Emiliano en frente de mí, quien cegado por la ira me levantó al tomarme por el cuello del suéter que llevaba puesto.
Entonces, el sonido de unas sirenas se impuso ante la amenaza de un Emiliano que ya había empuñado su mano derecha, que no se inmutó a pesar de la repentina presencia policiaca detrás de mí.
Lo último que escuché fue a dos agentes de la policía gritarle a Emiliano, que en vez de cumplir con las órdenes, me dio un certero puñetazo en el mentón que me desmayó.
♦♦♦
Mamá y mi tía Alma estaban sentadas en un sofá.
Nos encontrábamos en una habitación blanca en la que una doctora empezó su proceso de revisión al notar que había despertado. La preocupación se disipó cuando alegó que podía irme a casa, pero que tomase un descanso y algunos relajantes si se me dificultaba conciliar el sueño.
—¿Qué pasó? —pregunté, con vagos recuerdos del golpe recibido.
—Ese salvaje te golpeó muy fuerte, pensamos que te había causado un daño cerebral —respondió mamá, se le notaba más enfurecida que preocupada.
—¿Qué sucedió con Emiliano? —pregunté.
—Está detenido —respondió mi tía Alma—. Mañana haremos una denuncia por lo que te hizo, vamos a destruir su carrera y enviarlo a la cárcel.
—¿Es necesario eso? —repliqué preocupada.
—Bueno, de destruir su carrera ya se ocuparán los medios de comunicación, pero haremos lo posible para que vaya a prisión por un largo tiempo —respondió mamá.
Pensé que mamá y mi tía hablaban cegadas por la ira, pero la verdad es que se fueron en serio cuando formalizaron una denuncia en contra de Emiliano al cabo de dos días.
Entonces, con el paso de una semana, Emiliano fue citado en la fiscalía para que declarase su culpabilidad, pues era lo único que le permitiría reducir su condena; le tenían mucha consideración por ser un reconocido cantante.
Por desgracia para él y su carrera, la noticia se hizo pública cuando a ciertos trabajadores de la fiscalía se les fue la lengua con la prensa amarillista, quienes se hicieron con algo de información que no dudaron en difundir a nivel nacional.
Inadaptados se desintegró desde el momento en que Emiliano fue sentenciado a ocho años de prisión.
Su familia se mostró decepcionada, tanto que en ningún momento le demostraron apoyo moral.
El acto impulsivo de Emiliano también estropeó la carrera de sus primos, aunque estos siguieron con sus caminos en solitario con un éxito menor. Jimena, que empezaba a sonar en los medios digitales, se desvinculó de su parentesco con su hermano y empezó a utilizar el apellido de su madre.
Además, los fanáticos de Inadaptados se decepcionaron de quién fuese su ídolo, y crearon campañas de odio en su contra; todo por no saber controlar su temperamento.
En cuanto a mí, recibí una disculpa pública por parte del resto de la banda y la familia Saavedra, mientras que en prisión, Emiliano se negaba a declarar ante la prensa.
También se me compensó con una indemnización por daños y perjuicios que doné a la fundación, Ni con el pétalo de una rosa, dedicada a la protección de la mujer ante los agresores y violadores.
Todos esos sucesos se llevaron a cabo en un corto periodo de tiempo que me impidió asimilar las causas principales de mi tristeza, pues más allá de lo dicho por Axel durante su llamada, lo que me dejó con un mal sabor de boca fue el explosivo comportamiento de Emiliano.
En el fondo, a pesar de su agresión y el mal rato que me hizo pasar, seguía sintiendo cariño por él.
Me costó juzgarlo por una mala acción.
La mayor parte del tiempo que compartimos desde que nos conocimos, Emiliano fue bueno conmigo, por eso tuve en consideración visitarlo, aun con la contraria de mamá y mi tía Alma.
Cuando visité a Emiliano en prisión, no lo noté arrepentido. Al contrario, se mostró distante y se negó dos veces a recibirme tan pronto supo que lo visitaba. Esto me hizo perder el poco cariño que sentía por él, pues tenía la esperanza de que se arrepintiese como el buen amigo que alguna vez fue; quería perdonarlo.
—¿Qué quieres? —preguntó con desprecio.
—He venido para saber cómo estás y darte la oportunidad de que te disculpes conmigo —respondí.
—Quien se tiene que disculpar eres tú, por amar a otro hombre estando conmigo —reclamó.
—Lo hubiese hecho, Emiliano, pero en ningún momento demostraste la madurez para calmarte y afrontar la llamada de Axel. Al contrario, tomaste mi celular y lo estrellaste contra la pared —repliqué.
—¿Solo viniste a sacarme eso en cara?
—Tan solo quiero que te disculpes para no perder el poco cariño que sigo teniendo por ti.
—A la mierda con tu cariño.
—Está bien, al menos lo intenté… Mamá tenía razón, no eres más que un salvaje mal agradecido. Adiós, Emiliano. A pesar de todo, fue un placer conocerte.
Me levanté y abandoné la penitenciaría con un mal sabor de boca.
Tan solo quería que expresase con palabras sinceras una disculpa que nunca llegó.
Cuánta pena sentí por ese hombre, y a la vez rabia conmigo misma al haberlo idealizado como alguien perfecto. A fin de cuentas, jamás volví a verlo ni dejé que todo el daño que intentó hacerme me detuviese en los nuevos proyectos que tenía en mente.
Así que tomé un taxi con dirección a una pastelería en el centro de la ciudad y ahí, mientras pensaba lo que iba a ordenar, la imagen de Axel resurgió con una sonrisa y ese optimismo que siempre lo caracterizaba. Algo me decía que sus palabras no eran ciertas, que, a pesar de lo que dijo, me seguía amando. Tan solo necesitaba comunicarme con él, pero pensé primero en mí y mis planes; esto fue una gran decisión.
Opté por quedarme, mientras tanto, con los recuerdos que compartimos durante nuestra relación, siendo esto un motor impulsor que me ayudó a cumplir mis metas a corto y largo plazo. Pensando en Axel, no pude evitar extrañarlo, pero tuve la fuerza de voluntad para inspirarme de su perseverancia y priorizar mi proyecto artístico.
—¿Qué va a ordenar, señorita? —preguntó una joven camarera.
—Un cupcake de vainilla y un capuchino, por favor —respondí.
Hubiese sido lindo poder contar con la amistad de Axel en lo que fue con el paso del tiempo, mi mejor época en soledad, pero su recuerdo me fue suficiente. Así que seguí adelante contra todo lo que la vida me presentase como obstáculo y me preparé para una nueva aventura.
♦♦♦
De pie, frente al local en el que había fundado mi academia de Artes plásticas, rebosante de orgullo por haber logrado uno de mis objetivos a pesar de las adversidades, pensaba en lo orgullosos que estarían mi padre, David y Axel si estuviesen al tanto de mis logros.
Habían pasado varios meses desde la última vez que supe de Axel. Su llamada telefónica me seguía doliendo, pero no deteniendo en los que eran mis más grandes éxitos personales.
La Academia de Arte Anastasia Lamar atrajo a una buena cantidad de personas que me reconocieron por La última sonata, cuya popularidad seguía favoreciéndome cuando hacía uso de mi seudónimo.
Como profesora de cursos intensivos de Pintura y Escultura, me fue mucho mejor de lo que esperaba.
La cantidad de padres que me confiaron a sus hijos, al igual que jóvenes aspirantes a artistas que me vieron como un ejemplo a seguir, me llevó incluso a contratar a dos colegas de profesión para que me diesen una mano en las tutorías semanales.
Mamá y la tía Alma estaban orgullosas de mis logros, aunque no cosechaba todavía los primeros frutos de mi inversión.
No fue sencillo al principio, ya que dependí de todos mis ahorros y un préstamo de mi tía, pero sabía que era cuestión de tiempo para gozar de una merecida estabilidad económica.
Fue, sin duda alguna, una de las mejores épocas que viví sin Axel. Supongo que la independencia y la capacidad de hacerme feliz a mí misma es lo que más valoré después de los problemas con Emiliano.
Además, seguía conservando mi casa en la playa y un amplio terreno en el que pretendía practicar la agricultura en mis tiempos libres, así como también disfrutar de la lectura.
Mi propósito económico era empezar a generar los ingresos suficientes para comprarme un automóvil y terminar de pagar el préstamo de mi tía Alma, aunque ella no me presionaba al respecto.
«Si la vida te da limones, haz limonada».
Ese dicho siempre lo llevé en mente, y más cuando comprendí la manera en que aproveché las oportunidades que la vida me había dado.
Algunas personas decían que era afortunada, otras alegaban que mis éxitos eran producto de mi perseverancia y esfuerzo. Yo llegué a la conclusión de que era una combinación de ambas cosas. El punto fue que aproveché cada momento para evolucionar, sin dejar que nadie se interpusiese en mi camino ni mis objetivos.
Heme entonces viviendo un nuevo sueño, con la esperanza de encontrarme una vez más con el hombre que seguía amando, y el egoísmo de que no amase a otra mujer.